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La trampa de la ilusión
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Libro electrónico100 páginas1 hora

La trampa de la ilusión

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Información de este libro electrónico

Cristal ha decidido quitarse la vida a los cuarenta años, sin embargo, los recuerdos de la infancia la detienen. Fernanda disfruta su presente sin recordarse a sí misma. Diego y Lorenzo se han convertido en depredadores cuyo único objetivo son las ventajas económicas y a Olaf la incapacidad de superar sus complejos lo ha orillado a tomar decisiones
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 dic 2021
La trampa de la ilusión
Autor

Roberto Delgado Ríos

Roberto Delgado Ríos nació en Querétaro, Querétaro en 1978. Definido como novelista, ha publicado las obras El Triunfo de los Otros (Rosa M. Porrúa, 2009) con la cual se presentó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Sólo lo Sabe la Luna (Plaza y Valdés Editores, 2012) y Generación Invisible, (Par Tres Editores, 2016). Abogado de profesión y candidato a Doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, también fue columnista semanal de 2005 al 2018 del periódico Capital Querétaro con mas de 600 colaboraciones publicadas en materia cultural y literaria. De igual forma, se ha interesado en la dramaturgia con la obra Se Solicita Patrona (Teatro La Tercera Llamada, 2017). Roberto Delgado es un narrador joven quien ha venido a reposicionar la tendencia de los escritores queretanos que básicamente se han centrado en la poesía. Una pluma que promete abrirse paso en la literatura mexicana.

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    La trampa de la ilusión - Roberto Delgado Ríos

    La trampa de la ilusión.png17432.jpg

    Primera edición, 2018

    © 2017, Roberto Delgado Ríos.

    © 2018, Par Tres Editores, S.A. de C.V.

    Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués,

    Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro.

    www.par-tres.com

    direccioneditorial@par-tres.com

    ISBN de la obra 978-607-9374-93-8

    Diseño de portada

    © 2018, Diana Pesquera Sánchez.

    Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.

    Impreso en México • Printed in Mexico

    Roberto Delgado Ríos nació en Querétaro, Querétaro en 1978. Definido como novelista, ha publicado las obras El Triunfo de los Otros (Rosa M. Porrúa, 2009) con la cual se presentó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Sólo lo Sabe la Luna (Plaza y Valdés Editores, 2012) y Generación Invisible, (Par Tres Editores, 2016).

    Abogado de profesión y candidato a Doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, también fue columnista semanal de 2005 al 2018 del periódico Capital Querétaro con mas de 600 colaboraciones publicadas en materia cultural y literaria.

    De igual forma, se ha interesado en la dramaturgia con la obra Se Solicita Patrona (Teatro La Tercera Llamada, 2017). Roberto Delgado es un narrador joven quien ha venido a reposicionar la tendencia de los escritores queretanos que básicamente se han centrado en la poesía. Una pluma que promete abrirse paso en la literatura mexicana.

    Para Sofía,

    un pedazo de cielo descendido.

    Capítulo I

    No pudo evitar que sus ojos esmeralda fueran de nuevo acorralados por el desconsuelo que golpeaba aún más que la copiosa nevada. Quedaba en evidencia aquella mirada sin enfoque que rebotaba furiosa y frustrada en cada metro del lago congelado que tenía ante ella. Estaba sentada en una silla de terraza frente a una revelación alarmante. Concluyó que el concepto del amor era inexistente, y por lógica, el gran culpable de aquel monumental fracaso era el propio ser humano.

    Cuando su mente dejaba de hacer ruido simulando un regreso pacífico al magnífico escenario canadiense, ella se recorría la mejilla con la palma de su mano, sintiendo el helado metal de los anillos, para después dejarla caer sobre aquellas piernas que solamente él tocaba para satisfacer el morbo. Aún así, se mantenía hermosa para guardarle respeto a la niña que, décadas atrás, anhelaba crecer. Un camino que, hasta la vida adulta, descubrió que modificaba personas y aniquilaba pasiones. Sentía que había traicionado a la criatura de las viejas fotografías que corría por la playa junto a su madre y quien se había abandonado como producto de su fracaso matrimonial. Aún así, mantenía las uñas largas que electrizaban, aquel suéter negro de invierno ceñido a su cuerpo, un pantalón ajustado a sus perfectas caderas, altas botas negras y aquel extraordinario perfume que nada más ella aspiraba. Quería romper con ella misma; quemar y volver cenizas cualquier rastro del pasado para simular que había nacido a los cuarenta años y no tener que rendirle cuentas a la expectativa de la juventud. Sin embargo, no es tan sencillo divorciarse de quienes fuimos. Su pasado era precisamente el lugar desde donde emergían los pisos sólidos que evitaban se precipitara al vacío. Era la vuelta a la edad de la esperanza la que le devolvía cualquier atisbo de felicidad.

    Como un criminal arrepentido y atormentado, que busca cerrar con llave lo que fue para tratar de construir de manera distinta lo que podría venir, prendió el encendedor y lo acercó a la chimenea exterior donde descansaban los únicos dos álbumes que acumulaban fotografías de la etapa de las golosinas y las ganas de volar lejos, muy lejos. El viento frío proveniente del lago apagó la flama y ya no se atrevió a encenderla de nuevo.

    Antes de seguir siendo una madre, una esposa y sobre todo una mujer en su presente, decidió mirar y sumergirse en una fotografía al azar. Sintió la textura de la vieja imagen y la analizó con timidez. Era ella a la edad de cinco años, sonriendo de espaldas al mar y cargando su inseparable bolsita tejida donde escondía cartas que elaboraba para sus padres. La mente viajó en primera clase hacia el mundo de la ilusión. Comenzó a recordar y a recordarse, cuando en aquel momento le dijeron que ya podía abrir los ojos y ella obedeció.

    –Observa bien Cristal, ¿no es bellísimo? –dijo su madre mientras el azulísimo firmamento se desarmaba sin remedio ante el gigante líquido que lidiaba una batalla a muerte consigo mismo.

    No hubo respuesta inicial, pero la fuerza con la que aquella niña rubia apretaba las manos entrelazadas lo decía todo. Y sin embargo, las dos mujeres miraban escenarios distintos sin importar que el mar siempre será un mismo mar. Aquella perfecta tarde de agosto, Ana José pensaba únicamente en dos temas: la paz y la enseñanza. Por el contrario, Cristal mostraba una media sonrisa ladeada tan suya como quien solamente revela placer pero se rehúsa a compartir el cáliz de su regocijo interno. Mientras el adulto siente la proximidad de la muerte, el niño contrae fidelidades con la eternidad y por ello, las dos como testigos silenciosos, disfrutaban todo de manera asimétrica. Utililizando su espléndida máquina de ilusiones, Cristal clavó la mirada como le aconsejó su madre. Respiró y escuchó el ruido que venía desde el oleaje del agua. Con gran curiosidad, pero con disimulo, analizó qué reacción tenían los demás turistas ante semejante juguete. No logró traducir sus dudas en palabras, pero eso no importaba. Hay momentos en que la explicación daña más de lo que repara. Aflojó la presión de su mano cuando se sintió segura y acostumbrada. Movió un poco los pies para sacudirse sin lograrlo. De manera atrevida, la arena renunciaba a pedir permiso para colarse entre sus dedos y después, el leve murmullo mutó en sonora algarabía. Comenzó a correr hacia el mar con aquel semblante que solamente regalaba en sus cumpleaños. Niña y paraíso se encontraban y se saludaban como quien descubre un maravilloso hallazgo sin querer soltarlo.

    –¡Cristal! –gritaba la madre nerviosa.

    –¡Mamá! –respondía la niña en éxtasis mientras aceleraba la carrera por la orilla irregular de la espuma salina.

    Las risas de Cristal se convirtieron en aquellos sonidos que emergen desde ese rincón extraño que se manifiesta cuando la felicidad se convierte en un instinto. Las pequeñísimas huellas que iba dejando atrás constituían un perfecto testimonio notarial de que Cristal finalmente había conocido el mar. Al darle alcance, Ana José la levantó y comenzó a darle vueltas en círculo, diciéndole con los músculos de sus brazos que la amaba profundamente.

    Dejó la fotografía en la mesa blanca, a un lado del café que se enfriaba más con cada pensamiento que con la temperatura bajo cero del hermoso lugar. Regresó a sentarse y el viento se estrelló con su rostro. Miró de nuevo el lago congelado para replicar la seguidilla de reflexiones. ¿En qué momento él le había arrancado de tajo sus deseos de atraer, su delicioso sometimiento a la protección masculina y el caminar frente a él sabiéndose observada? Le habían dinamitado también la destreza y la energía para educar a dos niños por el hermoso proyecto común, de pintarse

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