8 Wigamba: Un nuevo territorio
Por Marcus van Epe
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Berenice debe hacerse del control de la situación pues el número de infectados y de incidentes ha aumentado más allá de lo disimulable. Wigamba sigue ausente, al menos en persona, mas no ha cejado en sus intentos de atraer a Berenice a su lado. La policía finalmente ha intervenido ante la desaparición de algunos de sus elementos. Por otra parte, un detective busca a Orlando y no tardará en descubrir lo que sucede. Es tiempo de huir de Nueva Alejandría llevando a todos los zombis, también a Darsen, quien ha sido apresado por Berenice y no será liberado hasta encontrar el antídoto de la infección zombi. Antes de leer este libro adquiere “1 Wigamba - El hacedor de zombis” en este mismo sitio.
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8 Wigamba - Marcus van Epe
8 Wigamba
Un nuevo territorio
Marcus van Epe
Smashwords edition
Copyright: 12 Editorial AC / Alejandro Bernardo Volnié Abuásale - 2012
Cover design: COVALT | www.covalt.com.mx
Cover image: Ron Chapple | Dreamstime.com
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* * *
Contenido
Se parece a Wigamba
Demasiadas coincidencias
Fuego purificador
Van hacia el Este
El fin de la paz
Una nueva amenaza
¿Ya lo has comprendido?
Un solo virus basta
Hay problemas en la bodega
¡Son ellos!
Se parece a Wigamba
Berenice vio al Comadreja partir y se sintió sola. Él no lo sabía, pero su presencia le infundía seguridad. No sólo era un aliado sino también su apoyo moral aun si no se lo dejaba ver.
La casa se sentía extraña. Resultaba curioso que le preocuparan menos los seis contagiosos zombis que dormían en ella que Darsen, a pesar de que el viejo estaba atado de pies y manos y amordazado para evitar las interminables retahílas con las que pretendía convencerlos de soltarlo. Había probado de todo, desde amenazar hasta suplicar, además de insistir una vez tras otra en que no produciría el suero que revirtiera el efecto zombi si no comenzaban a tratarlo como lo merecía.
Ella finalmente decidió entrar en acción. Salió de la casa para abrir la cajuela del auto de Darsen, que ahora era el único a la vista. El aguacero que se había pronosticado desde la tarde había iniciado como una tormenta eléctrica, pero ahora descargaba copiosamente en gruesas gotas que formaban un manto tupido. En realidad no le importaba mojarse, así que corrió para sacar la bolsa de lona rellena con billetes y llevándola fue a la sala.
El viejo no podía hablar, pero la vista de su preciado capital en manos de la chica indujo un nuevo intento de comunicarse que se tradujo en un concierto de gruñidos y vehementes movimientos corporales mientras abría los ojos cuan grandes eran en actitud amenazadora.
—¿Qué te pasa, Darsen? ¿Te pone nervioso que tu dinero esté en mis manos? ¿Cuánto es?
El viejo volvió a gruñir.
—No te entiendo. Creo que lo tendré que contar —le dijo para provocarlo, y enseguida puso manos a la obra, sacando un fajo tras otro y apilándolos sobre la mesita de la sala. Lo hacía especialmente despacio, como si disfrutara percibir que el viejo se ponía peor cada vez. Ahora estaba despeinado y sudoroso, y el rubor de su rostro se encendía en un tono vivo como el fuego.
—¡Mira cuánto es! —dijo cuando aún no terminaba de sacarlo—. Eres un miserable, tanto dinero que tienes y te pareció mucho lo que te pedí. Eres un anciano avaro, ¿sabías?
No sabía de dónde le había surgido la idea de hacerlo desatinar al grado de la furia ciega, aunque suponía que se debía a un súbito acceso de inspiración. Lo que en realidad pretendía era agotarlo, y qué mejor manera que manteniéndolo un buen rato gruñendo y forcejeando. Su reserva de energía pronto quedaría mermada, entonces sería tiempo de razonar.
Media hora después el viejo se había dado por vencido. Se recostaba en el sofá y su respiración iba recuperando el ritmo habitual, entonces decidió que era tiempo de quitarle la mordaza, aunque no antes de que la escuchara.
—Mira, Darsen, lo único que me interesa es que sanes a mis amigos, y de paso a los demás que se han infectado con tu invento, pero desgraciadamente no puedo confiar en ti. Si te hubiera dado lo que me pediste, seguramente ya estarías muy lejos de aquí. Habrías dejado a todos atrás sin que te importara su destino ni el de la gente de la región. ¿Acaso no te das cuenta de lo que has provocado? Tu invento está a punto de desencadenar una epidemia, y quienes no se infecten y se conviertan en zombis, morirán devorados por quienes sí. Pues, ¿en qué estabas pensando? Te voy a quitar la mordaza para que hablemos, pero si te comportas violento te la vuelvo a poner, y sabes bien que puedo hacerlo —le advirtió, y enseguida soltó el nudo que se ataba tras su nuca.
—¡Estás loca! —dijo el viejo, pero eso fue todo, pues lo prendió un acceso de tos.
—Quedamos en que te vas a controlar para que hablemos, ¿correcto? —le recordó mientras él seguía tosiendo, así que su respuesta apenas fue asentir levemente con la cabeza.
—Nos vamos a marchar de aquí. Todos. Incluidos los zombis. Necesito que me digas qué equipos de tu laboratorio empacar. Debe ser todo lo que necesites para preparar el remedio.
—No, muchacha, estás equivocada —repuso el viejo, que al parecer se había tranquilizado tras el violento ataque de tos.
—¿Equivocada? ¿Por qué?
—Porque no creo que haya remedio, y si lo hubiera tendría que ser producido con lo que Wigamba destruyó. Ya no hay con qué.
Parecía hablar sinceramente, sin embargo a Berenice no le gustaba la respuesta así que no estaba dispuesta a aceptarla.
—Tiene que haber remedio, Darsen, en ello te va todo. ¿Sabes?, creo que no te voy a devolver tu dinero hasta que des con la cura, ¿qué te parece?
—Me parece que no me lo vas a devolver aunque encuentre el remedio. Nadie devuelve dinero, así que no te creo, ¿qué te parece? —copió sus palabras.
—Me parece que no sólo te va el dinero en esto, sino la vida, porque una vez bajo mi control ya no podrás tomar eso que usas para no ponerte más viejo de lo que estás.
Lo dijo sin saber de dónde lo había sacado. Era como si alguien la estuviera aconsejando, pero no estaba segura quién podía ser pues no percibía a Wigamba. ¿Acaso había alguien más? O quizá sólo fuera inspiración.
Darsen no terminaba de comprender cómo había llegado a ese punto. La situación resultaba ridícula. ¿Cómo podía haber sucedido que esa chica, que hasta hacía poco era un zombi bajo su control, de pronto se hubiera convertido en su ama, dueña de su vida?
—¿No respondes? —lo apremió Berenice—. Bien. Entonces te voy a acostar para que duermas tal como tú me acostabas a mí. ¿Crees que te deba dar un poco de ese preparado que atonta? A lo mejor te convierto en mi zombi, ¿qué te parece? O no, ya sé, algo mejor, ¿qué tal que traigo a uno de los chicos para que te muerda? Espero que no tengan mucha hambre, porque podrías terminar devorado. ¿Eso está mejor?
El viejo palideció y ella lo notó. Finalmente había dado con su temor fundamental, ser convertido en zombi, perder el control de sus actos y despedirse de esa inteligencia que él se suponía tan grande y era su motivo de orgullo pues lo hacía sentirse superior.
—¿Entonces? Sólo dime qué empacar, porque ya nos vamos de aquí.
—¡Ya te dije que no es posible lo que pides! ¿Para qué empacar cosas que no servirán