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Secreto familiar
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Libro electrónico138 páginas3 horas

Secreto familiar

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Información de este libro electrónico

Era un irresistible millonario... que nunca podría ser suyo.
Hacía cinco años que Kristie había adoptado al hijo de su difunta hermana y lo había criado sin problemas. Hasta el día que conoció a Radford Smythe... Kristie se quedó inmediatamente cautivada por los encantos de Radford, pero tardó demasiado en descubrir que era el ex novio de su hermana. Su instinto le decía que debía mantenerse alejada de él antes de que descubriera su secreto; pero su conciencia le gritaba que el pequeño Jake debía tener la oportunidad de conocer a su padre.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 jun 2018
ISBN9788491882121
Secreto familiar
Autor

Margaret Mayo

Margaret Mayo says most writers state they've always written and made up stories, right from a very young age. Not her! Margaret was a voracious reader but never invented stories, until the morning of June 14th 1974 when she woke up with an idea for a short story. The story grew until it turned into a full length novel, and after a few rewrites, it was accepted by Mills & Boon. Two years and eight books later, Margaret gave up full-time work for good. And her love of writing goes on!

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    Secreto familiar - Margaret Mayo

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2003 Margaret Mayo

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Secreto familiar, n.º 1476 - junio 2018

    Título original: Surrender to the Millionaire

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9188-212-1

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Prólogo

    Tarah ha muerto? ¡No puede ser!

    Kristie se negó a aceptar la noticia.

    –Claro que voy. Ahora mismo.

    Mientras iba por la autopista hacia Londres, rezó y esperó que no fuera cierto. No podía ser. No, su hermana del alma, no. Su hermana amaba la vida. No era justo que la hubiera perdido tan joven.

    Veinticinco años no era nada. Sus padres habían muerto en una avalancha esquiando en Noruega. Ambos tenían más de cincuenta años y, aun así, le había costado aceptarlo. Pero Tarah… ¡No, no podía ser!

    Se obligó a conducir con cuidado y se convenció de que había sido un error, pero cuando llegó al hospital la horrible verdad aplastó sus esperanzas.

    –Hemos hecho todo lo que hemos podido –le dijo el médico–, pero no hemos podido salvarla. El único consuelo es que el niño está bien.

    A Kristie no le importaba el niño.

    –¿Quiere verlo?

    Kristie negó con la cabeza. ¿Por qué habría muerto Tarah en lugar del bebé? ¿Por qué era la vida tan injusta? Las lágrimas le resbalaron por las mejillas.

    –Creo que debería verlo.

    –Como quiera –contestó conmocionada.

    Al ver lo mucho que el niño, dormidito y vestido de azul, se parecía a su hermana, las lágrimas aumentaron.

    Cuando le preguntaron si se iba a hacer cargo de él, si se lo iba a llevar, dijo que sí. ¡Él no tenía la culpa de no tener ni madre ni padre!

    Kristie había consolado a Tarah cuando la había llamado para decirle que Radford la había dejado. Dos semanas después, se había enfurecido con ella porque su hermana había decidido no decirle que estaba embarazada alegando que a él nunca le habían gustado los niños.

    –No puedes hacer eso –le había dicho–. Es su padre. Tiene que hacerse cargo. No vas a poder criarlo sola. Por lo menos, que te ayude económicamente.

    Tarah no había cambiado de opinión y ahora estaba muerta. Y todo por culpa de aquel hombre. Kristie no lo conocía ni quería conocerlo. Si lo hiciera, lo mataría.

    Adoptó a Jake y, aunque había sido duro, había conseguido sacarlo adelante sola.

    Capítulo 1

    Desde la carretera, no se veía la casa. Kristie había pasado varias veces por allí y nunca se había fijado.

    Era un edificio interesante, grande y de una planta. Parecía que se le hubieran añadido anexos con el paso de los siglos y el resultado era ecléctico. Por dentro, era todavía mejor.

    Se había esperado una mansión perfectamente amueblada como de decorador, pero se encontró con algunos muebles buenos y un indiscutible ambiente hogareño. Un periódico aquí, un libro allá y una chaqueta sobre el respaldo de una silla, detalles que gritaban a los cuatro vientos que se trataba de una casa muy vivida.

    –Felicity quiere casarse en verano, ¿verdad, cariño?

    Kristie se giró y se encontró con una chica muy guapa que entraba en una silla de ruedas. Tenía el pelo oscuro y unos preciosos ojos grises. Qué tragedia. Sin embargo, la chica lucía una gran sonrisa en el rostro.

    –A principios de junio, para mi cumpleaños. Será perfecto.

    –Cariño, te presento a Kristie Swift, la señorita de la que te he hablado.

    –¿La que se va a encargar de hacerlo todo? –dijo Felicity acercándose y tendiéndole la mano–. Me han hablado muy bien de usted. No sabe el alivio que es saber que mi madre no va a estar demasiado liada –añadió la joven de treinta años–. ¿Mi hermano todavía no ha llegado?

    –Ahora viene –contestó la madre–. No creo que tarde. ¿Tomamos una copa mientras lo esperamos? –añadió–. Mi marido murió hace unos años y mi hijo se ocupa, desde entonces, de todas las cosas importantes. No sé qué haría sin él.

    La señora Mandervell-Smythe era una mujer guapa de pelo cano y pocas arrugas.

    –Deberías buscarte otro marido –sugirió Felicity–. No será porque no hayas tenido pretendientes.

    –Sí, pero ninguno iguala a tu padre.

    –Supongo que no porque papá era especial, pero me encantaría que encontraras a alguien. No me gusta nada verte sola. Vaya, ya ha llegado –dijo Felicity feliz saliendo a toda velocidad del salón.

    Su madre sonrió con indulgencia.

    –Como ve, Felicity adora a su hermano. Como vive en Londres, no lo ve mucho.

    Kristie oyó a Felicity saludando con efusividad a alguien y una voz masculina. Nada más entrar en el salón precedido por su hermana, el dueño de aquella voz posó sus ojos en ella.

    Fue como recibir un rayo láser. Kristie sintió una descarga por todo el cuerpo y el corazón le dio un vuelco.

    Mientras el hombre se dirigía a saludar a su madre, Kristie aprovechó para estudiarlo. Era el hombre más guapo que había visto jamás. Se parecía a su hermana. De hecho, tenía el mismo pelo oscuro y los mismos ojos grises.

    Era de esos hombres que sobresalían entre los demás, no sólo porque fuera alto y guapo sino porque tenía carisma. Era como un magnetismo del que Kristie no podía escapar. Le faltaba el aliento.

    –Esta es Kristie Swift, que se va a encargar de organizar la boda de Felicity –los presentó su madre–. Kristie, le presento a mi hijo Radford.

    –Es usted valiente –sonrió él–. Mi hermana tiene fama de cambiar de opinión cada dos por tres.

    Kristie no lo escuchaba. Radford. Radford Mandervell-Smythe. En un segundo, sus sentimientos por él cambiaron. Radford Smythe. O Radford Smith, como su hermana se empeñaba en llamarlo.

    Tenía que ser él. Radford no era un nombre muy común. De hecho, Kristie no conocía a nadie que se llamara así.

    Se le heló la sonrisa en la cara y no le dio la mano.

    –¿Le pasa algo? –preguntó él con ojos penetrantes.

    –Eh, no –consiguió contestar Kristie.

    Aquello era increíble. Cuántas veces había deseado conocer a aquel hombre y decirle lo que pensaba de él. Y ahora que lo tenía delante, se había quedado sin palabras.

    –Se ha puesto usted muy pálida –observó su madre preocupada–. ¿No se encuentra bien? Por favor, siéntese. Voy a por un vaso de agua.

    –No, no, estoy bien –le aseguró Kristie recobrando la compostura–. No sé qué me ha pasado.

    –A todas las mujeres les pasa lo mismo cuando ven a mi hermano –bromeó Felicity.

    –¡Flick! –la regañó su madre.

    Los pensamientos de Kristie iban por otros derroteros. Alguien llevó una jarra de agua e intentó servirse un vaso, pero las manos le temblaban y terminó tirándola por la bandeja.

    –Déjeme a mí –dijo Radford con amabilidad.

    Kristie no tuvo más remedio que aguantar su cercanía. Su atractivo era tan fuerte que la tenía atontada. Entendía perfectamente cómo su hermana se había enamorado de él. Era imposible no sentir el magnetismo de su sensualidad.

    –Beba –le indicó poniéndole la mano alrededor del vaso y acercándoselo a los labios.

    Kristie quiso apartarle la mano, quería irse de allí…

    –Beba –repitió él–. ¿Qué demonios le pasa? –añadió molesto.

    –¡Radford! –exclamó su madre–. No es forma de hablarle a…

    –Esta mujer está anonadada –terminó él–. Desde luego, es la persona menos apta para organizar la boda de mi hermana. ¿De dónde la has sacado? –añadió mirándola con frialdad.

    –Tiene muy buenas referencias –dijo Felicity–. Le organizó la boda a Michelle.

    –Ya –dijo Radford–. Pues Michelle no tiene mucho gusto.

    –Deja a la señorita en paz –insistió su madre–. Ven y siéntate, Radford. Eres tú el que la has puesto nerviosa. Eres como tu padre, igual de arrollador.

    –Pero si no he hecho nada –se quejó.

    –Deja a Kristie en paz.

    La aludida comenzó a sentirse avergonzada y bebió más agua.

    –Lo siento –dijo–. No sé qué me ha pasado –mintió.

    ¿Cómo le iba a decir a la señora Mandervell-Smythe que tenía un hijo que era un canalla?

    –No se preocupe –contestó ella–. ¿Está bien como para que hablemos de los detalles de la boda de mi hija?

    –A mí me parece que debería irse a su casa y acostarse –intervino Radford.

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