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El dios dormido
El dios dormido
El dios dormido
Libro electrónico92 páginas1 hora

El dios dormido

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La mayoría de estos relatos fueron publicados originalmente en su blog, Dragón de Tinta, y en el sitio web del colectivo literario Fantasía Austral. Hoy, y después de un largo proceso de reescritura y edición, se reúnen bajo un solo título en este volumen, disponible de manera gratuita, y cuyo único fin es compartir el proceso de crecimiento y aprendizaje en la escritura. Uno que, a pesar de los avances que se puedan hacer, nunca termina del todo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 ene 2015
ISBN9781311311962
El dios dormido
Autor

Javier Maldonado Quiroga

Psicólogo de día, lector y escritor de literatura fantástica durante las noches. Reconoce una poderosa influencia de autores como Poe, Lovecraft, Machen, Blackwood, Le Fanu, Maupassant, Borges, Chéjov y otros ilustres cuentistas. También ha leído algunos de los grandes clásicos de la Fantasía, partiendo por la monumental obra de Tolkien. De los maestros modernos, siente cercanía principalmente con la Fantasía Urbana de Neil Gaiman y la saga épica de G.R.R. Martin, "Canción de Hielo y Fuego". Además de la literatura acusa influencia de mangakas como Nobuhiro Watsuki, Satoshi Shiki e Hiroaki Samura, autor de la magistral "La Espada del Inmortal". Miembro co-fundador del sitio Fantasía Austral. Sus cuentos, "Flor de Cerezo", "El Espadachín y el Dragón" y “El Misterio de los Bibliotecarios de Merioneth”, fueron seleccionados para formar parte de las antologías fantásticas: Cuentos Chilenos de Fantasía (2012), Cuentos Chilenos de Fantasía: Antología 2010-2012 (Tábula Rasa, 2013) y Cuentos Chilenos Steampunk (2014). También ha sido publicado en los números 1 y 2 de la revista Ominous Tales y en el libro “Chile del Terror: Una Antología Ilustrada”. Pueden leer más de él en su blog http://dragondetinta.blogspot.com/ o en su cuenta de twitter @ManodeSombra

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    El dios dormido - Javier Maldonado Quiroga

    El demonio de la locura

    Gaspar dormía en su cuarto cuando el demonio volvió a aparecer.

    Se movía como un lagarto, reptando sobre el suelo aunque su cabeza era la de una mujer de horribles facciones, el cabello largo y lacio cayéndole sobre los hombros y los ojos inyectados en sangre. Se hacía llamar Amok y miraba fijamente al niño desde los pies de su cama.

    —Despierta, Gaspar —susurró.

    Gaspar tapó sus oídos con ambas manos y cerró los ojos con tanta fuerza que los párpados le dolieron. Se quedó en esa posición un largo rato. Entonces la voz volvió a sonar, esta vez dentro de su cabeza.

    «Escúchame, Gaspar», dijo el demonio. «Todos ellos te odian y lo sabes. Te envidian. Saben que eres mejor que ellos, pero jamás lo reconocerán. Mátalos. Mátalos. ¡Mátalos!»

    Gaspar gritó con fuerza. La luz de la habitación se encendió y su papá apareció junto a él.

    —¿Otra vez la misma pesadilla? —preguntó. Su voz sonaba cansada, pero no era el tipo de cansancio que viene con el desgaste físico, sino con uno mucho más profundo.

    Gaspar no respondió y tan solo hundió la cabeza en su regazo. El padre, de brazos fuertes, lo levantó y lo cargó hasta la otra habitación. Gaspar espió su cuarto antes de salir.

    El demonio se había ido pero un olor infecto, como el de un cadáver putrefacto, se había apoderado de todo el lugar. El resto de la noche la pasó en el dormitorio de sus padres, acurrucado entre ambos, temblando al recordar la voz que lo atormentaba sin descanso.

    ***

    Transcurrió una semana de días sombríos y helados. Gaspar leía, sentado en el patio de su casa. Era una tarde silenciosa. Como siempre, Gaspar estaba solo. No tenía amigos.

    Un pájaro de oscuro plumaje se detuvo en el jardín y lo observó con sus ojos negros.

    —Mátalos —le dijo con un graznido que pareció perforarle los oídos.

    Gaspar se tomó la cabeza y comenzó a llorar amargamente.

    —Déjame en paz —suplicó, pero el demonio se burlaba de él. Comenzó a volar sobre el jardín hasta que, aburrido, se alejó en dirección norte.

    Y Gaspar, el pequeño y solitario Gaspar, cansado de tanto llorar, se quedó dormido sobre el pasto. Despertó rodeado de sombras, pero el demonio ya no estaba en el jardín.

    Gaspar, mudo y sin decirle nada a nadie, volvió a su cuarto. El silencio lo acunó con ternura hasta que el sueño cayó sobre él. Entonces una voz lo llamó en medio de la noche. Abrió los ojos y vio a un niño de edad similar a la suya sentado en el borde de su cama.

    —Mátalos —le dijo, acercándose para hablarle al oído—. Hay un arma oculta en la bodega.

    —Vete —le rogó Gaspar, cubriéndose con la almohada.

    Y el demonio se fue, pero volvió la noche siguiente… Y todas las que vinieron después de esa.

    ***

    Pasaron los años y Gaspar se convirtió en un muchacho solitario y triste. Su mente era un laberinto oscuro lleno de fantasmas y otros terrores innombrables. Sólo había una cosa que le hacía feliz: sentarse en el tejado de su casa durante las noches en que la luna se dejaba ver. Por algún motivo que desconocía el demonio jamás lo siguió a ese lugar, como si la luz plateada del astro nocturno lo ahuyentara.

    Sin embargo, un hado siniestro parecía estar tras los pasos de Gaspar.

    Una tarde encontró a su papá muerto, colgado de una viga del techo. El demonio, una niña pálida y delgada, miraba el cadáver con una sonrisa siniestra. Cuando vio a Gaspar comenzó a bailar a su alrededor, cantando una canción sin sentido. El rostro de su padre estaba hinchado y se había vuelto de un color azulado.

    —Es tu culpa, Gaspar —le dijo la niña apuntándolo. Esa fue la primera vez que Gaspar se cortó los brazos.

    Su madre lo halló en medio de un charco de sangre, a los pies del cuerpo, que se mecía silenciosamente como si una mano invisible lo empujara.

    En el hospital el demonio lo visitó todas las noches, pero esta vez su rostro era el de su padre. Se sentaba a los pies de su cama recriminándolo por su muerte y otras veces aparecía colgando del techo, de la misma manera en que lo había encontrado aquella tarde.

    Sólo una vez visitó su tumba en el cementerio.

    Volvió al hogar, pero nada cambió excepto por los fármacos que su madre le administraba cada mañana, tarde y noche.

    Fue así que llegó una madrugada en que Gaspar, silencioso e inexpresivo, bajó a la bodega y sacó la pistola de la que le había hablado el demonio años atrás, guardada entre cajas con ropa vieja. Se dirigió al cuarto donde dormía su madre y, de pie en el umbral de la puerta, la observó un tiempo indeterminado.

    Levantó el arma y apuntó, pero el cañón no estaba dirigido hacia ella, si no hacia su propia cabeza.

    El demonio surgió de las sombras y se puso a su lado.

    —Mátala —volvió a decir como tantas otras veces. Gaspar, por primera vez, lo observó a los ojos.

    —Me has atormentado sin descanso desde que soy consciente del mundo —le dijo—… Pero hoy me liberaré de ti.

    Hubo un breve silencio en la habitación, tan sólo interrumpido por la respiración constante de la madre de Gaspar. Luego sonó un único disparo y el sordo estrépito de un cuerpo estrellándose contra el suelo.

    Gaspar yacía inerte en el piso. La bala había atravesado su cabeza, matándolo instantáneamente. El grito que dio entonces el demonio fue tan terrible que pareció desgarrar los pliegues de la noche. La casa entera se estremeció, como si un repentino temblor la hubiera sacudido.

    Entre maldiciones la criatura se fue disolviendo hasta desaparecer de la realidad, quedando tan sólo un repulsivo olor a descomposición.

    Cuando el silencio volvió a reinar en la casa, una consumida silueta femenina apareció junto a Gaspar. Los frágiles brazos acunaron el cuerpo entre sollozos, mientras la pálida faz de la luna se asomaba a través de la ventana.

    Entonces la madre

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