Amor y ley
Por Stella Bagwell
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Corinna había deseado vivir un amor verdadero, pero había acabado embarazada y con el corazón roto. Entonces, Seth apareció de nuevo en su vida y todo cambió…
Lo que no había cambiado era la inseguridad que los había mantenido separados durante veinte años.
Stella Bagwell
The author of over seventy-five titles for Harlequin, Stella Bagwell writes about familes, the West, strong, silent men of honor and the women who love them. She credits her loyal readers and hopes her stories have brightened their lives in some small way. A cowgirl through and through, she recently learned how to rope a steer. Her days begin and end helping her husband on their south Texas ranch. In between she works on her next tale of love. Contact her at stellabagwell@gmail.com
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Amor y ley - Stella Bagwell
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Stella Bagwell
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor y ley, n.º 1712- julio 2018
Título original: Her Texas Ranger
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-9188-606-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
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Capítulo 1
Para calmar una reyerta sólo hace falta un Ranger. ¿No es eso lo que se dice de vosotros?
La pregunta de su hermano menor, Ross, tomó por sorpresa a Seth Ketchum. Casi había olvidado cómo era reunirse de nuevo en el rancho T Bar K con su familia. Hacía dos años que no veía a su hermano ni a su hermana. El tiempo había pasado volando y solamente entonces, cuando estuvieron sentados junto a él en el salón de la casa del rancho, se dio cuenta de lo mucho que los había echado de menos.
—Eso es lo que se dice: una reyerta, un Ranger —respondió Seth—. Pero no soy un superhéroe.
—Es cierto, Seth. Eres mejor que un superhéroe. No tienes que perder tiempo en correr a una cabina de teléfonos para cambiarte de ropa.
—Ross, no sé cómo puedes bromear en unos tiempos como éstos —protestó Victoria, su hermana, sentada en un sillón junto a ellos.
—¿Quién está bromeando? —continuó Ross—. La compañía D de San Antonio no sería nada sin Seth.
Los dos hombres vestían pantalones vaqueros, botas y camisetas de algodón. Se parecían, aunque Seth era un poco más bajo y de complexión más fuerte que su hermano. Ross tenía el cabello moreno, mientras que el de Seth era más claro. Pero la diferencia más visible entre ambos eran sus gestos. En Ross era frecuente encontrar una sonrisa o una risa provocadora, y Seth solía ser callado y serio.
—Ross, mi capitán diría que tu confianza en mí es un poco exagerada —aseguró Seth.
—Ya eres sargento —replicó su hermano con una sonrisa—. Dentro de poco serás capitán.
Igual que su difunto padre, Tucker, Ross pensaba que todos los Ketchum estaban predestinados a llegar a lo más alto.
—No quiero ser capitán —dijo Seth—. Me gusta el puesto que tengo.
—Seth, tú…
—Ross, déjalo ya —le interrumpió Victoria—. Seth no te dice a ti cómo llevar el rancho. Además, acaba de llegar. ¿Por qué no le dejas que recupere el aliento?
Seth miró agradecido a Victoria. No sólo era una mujer hermosa, también era un buen médico y, en su opinión, era la más juiciosa de los cuatro hermanos. Tras tantos años de soltería, no podía creer que se hubiera casado con Jess Hastings y estuviera esperando un hijo. Pero aquello no le había sorprendido tanto como enterarse de que el mujeriego de su hermano se había casado con Isabella Corrales, una bella abogada de la reserva Apache Jicarilla.
Pero bodas y amoríos no era lo único que había ocurrido en su ausencia. Habían disparado contra su nuevo cuñado, ayudante del sheriff del condado de San Juan, y casi lo habían matado. Por suerte, el peón del rancho que había cometido el crimen había sido apresado y estaba entre rejas. Sin embargo, aún no estaba resuelto el caso del asesinato del capataz, Noah Rider, y toda la familia tenía puestos los ojos en Seth para que averiguara qué había pasado.
Ross se levantó para acercarse al sofá donde estaba sentada su esposa.
—Sólo quiero presumir un poco de mi hermano, Victoria. No trato de decirle cómo hacer su trabajo. Por eso lo llamamos. Él sabe cómo investigar un caso de asesinato, y nosotros, no. Excepto Jess, claro. Pero Jess nos ha dicho que el condado de San Juan da la bienvenida a quien quiera ayudarlos.
—Bueno, como os dije por teléfono a los dos, Nuevo México no está bajo mi jurisdicción, a no ser que un crimen de Texas esté relacionado con este estado —señaló Seth.
—Pues tiene mucho que ver, porque Noah Rider vivía en Texas. Eso da todo el derecho a un Texas Ranger para investigarlo —opinó Victoria.
—Depende de dónde fuera asesinado —respondió Seth.
—No sabemos dónde fue asesinado —indicó Isabella.
—Bien dicho, cariño —comentó Ross, besando la mano de su esposa Isabella.
—Seth, no es necesario que esto esté bajo tu jurisdicción para que investigues un poco por tu cuenta, ¿no crees? —preguntó Victoria—. Quiero decir que no tienes por qué trabajar con la oficina del sheriff de San Juan, ¿verdad?
Seth le dedicó una breve sonrisa a su hermana. Una de las razones por las que lo había dejado todo en Texas para salir corriendo y atender su llamada de ayuda era darle algo de tranquilidad a Victoria. Según Ross le había contado, ella estaba muy disgustada con el tema del asesinato y le preocupaba qué consecuencias podría tener para su familia y para el rancho si no se descubría pronto al asesino. La ansiedad que estaba sufriendo no podía ser buena para su embarazo. Y, más que nada en el mundo, él quería que su hermana diera a luz a un niño sano.
—No te preocupes, Victoria. Puedo indagar sin molestar a nadie. Si necesito alguna información de la base de datos de los Ranger, en Texas hay una persona a la que puedo llamar para pedírsela.
—¿Una mujer? —preguntó Ross.
Seth estaba acostumbrado a que su hermano se metiera con él. Y, al tener casi cuarenta años y seguir soltero, esperaba ese tipo de comentarios provocativos del recién casado Ross.
—No. Un compañero.
—Seth, eres muy aburrido.
—No he venido para divertirte, hermanito.
—De acuerdo. No te diviertes nada en Texas y no planeas hacerlo aquí —bromeó Ross, sin molestarse—. ¿Entonces qué vas a hacer?
—Pretendo encontrar al asesino de Noah —contestó Seth, mirando a su hermano con seriedad.
A la mañana siguiente, Seth se levantó temprano. Tras desayunar con su hermano, salió al porche y se quedó allí, viendo cómo Ross se dirigía al granero a comenzar su día de trabajo.
Casi había olvidado lo seca que era la tierra en Nuevo México. Era un gran cambio comparado con el húmedo San Antonio.
Pero las vistas eran hermosas desde el rancho. No podía negarlo, pensó, mientras contemplaba el sol saliendo por encima de las montañas. Era una tierra salvaje y dura, tanto como su clima. Había dejado el rancho hacía dieciocho años, con sólo veintiuno.
Por aquel entonces, Tucker había puesto el grito en el cielo, lo que no había sorprendido a Seth. Su padre había querido que sus hijos siguieran sus pasos. Lo último que había deseado para su primogénito era verlo convertido en agente de la ley. Y mucho menos en Texas Ranger, porque eso le obligaba a dejar su casa. Pero él lo había desafiado para hacer su sueño realidad. Había entrado a formar parte de un cuerpo de elite como los Ranger, un reto que muy pocos hombres conseguían. Y lo había hecho solo, sin ayuda de Tucker Ketchum. Algo que lo había llenado de orgullo pero también le había hecho sentir un poco triste.
—Aquí estás.
Al oír la voz de Marina, la cocinera, Seth se giró y la vio en la puerta. La robusta mexicana trabajaba para los Ketchum desde hacía más de cuarenta años y era considerada más como un miembro de la familia que como una empleada. Ella siempre se alegraba de ver a Seth.
—¿Querías algo, Marina?
Ella lo miró con cariño, y Seth se sintió un poco culpable por no haber estado más en contacto con su familia.
—Acabo de hacer café. ¿Quieres?
Había pasado casi una hora desde que había desayunado con Ross, y Seth aceptó la invitación que, además, le daría la oportunidad de hacerle algunas preguntas a Marina.
La siguió hasta la cocina. Era un espacio cálido, con una mesa grande pino de y el olor a beicon frito de los desayunos aún en el aire. La música country sonaba desde una pequeña radio sobre la nevera, intercalada con resúmenes de noticias de la región.
Todo estaba tal y como él la recordaba de niño. A excepción de que su madre no estaba allí sentada, acariciando su cabello o recordándole que terminara de comer sus cereales.
Sus padres habían muerto hacía unos años, y también su hermano Hugh. Su hermano había sido el primero en morir, hacía seis años, aplastado por uno de los toros del rancho. Un año después, su madre había muerto de un infarto y su padre también había sufrido un paro cardíaco.
Tratando de sacudirse los recuerdos tristes de encima, Seth ofreció un asiento a Marina.
—Ponte una taza para ti también y siéntate conmigo.
Marina lo miró con curiosidad mientras se secaba las manos en el delantal.
—No necesito sentarme. Tengo trabajo que hacer.
—No pasará nada porque descanses unos minutos. ¿Qué pasa? ¿No quieres charlar conmigo?
—Tú no quieres charlar. Quieres hacerme preguntas. Sobre el asesinato —protestó ella, tendiéndole su taza de café.
—¿Cómo lo sabes? —dijo él, riendo—. Aún no he dicho nada.
—Lo sé por la mirada en tus ojos. Te conozco Seth Ketchum. ¿Por qué no te pones la placa de Ranger mientras hablas conmigo?
Seth se llevó la mano a la parte izquierda de su pecho, sobre el bolsillo de su camisa. Siempre solía llevar su placa pero, oficialmente, estaba de vacaciones en Nuevo México y no quería entrometerse en el terreno del sheriff.
—No voy a preguntarte por el asesinato, Marina. No sabes nada de eso, de todas maneras.
—Bueno, entonces, ¿de qué quieres hablar? ¿De ti?
—No. Ya sabes todo de mí —contestó él, riendo por lo bajo, y tomó un trago de café—. ¿Cómo andas de memoria, Marina?
Ella sonrió y se relajó.
—Recuerdo que tienes una marca de nacimiento en una cadera.
—No tienes que remontarte tan atrás. Sólo hasta el tiempo en que Noah Rider era capataz aquí, en T Bar K.
—De acuerdo. ¿Qué quieres saber de él?
—De él, nada. Quiero que intentes recordar a todas las personas que podían estar enemistadas con mi padre por aquel entonces.
—Oh, cielos —rugió ella—. Eso nos llevaría un buen rato.
Aquella tarde, Seth observó la lista que había confeccionado con ayuda de Marina. No estaba seguro, pero tenía la intuición de que su padre había estado relacionado de alguna manera con el asesinato. No era que pensara que Tucker hubiera sido capaz de matar a nadie, ni siquiera en uno de sus ataques de furia. Y, en cualquier caso, cuando Noah murió, su padre ya no vivía. El capataz siempre había respaldado y apoyado a Tucker. Los dos juntos podían haber enojado a alguien tanto como para querer vengarse. No tenía mucho sentido pero, que él supiera, el homicidio nunca tenía sentido.
Había quince nombres en la lista. Pero sólo uno de ellos le llamó la atención. Rube Dawson. Por lo que Ross le había contado, Rube era aún vecino del rancho. Según Ross, el viejo era la última persona capaz de matar a Noah. Pero aún era pronto para excluir a ningún sospechoso de la lista. Además, recordaba muy bien que, en una ocasión, Tucker y Rube habían tenido una fuerte disputa sobre la propiedad de un caballo de carreras.
Con la lista en el bolsillo, se acercó a la cocina para informar a Marina de que iba a salir. Se subió a su ranchera y salió en dirección a la casa de Rube Dawson. Veinte minutos después, llegó a un camino, cruzó una valla para ganado y condujo unos metros más por un sendero bordeado de pinos y enebros.
Cuando al fin divisó la casa de los Dawson, se quedó impresionado. Habían pasado varios años desde la última vez que había visitado el lugar con su padre, pero no esperaba encontrarlo tan descuidado. La pequeña casa de madera necesitaba varias manos de pintura. También el granero y los establos estaban en un estado pésimo. Las vallas que solían rodear el lugar estaban casi todas en el suelo. Parecía ser que Rube no estaba trabajando mucho para cuidar su tierra, pensó y aparcó junto a un viejo sedán y una ranchera oxidada.
Al bajarse de su vehículo, se le acercó un perro blanco que tenía algo de border Collie. Por el movimiento de su cola, parecía ser un animal amistoso, y Seth se detuvo unos momentos a saludarlo antes de dirigirse camino a la casa.
—No se preocupe, señor, Cotton no lo morderá.
Seth levantó la vista y vio a un niño de entre diez y doce años, parado en el porche. Estaba extremadamente delgado y un tupido flequillo rubio le caía sobre los ojos.
—Hola —saludó Seth—. ¿Vive Rube Dawson aquí todavía?
—Sí. Es mi abuelo —dijo el niño, achicando los ojos con desconfianza.
Seth dio un respingo al escuchar la noticia. Rube tenía una única hija, Corrina. ¡Aquél tenía que ser el hijo de Corrina! No debería sorprenderle tanto, se dijo. Habían pasado muchos años. Más que suficientes para que ella tuviera tiempo de casarse y tener hijos.
—¿Podría hablar con él? —preguntó Seth.
El niño se apartó el pelo color paja que le tapaba los ojos. Necesitaba un corte de cabello y comidas generosas para engordar un poco, pensó Seth.
—¿De