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Kennedy renacida: Boston, una Fantasía urbana, #2
Kennedy renacida: Boston, una Fantasía urbana, #2
Kennedy renacida: Boston, una Fantasía urbana, #2
Libro electrónico197 páginas2 horas

Kennedy renacida: Boston, una Fantasía urbana, #2

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Boston necesita protección...

Las brujas del aquelarre de Kennedy fueron sustituidas por faes revoltosos...

Únicamente por la paz.

Parece fácil, quizás hasta divertido ¿verdad?. Es una tarea ingrata a realizar desde las sombras.

Kennedy suele verse superada en número y sin armas, sola.

Luz. Oscuridad. Marginados. Da igual quienes sean, todos adoran atormentar a los humanos.

Kennedy tiene una misión por delante.

Si te gustan las fantasías urbanas, donde los hechiceros luchan para mantener a la humanidad a salvo, te encantará a dónde te transporta esta historia.

Consigue ahora: El renacer de Kennedy.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento27 ene 2021
ISBN9781071585979
Kennedy renacida: Boston, una Fantasía urbana, #2

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    Kennedy renacida - Greg Alldredge

    Capítulo 1:

    Hacerse mayor era un asco. Encontrar el equilibrio en este cuerpo nuevo resultaba difícil. Kennedy nunca pensó que el cambio de niña a adulta sería tan... agotador. Que se lo hubieran impuesto, a esa velocidad. Después de diez días, aún no había encontrado una estabilidad.

    Los tejados majestuosos de las mansiones de Beacon Hill ofrecían una vista impresionante de Boston Common. Permitían una vía de escape fácil en caso de que Kennedy la necesitara.

    Al final de la calle se encontraba la cúpula dorada de la Casa del Estado. Mucho más arriba, a Kennedy le hubiera encantado posarse en lo alto como un gato, pero evitaba una mayor seguridad. Era mejor no meterse con la policía estatal. Solían carecer de sentido del humor. Debía tener en cuenta que era casi tan importante observar al objetivo, como no ser vista.

    Se acercaba la primavera. En los jardines de la ciudad, florecían los crocus, elevándose debajo de lo poco que quedaba de nieve desde la tormenta del Día de San Patricio. En poco tiempo se celebraría el solsticio de verano. El amor estaría en el aire. Pero ¿a quién le importaba?, el amor no valía para nada.

    Desde aquella noche, hacía más de una semana, había vivido en la calle, sin alejarse de Frog Pond y la entrada del velo elfo. Los gemelos, sus compañeros del aquelarre Trinity y Dani aún no habían aparecido. Kennedy supuso que el Tribunal Seelie los tenía encerrados por haberse involucrado en la muerte de aquella zorra elfa de Sybil.

    Alzó la mirada hacia las nubes que había encima de su cabeza. La media luna le ofrecía la luz suficiente para ver y hacía que su silueta fuera casi imposible de reconocer en el tejado. Vestida con una nueva sudadera negra y tejanos negros, parecía más una delincuente que la pequeña pícara de antes del incidente del Día de San Patricio. Al menos, aún podía ponerse sus zapatillas altas. Eran irremplazables.

    El incidente... No podía llamarlo de otra manera. El recuerdo de todo lo que había ocurrido era demasiado doloroso. Había perdido tanto aquella noche y, de alguna forma, había ganado mucho más.

    Dinero tenía, más que de sobras, para comprarse un sitio donde quedarse, pero... ¿acaso una superviviente se merecía la comodidad de una cama cálida y un lugar seco? No para Kennedy, no mientras muchos miembros de su familia aún sufrieran. No aceptaría consuelo alguno hasta que los gemelos fueran libres de nuevo.

    Vislumbró un movimiento bajo las lámparas de gas artificiales en lo profundo del parque. Quizás los Elfos por fin habían decidido abrir el velo una vez más y Kennedy podría rescatar a los gemelos. Si no podía rescatarles, tal vez podría entregarse y cambiar su libertad por la de ellos. Siempre había una posibilidad.

    Con la delicadeza de un albatros tambaleándose, Kennedy saltó desde el tejado de tres plantas al césped cubierto de nieve de abajo. Poco más de una semana antes, se habría caído silenciosamente como un ángel oscuro desde las alturas. Esta noche, resbaló en la nieve congelada y patinó hasta detenerse antes de dar con el rostro en la nieve de la acera. Odiaba su nuevo cuerpo. El cuerpo adulto no parecía estar bien.

    Hace poco más de una semana, lucía la figura sin rasgos y el peso de una niña de doce años. Ahora... ahora tenía bultos y protuberancias en los lugares equivocados. Cuando la magia regresó al nuevo mundo, ella envejeció lo suficiente como para entrar en la pubertad y creció en consonancia. Kennedy caminaba en el caparazón de un extraño. De su cuerpo, pensaba que era una chatarra sin manual de propietario. No estaba segura de cómo debía reaccionar ante diferentes estímulos, pero aquel cuerpo debía estar estropeado. Sin madre ni hermanas mayores que la ayudaran a superar los cambios, confiaba en Internet para obtener información. Todos entendían cuán acertado resultaba.

    Durante siglos, había visto a muchos normales pasar de niños a jóvenes adultos. Los cambios parecían ocurrir muy despacio durante esos dos o tres años. Kennedy solía burlarse de los pobres niños mientras luchaban con nuevas emociones y problemas corporales. Aquello debía ser otra parte de la maldición que se le había impuesto.

    Con un gruñido, se levantó de la nieve. Otro punto más en la larga lista de la que estar indignada que soportaba desde el día de San Patricio.

    Un aroma pasó flotando, llevado por la suave brisa del Atlántico. Había algo extraño en el parque.

    Eso significaba mucho en el Boston de Kennedy. Por el olor reconocía a la mayoría de los faes que vivían en Boston, en sus alrededores y debajo de Boston, por no mencionar un buen número de humanos y otras criaturas. Este olor era diferente y flotaba desde la ubicación general del portal que entraba en la tierra del Tribunal Seelie.

    Corrió por Beacon Street y bajó la colina. Cabía la posibilidad de que encontrara la puerta abierta y por fin pudiera averiguar qué le pasó a su familia.

    El olor cambió. Kennedy se detuvo detrás de un árbol. Entonces captó un olorcillo a miedo de un normal y algo más. Desde el cambio, su nariz no funcionaba bien. Y además iba a peor. En silencio, maldijo la vida por ser injusta.

    En un segundo, sacó su móvil. Tenía veinticinco llamadas perdidas y docenas de mensajes sin responder, todos de su amigo Randell. Decidió seguir ignorándolos. Con unos toques en la pantalla, abrió y usó una aplicación que hizo un amigo de Randell. Olfateó los números de teléfono activos en la zona. Si perdía a su presa, cabía la posibilidad de encontrarla más tarde.

    Números capturados, continuó. Como un gato, se alejó en dirección al olor, con la esperanza de que el velo élfico se abriera una vez más.

    Allí, en la oscuridad, la forma de una mujer estaba atrapada contra un árbol. Kennedy estaba demasiado lejos, pero el hedor del miedo venía de la normal. No debería estar en el parque tan tarde por la noche. La ciudad estaba llena de depredadores, humanos, faes y otros. Los normales desprotegidos solían desaparecer en el mejor de los casos. Tras el incidente, continuaron muchos sucesos extraños para el gusto de Kennedy.

    Kennedy notó un olor a madera recién cortada y pelo mojado. Un cambiaformas cazaba por el parque, era más que probable que fuera un licántropo... un hombre lobo. Quizás por eso la mujer trataba de esconderse.

    «Mierda.» Kennedy quería dejar a su suerte a la estúpida mujer. La policía o la Autoridad se ocuparían de las secuelas del ataque inminente, pero Kennedy se comprometió a mantener la paz. Proteger a los normales incluso si no quería. Odiaba aquella promesa.

    Miró al cielo blanquecino una vez más. La luna solo está medio llena...

    La bruja sabía que un cambiaformas podía cambiar en cualquier momento, pero durante la luna llena era más probable que perdiera el control. Eso significaba que la probabilidad de que ese ataque fuera premeditado, en vez de pasional u oportunista, creció drásticamente.

    Sabía que no todos los cambiaformas fueron creados por igual. Acababa de aprender que una bruja o un fae podían usar magia para controlar a un cambiaformas. Le vino a la mente el ataque de Randell la noche del incidente. Kennedy detestaba tomar partido en una pelea sin suficiente información para tomar la mejor decisión.

    Se deslizó por la pendiente, buscando entre las sombras la bestia que acechaba a la mujer en la oscuridad. Si se trataba de Randell jugando a juegos sexuales con alguna estudiante universitaria, tendría que darle un tirón de orejas.

    A unos pasos de la normal, Kennedy escuchó la respiración entrecortada de la mujer. La visión de un normal le revolvía el estómago. No hace mucho, algo así podría haberle recordado las peores circunstancias desde múltiples direcciones. Ahora, no tanto.

    Al Tribunal Unseelie nunca le importaron las reglas. Con el Tribunal Seelie secuestrado y la Autoridad desaparecida en combate, el único grupo del que tenía que preocuparse era el mejor de Boston... No tenían una unidad que reconociera la magia o entendiera cómo lidiar con ella. Los cambios provocados por el incidente habían sido devastadores. En su corazón, creía que lo peor aún estaba por venir.

    Kennedy no se sorprendería si la caza de vampiros se ponía de moda. Los marginados habían estado privados de sus derechos durante tanto tiempo que muchas razas buscaban venganza por sus pecados pasados.

    Los normales, en el pasado, desconocían la existencia de artículos mágicos. Con el regreso de la magia al nuevo mundo, Kennedy previó una nueva carrera armamentista a medida que los humanos se enteraron y luego lucharon para adquirir objetos mágicos. Durante siglos, había anhelado el regreso de la magia. Ahora que había vuelto, creía que requeriría un reajuste de la normalidad.

    Un movimiento llamó su atención y el olor a pelo mojado se hizo más fuerte. Cargó sus manos. Notó el olor a ozono cuando los rayos azules de energía crujieron entre sus dedos.

    El lobo caminaba en forma humana, sobre dos patas. El cabello largo del hombre estaba recogido en un moño de hombre, su barba trenzada. Por su forma de vestir y arreglarse parecía un motero forajido de los setenta, con una cazadora de cuero negro de motorista. Deberían sacrificarle por romper demasiados estereotipos a la vez.

    «Es hora de que te vayas.» Kennedy caminó hacia la luz de la farola, colocándose entre el lobo y la normal.

    El hombre rió. Dio dos pasos más.

    Con toda su osadía. Kennedy dejó que el poder mágico creara un arco azul entre sus manos. Esperaba que una demostración de fuerza fuera suficiente para ahuyentar al lobo.

    Se negó a detenerse. La bestia cambiante debió haber pensado que Kennedy no recurriría a la violencia. Se equivocaba.

    Chispas azules saltaron de las yemas de los dedos de Kennedy y golpearon a la criatura en el pecho. La fuerza lo levantó del suelo, arrojándo su cuerpo por el aire y rebotando contra un arce azucarero. Al estallido de energía le acompañó el chasquido y crepitar de un trueno.

    El sonido de pasos corriendo llegó a los oídos de Kennedy.

    Por supuesto, la mujer corrió. Kennedy acababa de iluminar el parque como una tormenta eléctrica. Probablemente asustó muchísimo a la mujer.

    El licántropo, humeando, empezó a ponerse de pie. Ahora olía a perro quemado. Podría necesitar un poco más de fuerza para eliminarlo. Kennedy no quería matar al hombre, eso le causaría demasiados problemas.

    Un grito resonó en el parque. Venía de la cafetería favorita de Kennedy, en la calle Tremont. También era la dirección que seguía la normal.

    El lobo-motero aulló en la noche. Otros, desde muy cerca, respondieron a la llamada. Kennedy no pensó que aquella noche habría una manada de caza en la ciudad.

    Corrió hacia el grito. Con suerte, Kennedy llegaría hasta la mujer y la empujaría a la cafetería de Rosina, Sweet Nuts and Beans, antes de que la manada la alcanzara. Kennedy se sentía agradecida de que las zapatillas altas le ayudaran a equilibrarse mientras corría, compensando su reciente torpeza.

    Acurrucada bajo la farola estaba la mujer, rodeada por un par de ciclistas. Por el hedor que desprendían, Kennedy asumió que también eran licántropos.

    La esbelta Rosina salió de su tienda. «¡Eh monstruos, fuera venga buscad!» La anciana juntó las manos, tratando de ahuyentar a los hombres como perros.

    Ambos la ignoraron.

    Detrás, Kennedy detectó el aliento entrecortado de la bestia a la que había atacado. A juzgar por la velocidad y la distancia, ella escaparía en breve. Al cargar a los dos hombres que empujaban a la normal entre ellos, Kennedy también preparó sus rayos de energía mágica.

    Con una sincronización casi perfecta, dejó volar la carga de cada una de sus manos. La explosión derribó a los dos motoristas y los lanzó contra los coches aparcados. El sonido que hicieron heló la sangre de Kennedy. Era difícil describirlo, como un gemido, aullido y gruñido a la vez.

    Tenía que retrasar su huida. No había forma de que la humana pudiera seguir el ritmo de sus botas mágicas. En lugar de cargar a la mujer, Kennedy medio la arrastró por la puerta mientras Rosina, la jefa fabricante de donuts de Sweet Nuts and Beans, la mantenía abierta.

    Los aullidos aún resonaban en los cañones creados por los edificios. Los gruñidos estaban mucho más cerca. Justo detrás de ella.

    Con tantas prisas, Kennedy dio un traspié justo al entrar al edificio. Cayó de bruces en la sala de azulejos brillantes, arrastrando a la normal junto a ella. Ambas se deslizaron por el suelo de baldosas blancas.

    Rosina cerró la puerta detrás de ella. «Malditos perros se vuelven más atrevidos cada noche.» Rosina agitó su toalla a los hombres que estaban fuera, presionando las manos y la nariz contra el vidrio.

    Todavía boca abajo en el suelo, la recién llegada preguntó con un acento extraño y voz temblorosa: «¿Qué son esas cosas?»

    Kennedy no estaba de humor para hablar. Detestaba que la persiguieran los marginados, después de todos los problemas que habían causado. «Licántropo.»

    «Creo que son algunos jóvenes confundidos que buscan expresarse de una manera improductiva.» Rosina estaba en la puerta, viendo cómo se reunían los hombres de cabello gris vestidos de cuero.

    «¿Jóvenes?» preguntó la mujer.

    Kennedy había tenido suficiente. Era hora de mandar a aquellos desgraciados a la Edad de Piedra. Le costó un poco, pero se desenredó del cuerpo de la extraña mujer. Una vez liberada, dio dos pasos hacia la puerta, extendiendo la mano para lanzar una carga completa contra las bestias.

    Rosina la detuvo. «No hay necesidad de ponerse violenta. No pueden entrar aquí. Este lugar está protegido contra... travesuras.» La anciana hizo un gesto a la mujer que aún estaba tumbada en el suelo. Susurró: «Bueno, tampoco queremos que la gente se haga una idea equivocada, ¿no?»

    Kennedy se volvió y miró a la mujer de ojos muy abiertos que observaba sus manos chispeantes. Dejó que el hechizo se deshiciera. «¿Quién eres?» Kennedy gruñó la pregunta.

    La mujer respondió con un acento británico cantarín. «Disculpad mi grosería, entre tantas emociones olvidé mis modales... soy Olivia Wesselby.»

    Kennedy estaba segura de que dijo el nombre como si tuviera que significar algo para ella, pero no era así. «Por tu acento pareces de lejos, de un lugar serio y respetable, por

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