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El pentagrama
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Libro electrónico421 páginas5 horas

El pentagrama

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Sarah es una adolescente común, segura de algunas cosas e indecisa en cuanto a otras; está enamorada del compañero de clase, Alex. Cuando por impulso lo defiende ante la mejor amiga del chico, se terminan enamorando el uno del otro. Así comienza una pelea con la mejor amiga de este, Karen, que sigue enamorada de él y no acepta ser sustituida. Como si lidiar con las artimañas de su celosa rival no fuese suficiente, Sarah y sus nuevos amigos empiezan a verse envueltos en un ambiente constante de miedo que domina la ciudad.

Un asesino en serie está matando a jóvenes de manera brutal y no se ha descubierto ninguna pista sobre el responsable. Es entonces que para horror de Sarah, extraños acontecimientos y visiones macabras la empiezan a perseguir y se ve envuelta en cosas aterradoras que escapan de su control. Nadie la toma en serio y por eso decide iniciar una investigación por su cuenta. Llega a la conclusión de que ella puede ser la próxima víctima del asesino y si no actúa rápido, todos a su alrededor también pueden estar en peligro.

Temiendo lo peor, en una carrera contrarreloj lidia con sus propios problemas típicos de la adolescencia y descubre que un pentagrama es la llave que revela quién es el asesino. En medio las fuerzas sobrenaturales con las que no tiene ni la más mínima oportunidad, se inicia una lucha por la supervivencia. Pero sentir que alguien más cercano de lo que imaginaba puede ser quien quiere matarla es algo para lo que no está preparada.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento13 nov 2019
ISBN9781071516249
El pentagrama

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    El pentagrama - Vitor Mendes

    EL PENTAGRAMA

    VITOR MENDES

    Illi acumina quinque necessaria erunt

    Eorum singulisque

    Puellam quaeret

    Corda quinque amore incensa

    Et illis festinans palpitare

    Ab illo autem, prolesque diversae sunt miscendae.

    Elctio novissima erunt

    Oblatio et laus

    Amorem maximum mittentes.

    Super sanguinem in ubere humo revelavit

    Nigras inter flamas signabitur

    Stellarum vera forma.

    Dum evanescit lucens luna

    Fluent vitae quinque,

    Sigulasque possidebit.

    In novissimo acto lucebit lux evanescens.

    Et liberabit animus purus

    Potestatem sibi utentem.

    Prólogo

    Caroline volvía para casa y el olor a hierba dominaba el aire como si el prado espolvorease su esencia. La joven seguía el camino del parque, que atravesaba todos los días. Ya era de noche y en el cielo estaba la luna menguante.

    Caroline estudiaba periodismo y quería ser redactora de una de las revistas más importantes de la ciudad, la Gazeta da Orla. Como el logotipo siempre le llamaba la atención, sus ojos de lince captaron una hoja de un periódico tirada en una esquina. Se agachó y recogió el papel que estaba lleno de tierra y leyó:

    Uno de los acontecimientos que más conmovió a nuestra ciudad cumple hoy 7 años. Thierre Sallwonnen – nieto del excéntrico escritor de raíz gala P. J. Sallwonnen – murió en un accidente en la antigua fábrica siderúrgica en agosto de 1998. El padre se suicidó al poco tiempo y la madre murió meses después de lo ocurrido. El hermano más joven, único testigo de la tragedia, quedó a merced de los servicios sociales durante un tiempo, hasta que sus registros se perdieron. Nadie conoce su paradero. ¿Sigue entre nosotros? ¿Será que los recuerdos y las pérdidas continúan atormentándolo donde quiera que esté?

    Un escalofrío le recorrió la espalda como un ciempiés. Se acordaba de esa historia. La ciudad nunca había presenciado nada como aquello y en esa época sólo se habló de eso durante meses.  Arrugó el papel nerviosa y lo tiró en una papelera, sin darse cuenta de que en realidad había caído en la hierba.

    Repasó mentalmente los detalles de su trabajo de redacción de investigación sobre un crimen que había ocurrido días antes, un nuevo golpe para la ciudad costera. Una estudiante de apenas 17 años había sido encontrada muerta y había sospechas de que hubiera sido un homicidio. La población estaba asustada y todos hablaban del caso Elise. El acontecimiento recordaba al accidente de la siderurgia, pero eso a Caroline no le sorprendía. Estaba acostumbrada a leer casos similares todos los días en los periódicos, tenía que mantenerse informada, ya que tenía pensado ser redactora.

    Miró para arriba y suspiró, viendo como un poco de vaho salía de su boca como humo saliendo de la chimenea. Hacía mucho frío y estaba terriblemente cansada.

    El número de personas en el parque no era tan grande como durante el día. Más adelante, una chica rubia corría sujetando un iPod y, enfrente, un señor paseaba a un Yorkshire.

    Miró el reloj. Eran las 10 de la noche y no quería perderse el programa que siempre veía, por lo que aceleró el paso.

    Oyó un crujido. Por el rabillo del ojo, vio que algo se movía entre los arbustos y pegó un saltó de la sorpresa. Se estremeció de nuevo. Puede que tuviera miedo pero era demasiado orgullosa para admitirlo. El niño que murió en la caldera de fundición de la siderurgia apareció en su mente como un monstruo ensangrentado salido de una película antigua de terror. Era como lo imaginaba en las bromas que sus amigos solían hacer en el colegio, sobre el espíritu de un niño que decían que rondaba el lugar. Había sido muy extraño haber leído aquel artículo de periódico allí. Sola.

    Un nuevo crujido, esta vez más fuerte, hizo que se echara para atrás. No vio a nadie. Continuó andando tratando de ignorar los pensamientos que le preocupaban. Sintió como si estuviera en la película Los pájaros de Hitchkock, atacada por diversas ideas macabras, que volaban a su alrededor y no la dejaban.

    Oyó un paso silencioso detrás. Estaba aterrorizada, cuando una sombra apareció en el suelo, alargándose en cinco puntos peculiares. La mano tapó su boca, la agarró y la llevó detrás de los arbustos. Ella opuso resistencia revolviéndose como si tuviese una camisa de fuerza. Acabó tirada en la hierba.

    Sintiendo el dolor del impacto, era consciente del peligro que corría. Temblaba. Sus huesos se agitaban como si se fueran a desmontar, pero pateó al agresor cuando éste fue en su dirección, hasta que ambos rodaron por la hierba. Asfixiada por el pánico, no consiguió emitir ningún sonido, sólo fue capaz de arrastrarse por la pendiente. La figura se estaba poniendo de pie mientras ella se apoyaba en un árbol. Empezó a correr la maratón de su vida.

    Se había apartado del camino del parque y allí no había farolas. La frágil luz de la luna era su guía, pero el miedo la desorientaba. Pensó en coger el móvil, cuando se acordó de que estaba sin batería. Jadeaba de cansancio y, aún corriendo, oyó pasos detrás de ella aplastando la hierba. Se dio cuenta de dónde había llegado, como un marinero que, después de semanas en el mar, ve una isla llena de caníbales. Divisó las pálidas lápidas y escuchó el graznar de los cuervos. Era el cementerio de la ciudad, justo detrás de la última colina del parque.

    Se adentró entre los ángeles, que parecía que rezaban por ella en un silencio eterno. Su mente la alertó otra vez: el cementerio era ese lugar donde ocurrían todas esas historias macabras que le contaban sus amigos. El sudor que mojaba su ropa estaba helado y, con el frío que hacía, tuvo la sensación de correr en una nevera.

    Miró por encima del hombro y una horda de cruces y rostros de piedra le devolvieron la mirada, desde la oscuridad. No vio a nadie. Sus zapatos empezaron a hacer eco en la grava llena de pétalos y cera, dando la impresión de que varias personas la acompañaban en una macabra procesión.

    Vio el portalón a unos metros de distancia. Centrada en salir de allí, no se dio cuenta y tropezó. Cayó en la tierra húmeda y se quedó sentada masajeando el tobillo que había dado contra una lápida.

    ¿Qué es esto? – se preguntó, mirando un dibujo en el suelo. Era una estrella hecha con líneas rojas y rodeada por un círculo.

    Alguien se aproximaba y fue esa presencia lo que hizo que recuperara prisa que tenía. Se levantó de la caída y continuó huyendo, ahora cojeando un poco.

    Estaba muy cerca del portalón cuando escuchó un sonido diferente, que hizo que se llevara las manos a la cabeza y se agachara. El suelo vibró con el impacto y Caroline intentó quedarse quieta. Creyó ver una sombra moverse en su dirección.

    Demasiado asustada para seguir corriendo, continuó agachada y se escondió detrás de una gran lápida, escuchando como se acercaban los pasos. De espaldas y con los ojos cerrados, tragó saliva.

    Fue entonces cuando sintió que algo tocaba su cabeza y la empujaba. No tuvo tiempo de ver qué era, ya que la agarraban por los pelos. Intentó aferrarse a la lápida de granito con toda su fuerza, pero sintió como se le escapaba de los dedos.

    — ¡No me...No me hagas daño! – exclamó con la voz muy baja, debido al estado de pánico en el que se encontraba.

    No la escuchó. La silueta la estrechó, haciéndole daño. Se sentía impotente ante la fuerza de su oponente y era inútil resistirse. Un objeto muy afilado cortó su piel. El cazador destripó el conejo. Y ella era el conejo.

    El hombre corpulento la ató a la lápida, mientras su sangre se derramaba a través del corte y regaba el suelo con una densa lluvia roja. Un dedo caliente y húmedo tocó su piel y ella vislumbró, al bajar la mirada, una estrella de sangre hecha en su tórax.

    El suelo tembló una vez más y Coraline vio que el agresor arrastraba una gran piedra, haciendo un ruido ensordecedor con la fricción de la gravilla. Dos manos se apoderaron del bloque de piedra y tomaron impulso en el aire, hasta que cayeron con fuerza apuntando a su cráneo. Se giró rápidamente y, con un sonido perturbador, el objeto chocó contra su brazo con un fuerte golpe.

    El grito agudo de dolor fue silenciado por la áspera mano que le cubrió la boca, sosteniéndola con fuerza contra la lápida a la que estaba atada.

    Ella elevó su mirada y, por primera vez, miró a la persona de frente. El golpe fue tan grande que no consiguió ni gritar. Se acordó del caso, se acordó de las historias y de las leyendas que contaban.

    Abrió la boca y balbuceó, en un último instante de pánico:

    — ¡Tú!

    Él hizo una pausa. Entonces, como si de repente hubiera recobrado el sentido, agarró la piedra y la levantó. Cuando cayó, el ruido fue diferente. Esta vez no falló.

    Una luz inusual empezó a formarse en el aire. En la oscuridad, la luz fluorescente le daba a la sangre un color extraño. Sumergido en la niebla y en aquella claridad sobrenatural, la figura se deslizó por encima del cuerpo de Caroline que, atada a la lápida, fue enfriándose lentamente.

    Capítulo uno

    Perdiendo el control

    La mañana era fría y Sarah peinaba su largo cabello rubio, mirando su reflejo en el espejo de mano. Era alta, delgada y tenía unos bonitos ojos verdes. Guardando el peine en el bolso, se dio prisa y seleccionó un disco cualquiera en el iPod.

    Las vacaciones de invierno habían terminado y el segundo semestre lectivo estaba empezando. Entró en el colegio escuchando música y fue a hablar con su mejor amiga, Nicole, que le contó la buena noticia.

    — ¡Marcela quedó ayer con Carlos!

    —Él es genial –opinó Sarah.

    — Me está empezando a gustar André – confesó Nicole

    —Ya sabía yo.

    — Y tú, Sarah, ¿de quién estás detrás?

    —De nadie –afirmó con rapidez.

    Sus ojos, sin embargo, barrieron el patio en busca de Alex. Éste era un chico atlético de la misma clase que ella. Alto, ojos castaños oscuros y cabello del mismo color. Nunca estaban cerca, por mucho que ella lo intentara. A pesar de parecer una chica popular, era tremendamente tímida. Eso siempre fue un obstáculo para que consiguiese acercarse y hablar con la persona que le gustaba.

    Observó de lejos su pelo y sus ojos penetrantes, como quien admira una pintura en un museo. Suspiraba cuando iban a clase de educación física y quería tener el coraje de entablar una conversación. No es que nunca hubiesen hablado, pero habían sido sólo cosas triviales.

    Sonó la campana y ella se pegó un susto. Se había sumergido hasta el fondo de sus pensamientos. Fue hacia el aula lentamente, de mala gana. Lo único que la motivaba para ir al colegio era su pasión secreta por Alex. No tenía amigos de verdad además de Nicole, e incluso con esta, su relación ya no era como antes. No parecía gustarle a nadie, excepto a los profesores. Era buena estudiante, con buenas notas y Nicole decía que ese era el motivo.

    "¡A nadie le gustan los chapones! – decía su amiga.

    Se moría de sueño y se esforzó por seguir prestando atención en clase, en vez de preocuparse por las chicas que la veían ahogando sus risas. Hablaban de ella, pensando que no se daba cuenta. Una vez las oyó decir que ni siquiera el libro de Física querría estar con ella.

    "¡Decid lo que queráis! – dijo por lo bajo.

    Miró para el otro lado y vio a Alex apoyado contra la pared, con pinta de estar aburrido. Continuó así durante la siguiente clase, la de Matemáticas. A Sarah le gustan los números, aunque sabía que él los detestaba. Varias veces llegó a ayudarlo con algunos ejercicios, pero nunca consiguió quedarse a solas por mucho tiempo, bien por sus amigos – que molestaban – como por su timidez – que la hacía volver a su sitio.

    La mañana pasó lenta y parecía que cada dos por tres alguien hablaba acerca del cementerio. Ella no había prestado mucha atención a la noticia, sin embargo era inevitable oír los detalles que comentaban. El cuerpo de una joven llamada Caroline había sido encontrado en el lugar. Era el segundo crimen en dos semanas y los medios de comunicación de la zona deseaban tener algo de lo que hablar que no fuese el nuevo mono del zoológico.

    En la última hora, el profesor de Geografía anunció que tenía una sorpresa.

    — ¡Os va a encantar! — rió de una forma simpática — ¡Examen!

    ¡Oh, genial! – suspiró Sarah mientras cogía una hoja y trataba de acordarse del contenido del semestre anterior. Aunque sólo conseguía pensar en lo que hizo en las vacaciones, acabó contestando razonablemente rápido. Sarah cogió la mochila y, cuando salió de clase, Alex estaba sentado fuera.

    Cuando simplemente le iba a decir un simple chao, se giró y preguntó:

    — ¿Viste a Karen?

    Esta era su mejor amiga desde quinto. Sarah tenía celos de la relación de los dos, a pesar de que no habían sido nada más que amigos – o por lo menos por parte de Alex. Se acordaba de haber oído rumores de que Karen estaba enamorada de él. La muchacha tenía una melena negra a la altura de los hombros y unos preciosos ojos verdes. Era baja y llena de curvas.

    Sarah asintió con la cabeza y respondió:

    — La vi salir hace poco.

    Ella notó algo extraño. Alex estaba demasiado nervioso y sudaba, incluso haciendo frío. Sarah se despidió y continuó, tratando de ignorar su intuición. Ya que esta le decía que esperase detrás de la fuente. Al final del pasillo, tuvo un impulso y se dio la vuelta. Siguió su instinto. Se sentía culpable allí parada como un maniquí, cuando Karen llegó del pasillo que daba a los armarios con una expresión de enfado en el rostro.

    Karen fue a hablar con Alex y, desde donde estaba, Sarah escuchó:

    — ¿Te puedes imaginar que no conseguí terminar el cuarto ejercicio? Maldita sea, no recordaba que...

    — Karen, necesito hablar contigo – le interrumpió en un tono de voz más alto.

    Ella frunció el ceño y preguntó:

    — ¿Qué pasó?

    — Es que...Desde que estábamos en sexto, me tratas...Mal

    Ella contrajo los labios por la sorpresa.

    — ¿Estás molesto por algo de sexto curso?

    — No es eso. En fin, el caso es que...

    —¿¡Si?!

    Sarah odiaba aquella ironía forzada.

    Alex contestó:

    — Durante todos estos años nuestra amistad no ha sido la misma.

    Karen parpadeó y vio a Sarah mirando todo, como un director de teatro juzgando la actuación de ellos. Miró fijamente para ella mientras Alex terminaba de decir:

    — Desde que me dijiste que te gustaba.

    Sarah se puso nerviosa y Karen también. Ambas escuchaban a Alex atentamente:

    —Y a pesar de eso, no consigo evitar lo que siento.

    Antes de que otra cosa fuera dicha, él se adelantó:

    — Karen, el caso es que – reunió fuerzas y aspiró el aire frío — ¡Estoy enamorado de ti!

    Todo fue muy confuso a partir de ese momento. Por un segundo, Karen puso cara de sorpresa, pero rápidamente volvió a su cara de enfadada.

    Sarah se sorprendió y pensó:

    "¿¡Está diciendo que...está enamorado de Karen?!

    — Alex – balbuceó Karen. Aquello no era típico de ella, quedarse sin palabras como un libro en blanco. Él estaba avergonzado, pero había tomado su decisión. Estaba esperando la respuesta, fuera la que fuera.

    — ¡Me vuelves loca! No te entiendo. – Respondió ella rápidamente.

    Él preguntó con cautela:

    — ¿Pero qué es lo que no entiendes?

    La cautela había sido en vano. Karen soltó:

    —Eres un idiota. ¡Eres ridículo!

    La sangre de Sarah hervía. Le daba rabia que ella fuera el centro de atención y el amor de Alex, y aún así actuar como una idiota. Además, nunca se había llevado bien con ella, le resultaba irritante.

    Karen usaba una voz lastimera, que lo confundió y al mismo tiempo lo asustó. Le cayeron algunas lágrimas que trató de esconder. Un embarazoso minuto de silencio antecedió al arrebato:

    — ¿Por qué ahora? Todo este tiempo creí que no era lo bastante buena para ti.

    La miró con rabia, de la misma manera que Sarah estaba viendo la situación, detrás de la fuente.

    — Karen, no lo entiendes. Dije que...

    — No me digas nada más, Alex. ¡Para! – le advirtió con tono alto, como nunca antes le había hablado – Estás siendo un imbécil. No creí que fueras a jugar con mis sentimientos de esa manera, eres... ¡Eres un monstruo!

    — ¡Para! – gritó Sarah, sorprendiéndose a sí misma al llegar sin aviso y plantarle cara a Karen. Ésta la empujó y las dos cayeron al suelo.

    Varios alumnos habían formado un círculo para ver la pelea.

    — ¡Déjame, estás loca! ¡Suéltame! – gritó Karen, mientras Sarah le tiraba del pelo.

    — Eres una insensible. ¡Eres un monstruo! – la insultó Sarah, esquivando las bofetadas de su adversaria.

    Al final Alex se tiró al suelo en medio de las dos, tratando de separarlas, pero lo máximo que consiguió fue un tortazo en la cara por parte de Karen.

    Un chico llamado Marcos, amigo de él, se acercó y lo ayudó a separarlas. Se gritaban insultos la una a la otra. Estaba claro que Karen no entendía el porqué de que Sarah se metiera en la situación, ni tampoco Alex lo entendía.

    El profesor abrió la puerta de clase. Antes de que llegara algún jefe de estudios, Karen — que estaba roja y llena de arañazos – se alejó de Sarah y se levantó, amenazando:

    — ¡Esto no va a quedar así!

    Ignorando a Alex, se giró y salió andando en dirección a las escaleras. Sus piernas eran como yunques golpeando el suelo.

    Sara estaba tan colorada como arañada. Aprovechando el aire de cotilleo y dudas que cernía el ambiente, colocó la mochila en los hombros y, deseando ser invisible, huyó de los ojos curiosos. Nunca había pasado por una situación semejante, ni mucho menos se había descontrolado antes, pero por primera vez en la vida sintió que su vergüenza se había ido.

    Alex no consiguió entender todo aquello. Tampoco sabía por qué Karen se había puesto así, tan nerviosa. Esperaba que en el peor de los casos lo insultaría pero no que se pondría como una loca. Desilusionado, salió del colegio a la velocidad de la luz para que nadie viera el círculo rojo en su rostro.

    Tenía mucho en lo que pensar.

    El fuerte perfume del hombre llenaba el ascensor. Sarah sintió como su nariz se estremecía por el olor y algo familiar despertó su interés. Aspiró un par de veces, mirando hacia arriba, y por fin se acordó. Era la colonia que utilizaba Alex, lo había notado hacía poco en el colegio. Deleitándose con ese pensamiento, tardó en darse cuenta de la curiosidad que despertó en el hombre al verla husmeando su colonia. Al contrario que otras veces, no sentía vergüenza alguna. La adrenalina que recorría su cuerpo no dejaba que pasara eso. Era como una anguila descontrolada que la excitaba. No estaba con ganas de calmarse ni hacer ningún trabajo del colegio, tampoco lo conseguiría con ese dolor de cabeza por los acontecimientos recientes.

    Entró en su piso y se dio un largo baño caliente, refunfuñando por el ardor de los arañazos. Sus sienes eran tambores que golpeaban sin descanso. Pensó con amargura:

    ¡Lo de Karen es ridículo!

    Cuanto más se acordaba de Karen pegándole a Alex, más rabia le daba.

    Y él estuvo detrás de ella todo este tiempo, ¡qué idiota!

    Cuando terminó de darse el baño, fue para su habitación. Tenía tanta rabia dentro que el iPod voló de sus manos.

    — Quiero algo diferente – se dijo en voz alta.

    Puso Admirável Chip Novo del grupo Pitty. Avisó a su madre por el hueco de la puerta de que estaría ocupada haciendo un trabajo del colegio y no quería que la molestara. Se echó en cama, colocó el disco en la cadena de música y avanzó hasta la canción titulada Equalize. Conocía esta canción desde antes de que los romances poblaran su mente, sus amigas parecían más interesantes y todo era inocencia. Ahora todo tenía un toque diferente.

    Mientras escuchaba, pasó la mano por pelo y los masajeó como si fuera un harpa. Bajó por su nuca. Después puso los dedos sobre sus labios, imaginando que era la boca de Alex. Casi podía sentir el sabor de ese beso tan deseado. Los haces de luz de los rayos de sol, que se ponía, entraban por las ventanas e invadían su privacidad.

    Mientras se concentraba, entró en un estado de letargo. Se retorció en medio de las hojas, acompañada en pensamiento por Alex. Él estaba allí besándola y diciéndole que la quería. Sintió las manos de él acariciando su cintura, con deseo. La ansiaba. Se abrazaron y quedaron de aquella manera durante horas. Solo los dos en un refugio secreto.

    Se quedó dormida. Seguramente esa noche prometía varios sueños románticos.

    Alex se despertó de mal humor al día siguiente. No tenía ganas de ir al colegio y tiró lejos el despertador cuando éste sonó, que lo llamaba para comenzar un martes cansado y lleno de clases odiosas.

    Fingió haber comido algo para que su madre no le dijera nada, ya que no tenía hambre ninguna.

    El día era más frío que el anterior, pero no le importó. Había olvidado el abrigo en casa y de nada le servía quejarse.

    Llegó a clase más tarde de lo habitual porque había ido despacio, todavía pensaba en Karen y en su compañera de clase, Sarah. Cuando llegó al portalón, vio una chica alta y morena de ojos castaño claro y pelo negro y liso, con mechas rubias en las puntas. Llevaba puesto un abrigo muy sofisticado, de los típicos de las vitrinas de las tiendas caras. Estaba maquillada como una profesional. Mientras entraba en el colegio, se quitó el abrigo dejando ver el uniforme azul.

    Era Cynthia, una chica muy estudiosa de la clase de Alex, que se sentaba en el pupitre de enfrente. Era guapa, vestía bien y tenía unas notas excelentes. No era amiga de Karen, ni de sus compañeras.

    ¿Por qué no me podré enamorar de una chica así?

    Irónicamente, ella también era una de las únicas de clase que tampoco había mostrado interés por él.

    Fueron hacia lados opuestos del patio, donde Alex saludó a Marcos y a su otro amigo, André, ambos con caras de asombro.

    — ¿Qué pasó? – preguntó.

    — Es que... — André se mostró reacio.

    — ¡¿Tío, cómo puede ser que la gente no deje de comentar lo que sucedió ayer y nosotros que somos tus amigos no sabemos ni lo que pasó?! – explicó Marcos.

    Se quedó mudo. Así que les terminó contando que le había confesado a Karen lo que sentía y cuál había sido la reacción de ella. Cuando empezó a contar lo de Sarah, André le comentó:

    — Todos dicen que le gustas a Sarah.

    — ¿Sarah? ¿La chica que se peleó con Karen? – preguntó Marcos.

    — Esa misma, yo intenté salir con ella en 2º – confesó André riéndose.

    — ¿Y con quién no has salido tú? – se mofó Marcos.

    — No salí con ella. Dijo que yo era una gallina y que nunca saldría conmigo.

    Marcos no pudo controlarse:

    — ¡En eso tenía razón!

    Mientras los dos se reían, Alex estaba distraído con la noticia de Sarah:

    A Sarah le gusto – se sorprendió – La chica que siempre dio largas a todos los chicos de la clase... ¿le gusto?

    No creía el rumor que acababa de oír, pero tendría sentido entonces la actitud defensiva que tuvo.

    Más tarde aquel día, Sarah entró en clase y se sentó. Muchos alumnos la observaban y cuchicheaban. Se le hizo raro ser el centro de atención. Nunca había sido el asunto del día.

    Minutos después llegó Karen, que no habló con nadie. Evitó hasta a sus propias amigas. Un clima tenso se apoderó del aula como una espesa niebla.

    En ese momento, la mayoría pasó a mirar a Cynthia, la más inteligente. Siempre iba muy bien vestida a clase, aunque aquella cazadora de cuero parecía un poco exagerada.

    — ¡Vino directa de las pasarelas! – se burló una chica sentada al fondo.

    — Mejor que venir de la pocilga – le contestó Laura, otra chica tan suelta como Cynthia.

    Todos se rieron. Sabían que la cazadora de Cynthia era una excusa para no comentar la pelea del día anterior, ahora que los tres que se habían visto envueltos en aquello estaban presentes. Era una de aquellas situaciones en que nadie quería ser de los primeros en hablar delante de los protagonistas, entonces se concentraban en otra cosa. Casi era posible escuchar los dientes rechinando como tizas en la pizarra.

    Karen observó a Sarah discretamente, pensando sin parar. La profesora se esforzaba en explicar los cromosomas, pero todo era en vano. Se prometió a sí misma:

    Lo pagará caro. No dejaré que esto quede así.

    Cuando la clase llegó a su fin, Karen tenía un plan. Deslizó sus dedos hábilmente por el teclado del móvil y escribió:

    Dijiste que sabías algo que podía ser útil. Cuéntame.

    Seleccionó el destinatario y lo envió. Segundos después, recibió:

    Sí, así es. Sarah está enamorada de Alex. Es lo que se dice.

    ¿Viste si tiene un diario? – envió Karen.

    Si que tiene. Vi como lo guardaba en la mochila – le respondió su confidente.

    Karen torció los labios y por fin escribió:

    Ahora está en tus manos. Consigue ese diario para mí lo antes posible.

    El timbre del recreo sonó y Sarah sintió como se le revolvía el estómago. Estaba nerviosa. Intentó pensar una disculpa para su intromisión del día anterior, pero no lo consiguió. Era incómodo sentir a todo el colegio cuchicheando sobre ella.

    El nerviosismo se triplicó cuando vio que Alex se acercaba.

    ¡Dios, está viniendo para aquí! ¿Qué le digo?

    Él se paró delante de ella y sonrió.

    — No vine aquí para arreglar lo de ayer. Sólo quiero saber por qué hiciste aquello – preguntó tranquilamente. Tenía la marca del golpe que le había dado Karen.

    — Es que...

    Pensó de qué hablar y dijo lo primero que le vino a la cabeza:

    — Fue todo una confusión. Pensé que me estaba insultando. Nunca le gusté, y de cualquier manera... ¡Ella estaba mirando en mi dirección!

    Hasta cierto punto no estaba mintiendo, ya que Karen en verdad estaba mirando para ella mientras lo insultaba. Sin embargo, sólo la miraba porque ella se había dado cuenta de que Sarah los miraba de forma extraña.

    — Te precipitaste un poco, ¿no? – dijo Alex, mostrando desconfianza.

    —Sí, lo siento. En ese momento se me subió la sangre a la cabeza y no fui capaz de contener la ira. Y parece que a ella le pasó lo mismo, siente un odio enorme hacia mí.

    — Eso es cierto, ¡no me pongo de su parte! Tú la atacaste. Está herida y no sé cómo va a terminar esta historia.

    Sarah no sabía qué decir. Quiso que la tragara la tierra.

    — Tuvimos suerte de que no nos pillaran o nos expulsaran. Aparte de eso, el malentendido por mi parte ya pasó.

    — Por favor, perdóname. Actué sin pensar.

    —Está bien, te perdono.

    Se quedó quieto un momento, deslizó el tenis en el suelo de forma pensativa y después preguntó:

    — ¿Me puedo sentar?

    — Claro.

    Terminaron haciéndose más y más preguntas el uno al otro y hablaron todo el recreo. Ella le contó que iba a clase de baile y de gimnasia artística y al final ella supo que él practicaba natación en su tiempo libre.

    Sarah llevaba años haciendo baile y era muy hábil. Ese año iría a formarse a la Academia de Baile Soraya Monttini, y había sido escogida como la líder del grupo para hacer una coreografía especial. Anualmente se realizaban un recital de baile. Quería invitar a Alex como acompañante, aunque eso por el momento era sólo un de sus deseos.

    La conversación se extendió hasta la parte de los poemas de la clase de Literatura, en el que ambos coincidían por su gusto en los románticos y hasta tenían el mismo poeta favorito, Álvares de Azevedo.

    El timbre sonó por tercera vez ese día y subieron juntos por las escaleras, tratando de ignorar las nuevas miradas y susurros. Terminaron de hablar cuando cada uno fue hacia el sitio que le correspondía en clase, Sarah a la izquierda y Alex a la derecha.

    Ella no tardó en notar que la distancia no iba a ser un problema durante las tres clases siguientes, ya que una notita fue pasando hasta sus manos. Era de Alex.

    ¿Continuamos por aquí? – preguntaba con una letra sorprendentemente bonita.

    En la penúltima clase ya sabían muchas cosas el uno del otro y ella sintió que aquel era el día más feliz de su vida. Sin embargo, era una sensación agridulce tener la atención de él y saber que duraría poco. Sabía que los chicos populares no prestaban atención a las chaponas, como decía Nicole.

    "¿Aún le gustará Karen? – pensó. Sin darle muchas vueltas, se lo preguntó a través del papel.

    La respuesta vino luego:

    No lo sé. Creo que no le gusto y no quiero sufrir más con eso – respondió. El papel que ya le quedaba poco espacio de tanto que habían escrito, ya era el sexto en solo dos clases.

    Él no quiere sufrir más. ¿Eso quiere decir que la va a olvidar? – meditó Sarah.

    Alex sonrió en su dirección y ella sintió algo nuevo. Una ola que le arrebataba el corazón. Le dio miedo tener esperanza y que luego se decepcionara.

    "Ahora voy a tener que dejar de escribir. Es la clase de Matemáticas y

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