La mejor medicina
Por Lissa Manley
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El doctor Connor Forbes no quería tener ninguna compañera. Y aunque Sunny Williams era la mujer más bella que había visto en su vida, el sensato médico sabía que las revolucionarias ideas de Sunny y sus irresistibles labios pondrían patas arriba su organizada vida.
Pero la sonrisa dulce y los suaves masajes de aquella valiente mujer hicieron que le resultara imposible rechazarla sin arriesgarse a perder su corazón...
Lissa Manley
Lissa Manley decided she wanted to be a published author at the ripe old age of twelve. . She feels blessed to be able to write what she loves, and intends to be writing until her fingers quit working, or she runs out of heartwarming stories to tell. Lissa lives in the beautiful city of Portland, Oregon with her husband, grown daughter and college-aged son. She loves hearing from her readers and can be reached through her website www.lissamanley.com, or through Harlequin Love Inspired.
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La mejor medicina - Lissa Manley
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Melissa A. Manley. Todos los derechos reservados.
LA MEJOR MEDICINA, Nº 1954 - noviembre 2012
Título original: Love Chronicles
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1205-5
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Capítulo 1
Connor Forbes apartó la mirada de la revista médica que estaba ojeando en la recepción de la consulta y miró a la cristalera.
–¡Qué estupidez! –masculló al leer: Sr. Compromiso en letras doradas debajo del nombre de su padre, Brady Forbes, médico. En unos días, el nombre de Connor reemplazaría al de su padre y, desgraciadamente, los habitantes de Oak Valley, Oregón, acudirían a su consulta para resolver tanto sus problemas de salud como los emocionales.
Connor sacudió la cabeza y se restregó los ojos por debajo de las gafas. Un hombre que no había sido capaz de mantener una relación amorosa más de tres meses no era la persona adecuada para convertirse en el señor Compromiso.
Una masa indefinida blanca y negra pasó por delante de la cristalera y lo distrajo de sus pensamientos. Connor miró fijamente y vio que la masa era seguida de una mujer con un vestido de flores que sacudía los brazos. Llevaba una bolsa en una mano y su cabello rubio flotaba al viento.
Con cierta curiosidad, dado que en Oak Valley nunca sucedía nada y menos en la forma de una mujer de piernas largas y cabello rubio, Connor se acercó a la cristalera.
Lo que no había sido más que una mancha, reapareció. Se trataba de un perro gigantesco que corría como una exhalación. En aquel preciso momento cambió de rumbo, corrió hacia la consulta, de un salto plantó las pezuñas en la cristalera, justo delante de Connor, y movió la cola frenéticamente.
Antes de que Connor pudiera reaccionar, la mujer apareció detrás del perro. Con el ceño fruncido, sujetó al perro por el collar y, reprendiéndolo, lo obligó a bajar. El perro no pareció muy impresionado con la regañina y siguió saltando y moviendo la cola.
La mujer le ató la correa e, incorporándose, se levantó las gafas de sol. Connor se quitó las gafas y la miró apreciativamente. Era una belleza. Y cuando se volvió hacia él, estuvo a punto de darle un ataque al corazón al comprobar que tenía unos impresionantes ojos color topacio. Ella también lo observó un instante antes de fijarse en el letrero de la cristalera y articular con los labios las palabras Sr. Compromiso con expresión interrogadora. Después, llevó al perro hasta un banco y lo ató, y ante la sorpresa de Connor, volvió hacia la consulta.
Él retrocedió hacia el mostrador de la recepción. June, su enfermera y recepcionista, había ido a llevar a su nieto al colegio y no había llegado todavía.
Mientras la misteriosa mujer abría la puerta, Connor se preguntó quién podía ser. Desde luego, no se trataba de ninguno de sus pacientes y no recordaba haberla visto por el pueblo. Por más que hubiera pasado mucho tiempo en Seattle, Connor conocía a todo el mundo y no habría olvidado a una mujer como aquélla de haberla visto con anterioridad.
La mujer lo contempló con una sonrisa en los labios desde el otro lado del mostrador y Connor descubrió que su rostro estaba salpicado de unas atractivas pecas. Su sonrisa era irresistible y la intensidad de su mirada hizo que se le acelerara la sangre.
–¿Qué le pasa a tu perro? –fue lo único que se le ocurrió decir.
Ella se ruborizó.
–Lo siento. Es un poco díscolo –se mordió el labio y miró hacia la cristalera–. Me ocuparé de limpiar las manchas.
Tenía una voz sensual y melodiosa.
–No te preocupes. Parece que necesita un curso de entrenamiento –comentó Connor–. Con un collar de púas metálicas lo controlarías mejor.
Ella abrió los ojos desmesuradamente.
–¡Pero esos collares hacen daño! Prefiero usar mis propios métodos.
–¿Crees que funcionan?
Ella apretó los labios.
–No he venido a hablar de mi perro –dio un paso adelante y alargó la mano–. Tú debes ser el doctor Forbes.
Connor le estrechó la mano, menuda y delicada. Un calor se expandió por todo su cuerpo.
–Sí, soy yo –dijo, al tiempo que rezaba para que no fuera una paciente. Los pensamientos que estaba teniendo serían inmorales si acudía a él como médico–. ¿Y tú eres...?
–Sunny Williams –dijo ella, mirando a su alrededor–. Estaba deseando venir. Estoy convencida de que la medicina alternativa que practico va a aportar una nueva dimensión a tu consulta.
Connor la miró desconcertado.
–¿Te refieres a esas tonterías de la Nueva Era?
Ella se tensó.
–No es ninguna tontería –dijo, con ojos centelleantes–. Me dedico al masaje terapéutico, el yoga y la aromaterapia.
–¿Y vas a «aportar una nueva dimensión a mi consulta»? –Connor dejó escapar una risita y sacudió la cabeza–. Te has equivocado de persona –él no creía en aquellas estupideces. La medicina se basaba en la ciencia y no en las teorías sentimentaloides que estaban tan de moda.
Ella frunció el ceño.
–Lo dudo. ¿No eres Connor Forbes?
Él se cruzó de brazos.
–Sí. Y sigo sin saber quién eres tú.
Ella pareció perder el aplomo por un instante, pero enseguida se recuperó y sonrió.
–¡No es posible que no te haya avisado...!
–¿A quién te refieres?
–A tu padre, por supuesto –se retiró el cabello de la cara–. ¿A quién si no?
Connor la miró perplejo.
–¿Mi padre?
Ella asintió.
–Conoció a mis padres en un curso de terapia matrimonial. Se enteró de que estaba buscando un lugar donde establecerme y me invitó a que me instalara a tu lado –señaló con la barbilla el local vacío que había junto a la consulta–. Será mejor que vuelva a presentarme: Soy Sunny Williams, tu nueva socia.
¿Socia?
Connor se puso las gafas y se quedó mirando la mano que ella le tendía al tiempo que en su interior crecía la ira. ¿Qué demonios estaba tramando su padre?
Al ver que no le estrechaba la mano, Sunny la retiró y respiró hondo para ralentizar los latidos de su corazón. Primero Rufus se escapaba y la avergonzaba delante de su nuevo socio y luego éste no había oído hablar de ella.
Mientras se esforzaba por mantener la calma confirmó su primera impresión. Connor Forbes era extremadamente atractivo. Tenía ojos verdes, cabello oscuro, y un cuerpo musculosos que se aproximaba mucho a su ideal de hombre. Incluso le gustaban sus gafas y el aire de catedrático que le proporcionaban.
Pero todo su atractivo se desvanecía en cuanto abría la boca. ¡Collar de púas! ¡Estupideces de la Nueva Era!
Sin embargo su carrera era más importante que sus gustos personales. Oak Valley representaba una nueva oportunidad después de su último fracaso en San Francisco. Allí todo sería distinto. No podía desilusionar una vez más a sus padres.
Además, hasta encontrarse con Forbes, el pueblo sólo le había transmitido buenas vibraciones. Aquel iba a ser su hogar. Estaba a punto de cumplir treinta años, Robbie ya se había casado y ella necesitaba un lugar en el que establecerse.
–Escucha, no sé a qué acuerdo has llegado con mi padre –dijo al fin Connor–, pero no necesito una socia. Y mucho menos una que se dedique a terapias alternativas –puso los ojos en blanco–. ¡En qué estaría pensando!
Ella apretó los dientes y alzó la barbilla. No iba a dejar que aquel hombre destrozara sus sueños.
–Evidentemente pensaba, con toda razón, que esta consulta necesita modernizarse –se cruzó de brazos y lo miró con severidad–. ¿Qué tienes en contra de lo que hago?
Él le devolvió la mirada.
–Lo que yo hago tiene una base científica, punto. Lo demás no me interesa.
A Sunny la irritó que emitiera una opinión tan llena de prejuicios.
–¿Quieres decir que lo que yo hago es completamente inútil?
Connor asintió sin titubear.
–Básicamente.
Sunny se dijo que debía haberlo esperado. Fuera de San Francisco, ésa era la actitud generalizada. Pero Brady Forbes la había animado a ir a Oak Valley y no contaba con encontrar tanta resistencia en su hijo.
Aunque tenía ganas de gritar al joven médico, se contuvo y consiguió sonreír.
–Tendré que hacerte cambiar de opinión.
Él no le devolvió la sonrisa.
–No pierdas el tiempo –se quitó las gafas–. Siento que te hayas molestado en venir, pero ahora soy yo y no mi padre quien toma las decisiones, así que no tengo por qué cumplir sus promesas.
Sunny lo miró fijamente y se enfureció consigo misma por encontrarlo tan atractivo exteriormente cuando en su interior, donde verdaderamente importaba, no era más que una persona inflexible, reprimida e inculta.
Por primera vez se dijo que quizá tendría que aceptar lo peor. Sus sueños de instalarse en aquel bonito pueblo no iban a realizarse. Aquel irritante hombre se negaba a trabajar con ella. Era evidente que no tenía ni idea de cómo relacionarse con los demás, ni profesional ni emocionalmente.
Recordó algo que le había dicho su padre y las palabras que había visto escritas