Pasado olvidado
Por Stella Bagwell
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Stella Bagwell
The author of over seventy-five titles for Harlequin, Stella Bagwell writes about familes, the West, strong, silent men of honor and the women who love them. She credits her loyal readers and hopes her stories have brightened their lives in some small way. A cowgirl through and through, she recently learned how to rope a steer. Her days begin and end helping her husband on their south Texas ranch. In between she works on her next tale of love. Contact her at stellabagwell@gmail.com
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Pasado olvidado - Stella Bagwell
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2006 Stella Bagwell
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasado olvidado, n.º 1778- abril 2019
Título original: A South Texas Christmas
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1307-865-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
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Capítulo 1
ESA FOTO… ¿Sería la respuesta a sus plegarias?
Raine Crockett había comprado el último ejemplar del San Antonio Express para ver las noticias antes de empezar la jornada de trabajo en el rancho Sandbur. Pero el periódico se le cayó al suelo y aquella foto borrosa en blanco y negro de los anuncios clasificados quedó al descubierto.
Estupefacta, la joven se preguntó si por fin llegaría a conocer la identidad de su padre.
Llamaron a la puerta.
Era la voz de su amiga.
Raine levantó la cabeza y cerró el periódico de golpe. Nicolette Saddler era familia de los dueños del Sandbur, y también era como una hermana para ella. Esa mañana necesitaba su consejo desesperadamente.
—¡Gracias a Dios que has venido! Quiero que veas algo.
Nicolette miró la hora en su reloj.
—Lo siento, Raine. No tengo tiempo. En treinta minutos tengo que estar en la clínica. Sólo vine para pedirte que le digas a la cocinera que no voy a cenar en casa esta noche. Voy a trabajar hasta tarde.
Decidida a no dejarle irse así como así, Raine se puso en pie de un salto y agarró a Nicolette del brazo.
—¡Raine! ¡Te he dicho que no tengo tiempo! ¿Qué…? —su expresión se volvió curiosa al ver que Raine cerraba la puerta—. ¿De qué demonios va todo…? —el médico que había en ella tomó el control—. No tienes buen color. ¿Te encuentras bien?
Raine negó con la cabeza. Ella siempre había sido una contable seria que no miraba más allá de las facturas del Sandbur. Pero aquella foto la había llenado de esperanza y emoción.
—¡No estoy enferma! —la oficina de Raine estaba en la casa de la familia Saddler y la madre de Nicolette podía pasar en cualquier momento—. Quiero que veas esto —le dijo en un susurro antes de mostrarle el periódico.
La joven frunció el ceño mientras leía los párrafos que acompañaban la imagen.
—¿Qué te parece? ¿Podría ser mi madre?
—Quizá. No lo sé. Es una foto antigua. ¡Dios, menudo peinado! ¡Y los pendientes! Tu madre no dejaría que la fotografiaran así ahora. Pero… —hizo una pausa—. Sí que se parece.
Otra oleada de optimismo recorrió las entrañas de Raine. Sólo era la foto de una desaparecida entre miles y su madre no había desaparecido en realidad, sino que vivía en el rancho desde hacía más de veinte años. Pero su pasado…
Todos los recuerdos de su padre se habían perdido en el pasado de Esther Crockett.
—Raine, no quiero meterme en esto.
Raine comprendía por qué. Su amiga no quería verla discutir con su madre por una búsqueda inútil. Pero ella necesitaba respuestas y esa foto era demasiado importante como para tirarla a la basura.
—¿Estoy loca por pensar que ésta es mi madre antes de perder la memoria?
Nicolette señaló la información que acompañaba la foto.
—La mujer desapareció en 1982. ¿Por qué empezar a buscarla ahora?
—Quizá ya la hayan buscado, en otras zonas del país. Pero piensa un momento, Nicci, las fechas coinciden. Yo nací ese año, el año en que mi madre perdió la memoria. Y esta mujer se le parece mucho. No es ninguna tontería, ¿verdad?
La expresión de Nicolette se tornó preocupada.
—No, cariño. No es una tontería. Pero ya lo has intentado. A estas alturas deberías haberte dado cuenta de que esa mujer era todo glamour. ¡Y Esther parece haber salido de una novela victoriana!
Raine hizo una mueca de dolor. Era cierto que su madre era poco elegante. Ella siempre había insistido en que su hija también tuviera un aspecto conservador.
Poco a poco, Raine estaba cortando los lazos que la habían atado a su madre durante tantos años, pero la separación no era lo bastante rápida. Estaba a punto de cumplir veinticuatro años el mes siguiente. Ya era una mujer hecha y derecha y quería vivir su propia vida sin temer a los reproches de su madre. Pero sobre todo quería encontrar a su padre, aunque su madre se opusiera a ello.
—Tienes razón, Nicci. Pero puede que mi madre fuera distinta entonces —dijo Raine con una pizca de esperanza—. Después de todo, se quedó embarazada de mí. Debió de haber un hombre en su vida.
—Cierto —dijo Nicci. Sus ojos estaban llenos de afecto—. De verdad quieres encontrarlo. ¿Verdad?
Raine asintió al tiempo que sentía un nudo en la garganta. Había preguntado por su padre desde tener uso de razón, pero siempre le habían dicho que no había manera de encontrarlo. Su madre no recordaba esa parte de su vida y se negaba a permitir que ella le siguiera la pista.
—Eso es lo que más deseo —dijo, reprimiendo las lágrimas—. ¿Y si tengo hermanos? No puedo quitármelo de la cabeza. Me estoy volviendo loca. Mi madre no quiere hablar de ello, ni tampoco me ayuda a buscar.
Nicci sacudió la cabeza y le devolvió el periódico a su amiga.
—Bueno, supongo que existe una posibilidad remota de que puedas dar con algo. ¡Pero correrías un gran riesgo intentándolo! La última vez que hiciste algo así… Bueno, todo el rancho recuerda lo mucho que se enfadó tu madre cuando se enteró.
Raine se mordió el labio inferior y comenzó a caminar por la habitación.
—No me tienes que advertir de nada respecto a mi madre. Hemos discutido tanto por esto, que estoy cansada de razonar con ella.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Nicolette, cansada—. ¿Vas a llamar al número?
Raine se encogió de hombros, delatando sus intenciones.
—Quizá… Todavía no lo sé.
Según su madre, ella debía estar muy satisfecha con su vida. Tenía un enorme despacho con un escritorio de caoba, sillas de cuero y un sofá tapizado con piel de ciervo del rancho Sandbur. Había macetas en los alféizares de las ventanas y un sofisticado equipo de música le ambientaba la jornada laboral. Cada semana recibía un suculento cheque además de los beneficios.
Sus estudios de contabilidad estaban dando frutos por fin. Su trabajo en el Sandbur era la envidia de cualquier mujer de su edad. Tenía un bonito apartamento en la ciudad y también vida social cuando la necesitaba. Pero por mucho que lo intentaba, no podía olvidar el misterio del pasado de su madre, y de su padre.
Nicolette miró el anuncio y asintió.
—¿Por qué es un abogado el que contesta las llamadas, y no un detective? ¿La mujer de la foto será una criminal?
Raine se negó a considerar esa hipótesis.
—Entonces no sería mi madre. Ella es demasiado recta como para tener un pasado así.
Nicolette entornó los ojos.
—¡Raine, no sabes cómo era Esther hace veinticinco años! ¡Podrías encontrarte con algo desagradable!
Raine apretó los labios.
—Estás tratando de disuadirme.
Nicolette levantó los brazos con un gesto de cansancio.
—Sólo trato de hacerte ver los riesgos. Sobre todo si Esther se entera de lo que te traes entre manos.
Raine recogió el periódico de la mesa.
—Podría hacerlo sin que se enterara. Por lo menos durante un tiempo —metió el periódico en el último cajón de la estantería de archivos y lo cerró con llave.
—¿Para qué haces eso? Hay periódicos por todas partes en este rancho, incluyendo la casa de tu madre. Seguro que ya ha visto la foto.
—No quiero que nadie más sepa que he visto el anuncio.
—¡Estoy empezando a preocuparme! ¡Esto no es propio de ti! Nunca le ocultas nada a tu madre. Por lo menos nada que sea tan importante.
Raine gesticuló.
—Ésa es la palabra clave, Nicci. Importante. ¡Estamos hablando de mi familia, de mi padre!
Nicolette la miró con ojos resignados.
—Ahora sé lo vacía que me sentiría si no supiera quién es mi padre. Y siempre me ha parecido raro que Esther nunca quisiera saber quién era, ni tampoco de dónde venía. ¡Ninguna mujer en sus cabales se negaría a conocer la identidad del padre de su hija!
Raine se había preguntado lo mismo durante muchos años, pero jamás había sido capaz de encontrar una respuesta.
—Yo tampoco lo entiendo —dijo Raine con un suspiro—. Creo que tiene miedo. Dijiste que podría encontrarme con algo desagradable. Bueno, creo que mi madre piensa lo mismo. Pero en mi opinión, nadie puede seguir adelante sin conocer su pasado —Raine ya no hablaba sólo de su madre.
Cuando Nicolette se marchó, la joven se dejó caer en la silla del escritorio; la cabeza entre las manos.
«Oh, madre, ¿por qué no entiendes que necesito saber quién es mi padre antes de formar mi propia familia? Todo sería mucho más fácil si me ayudaras a buscarle en lugar de amenazarme con tu rechazo si me atrevo a hacerlo…»
El timbre estridente del teléfono la devolvió al presente.
—Oficinas del rancho Sandbur —dijo con su voz más profesional.
—Raine, soy Matt. Me preguntaba si habías encontrado el historial de vacunación del toro que trajimos ayer. El veterinario viene esta mañana. Los necesito.
Raine ahuyentó todos los pensamientos que la atormentaban.
—Claro, Matt. Los tengo aquí mismo. ¿Quieres que te los lleve una de las empleadas?
—¡No! —gritó el hombre—. Cada vez que una de ellas se presenta en el granero, los chicos tardan más de una hora en volver a centrarse. Yo iré a buscarlos personalmente.
—No hace falta —se apresuró a decir Raine—. Puedo llevártelos yo misma.
—Ni se te ocurra. Tú causas un efecto peor —dijo y colgó sin darle tiempo a replicar, lo cual no era ninguna sorpresa. Matt Sánchez era un adicto al trabajo y gracias a él las reses del Sandbur eran las mejores de Texas. Era fácil trabajar con él y también con los otros miembros de la familia que llevaban el rancho. Dos hermanas habían levantado el negocio hacía más de cuarenta años y habían convertido el rancho en el más grande de Texas. Elizabeth Sánchez y Geraldine Saddler habían sacado adelante a sus familias y habían tenido éxito gracias al trabajo en equipo.
Raine no pudo evitar sentir una envidia sana de aquella familia tan unida. Ellos siempre estaban ahí, para lo bueno y para lo malo. ¿Cómo sería estar rodeado del cariño de familiares?
«Si tuvieras agallas para enfrentarte a tu madre y llamar al abogado, tal vez llegarías a tener una familia propia…», dijo la vocecilla que tenía en la cabeza.
Raine miró hacia la estantería de archivos. ¿Debía hacerlo? ¿Podría encontrar a su padre con una llamada?
Raine no supo la respuesta hasta que reunió el coraje suficiente para descolgar el auricular.
Más tarde, ese mismo día, Neil Rankin estaba a punto de salir del bufete que tenía en Aztec, Nuevo México cuando la secretaria contestó al teléfono.
Él se detuvo frente a la puerta.
—Me he ido —dijo.
Connie frunció el ceño y lo hizo detenerse con un gesto.
—¿Cómo ha dicho que se llama? Señorita… —apuntó algo en un bloc de notas y se lo pasó a Neil para que lo leyera.
Neil entornó los ojos. En la última semana lo habían llamado más de una docena de personas preguntando por la foto de Darla, pero todas parecían un poco desequilibradas. Ya no estaba de humor para lidiar con otro loco. Su estómago rugía sin cesar y el sheriff de San Juan County lo esperaba para almorzar.
—Quito ya está en el Wagon Wheel —le dijo a Connie—. Anota su nombre y yo la llamaré.
Connie negó con la cabeza.
—Claro que hablará con usted, señorita Crockett. Un momento… Enseguida le paso con él.
La secretaria apretó la palma de una mano contra el auricular y le ofreció el teléfono a su jefe. Neil masculló un juramento.
Él no era detective, sino abogado. Y sus tareas normalmente se limitaban a la lectura de testamentos. Investigar sobre un caso abierto de desaparición no era su especialidad.
Pero se había comprometido a ayudar a su amigo de la infancia, Linc Ketchum. El granjero llevaba veinticinco años sin tener noticias de su madre y se había animado a indagar sobre su paradero ante la insistencia de su prometida.
Por su parte, Neil no albergaba ninguna esperanza de encontrar a Darla Carlton, pero él siempre cumplía sus promesas, y le había jurado a Linc y a Nevada que buscaría en cada rincón.
—Ésta suena auténtica, Neil —dijo Connie, emocionada—. Esto es lo que has estado esperando. Lo presiento.
—Vas a presentir otra cosa como no me dejes marchar —dijo Neil, bromeando. En el fondo deseaba que Connie tuviera razón. Ya estaba cansado de seguir pistas falsas.
Connie soltó una carcajada.
—Eres demasiado blando para eso, Neil. Por eso llevo diez años trabajando contigo.
Neil agarró el teléfono.
—Neil Rankin al habla.
—Eh, soy Raine. Raine Crockett. Llamo por el anuncio que puso en el periódico, el de la mujer que está buscando.
Aquella voz sonaba joven y dulce. Quizá se tratara de una adolescente traviesa.
—¿Desde dónde me llama, señorita Crockett?
Hubo una pausa de unos segundos.
—Desde el rancho Sandbur. Está al norte de Goliad, Texas. ¿Sabe dónde está eso?
Había algo de impaciencia en su tono, como si esperara encontrar a un texano lejos de casa al otro lado de la línea. Ese pensamiento hizo sonreír a Neil.
—Lo siento, señorita Crockett. Sólo he ido dos veces a Texas en toda mi vida y las dos veces fui a Dallas.
—Oh. Bueno, estoy muy lejos de Dallas, señor Rankin. El rancho