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Ciudad de amor
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Libro electrónico143 páginas1 hora

Ciudad de amor

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¿Lo que sentían era nostalgia del pasado… o el amor que nunca había muerto entre ellos?
Muchas cosas habían cambiado desde que Jennifer Williams se marchó de Blossom… pero no su modo de reaccionar ante el sheriff Trace McCabe. Había sido una tontería creer que podría pasar todo el verano en la ciudad y no verlo. Sin siquiera darse la vuelta había reconocido el sonido profundo de su risa. Aunque no había tenido intención de recordar sus besos ni de revivir su romance, había dos cosas que estaban muy claras: su amor por Trace no había desaparecido... y había llegado el momento de decirle que aún seguían casados.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 abr 2018
ISBN9788491881827
Ciudad de amor
Autor

Jill Limber

A multi-published author and former RWA President, as a child some of Jill’s tales got her in trouble, but now she gets paid for them. Residing in San Diego with her husband and a trio of dogs and one very ancient cat, Jill’s favorite pastime is to gather friends and family for good food, conversation and plenty of laughter.

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    Vista previa del libro

    Ciudad de amor - Jill Limber

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2005 Jill Limber

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Ciudad de amor, n.º 2126 - abril 2018

    Título original: The Sheriff Wins a Wife

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9188-182-7

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    JENNIFER Williams contuvo la respiración. Era la primera vez desde hacía ocho años que acudía a la feria de Blossom County, y había olvidado lo mal que olían las cuadras.

    Ni ella ni su hermana habían participado en ningún programa escolar de cría de animales, 4H, porque su madre decía que sus hijas jamás se rebajarían a limpiar la porquería de un animal.

    Lo que en el pasado le había resultado una decisión frustrante porque le había impedido tomar parte en las actividades que compartían sus amigos, en aquel momento, frente a la gigantesca cerda Petunia de su sobrina Kelly, le pareció una idea muy sensata.

    Jennifer había planeado unas vacaciones de verano muy diferentes, pero tres días atrás, su hermana Miranda le había pedido que la auxiliara durante los últimos meses de su difícil embarazo y ella, tras pedir unos días libres en su trabajo de contable forense, había dejado Dallas con su hijo de siete años, Zack.

    Se había marchado de Blossom al acabar el colegio y sólo había vuelto en contadas ocasiones, al enterrar a su madre y para visitar brevemente a su hermana. Aquel lugar guardaba demasiados malos recuerdos para ella, pero Miranda y su hija Kelly eran la única familia que le quedaba, aparte de Zack.

    Petunia emitió un gruñido y, moviéndose con torpeza debido a su avanzada preñez, tiró el cuenco del agua. La idea de tener que dar de beber a una cerda malhumorada puso los pelos de punta a Jennifer, pero no tendría más remedio que hacerlo ya que se había quedado a su cargo mientras Kelly y Zack iban a por unas bebidas. Estaban esperando la llegada del supervisor de Kelly en el proyecto 4H.

    Jennifer sonrió al recordar el gesto de contrariedad de Kelly cuando le había traducido las señas de Zack diciendo que quería ir con su prima. A ningún adolescente le gustaba cargar con un primo pequeño, pero Kelly tendría que acostumbrarse, aunque sólo fuera por unos meses. Jennifer necesitaría que cuidara de Zack cuando naciera el bebé.

    Por otro lado, era muy importante que Zack aprendiera a ser autónomo a pesar de su sordera. Era una pena que Kelly no hubiera mostrado el menor interés en aprender el lenguaje de señas para poder comunicarse con su primo pequeño.

    Petunia empujó el cuenco del agua con el hocico al tiempo que emitía gruñidos cada vez más agudos, y Jennifer tenía la suficiente experiencia con animales como para saber que una hembra embarazada y sedienta podía volverse agresiva.

    El problema era que Petunia había convertido escaparse en una costumbre. Jennifer se metió en el bolsillo unas galletas que encontró en la bolsa de Kelly y tiró unas cuantas en la cochiquera para alejar a Petunia de la puerta. En cuanto la cerda se distrajo, entró y cerró a su espalda. Desafortunadamente, pisó unos excrementos y, mientras levantaba el pie con repugnancia, Petunia se acercó y le olisqueó el bolsillo, dejando un rastro de galleta triturada y baba en sus pantalones. Jennifer oyó a su espalda el sonido de una risa masculina contenida y se quedó paralizada.

    Sin tan siquiera volverse, supo que pertenecía a Trace McCabe, justamente la persona por la que evitaba ir a Blossom. Sólo pensar en el dolor y la confusión en la que lo había dejado sumido, le empezaron a sudar las manos.

    Trace McCabe.

    La razón por la que había estado alejada del pueblo los últimos ocho años. De hecho, no lo veía desde la noche de su boda.

    Era ridículo pensar que podía evitarlo durante todo un verano, pero había preferido engañarse y confiar en que no tendría que enfrentarse a los recuerdos y sentimientos que llevaba tanto tiempo ignorando.

    Tomó aire y compuso una expresión lo más neutra posible, pero antes de que le diera tiempo a reaccionar, Petunia le dio un empujón que la lanzó contra la barrera para luego seguirla y arrinconarla.

    Un par de poderosas manos la tomaron por los codos y la sacaron del corral a pulso, dejándola en el suelo al otro lado de la valla.

    En cuanto Jennifer se volvió y observó el cambió de expresión en el rostro de Trace, supo que la había reconocido. Un sinfín de emociones la sacudieron al verlo. La vida lo había tratado bien, estaba más fuerte y más guapo, y el uniforme de sheriff le favorecía, resaltando su deportiva figura de anchos hombros.

    El estómago se le encogió como cuando tenía diecisiete años y le inquietó descubrir que, al contrario de lo que creía, sus sentimientos no estaban enterrados.

    Por el rostro de Trace se sucedieron el desconcierto y la ira. Finalmente, pareció dominarse y forzó una sonrisa.

    El aire que los separaba hubiera podido cortarse.

    –Hola, Trace –dijo ella, sorprendiéndose de poder hablar con aparente normalidad.

    Habría deseado dar media vuelta, subirse en el coche y huir. Pero sabía que no debía ni planteárselo. Ya había huido de sus responsabilidades y de él en el pasado. No podía hacerlo de nuevo.

    Resignada, optó por seguir el plan B y, en consecuencia, decidió actuar como si no fueran más que viejos amigos.

    –¿Cómo te va? –preguntó sonriente.

    Trace la soltó y dio un paso atrás como si le hubiera dado calambre. Le costaba respirar y conseguir que el aire atravesara el nudo de rabia que se le había formado en el pecho.

    Al pasar junto a la cuadra de camino a su casa y ver a una mujer, no se le había pasado por la cabeza que pudiera tratarse de Jenn. Llevaba ropa de ciudad y sandalias en lugar de botas, algo que no haría nadie que hubiera nacido en Blossom y hubiera tratado con animales.

    Había cambiado mucho en ocho años.

    Después de tantos años pensando en ella y preguntándose qué estaría haciendo, lo saludaba como si sólo fueran viejos amigos.

    Tuvo que hacer un grane esfuerzo para contener la ira.

    Se quitó el sombrero y se pasó la mano por el cabello.

    –Hola, Jenn, ¿qué te trae por aquí? –no iba a resultar fácil imitar su actitud, pero si ella quería que su primer encuentro transcurriera de aquella manera, no sería él quien lo impidiera. Sentía tal torbellino de emociones que prefería no actuar impulsivamente.

    Jenn tenía un aspecto sofisticado y cosmopolita. Era evidente que Dallas la había transformado.

    Se dio cuenta de que estaba golpeándose el muslo con el sombrero y paró.

    Los ojos de Jenn aún eran de un color ámbar oscuro. El mismo color que los pendientes que él le había comprado al volver de Blossom, antes de que supiera que ella lo había abandonado y se había ido a Dallas. Seguían guardados en un cajón de la cómoda y le servían para recordar que no debía fiarse de su propio juicio en lo que a mujeres se refería.

    –Miranda necesitaba ayuda y he decidido venir a pasar el verano a Blossom –dijo ella, encogiéndose de hombros.

    Trace sabía que se había quedado en Dallas al acabar la universidad. En un pueblo tan pequeño como Blossom, no era necesario hacer preguntas para conseguir información. Todo el mundo acudía al Bee Hive, al Dairy Dream y al Alibi Saloon a compartir las novedades.

    Señaló los pantalones cortos de Jennifer con el sombrero y comentó:

    –Nunca te hubiera imaginado en una pocilga.

    –Mamá debe de estar revolviéndose en su tumba. Pero ya conoces a Miranda, siempre hacía lo contrario de lo que mamá decía –dijo con un tinte de tristeza en la voz.

    Trace pensó con amargura en la madre de Jennifer, una mujer autoritaria a la que Miranda, al contrario que Jennifer, siempre se había enfrentado.

    Ocho años atrás, él había culpado a su madre de lo sucedido. Habían tenido que pasar los años y darle tiempo a madurar para darse cuenta de que Jennifer había tomado sus propias decisiones. Por más que la nulidad hubiera sido idea de su madre, lo cierto era que ella no se había resistido. Ni se había puesto al teléfono, ni había contestado sus cartas, ni había hecho el menor esfuerzo por ponerse en contacto con él.

    Aun así, y aunque la señora Williams lo despreciaba y no lo había considerado lo bastante bueno para su hija, Trace era respetuoso

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