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Libro electrónico240 páginas3 horas

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Información de este libro electrónico

Dan, Vic y Stef descubren quién se encarga de ocultar los Nubaruks y por qué, pero no es el único secreto que guardan con recelo. Los tres amigos, junto a nuevos compañeros, se embarcarán en una nueva y emocionante aventura para desvelar el misterio de una vez por todas. Conocerán criaturas y mundos desconocidos, pero la misión no resultará tan fácil como ellos esperan. Una gran amenaza se interpondrá entre ellos y su objetivo.
¿Conseguirán llegar hasta el final, descubrir toda la verdad y conservar sus vidas?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 dic 2022
ISBN9788412614343
Gâlartax
Autor

N. Rogüel

N. Rogüel (Natalia Romo Miguel, Vizcaya, 1994) es graduada en Nutrición Humana y Dietética, con un máster en Nutrición y Salud. Hasta ahora se ha centrado en la nutrición. Sus primeras publicaciones como colaboración con la Universidad del País Vasco fueron una guía sobre alimentación saludable, ¡Comer sano no es difícil… ni aburrido!, artículos y pósteres científicos durante los dos años de experiencia en el Doctorado en Nutrigenómica y Nutrición personalizada. Sin embargo, en los últimos años ha descubierto que la investigación y la docencia no son su vocación, de modo que decidió escribir su primera novela. Entre sus aficiones siempre han destacado las novelas, series y películas de ciencia ficción y fantasía. Actualmente está dando sus primeros pasos como dietista-nutricionista y escritora profesional. Nubaruk (Ediciones Arcanas, 2021) fue su primera novela y ahora nos trae la segunda parte: Gâlartax.

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    Gâlartax - N. Rogüel

    CAPÍTULO 1

    Habían pasado tan solo tres meses desde la muerte de Greg. La herida aún no había cicatrizado, pero todos intentaban llevar una vida lo más normal posible, evitando caer en la locura.

    Dan no olvidaba el día del funeral, se repetía en su cabeza una y otra vez, su homenaje fue precioso y desgarrador al mismo tiempo. El cielo estaba despejado, el azul no dejaba paso a ningún otro color; a Greg le hubiera encantado. La vestimenta negra de los asistentes perturbaba la presencia de la pradera radiante, rebosante de espléndidas flores: margaritas grandes, amapolas multicolor, campanillas silvestres… Al final de su extensión, un amarillo intenso permitía intuir el enorme campo de girasoles.

    El lugar del evento estaba cuidado con exquisitez, se apreciaba el aroma y la intensidad del color de infinidad de exuberantes rosas blancas y rojas, el sonido relajante de un pequeño riachuelo de agua cristalina que rodeaba el cementerio, los senderos de piedra dirigidos por grandes matorrales a cada lado y una corona cargada de canas rojas de borde amarillo —su flor preferida—, que adornaba la fría, blanca y gris lápida de mármol donde se podía leer «Greg, tus familiares y amigos siempre te querrán».

    Sus familiares, en especial sus padres, aún mantenían la esperanza de que apareciera en el porche y volvieran a abrazarlo una vez más. Y no era extraño, puesto que nunca pudieron despedirse de él, nadie había encontrado su cuerpo. La historia que Stef, Dan y Vic les habían contado no era suficiente para convencerlos de que Greg había fallecido. Obviamente, no mencionaron nada que tuviera que ver con los saltos espaciales... Se remontaron al día que fueron a la isla Koro, afirmaron que Greg se acercó demasiado al borde, resbaló y se precipitó hasta lo más hondo del volcán inactivo. También les confesaron que no se atrevieron a bajar porque temían su mismo final y no querían arriesgarse, teniendo claro que no podía haber sobrevivido a aquella caída. Aseguraron que habían acudido a la policía, pero que, cuando fueron a buscarlo y a pesar de hacer todo lo que estuvo en sus manos, no lo encontraron. Alegaron que, con todas las rocas, tierra y humedad que se acumulaban allí en pocas horas, era casi imposible hallar su cuerpo y que, por lo tanto, cuanto más tiempo transcurriese, más complicado sería dar con él.

    Los padres de Greg, Lucía y Conrado, quisieron hablar con los agentes, pero en todas las oficinas a las que llamaron les aseguraban no tener información acerca de ninguna desaparición en sus islas. El hotel fue el único que corroboró que desde el primer día que salieron de allí, no volvieron a saber de ellos. Tanto Conrado como Lucía jamás pensaron que los amigos de Greg, que le habían acompañado desde su infancia, tuviesen algo que ver con la desaparición de su hijo y tampoco que tuvieran motivos para mentir. No les cabía la menor duda de que lo querían, aunque cada uno lo demostrase a su manera. Sin embargo, hasta que su hijo no apareciera sin vida, mantendrían la esperanza. Por ello, tras meses de espera, desesperación e incertidumbre, sin recibir información y hartos de la aparente incompetencia de la policía o del supuesto interés que tenían por ocultar aquel incidente, prepararon las maletas, se dirigieron en coche hasta el aeropuerto y embarcaron en el primer avión que salía desde Madrid con destino a las islas Fiyi. Tal vez de esa manera serían capaces de obtener respuestas.

    ***

    Uno de sus mejores amigos, al igual que cuando falleció su padre, ocultó la tristeza en lo más profundo de su corazón. Procuró seguir adelante, evitando, en la medida de lo posible, que cualquiera se lo recordase. Sin embargo, el dolor le consumía por dentro. Era la segunda vez que perdía a un ser querido sin poder hacer nada para evitarlo.

    Gracias a que consiguió su primer empleo relacionado con sus estudios poco después de su regreso, en una empresa privada de fabricación de automóviles, su mente se mantuvo distraída. Le dieron la oportunidad de trabajar en Guanajuato —México— y pensó que, a pesar de sentir preocupación por distanciarse de su madre y que se quedara sola en Cántago —por mucho que ella le insistiera en que estaría bien—, alejarse de todo le vendría bien por un tiempo. Era cierto que echaría de menos pasar el rato con Stef y Dan, pero también era consciente de que aquellos momentos que pasaban juntos ya nunca volverían a ser los mismos.

    Al contrario que Vic, Stef pasó un largo mes manifestando sus sentimientos, dejó de ser esa chica de alegría desmesurada a la que todos estaban acostumbrados. A pesar de saber que Greg hubiese querido que mantuviera su radiante sonrisa, el no poder volver a disfrutar de su compañía, así como sus recuerdos —que le devolvían sus últimas palabras una y otra vez—, no le permitían mostrarse de otra manera. Greg la quería desde hacía años y ella ni siquiera fue capaz de responder a su declaración. Le mortificaba la idea de no haberse dado cuenta antes. Creía que esa faceta formaba parte de él, que era un chico tierno y tímido. Nunca se había parado a pensar que con ella ese rasgo se intensificaba cada día más. Y ahora era tarde, ya no podría volver a hablar con él. Aunque hasta ese instante los únicos sentimientos que mostraba hacia Greg eran de amistad, había perdido la oportunidad de un posible futuro junto a él que ya no recuperaría jamás. Todo podría haber sido diferente, pero ya nunca lo sabría.

    Sin embargo, poco a poco, con cada día que pasaba con Dan, buscando y ofreciendo su apoyo, esos pensamientos amargos desaparecieron para dar lugar a otros sentimientos. Aquellas noches en las que sus miradas se cruzaban bajo el manto estrellado, las risas delicadas, caricias dulces y abrazos cálidos frente a la puesta de sol, así como las largas y agradables charlas en las que compartían sus intimidades, provocaron que algo se removiese en su interior. La joven compartía el intenso cosquilleo que Dan ya experimentaba desde aquel extraño y extenuante viaje a otro mundo.

    Dan, por su parte, se sentía culpable por haber predestinado a Greg a una muerte segura y al resto de sus amigos a un desolador futuro en el que no volverían a encontrarse con él. Leyó día tras día durante tres meses sobre agujeros de gusano y brechas en el tiempo, haciendo innumerables conjeturas, pero sin hallar nada en claro que le pudiera ayudar a recuperar a su amigo. Miraba el rostro de Thompsi a diario sin ser capaz de explicarle que su querido compañero no regresaría. El animalillo se lamentaba por no poder alentar a Dan y es que desconocía el motivo de su melancolía. Para él, el tiempo sin su mejor amigo era cada vez más llevadero y sus ojos chispeantes daban paso al entusiasmo que guardaba en su interior con la esperanza de volver a verlo. En verdad, Thompsi se había adaptado a la perfección a las comodidades del planeta Tierra, en concreto al dormitorio de Dan, ya que lo mantenía protegido y alejado del resto de la humanidad, incluyendo a sus padres. Jamás lo entenderían, primero habría que explicarles de dónde había salido y, en segundo lugar, le suplicarían que lo entregase a cualquiera que tuviese conocimientos de lo que era o, al menos, a alguien que supiese tratarlo.

    El pequeño ser de cabeza estrellada recorría cada rincón de la habitación. Tan pronto podía sorprenderle detrás del marco de una fotografía como debajo de un calcetín —de un tamaño exagerado para la complexión de Dan— que había en el cesto de la ropa sucia. Y cuando no andaba haciendo de las suyas, aprovechaba para darse un pequeño chapuzón en el recipiente de cristal traslúcido de un metro de largo que Dan guardaba bajo su cama y que sacaba en el momento del baño para observarle. Disfrutaba de aquel espectáculo en el que la criatura nadaba de un lado a otro sin preocupaciones, incluso chapoteaba cómodo y feliz. Al menos, en ese instante, Dan sentía que había conseguido hacer algo bien.

    Alimentarlo no era nada complicado: en cuanto aparecía algún insecto, el animalillo extendía su lengua trífida y lo devoraba sin piedad. Esto le venía a Dan como anillo al dedo para deshacerse de todos los bichos que irrumpían en su dormitorio con la intención de quedarse.

    Parecía que todos los días transcurrían de la misma manera, eran muy parecidos a su antigua vida, con la excepción de que, en lugar de desplazarse a la universidad para estudiar su grado en Física, asistía a las aulas donde se impartía el máster en Astrofísica que había comenzado hacía un mes escaso. Durante la tarde, siempre que tenía un hueco, se reunía con Stef bajo las preciosas hojas verdes del majestuoso roble que crecía en su jardín.

    Sin embargo, un día como otro cualquiera surgió algo inesperado para Dan. Alguien tocó al timbre de su casa: un desconocido. Ante la curiosidad, se asomó por la ventana de su dormitorio, desde donde se veía la puerta principal. El hombre, de cabellos rojizos, tez pálida, corpulento y trajeado, le resultaba familiar, pero no en el buen sentido. Una furgoneta negra de cristales tintados y aspecto sospechoso estaba aparcada a unos metros de su casa. Aquello le provocó un mal presentimiento.

    —Thompsi, esto no puede ser bueno —susurró.

    CAPÍTULO 2

    Vic se encontraba inmerso en una ciudad que desprendía júbilo. Guanajuato era para él un lugar excitante. Durante la primera semana, a pesar de que el trabajo no le dejaba mucho tiempo libre, recorrió las calles y visitó los monumentos principales: el mirador de Pípila, que le confería una vista espectacular de toda la ciudad, la Basílica de Nuestra Señora de Guanajuato, la Universidad, la Alhóndiga de Granaditas y el Teatro Juárez. Incluso entró en un museo, ¡un museo! Algo que nunca habría hecho; pero aquel era distinto a los demás, ¡estaba repleto de momias! Y, aunque la arqueología no le entusiasmaba, ver a un montón de gente fallecida cientos de años atrás y tan bien conservada le parecía asombroso. Además, era algo de lo que podía alardear; no sería lo mismo si, en su lugar, le fascinaran los cuadros de Botticelli...

    Pero, sin duda, lo que más apreciaba de Guanajuato eran sus calles, plazas y callejones, todos ellos muy coloridos. Las casas eran rosas, verdes, amarillas, naranjas, rojas…, construidas una detrás de otra, adornadas con árboles y plantas cuyas hojas, flores y frutos realzaban aún más su color.

    Al caer la tarde los tunos le deleitaban con su canto y su música. Vic aprovechaba ese ambiente cautivador para desplegar todo su arte de la seducción, acercándose a aquellas mujeres hermosas de pelo negro, piel morena y ojos azabache, haciendo competencia a los músicos, que también trataban de cortejarlas. Cuanto más tuviera que esforzarse para seducirlas —y si al final era él quien lo conseguía de entre todos los hombres con sus mismas artimañas—, mayor satisfacción le producía, amaba los retos. Sin embargo, a partir del décimo día, solo pensaba en descansar. Lo que empezó como una gran fiesta en la que disfrutar a lo grande, terminó resultándole irritante. Ni siquiera podía conciliar el sueño hasta que los tunos finalizaban su actuación.

    Una noche en la que estaba a punto de gritarles para que se callaran, algo lo detuvo: alguien lo observaba desde el coche blanco aparcado justo delante de su apartamento. Llevaba allí varios días y, lo que era aún más raro, estaba casi seguro de que, tanto el coche como la persona que lo observaba, eran los mismos que los que había en la calle contigua a la de su madre antes de partir hacia México. ¿Sería aquello una casualidad? Él no lo creía así.

    ***

    Mientras tanto, en Cántago, el sonido del timbre desconcentró a Virginia —la madre de Dan—, que se levantó de un salto del asiento mullido y forrado a cuadros, se despegó de su antebrazo una de las piezas del puzle que intentaba resolver y se dirigió apresurada a recibir a su invitado con una gran sonrisa. Por el contrario, su marido Guillermo no mostraba ni un ápice de interés por la persona que llamaba a la puerta. Estaba absorto en uno de sus programas favoritos de la televisión, sentado en el sillón ya deformado por sus flácidas posaderas.

    —¡Buenas tardes! ¿En qué puedo ayudarle? —ofreció Virginia con amabilidad al desconocido.

    —Buenas tardes, señora. Vengo a darle una grata sorpresa respecto a su hijo. ¿Podría pasar?

    —¿¡Mi Dan!?

    —Exacto —contestó con una deslumbrante sonrisa a la vez que mantenía fija su mirada en Virginia.

    —¡Por supuesto! ¡Adelante, pase! —añadió ella con gran ilusión.

    —Muchas gracias, señora —dijo él al tiempo que apoyaba el zapato impoluto sobre la madera pulida de diseño envejecido de la entrada.

    Caminó sobre la moqueta vieja hacia donde le indicaban las manos de Virginia.

    —¡Haz el favor de levantarte! —murmuró con la boca ladeada y mucha discreción a su marido, que seguía hipnotizado ante el televisor—. Este señor...

    —Rodrigo —la interrumpió con una sonrisa al percatarse de que todavía no se había presentado.

    Virginia le devolvió el gesto y continuó:

    —Rodrigo viene a darnos muy buenas noticias sobre nuestro hijo.

    —Yo soy Guillermo, encantado —se presentó orgulloso tras levantarse del sillón con dificultad—. Por favor, siéntese y cuéntenos.

    —Verán, como ya sabrán, su hijo ha demostrado tener una gran capacidad para entender la astrofísica, destaca en todas las materias. Por lo tanto, creemos que podría sernos de gran utilidad en una de nuestras investigaciones astronómicas y nos gustaría ofrecerle unas prácticas remuneradas en el Centro Astronómico Hispano Alemán, más conocido como Calar Alto, uno de los observatorios de mayor prestigio de la Unión Europea, situado en Almería.

    Los padres de Dan no daban crédito.

    —Entiendo que tendrán que consultarlo con su hijo, es una decisión importante.

    —Usted no se preocupe por eso, ¡estará encantado! ¡Daaaan! —gritó su madre hacia las escaleras que daban a su dormitorio—. ¡Baja aquí un momento!

    Dan llevaba todo el tiempo intentando escuchar algo de la conversación, pero no hubo manera. En cambio, el elevado tono de voz de su madre lo escuchó a la perfección, así que siguió su orden, no sin antes cerrar la puerta de su habitación.

    —Thompsi, ya sabes lo que tienes que hacer: quédate aquí quietecito sin montar ningún escándalo ¿de acuerdo? —susurró.

    El pequeño ser ladeó la cabeza y lo miró con atención, pero sin terminar de entender lo que su nuevo dueño le pedía.

    Dan bajó las escaleras con el cuerpo rígido, estaba muy tenso. Los pensamientos más sombríos inundaban su mente: ¿acaso aquel hombre les había contado lo que ocurrió en el volcán?, ¿vendrían a detenerlo?, ¿conocerían la existencia de Thompsi?, ¿sabrían que lo tenía oculto en su dormitorio? Reunió valor y saludó, haciendo caso omiso a sus inseguridades:

    —Hola.

    —Buenas tardes, Dan —respondió Rodrigo de forma muy cortés—. Le estaba comentando a tus padres que venía a ofrecerte una gran oportunidad para formar parte de nuestro equipo en el observatorio Calar Alto. Por supuesto, serían prácticas remuneradas. ¿Qué me dices?

    Dan reafirmó sus sospechas. Era muy complicado entrar en aquel observatorio y, a pesar de su habilidad, había compañeros en la universidad que destacaban más que él. Por lo que, al principio, intentó negarse poniendo la excusa de que tenía que finalizar el máster.

    —No habrá ningún problema, ya hemos hablado con tus profesores, harás algunos exámenes online y otras asignaturas se te convalidarán con las prácticas.

    Sus padres continuaban maravillados. No podía decir que no ante tal propuesta. En cualquier caso, pensó que hasta que se fuera —era algo precipitado, por lo que le había contado, dentro de unos cuatro días— tendría tiempo para averiguar qué estaba tramando. Siempre podría rechazarlo en el último momento, aunque debería buscar un buen pretexto.

    ***

    Entretanto, en el refugio de animales donde trabajaba Stef como voluntaria —ya que siempre había compartido un cariño especial con ellos—, apareció una mujer de pelo castaño y ojos azules con un uniforme

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