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4 Wigamba: Escape de Nueva Alejandría
4 Wigamba: Escape de Nueva Alejandría
4 Wigamba: Escape de Nueva Alejandría
Libro electrónico105 páginas1 hora

4 Wigamba: Escape de Nueva Alejandría

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Información de este libro electrónico

Un zombi ha logrado recuperar la lucidez. Berenice consigue liberarse y escapa, pero ya no es la misma de antes. En su accidentado camino a casa descubre que su cuerpo se está transformando. Pronto quedará convertida en una poderosa guerrera, dispuesta a arriesgarlo todo para rescatar a los amigos que dejó atrás. El llamado mental de Wigamba resuena en su cabeza día y noche, conminándola a regresar, pues Darsen la espera para robar de su sangre el secreto de la juventud permanente. Antes de leer este libro adquiere "1 Wigamba - El hacedor de zombis" en este mismo sitio.

IdiomaEspañol
Editorial12 Editorial
Fecha de lanzamiento5 ene 2013
ISBN9781301248025
4 Wigamba: Escape de Nueva Alejandría

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    4 Wigamba - Marcus van Epe

    4 Wigamba

    Escape de Nueva Alejandría

    Marcus van Epe

    Smashwords edition

    Copyright: 12 Editorial AC / Alejandro Bernardo Volnié Abuásale - 2012

    Cover design: COVALT | www.covalt.com.mx

    Cover image: Ron Chapple | Dreamstime.com

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    * * *

    Contenido

    ¡Vuelvan!

    Diferentes

    Me pareció que era Dana

    Se multiplica rápido

    Conversión completa

    Un rastro falso

    Un nuevo aliado

    Por fin en casa

    No debí volver

    Ésta ya no es mi casa

    * * *

    ¡Vuelvan!

    La casa del doctor Darsen estaba en profunda calma. La modorra de la tarde húmeda y calurosa lo contagiaba todo. No había el menor asomo de viento y el bosque circundante se hundía en un extraño silencio; como si la vida se hubiera detenido.

    En el laboratorio del ático, los roedores en jaulas y cajas de cristal dormitaban apeñuscados, semejando enormes bolas de pelo blanco, quizá influenciados por Jean-Luc, que permanecía en ese estado de inconsciencia tan parecido a la muerte en el que caen los zombis cuando se les ordena desconectarse.

    Nada se había movido, al menos durante la última hora. Todo había estado tan quieto por ahí que bien podría tratarse de una pintura y no de una escena viva, y quizá así habría seguido hasta el anochecer de no ser porque de pronto, sin motivo aparente, los ojos de negro intenso de Jean-Luc se abrieron grandes y redondos, en una mirada que más bien parecía enfocarse hacia su interior.

    A pesar de haber despertado, el muchacho estaba inmóvil. Su atención se fijaba en lo que sucedía dentro de su cabeza. La familiar figura de su amo, Papa Wigamba, se había presentado de súbito en su mente para sacarlo del trance en que había permanecido desde la tarde anterior.

    Las órdenes recibidas fueron tajantes; primero salir del sueño, y enseguida llamar a Dana y Berenice para que volvieran. No necesitaba moverse para obedecer, era por eso que seguía en idéntica posición que cuando dormía. Bastaba con lo que ya estaba haciendo: emitir la instrucción capaz de viajar grandes distancias con la velocidad del pensamiento, un comando del que no podría sustraerse zombi alguno.

    Wigamba viajaba en el asiento derecho del auto de Darsen. Apenas habían dejado el asfalto y tomado la desviación a la finca, ese camino de tierra que serpenteaba entre los árboles. Volteó para cerciorarse de que David y Orlando no hubieran recibido la orden de Jean-Luc, y no pudo reprimir la leve sonrisa de suficiencia que se le dibujó en el rostro tras confirmarlo con esa rápida ojeada. Así debía ser, el llamado no era para ellos, sino para las chicas.

    Berenice no se había equivocado minutos atrás cuando, oculta en la espesura, percibió que el negro ya estaba al tanto de su huida. Fue por eso que se apresuró a conseguir transporte sin detenerse a considerar los riesgos. Sabía que debía poner tanta distancia de por medio como resultara posible, esperanzada en que la lejanía atenuara la influencia del maestro vudú sobre ella y su indefensa compañera de viaje.

    Justo cuando el conductor del tráiler en que viajaban se atrevió a poner la mano sobre su muslo, ella percibió el llamado de Jean-Luc. Quizá fue por eso que apretó tan fuerte que estuvo a punto de fracturarlo. No sólo la irritaba el burdo pase del hombre, sino que necesitaba desahogar la tensión de saberse descubierta tan pronto.

    Cuando salieron de la finca, cerca de una hora atrás, suponía que su ausencia pasaría desapercibida hasta la mañana siguiente, pero Wigamba era un ser demasiado poderoso para ser engañado con facilidad; ahora lo comprobaba.

    —Acércate —dijo Berenice a Dana en cuanto percibió el llamado. Sabía que lo había escuchado con la misma intensidad, pero ella no podría resistirse porque no había recuperado la lucidez, menos aún el uso de la voluntad. Seguía bajo el dominio del negro y de Darsen, y por lo mismo, sujeta a las órdenes del poderoso zombi original, que funcionaba como una especie de mariscal de campo dese el piso del laboratorio.

    Cuando Berenice se acercó a Dana y comenzó a hablarle muy cerca, sujetándole la cabeza con ambas manos y fijándole la mirada, el conductor del tráiler sintió un nuevo estremecimiento. De pronto no sólo era el apretón desmedido que le propinó en la muñeca la menuda chica, produciendo el extenso derrame de sangre que le pintaba la piel de rojo encendido, sino la fiereza y la potencia de sus ademanes, incluso al dirigirse a su compañera de escapada en tono protector.

    —No escuches —le dijo a Dana—. Por favor, no escuches.

    El hombre estaba asustado. ¿No escuches qué?, se preguntaba. ¿Acaso Berenice se disponía a acometer nuevamente? Se había puesto a la defensiva, y en la mente ya preparaba un plan por si era atacado. Sabía que nadie le creería que una muchachita lo había dominado con tal facilidad, sin embargo sabía que ella lo vencería si se lo propusiera. Jamás había sentido fuerza como la que estuvo a punto de provocarle una fractura minutos atrás.

    Pero algo debía estar escuchando Dana, aun si el conductor no lo entendía, porque de pronto comenzó a forcejear con Berenice para zafarse del agarre, y sus movimientos eran violentos, agitándose y golpeando el interior de la cabina al punto de causar destrozos.

    —¡Quieta, Dana! ¡No escuches! ¡Por favor, no escuches! —insistía Berenice inútilmente. Su calidad de alfa no bastaría para contrarrestar el poderoso llamado de su amo.

    —¡Acelera! —ordenó al conductor, que obedeció en el acto, sometido a la voluntad de la chica que poco antes le había parecido una presa fácil.

    Quizá poniendo distancia, pensaba Berenice durante el forcejeo, esperanzada en que la intensidad del llamado decayera rápidamente al alejarse.

    El ostentoso auto blanco se detuvo a la puerta de la casa de Darsen. Él llegaba de muy buen humor, satisfecho del resultado del viaje en que se deshicieron del vehículo de David y crearon constancia de la presencia de ambos muchachos en un lugar distinto. ¿Qué podría fallar? El plan había funcionado a la perfección.

    —¿Están bien las chicas? —preguntó Wigamba a Darsen, rompiendo el silencio de los minutos recientes.

    —¿Bien, Papa Wigamba? —repuso el viejo extrañado—. Pues, ¿por qué no habrían de estarlo?

    —Sube a ver —dijo lacónicamente.

    Orlando y David bajaron del asiento trasero y pusieron rumbo al sótano. El viejo lo notó, sin embargo no había oído que el negro se los hubiera ordenado. Estuvo a punto de preguntar, pero adivinó la respuesta y mejor se apuró a entrar. Confiaba en que todo estaría en orden, sin embargo era mejor acatar la instrucción sin chistar. Sólo así evitaría un nuevo enfrentamiento.

    Darsen subió ágilmente la escalera y recorrió el pasillo con pasos apurados. De pronto había perdido la calma. Algo le decía que el negro tenía razón, que estaba por descubrir que algo

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