6 Wigamba: El mal se extiende
Por Marcus van Epe
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Berenice ronda la casa ayudada por el Comadreja, pero se niega a acercarse a pesar del llamado incesante de Wigamba. Mientras tanto el mal sigue esparciéndose. Ahora son más los infectados y sus víctimas comienzan a aparecer en la ciudad vecina, atrayendo la atención de una fuerza policiaca que está fuera del control de Darsen. Si Berenice fracasa en su intento de detener a esta nefasta pareja pronto todos los moradores de la región será zombis. Antes de leer este libro adquiere “1 Wigamba - El hacedor de zombis” en este mismo sitio.
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6 Wigamba - Marcus van Epe
6 Wigamba
El mal se extiende
Marcus van Epe
Smashwords edition
Copyright: 12 Editorial AC / Alejandro Bernardo Volnié Abuásale - 2012
Cover design: COVALT | www.covalt.com.mx
Cover image: Ron Chapple | Dreamstime.com
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* * *
Contenido
Sabes que volverás
Una extraña fiebre
Un empleo conveniente
El suero es mío
Un brazo de menos
¡Está igual!
La humanidad no vale la pena
Sólo un piquete
Ya no tienen remedio
Devuélveme mi suero
Sabes que volverás
—Papa Wigamba —inició Berenice dubitante—, esto no va a funcionar.
Lo soltó como una declaración impensada a falta de mejores argumentos. Cuando le dijo que debían hablar lo hizo sin haberlo meditado, más en son de queja que porque hubiera preparado un discurso.
—Esto ya está funcionando —repuso el negro terminante—. ¿Qué te hace suponer algo distinto?
—¡No volveré! Lo he pensado mejor y no volveré —soltó de un hilo, intentando convencerlo con el tono de sus palabras.
—Sabes que volverás —la retó Wigamba, y enseguida se salió de sus pensamientos.
Ella quedó muda. Las palabras del negro resonaban en su cabeza como un tañido, impidiéndole pensar. Estaba asustada. La boca se le había secado y su corazón se desbocaba, retumbando en su latir al punto de hacerla estremecerse. Había llamado a Wigamba como un mero experimento, aprovechando que Darsen estaba junto a él para abrir el canal normalmente cerrado, y la táctica había funcionado, pues con sólo aparecer en la conversación lo había hecho pensar en ella, permeando la entrada a su mente. Pero ahora sabía que contactar al temible maestro vudú poco se parecía a atisbar en la mente del viejo, que siempre estaba accesible y no respondía. Con él enfrentaba algo muy distinto, una fuerza avasalladora, un enemigo que aún no había mostrado su flanco débil.
—¿Qué te pasa? —preguntó el Comadreja, preocupado por la súbita lividez de su rostro—. ¿Te sientes bien? —insistió ante la falta de respuesta.
—No es nada —minimizó ella el ataque de pánico mientras se esforzaba en controlase.
—¿Cómo que nada? Primero te quedas impávida, muda como una estatua, y de pronto te pones pálida y sudorosa. Algo pasa.
—¿Sudorosa? —repuso extrañada. Se pasó la mano por la frente para corroborarlo.
—¿Estás bien? —insistió el Comadreja.
—Necesito enjuagarme en el arroyo —le dijo, y enseguida se desentendió de su presencia. Confiaba en que el frío contacto del agua la ayudara a recuperar la ecuanimidad.
—¿Entonces, Papa Wigamba? ¿Volverá Berenice? —insistió Darsen, pero enseguida calló. ¿Cómo se le ocurría preguntarlo, cuando sabía que no existía modo de que pudiera saberlo? Caer en su juego demeritaba su calidad de hombre instruido. ¡Eso de la telepatía eran pamplinas! ¡Él lo sabía mejor que nadie!
—Volverá —repuso el negro, esta vez infligiendo a su voz el tono de certeza de quien tiene el control.
—Bueno —consintió el viejo por no contradecirlo, y enseguida se alejó para no tener que hablar más. Reflexionaba sobre cuánto habían cambiado las cosas en apenas unos pocos días. Cuando el negro llegó a Nueva Alejandría, la sensación que lo embargaba era la de tener un proyecto común y Wigamba actuaba como si lo necesitara. ¡Maldita la hora en la que su experimento se desvió! Si los muchachos no hubieran estado inundados de escopolamina, el suero en el refrigerador del ático serviría para detener el envejecimiento; en vez, lo que tenía era casi medio litro de un preparado que sólo producía inútiles zombis.
Subió al ático para aislarse de la molesta presencia de su huésped. El acto reflejo de sujetar el revólver al entrar, recientemente condicionado por el temor de ser atacado a mansalva, lo hizo gritar para sus adentros: ¡Vuelve, Berenice!
El Comadreja subía de regreso a la carretera, siguiendo a Berenice por una lodosa vereda, cuando ella se detuvo de súbito. El alto imprevisto estuvo a punto de hacerlo resbalar. Debió asirse de una rama mohosa para mantener el equilibrio; una vez en control se vio la mano, completamente manchada de marrón oscuro por una húmeda masa de hongos microscópicos. Jamás pondría una mano sucia en el volante de su Camaro, eso quedaba fuera de discusión, así que se dio la vuelta para volver a la corriente y enjuagarse.
Ella no pareció notarlo, y si lo hizo no le importó. Quedó parada a media subida con la mirada perdida en el infinito. Había escuchado el llamado de Darsen, quizá porque ella también lo traía en la mente, y una nueva idea se le había ocurrido sin saber cómo.
Un antídoto, Darsen, desarrolla un antídoto
, pensaba mientras parecía estar ida. Repetía la orden una vez tras otra mientras intentaba ver a través de los ojos del viejo, pero él estaba tan irritado que el monólogo disparatado con el que recapitulaba sobre los hechos recientes obraba como barrera.
Berenice retomó el ascenso cuando el Comadreja ya había vuelto a su lado. Llegaron a la carretera sin haber cruzado palabra, y no fue sino hasta que él giraba la llave en el encendido que se rompió el silencio.
—¿Qué sigue? —le preguntó, pues en realidad carecían de planes para el día. Desde su llegada a Nueva Alejandría todo lo que había hecho parecía haber sido producto del azar, o del capricho, o de la casualidad.
—Llévame a comer —repuso, y él no pudo contener una sonrisa.
—Claro, apenas hace dos horas que desayunaste una hamburguesa.
Ella asintió con gesto de simpatía. En realidad no tenía hambre todavía, pero tampoco a dónde ir. Sabía que no debía alejarse de la finca, pero también que llegar hasta ella sería una locura, así que lo prudente era quedarse en la región, aunque fuera del alcance de los zombis; si Wigamba percibía su cercanía podría suceder que los lanzara nuevamente tras ella.
El auto arrancó, rompiendo con el rugir de sus escapes el silencio en que habían vuelto a caer. Berenice se ocupaba en repetir una vez tras otra el mensaje que el viejo no recibía porque no acallaba su agitado diálogo interior. Sabía que debía insistir sin tregua, hasta que se diera el instante en que quedara en silencio, entonces la orden aparecería en su mente como si se tratara de una idea espontánea.
¡Debe haber un antídoto! ¡Claro! ¡De seguro lo hay!
, se le ocurrió a Darsen, que llevaba casi media hora refunfuñando, dando vueltas en el ático con tal de no ir otra vez a la planta baja y toparse con Wigamba. Seguía irritado, aunque el sentido de su molestia había cambiado, pues se reprochaba por haberle seguido el juego al negro tanto tiempo tras su llegada. Ahora suponía que si lo hubiera puesto en su lugar desde un inicio, no se comportaría como si fuera el dueño de la finca; pero era demasiado tarde.
En todo caso, lo primero era poner a salvo las escasas ratas zombi que quedaban, pues volverían a ser sujetos de experimentación, así que inició un proceso de reacomodo de