Besos en Navidad
Por Kim Lawrence
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A pesar de que Reece Erskine estaba deseando que acabaran aquellas navidades de una vez por todas, no le importaba darle un par de besos a su vecina Darcy bajo el muérdago. Bueno, un par de besos o lo que hiciera falta... Pero no estaba dispuesto a entablar una relación seria. Después de la dolorosa pérdida de su mujer, su corazón se había endurecido. Las cicatrices del pasado le impedían volver a enamorarse.
Darcy no sabía si podría algun día derribar las barreras que ese hombre había erigido para protegerse del amor…
Kim Lawrence
Kim Lawrence was encouraged by her husband to write when the unsocial hours of nursing didn’t look attractive! He told her she could do anything she set her mind to, so Kim tried her hand at writing. Always a keen Mills & Boon reader, it seemed natural for her to write a romance novel – now she can’t imagine doing anything else. She is a keen gardener and cook and enjoys running on the beach with her Jack Russell. Kim lives in Wales.
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Besos en Navidad - Kim Lawrence
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Kim Lawrence
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Besos en Navidad, n.º 1368 - junio 2015
Título original: The Playboy’s Mistress
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6253-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
Darcy se puso unas zapatillas y caminó hacia el teléfono por el tranquilo apartamento. Acababa de darse un buen baño caliente y se alegraba de tener la casa para ella sola. Jennifer era una gran compañera de piso, pero ponía muy alta la música y por otra parte no compartían gustos.
Descolgó el auricular, se apretó la toalla que llevaba alrededor del cuerpo y esperó a que contestaran. Estaba a punto de colgar cuando Jack Alexander respondió.
–Hola, papá. ¿Está mamá por ahí? –preguntó.
–Me temo que no puedes hablar con ella, Darcy. Tu madre... No está aquí.
A Darcy no la sorprendió en absoluto que su hiperactiva madre no se encontrara en casa; era una mujer muy activa y participaba en más comités y organizaciones de las que podía recordar. Pero el tono de pánico en la voz de padrastro, un hombre por lo general muy flemático, la asustó.
Su buen humor desapareció de inmediato. No era adivina, pero conocía bien a Jack y en aquel momento supo que había pasado algo malo.
A pesar de todo, prefirió no creerlo y preguntó, con normalidad fingida:
–¿De qué se trata esta noche? ¿De un concierto de villancicos, o del comité para arreglar el tejado de la iglesia?
Sabía que Jack se lo diría en su momento. No era hombre que se dejara apresurar, y al pensar en él, sonrió. Lo quería sinceramente.
Darcy tenía cinco años y su hermano mayor, Nick, siete, cuando Jack entró en sus vidas. Un par de años más tarde llegó Clare, y luego, para sorpresa de todos, los gemelos. Los Alexander eran una familia muy unida.
–Ninguna de las dos cosas –respondió él.
Esta vez, Darcy se preocupó de verdad. Un hombre tan sólido, que había sido capaz de ayudar a traer al mundo a su nieto en el asiento trasero de un todoterreno, sin sudar siquiera, estaba a punto de llorar.
–¿Qué ocurre, papá?
–Es tu madre...
Cada vez estaba más nerviosa. Varias ideas cada cual más terrible le pasaron por la cabeza.
–¿Está enferma?
–No, no es nada eso. Ella...
–¿Sí?
–Se ha marchado.
–¿Marchado?
–Se ha marchado a pasar las navidades a Cornwall.
–¡Pero si está al otro extremo del país!
A pesar de la protesta, Darcy sabía de sobra que carecía de importancia adónde fuera su madre. Lo importante era cómo y por qué. Pasara lo que pasara en su vida, siempre había tenido una madre sólida y fiable en quien confiar, pero aquello no tenía sentido. Era impropio de ella.
–Igual daría que se marchara al final de la calle. Ni siquiera tendrá teléfono. Y yo no sé qué voy a hacer... Todo el mundo pregunta por ella. Estaba haciendo los trajes para la obra de Navidad del colegio, y en una de sus asociaciones esperan doscientas tartas para el jueves. ¿Sabes hacer tartas, Darcy? –preguntó, desesperado.
–Creo que tenemos problemas más importantes que las tartas. ¿Tienes idea de por qué quiere marcharse, papá? ¿Os habéis peleado?
–No, nada de eso. Últimamente estaba muy callada, pero no sé... tal vez tengas razón y sea culpa mía.
–¡Tonterías! –protestó.
Darcy era totalmente sincera. Jack Alexander era una gran persona y ella misma habría dado cualquier cosa por conocer a un hombre como él.
–Puede que necesite estar sola un tiempo. Quién sabe. ¿Pero qué voy a hacer? –volvió a preguntar, presa del pánico–. Sam, Beth y los niños llegan el viernes y ya es demasiado tarde para decirles que no vengan.
–No hagas eso, por favor.
Beth era hija de Jack, pero de su primer matrimonio, y Darcy no podía verla muy a menudo porque se había marchado a vivir a Estados Unidos con su familia.
–Además, Nick llamó para decir que llegará a finales de semana. Y Clare dijo que aparecería en cualquier momento.
Darcy sonrió. Aquel comportamiento era típico de Clare. Nunca se comprometía con las fechas.
–Por si fuera poco, también estoy esperando a tu abuela –continuó él–. ¿Te imaginas lo que va a decir cuando lo sepa? Y eso sin contar que esperamos quince personas para la cena de Navidad, la mayoría de las cuales son completamente desconocidas para mí.
–Tranquilízate –dijo Darcy–. Si salgo ahora de casa estaré allí antes de... Supongo que no hay mucho tráfico a estas horas de la noche, ¿verdad?
–Pero Darcy, estás de vacaciones y sé que llevabas esperándolas mucho tiempo.
Darcy pensó en las montañas nevadas donde pensaba esquiar y en el atractivo hombre que había visto minutos antes. Pero la familia era lo primero.
–Bueno, con la suerte que tengo, seguramente habría regresado con varias costillas rotas.
Darcy se preguntó si su seguro cubriría casos de crisis familiares provocadas por una madre en crisis existencial. Pero supuso que no.
–No puedes cancelar las vacaciones. Llevas todo el año esperándolas. Además no tiene sentido que seas tú. ¿No sería más lógico que se encargara Clare? –preguntó Jennifer, sentada en la cama de Darcy.
Darcy sonrió mientras sacaba la ropa de esquí de su maleta y la cambiaba por prendas más adecuadas para pasar las navidades en un remoto rincón de Yorkshire Dales.
–No creo que los asuntos domésticos sean el fuerte de Clare –dijo Darcy, con ironía.
Clare, su hermosa, creativa y algo mimada hermanastra tenía un corazón de oro, pero cada vez que se rompía una uña necesitaba ir a terapia.
–¿Y sí lo son para ti?
–Tendré que aprender, ¿no te parece?
Jennifer suspiró al comprender que no conseguiría convencer a su amiga.
–Creo que estás cometiendo una estupidez.
–No sería nada nuevo.
Jennifer la miró con seriedad y dijo, enfadada:
–Eso no fue culpa tuya.
–Ya. Cuéntaselo a la esposa de Michael y a sus hijos.
Reece Erskine no pensaba arriesgarse aquel año. Estaba decidido a perderse en la espesura de Yorkshire hasta que acabaran la temporada de vacaciones. No le gustaban nada las navidades y no entendía que hubiera gente que casi lo considerara un delito. Se negaba a participar en unas semanas ilógicas que terminaban en varios días de atracones de comida con personas que evitaba el resto del año.
No quería