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El Karma Llegó
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Libro electrónico203 páginas2 horas

El Karma Llegó

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Información de este libro electrónico

¿Crees en el karma? Annie Furman tiene un regalo que le permite, mientras duerme, visitar a la gente cuando lo necesitan, ¿pero quién estará ahí para ella cuando necesite ayuda? El Alguacil adjunto, Dave Tuner, se encuentra investigando una serie de allanamientos de morada y homicidios. No tiene idea de que al resolver estos casos conocerá a la mujer de sus sueños. 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 oct 2016
ISBN9781507158418
El Karma Llegó

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    El Karma Llegó - Chelle Cordero

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    El Karma Llegó

    Chelle Cordero

    ¿Crees en el karma? Annie Furman tiene un regalo que le permite, mientras duerme, visitar a la gente cuando lo necesitan, ¿pero quién estará ahí para ella cuando necesite ayuda? El Alguacil adjunto, Dave Tuner, se encuentra investigando una serie de allanamientos de morada y homicidios. No tiene idea de que al resolver estos casos conocerá a la mujer de sus sueños. 

    El Karma Llegó

    Chelle Cordero

    Derechos de autor 2013 Chelle Cordero

    Publicado por: Vanilla Heart Publishing

    Edición E-book, Comentario de la licencia

    La licencia del presente e-book es exclusiva para uso personal. El presente e-book no puede revenderse ni venderse a otra persona. Si quisiera compartirlo con alguna otra persona, compre una copia adicional para cada persona con la que desea compartirlo. Si está leyendo el libro y no lo compró, o si no lo compró para su uso exclusivo, deberá dirigirse con el minorista para efectuar la compra de su propia copia. Se agradece respete el arduo trabajo del autor.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información sin el permiso por escrito del editor, excepto por la inclusión de citas breves en alguna crítica.

    Dedicación

    A Mark, por hacer que mis sueños se hagan realidad

    Agradecimientos

    A los de siempre, las personas que siempre me han apoyado, mis hijos: Jenni y Jason y Marc y Trish, mi hermana Bobi, mis mejores amigas Cheryl y C y mi amiga y editora Kimberlee Williams.

    Índice

    ––––––––

    El Karma Llegó

    Novelas de pasión y suspenso

    Chelle Cordero

    Vanilla Heart Publishing

    El Karma Llegó

    Chelle Cordero

    ––––––––

    Mi vida cambió después de mi muerte.

    No es como que tuviera poderes especiales.

    Es sólo que no me entendieron.

    Me subestimaron.

    Tenía un don.

    Prólogo

    - ¡Hijo de puta! – Siseó la palabrota en voz alta. Era otro callejón sin salida. Hubiera sido más aceptable si no supiera lo mucho que los cabrones se estaban divirtiendo a sus expensas. Era el segundo allanamiento de morada en menos de un mes y cada vez los perpetradores dejaban menos pistas. Las pistas eran demasiado obvias como para darles un verdadero valor, eran más como un juego para los intrusos, pero debían desperdiciar tiempo en revisarlas.

    Dave miró alrededor de la pequeña oficina. No parecía que sus malas palabras hubieran siquiera  empujado a su compañero. Tim podía dormir en cualquier lugar recargado en su silla con la cabeza desplomada hacia atrás. Qué bueno que el tipo estaba roncado, al menos así se puede estar seguro de que sigue respirando, meditó Dave.

    Sólo dos de los cuatro escritorios estaban ocupados, el suyo y el de su compañero. Dos patrullas estaban fuera en el pequeño pueblo. El turno vespertino tenía la mayor cantidad de personal. Era un cuarto pequeño del escuadrón, su jefe, el Alguacil Ryder, tenía su propia oficina y la secretaria se sentaba afuera en el recibidor. Una vez pensó haber encontrado un paraíso terrenal, un hermoso pueblito donde podría continuar su carrera de agente policial sin toda la fealdad que veía cuando era detective en Chicago.

    Después de once años, se dio cuenta de que se había vuelto apático e indiferente por haber lidiado con drogadictos, esposas abusadas que seguían volviendo con sus esposos, niños perdidos que aparecían muertos al lado del camino, prostitutas aterrorizadas de defraudar a sus proxenetas, ladrones y pirómanos. Su indiferencia se había vuelto su forma de vida incluso cuando no estaba en el trabajo.

    La indiferencia también había destruido su matrimonio, aunque se había dado cuenta que aunque extrañaba la idea de estar casado, era definitivo que no extrañaba a la mujer con la que lo había hecho. Le había hecho un favor el día que se hartó de las cenas perdidas y los planes sociales cancelados debido a algún caso o algo más en lo que estuviera trabajando. Rose se fue y nunca miró atrás. Pensó en seguirla y después se dio cuenta que al final de cuentas no era tan importante para él. Durante muy pocos días se sintió un poco como un canalla. Ne tenía mucha oportunidad de extrañarla o de sentirse culpable durante mucho tiempo, no por como había hecho que su abogado lo persiguiera. Terminó quitándole la mayoría de sus posesiones, lo que le facilitó dejar su vieja vida atrás.

    Probablemente había algo mal en su cerebro como para permitir que su matrimonio se disolviera tan fácil. Su hermana intentó convencerlo de que si empezaba de cero encontraría a la mujer que en verdad ganaría su corazón. No estaba esperando sentado. Dave no tenía planes de buscar a nadie especial. Si, y era un gran si, y cuando ocurriera, era probable que simplemente cayera del suelo. Era así de improbable. 

    Mientras tanto, tenía cosas más importantes en las cuales pensar. Tres invasiones. Un trio de agresores enmascarados habían allanado tres hogares del área, hasta ahora, nadie había muerto, pero el dueño de la última casa se había defendido y a cambio lo habían golpeado con una pistola. Catawai era, normalmente, un bonito y tranquilo pueblo, una ciudad dormitorio. Denver y Boulder no estaban muy lejos en automóvil y mucha gente trabajaba ahí. Sólo un puñado de gente tenía trabajo en el pueblo, como él en el Departamento del Alguacil o en una de las tienditas locales.

    Se recolectaron las huellas digitales en cada uno de los hogares que habían sido allanados y se cuestionó a los vecinos en caso de que alguien hubiera visto algo. Las únicas huellas pertenecían a la familia y nadie tuvo la previsión o curiosidad de mirar por la ventana para vigilar los hogares de sus vecinos. Era un pueblo lo suficientemente pequeño como para que los forasteros sobresalieran, lo cual era extraño porque nadie tenía recuerdos de que los hubiera en el pueblo.

    Dave inspeccionó la bolsa de evidencia que contenía un abridor de puerta de cochera. Era un abridor universal y lo habían robado de la cajuela de un residente local. Por supuesto, estaba limpia. Una pista era el número de serie, pero la dirección a la que el número de serie los llevó no tenía relevancia para el caso. Ni siquiera era una de las casas que habían allanado, lo habían tomado de un automóvil que estaba abierto y estacionado en el centro comercial local. El dueño ni siquiera estaba seguro si se lo habían robado o si simplemente se había caído del auto sin que se diera cuenta. La larga investigación sólo les quitó tiempo valioso de otras pistas que hubieran podido haber encontrado. Dave asumió que lo habían dejado a manera de broma, parte del usual signo de burla con el pulgar en la nariz que estos perpetradores de hogares estaban haciendo contra el cuerpo de seguridad local. Parecían estar tan seguros de que no los atraparían.

    Capítulo uno

    Las lágrimas cubrieron de manchas sus pómulos y dejaron líneas en sus mejillas manchadas de hollín. Descansé mi mano en la suya con la esperanza de que sintiera al menos un poco de consuelo. Los niños estaban a salvo, se había asegurado de eso. Le dejé saber que admiraba su valentía. Apreció el cumplido durante un momento, y después, el miedo se volvió a apoderar de ella.

    Se volvió a poner de pie e intentó arrancar las barras de la ventana. Barras de seguridad. Se suponía que aquellas barras mantuvieran el mal fuera, y ahora, lo único que hacían era mantenerla atrapada. Por suerte, los pequeños podían estrujarse entre las varillas forjadas de hierro y los entregó a los horrorizados espectadores de la calle. Entendió que no podría escapar, pero estaba determinada a salvar a los niños.

    Uno por uno, se aseguró de que los niños estuvieran bien, estaban a salvo. Y en este momento, era su hora de morir, pero ahora el miedo por lo que sufriría la aterrorizó.

    La tos se apoderó de su cuerpo mientras se hundía en el suelo y lloraba un poco más. Las llamas derrotaban a las paredes. No quedaba mucho tiempo. Ambas teníamos miedo, pero yo sabía que no había razón para temer por mí.

    Podíamos escuchar las sirenas de los camiones de bomberos que se acercaban, pero ya no había tiempo. Su mirada estaba poseída mientras me observaba y recé por que el humo la reclamara antes que las llamas. Mi oración fue escuchada. Me senté sin moverme y acaricié su débil mano y me sentí tan mal de que los últimos minutos de la chica estuvieran llenos de terror.

    Mientras el techo en llamas sobre nosotras enviaba estalactitas de fuego hacia abajo, supe que estaba en paz.

    Annie se incorporó de golpe de la cama y jadeó mientras intentaba recuperar el aliento. No había flamas ni humo, pero el olor aún atacaba sus fosas nasales. Su garganta se sentía como si estuviera herida.

    Scott murmuró una maldición en su almohada. Su jadeo había perturbado su sueño. Por fortuna, se dio la vuelta y volvió a dormirse. Mantuvo el aliento hasta que estuvo segura de que no estaba lo suficientemente despierto como para solicitar el usual sexo de ira en el que ni siquiera se preocupaba por saber si ella había llegado al orgasmo.

    Annie se deslizó fuera de la cama y caminó lentamente y descalza por el pasillo hacia el baño de huéspedes. Debía permanecer en silencio para no despertar a su suegra y aguantar sus comentarios denigrantes. Por supuesto, Dianne sólo estaría demasiado feliz de quejarse con Scott y se aseguraría de que reprendiera a su esposa de la manera adecuada.

    Cerró la puerta del baño detrás de ella y bebió tres vasos de agua. A continuación, se sentó en la taza cerrada del baño. Annie se abrazó a sí misma y pensó en la pesadilla. Sólo que no había sido sólo una pesadilla, no la suya al menos, eso lo sabía. En algún lugar, una joven acababa de fallecer en un departamento en llamas. Y no había nada que Annie pudiera hacer para salvarla.

    Annie había tenido ese tipo de sueños desde que era una niñita, sólo que no siempre había entendido el porqué. Hubo un momento en el que había sido normal y feliz. Hubo un momento en el que había tenido el amor de dos padres cariñosos y se sentía como una princesa. Entonces, hubo una noche en la que estaba dormida en el asiento trasero del automóvil familiar, la vivaz risa y conversación de sus padres la tranquilizaba y consolaba. De repente, su madre chilló, su padre gritó y Annie quedó tirada en el asiento trasero. Recordaba llantos y gritos... y dolor. Estaba caliente y chispeante y luego nada.

    Un tiempo después de que despertara en la cama de un hospital, escuchó a las enfermeras hablar de cómo los rescatistas la habían sacado de los restos justo antes de que el automóvil explotara. Casi muere debido a las quemadas y el daño en los pulmones llenos de humo, una pequeña herida en la cabeza y otras cortadas y moretones que tenía agrandaban la lástima con la que todos la observaban. Permaneció en el hospital semanas.

    Annie regresó a casa, no al hogar de su infancia lleno de recuerdos felices de sus padres sino a la casa de los tíos ancianos de su madre. Era una granja vieja pero cómoda y Annie jugaba con sus muñecas mientras se escondía detrás de los muebles. Su tía siempre se aseguró de que no le faltara nada antes de atender sus deberes. Había días en los que su tía le ofrecía café y donas a sus amigos en la cocina. Un día, cuando Annie jugaba cerca, escuchó a su tía susurrar a un vecino que Annie había muerto en la sala de operación y que, gracias a la gloria de Dios, los doctores habían logrado traerla de vuelta.

    Era tan pequeña y no podía entender por qué ella había podido regresar de la muerte pero su mami y papi no. Annie creía que era absurdo que toda su vida desde ese entonces fuera tiempo prestado.

    Cuando sus pesadillas empezaron y nadie entendía por qué se despertaba gritando tan seguido, los terapeutas del hospital les dijeron a sus tíos que estaba reaccionando a la pérdida y que era normal. Cuando los sueños continuaron, los doctores sugirieron que la herida en la cabeza que había sufrido y la breve falta de oxígeno cuando tuvo el ataque pudieron haber causado problemas duraderos. Pronto, todos estuvieron convencidos de que sus pesadillas radicaban en el trauma del intenso accidente automovilístico de sus padres y de una manera no muy paciente descartaron las preocupaciones por los extraños que aseguraba estaban en peligro.

    Desde muy pronto supo que sus sueños de devastación y calamidad eran más que meras memorias de imaginación, pero nunca tuvo pruebas. Conforme fue creciendo, encontró artículos de periódicos en distintos lugares que mantenían sorprendentes parecidos con sus sueños. La mayoría de las veces tenía que cazar los artículos, algo para lo que la biblioteca local le era útil, pero entonces sus tíos descartaban la similitud con sus sueños al enfatizar lo mucho que tenía que esforzarse para encontrar las historias.

    No podía entender cómo o por qué soñaba sucesos recientes. Nadie le creía cuando intentaba decir que había personas, extraños, que necesitaban ayuda. Annie se sentía frustrada cuando no podía encontrar los detalles que pudieron haber probado que no estaba loca. Había aprendido muy joven que no debía hablar de la mayoría de sus sueños, en especial de aquellos que no lograba conectar con situaciones reales. Siempre había esperado que mientras menos hablara del fenómeno, más le creerían cuando sucediera algo que no pudiera guardar. Annie también esperaba el día en el que la gente no la mirara con aprensión y lástima.

    Creció y los sueños continuaron. Algunos de ellos eran tan intensos que no había forma de esconder el efecto que tenían en ella. Ya era suficientemente malo ver a la gente sufrir y morir, pero no podía hacer nada para ayudar y se sentía frustrada. Sin control y sin la habilidad de ayudar, la noche estaba llena de pesadillas agobiantes.

    Los consejeros escolares sugirieron que su tía la llevara a un psicólogo, simplemente repitió el diagnóstico previo y le recetó antidepresivos. Las pastillas la hacían sentir atontada y emocional, y los sueños no se detenían. Annie tiraba las pastillas por el escusado, se negaba a tomarlas, su tío se quejaba de los gastos del doctor y le imploraban que intentara ayudarse a sentirse mejor. 

    - Pequeña. – No importaba la edad que tuviera, su tío

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