3 Wigamba: El zombi original
Por Marcus van Epe
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Las cosas amenazan con salirse de control al tiempo que las investigaciones para encontrar la fórmula zombificadora parecen alargarse. Es tiempo de recurrir a la fuente. ¿Convencerá el viejo doctor Darsen a Papa Wigamba de traer al primer zombi que jamás existió, su fiel esclavo, para acelerar las cosas? No se trata de cualquier zombi, lo ha sido por cientos de años y quizá esté destinado a liderar la creciente banda de transformados que se oculta en este apartado rincón del planeta. Antes lee "1 Wigamba - El hacedor de zombis" disponible en este mismo sitio.
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3 Wigamba - Marcus van Epe
3 Wigamba
El zombi original
Marcus van Epe
Smashwords edition
Copyright: 12 Editorial AC / Alejandro Bernardo Volnié Abuásale - 2012
Cover design: COVALT | www.covalt.com.mx
Cover image: Ron Chapple | Dreamstime.com
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* * *
Nuevos reclutas
El llamado
Un rastro perdido
Jean-Luc
Algo está fallando
Un nuevo líder
Un acto complicado
Ellos no están aquí
Caballo de Troya
Un nuevo intento
* * *
Nuevos reclutas
El doctor Darsen contemplaba el atardecer sentado bajo el voladizo, arrellanado en uno de los sillones de palma tejida y bebiendo a sorbos un vaso de limonada. Repasaba los acontecimientos recientes en el intento de ponerlo todo en perspectiva. Era mucho lo ocurrido desde el amanecer.
El día había resultado extenuante a causa de tantos sucesos imprevistos, y si bien finalmente había logrado relajarse, lo cierto era que el momento de solaz parecía deberse a que se encontraba en la falsa tranquilidad del ojo de un torbellino de situaciones en proceso, cuyos desenlaces dependerían en gran parte de su habilidad para manejarlas.
Su día había comenzado muy temprano, poco antes del alba, después de una noche de sueño agitado en la que no consiguió descansar. La idea de recomenzar el proceso de conversión de Berenice y Dana lo había tenido inquieto, dando vueltas en la cama. Fue por eso que su primera actividad fue preparar dos nuevas dosis de la poción paralizante a base de tetradotoxina.
Todavía era de mañana cuando aparecieron Orlando y David, lo que si bien era un evento que de alguna manera ya esperaba, en el instante lo tomó por sorpresa; y aún más sorprendente resultaba el que los muchachos hubieran terminado paralizados en el sótano, aguardando el siguiente paso de conversión; eso tuvo que hacerlo como un acto de supervivencia.
Una vez que se habían enterado de que la casa era el último sitio donde había estado Berenice, si los dejaba partir era de esperarse que regresaran pronto, seguramente respaldados por las fuerzas de la ley. Aun así, recordar la forma tan sencilla en que los sometió volvió a dibujar una sonrisa en su rostro.
Pero rememorar el siguiente evento le cambió la expresión. Cuando ocultaba el auto de los muchachos en la espesura descubrió la nueva huida de Dana y Berenice, y justo cuando se disponía a seguirlas para hacerlas volver aparecieron el sargento y el viejo Sam para robarle más de una hora, lo que les dio una ventaja que resultó definitiva, porque no logró encontrarlas.
Para colmo, les había tenido que suministrar datura a sus dos visitantes; al sargento porque ya parecía irle formando vicio, lo que a él le resultaba conveniente, pero a su vecino para acallar sus sospechas, pues insistía en que su ternero había sido victimado por dos niños que habían huido hacia su propiedad, y no cejó en la acusación hasta que le hizo efecto la poción.
Cuando salió en pos de las muchachas ya era tarde. Les perdió la pista con facilidad porque no era muy ducho rastreando, y debió volver a casa derrotado y plagado de cuestionamientos para los que no tenía respuesta. No entendía por qué habían huido, no sabía cómo encontrarlas y menos cómo hacerlas volver, y para colmo, imaginaba escenarios en los que ellas aparecían habiendo recuperado la conciencia y lo denunciaban.
Por último estaba el imprevisto retorno de Papa Wigamba, que quizá fuera lo que le había devuelto la tranquilidad. De alguna manera sabía que, con él cerca, nada se saldría de control. Como si tuviera poderes más allá de lo físico que le permitieran dominar el azar. Entonces recordó que le preguntó por qué tenía dos hombres paralizados en el sótano, y la calma que apenas había recuperado se esfumó.
¿Cómo diablos sabía el negro que tenía a Orlando y a David en el sótano? No había manera de que lo adivinara. Una cosa había sido que supiera del escape de las muchachas porque se cruzó con ellas en el camino, y otra que conociera hechos de los que no tenía el menor indicio. ¡Y después dijo que Dambala lo sabía todo y se lo había dicho! ¿Podía ser? ¿Acaso ese improbable dios vudú era real? ¿En verdad hablaba con él? Las explicaciones se le acababan. Quizá terminaría por creerlo, aunque no le resultaría sencillo. Tantos años de pensamiento positivista, de creer sólo en lo palpable, de confiar únicamente en los eventos pronosticables y reproducibles, no podrían borrarse de su mente de golpe. ¡No! Debía haber otra explicación pero, ¿cuál?
El sobresalto en que había caído cedió súbitamente ante la presencia del siguiente recuerdo. Papa Wigamba le había prometido una muestra de tejidos de Jean-Luc, el primer zombi que jamás produjo, lo que seguramente lo convertía también en uno de los primeros de todos los tiempos. Un espécimen que rebasaba los 250 años de edad y que seguía vivo, así como él y como el negro mismo, porque su envejecimiento había quedado detenido al momento de su transformación. De pronto se le ocurrió que era por eso que en Haití, su tierra de origen, los consideraban muertos vivientes. Sólo lo que ha muerto deja de envejecer.
Darsen se levantó del sillón con el vaso vacío en la mano, tomó la jarra y entró en la casa. Había decidido que no valía la pena desgastarse adivinando qué seguiría, pues cada vez que lo hacía sus pronósticos fallaban. La presencia del negro le había devuelto la calma, aun si fue poco lo que hablaron esa tarde. Papa Wigamba se levantó del sofá después de decir que era posible conseguir una muestra de tejido de Jean-Luc, aunque no entró en detalles sobre el cómo o el cuándo. Simplemente le hizo saber que lo primero era preguntarle a Dambala si estaba de acuerdo y enfiló a su habitación. Desde entonces había permanecido encerrado.
Cuando el viejo subió las escaleras no se detuvo ante la puerta de su habitación. Siguió hasta la tercera, caminando sigilosamente, y aguzó el oído. El canturreo de Wigamba traspasaba la madera como un susurro. Darsen sonrió al imaginarlo otra vez vistiendo la túnica morada con el medallón dorado colgando sobre su pecho, y sentado en una silla con las piernas abiertas y los ojos cerrados mientras conferenciaba con su divinidad. Sabía que le estaba preguntando a Dambala por el paradero de las muchachas, que le estaba pidiendo permiso de convertir a los muchachos del sótano en zombis, que le solicitaba autorización para entregarle un trozo de Jean-Luc. Conocía las respuestas a la segunda y la tercera preguntas, porque se limitaban a un simple sí
que no pondría en duda la existencia de su deidad pero, ¿qué pasaría en cuanto a encontrar a las muchachas? Eso no podía responderse simplemente afirmando o negando, porque implicaba aportar detalles específicos para encontrarlas, o lo que era aún más difícil, cumplir con el ofrecimiento hecho