11 Wigamba: Me llamo Marcus
Por Marcus van Epe
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Llegar a Haití fue la parte sencilla, ahora Berenice debe encontrar el modo de esquivar los decididos ataques de Wigamba, quien recurrirá a toda clase de artimañas para atraparla. Al parecer entrar en el territorio del maestro vudú no fue una decisión inteligente, pues dentro de sus dominios abundan sus aliados incondicionales. Por fortuna Berenice finalmente encontrará a su protector, el dueño de la voz que tantas veces la ha salvado, quien además es acérrimo enemigo de Wigamba. Antes de leer este libro adquiere “1 Wigamba - El hacedor de zombis” en este mismo sitio.
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11 Wigamba - Marcus van Epe
11 Wigamba
Me llamo Marcus
Marcus van Epe
Smashwords edition
Copyright: 12 Editorial AC / Alejandro Bernardo Volnié Abuásale - 2013
Cover design: COVALT | www.covalt.com.mx
Cover image: Ron Chapple | Dreamstime.com
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* * *
Contenido
Una nueva clase de zombi
Todos parecen zombis
En tierra firme no me mareo
¡Voy por él!
Seré un muerto viviente
Emboscada a bordo
Sabes bien que me llamo Marcus
Cómo llegué a Haití
Por qué me quedé en Haití
Soy el verdadero Marcus
* * *
Una nueva clase de zombi
Con los codos recargados en la borda y la mirada perdida en el horizonte, Berenice recapitulaba los sucesos recientes.
Habían transcurrido cinco días desde que zarparon del litoral tras dejar en tierra a la mayoría de los pasajeros, y desde entonces era poco lo que había cambiado. Navegaron cerca de la costa durante las tres jornadas siguientes al desembarco para evitar la corriente del Golfo, que corría en sentido opuesto y habría retrasado su avance; los dos últimos días habían cambiado el curso, adoptando una trayectoria paralela a la línea costera de Cuba con la intención de virar hacia el Sur en cuanto hubieran rebasado la larga isla.
Ahora Dana deambulaba libremente por el barco, al igual que los dos peones de Kessler, a quienes había dado en llamar Marcus 1 —al primero que fue transformado y que en un inicio sólo vistió una bata de hospital— y Marcus 2, pues desde el momento en que despertaron repetían que tal era su nombre y aseguraban no recordar más. Y si el que ambos dijeran llamarse igual se le antojó sumamente improbable en un principio, la respuesta que le dio Dana un poco más tarde el mismo día terminó por convencerla de que se trataba de algo imposible, pues ella también le dijo llamarse Marcus, y sólo ante su insistencia cambió de opinión para aceptar su verdadero nombre, aun si en su rostro traslucía la duda cada vez que la llamaban de esa manera. Para colmo, ella tampoco lograba recuperar más recuerdos que ese apelativo que no podía haber surgido de su memoria. Era como si alguien se hubiera adueñado de sus voluntades a pesar de que ahora se comportaban y reaccionaban como los seres pensantes que habían vuelto a ser.
La actitud inteligente, aunque dócil y silenciosa, que habían adoptado los tres, reportaba ciertas ventajas a la vida común a bordo, pues ahora Marcus 1 y Marcus 2 tomaban turnos al timón, permitiendo al Comadreja largos periodos de descanso. De otra forma no habría soportado la continua conducción de la nave y habrían debido detenerse, prolongando el tiempo del viaje.
Los dos suplentes timoneaban a la perfección, apegados fielmente a las instrucciones recibidas de su capitán. Vigilaban la brújula con absoluta disciplina, por lo que no perdían el curso siquiera por un instante. Sólo llamaba la atención que jamás llevaran la vista al frente. Desde que pisaron la cubierta, ya liberados del yugo de la infección zombi, sus ojos se centraban en un punto fijo en el horizonte; y otro tanto sucedía con Dana. Podía encontrase a los tres parados en la cubierta en actitud contemplativa, atentos a un sitio indeterminado que se escondía tras la curvatura de la Tierra.
En un principio Berenice se sintió intrigada por este hecho, hasta que llegó el cuarto día y el barco inició el viraje para poner curso el Este; entonces los tres fueron girando para no perder de vista el mismo punto en el horizonte en el que se abstraían. En ese momento el Comadreja dio con la respuesta. Era la dirección en que se encontraba Marigot, su puerto de destino. De alguna manera, los tres no sólo sabían a dónde se dirigían, sino que parecían determinados a llegar.
Más de una vez Berenice intentó meterse en sus mentes para averiguar qué sucedía en ellas, pero por alguna extraña razón no lo consiguió. O estaban en blanco o se bloqueaban, tal como el Comadreja aprendió a hacerlo muy pronto después de que se conocieron. Ella llegó a suponer que quizá se tratara de una secuela del estado zombi en el que habían vivido un tiempo, así que probó también entrar en las mentes de los liberados días atrás, que parecían pensar como de costumbre cuando los dejó.
Todos los demás funcionaban con cierta normalidad, sólo bloqueaban los recuerdos adquiridos durante su etapa zombi. Así supo que Orlando y David estaban en casa y planeaban volver a la escuela, también que el Rojo y Kevin se habían reunido con el resto de la familia, y el padre hasta el momento seguía el consejo de Berenice, absteniéndose de mencionar lo poco que recordaba a cambio de la historia inventada que explicaba el haber encontrado a su hijo tan lejos de Nueva Alejandría. De los frikis ni qué decir, habían vuelto a sus dominios para atontarse con toda clase de drogas porque así evitaban el trabajo de pensar en lo ocurrido.
En consecuencia, el asunto de que los tres que seguían a bordo mantuvieran las mentes en blanco se había convertido en un enigma que la mantenía intrigada. Algo tenía que haber con ellos que fuera diferente, pero no daba con la solución, pues no parecía haber más circunstancia particular que el hecho de que permanecieran cerca de ella.
Quizá esa voz que aparecía en su mente cada vez que debía tomar una decisión crucial o reaccionar vertiginosamente tuviera la explicación del fenómeno, pero se había ausentado desde que Marcus 1 y Marcus 2 recuperaron la conciencia. La había invocado más de una vez aprovechando la relativa tranquilidad a bordo de los días recientes, convencida de que era buen tiempo para averiguar algo más sobre su naturaleza, pero sus llamados aún aguardaban respuesta, y lo peor de todo era que ni siquiera conocía el nombre de su interlocutor mental.
Sólo las eventuales y fugaces visitas de Wigamba a sus pensamientos habían interrumpido su sosiego. El negro entraba y salía tan rápidamente que a ella apenas le daba tiempo de notarlo. Tal accionar no necesitaba explicación, pues le resultaba obvio que sólo lo hacía para cerciorarse de que no hubiera cambiado de opinión y siguiera en ruta a Marigot.
La súbita idea de que quizá fuera Wigamba quien mantenía a los tres en esa suerte de estado zombi la forzó a erguirse y abrir los ojos desmesuradamente. ¿Acaso era posible que el negro los estuviera controlando con la intención de recuperarlos? Por primera vez se le ocurrió que podía estarlos llevando a las garras del maestro vudú para ser esclavizados y un sobresalto electrizante le recorrió el cuerpo; entonces lo decidió: ninguno de los tres bajaría del barco cuando hubieran atracado en Haití. Quizá ni siquiera anclarían cerca de Marigot. No podía correr el riesgo. Si alguien habría de entrevistarse con Wigamba sería ella, quizá también Darsen.
¡Darsen!
, la tomó por asalto el recuerdo. No había pensado