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Bounty: Camina por la Senda Correcta, #4
Bounty: Camina por la Senda Correcta, #4
Bounty: Camina por la Senda Correcta, #4
Libro electrónico241 páginas3 horas

Bounty: Camina por la Senda Correcta, #4

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‘Algunos Pasados es Mejor Olvidarlos.’

Esta es una serie verdaderamente épica. Este libro me tuvo cautivada hasta el final. No puedo esperar a que salga el último libro.

Reseña de lector, DAA

Los horrores de la infancia de Diane la han perseguido siempre y las experiencias de Zac en Irak lo han transformado.

Reseña de lector, Bookbabe

Bounty es un libro de suspenso romántico genial. ¡Me encantó! Lorhainne Eckhart te engancha en su maravillosa historia con personajes bien desarrollados, un ritmo firme y un romance apasionado.

Busy Happy Mom

La mayoría de los policías tienen un pasado.

Un pasado, del cual pueden hablar.

Un pasado, que pueden compartir.

Pero no Diane....

Eso es hasta que una noche es encontrado un cadáver en la autopista cerca de su casa. Diane Larsen, una joven policía endurecida que ha tenido que demostrar su valía una y otra vez ante los policías con los que trabaja, recibe la orden de su nuevo jefe para investigar el único caso que podría convertirse en su perdición.

Cuando conoce a Zac, el misterioso y sexy nuevo forense y ex cirujano militar que guarda sus propios secretos, este de alguna manera descubre a través de su extraño comportamiento todo lo que ella ha estado ocultando. En lugar de menospreciarla, interviene y la ayuda a investigar este caso que la llevará demasiado cerca de casa. Y Diane se encuentra cara a cara con el único hombre que puede encontrar un camino hacia su corazón.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 jun 2020
ISBN9781071547014
Bounty: Camina por la Senda Correcta, #4

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    Bounty - Lorhainne Eckhart

    Capítulo Uno

    Se deslizó desde detrás del volante y revisó su funda, pasando el dedo por su Glock y la suave y brillante placa que había sujetado a la cintura de sus vaqueros. Cerró los puños una o dos veces, tiró del borde de su chaqueta vaquera y se adelantó, enfocando toda su atención en un primer paso, y luego en otro, sobre el pavimento que brillaba bajo la media luna. Su aliento se nebulizaba en medio del aire húmedo de la noche, percibiendo el olor que siempre había asociado con una muerte reciente. Tembló mientras se le ponía la piel de gallina, no por el frío, y luchó contra el instinto de cruzar los brazos.

    Las luces rojas parpadeantes proyectaban una sombra espeluznante sobre los gruesos árboles que se alineaban a los costados de la oscura autopista; los faros de una docena de vehículos iluminaban la escena. Era desconcertante, y cada sonido de la noche -gritos, el susurro del viento a través de las copas de los árboles, voces en la radio de la policía, pasos y puertas de coches abriéndose y cerrándose- se hizo más definido, atrayendo su atención a cada detalle minucioso. Diane asintió con la cabeza a un policía uniformado que sostenía una brillante bengala roja y que hacía que los pocos coches que viajaban por la autopista a estas horas de la noche volvieran a Port Townsend. La policía estatal y los ayudantes permanecían en la escena.

    Diane. Green, con su cara de niño, ahora teniente del destacamento de Sequim, se pavoneó ante Diane, extendiendo su mano como para detenerla. Llevaba una chaqueta de tweed raída y unos vaqueros descoloridos. La piel de su cabeza calva brillaba como una bola de billar suavemente pulida desde el fondo de los faros. Hola, Stan. Green saludó a otro oficial uniformado que Diane no reconoció y dibujó en su rostro una de sus falsas sonrisas de buen chico.

    Ella odiaba al sujeto, así que decidió ignorarlo e intentó dar un paso a su alrededor, pero él igualó sus pasos paso a paso como si intentara cortarle el paso. En cualquier otra noche, ella lo habría fulminado con una de sus duras e implacables miradas y luego le hubiera soltado un comentario agudo, diciéndole que se perdiera, pero no aquella noche. El imbécil podía decir o hacer cualquier cosa, y aunque Diane se moría por estrellar su puño en el rostro del tipo, no sería algo prudente y se destacaría como una bandera roja para todos


    Diane no podía entender cómo diablos Green había ascendido a la posición de teniente, él podría aprovechar su rango y ella probablemente tendría un mal antecedente en su historial. Se recordó a sí misma otra vez: Mantén la calma. Contrólate.

    Todo su enfoque se centró en la escena que tenía delante de ella mientras caminaba directamente hacia los cinco técnicos de la escena del crimen encorvados sobre una joven que estaba tumbada de espaldas, cruzando la línea amarilla en el centro de la autopista. Habría sido una visión escalofriante para cualquiera, pero a Diane no le alteró el hecho de que la mujer estuviera tumbada sobre la línea central, con sus piernas y brazos perfectamente rectos, ni el hecho de que el rostro, otrora hermoso, de la joven estuviera marcado con moretones recientes, ni por la marca negra alrededor de su cuello, desde donde había sido estrangulada mientras sus ojos apagados miraban al cielo. Incluso su vestido largo y sencillo, de un color azul oscuro, le llegaba hasta los tobillos y estaba alisado, como si la mujer se hubiera tumbado en el camino y lo hubiera enderezado. Su largo cabello oscuro caía en una gruesa trenza sobre su pecho. Sólo llevaba una zapatilla deportiva en el pie izquierdo y un grueso calcetín blanco en el derecho.

    No era nada de aquello lo que aterrorizaba a Diane con un terror tan helado que la hacía desear cerrar los ojos, subir a su coche, y conducir hasta que estuviera a una docena de condados de distancia. No podía huir, no otra vez, no de aquello. Se quedó mirando la única cosa que podía desatar el miedo profundo que había escondido en un sitio seguro. Empezó a sudar frío. Una nota estaba pegada al vestido de la chica, escrita en letras negras de molde: Mantén la dulzura.

    Capítulo Dos

    Diane podía escuchar el estruendo de las voces a su lado mientras miraba a la chica. En ese momento, nada podía atravesar aquella gruesa cortina de surrealismo. Todos sus sentidos registraban que había un zumbido de radios, ruido, voces hablando, algún grito ocasional. No podía decir una palabra, porque de alguna manera había sido empujada en lo que parecía un vórtice que se arremolinaba a su alrededor. Probablemente era su mente, su cabeza la protegía de algo que sabía, en el fondo, que tenía que ser realmente malo. Apenas se dio cuenta de los técnicos mientras marcaban y grababan la escena. Alguien le dijo algo, pero fue Green tocándole el hombro quien le hizo parpadear sus ojos humedecidos. Se giró y gritó, ¿Por qué me llamaron?

    Le dio la espalda a la chica y miró fijamente a los oficiales que se apoyaban en el coche, mirándola con una expresión que no le gustó. Maldijo en voz baja y luego puso sus manos en sus caderas, pero se sintió incómoda, así que buscó en su bolsillo una goma de mascar. En aquel punto, necesitaba hacer algo -cualquier cosa- para concentrarse y recuperar la confianza que tanto le había costado ganar, y que se le había escapado desde la llamada referente a la muerte de aquella chica. Diane sabía que tenía que volver a meterse en el juego y devolver todas sus preocupaciones a ese oscuro y profundo armario, porque se negaba a seguir ese camino de nuevo, y estaba segura de que no tenía planes de aceptar lo que ahora se le estaba viniendo encima.

    No, no le gustaba esa mierda, no a Diane Larsen, la chica policía que se había abierto camino a través de las bromas obscenas, chauvinistas y de mierda que le habían gastado todos los hombres con los que había tenido que trabajar. Era una actitud que podría jurar que había existido desde la Edad de Piedra, aunque todo el mundo se negaba a reconocer que la red de los buenos chicos seguía existiendo. Sus jefes solían decir una cosa y hacer otra, al menos con ella, aunque sospechaba que habían hecho lo mismo con otras mujeres. Tuvo que aprender a mantener la boca cerrada y a apartarse de las cosas que la enfurecían tanto que le hacían desear patearles las pelotas a todos esos imbéciles.

    Lo que no sabían y no sabrían nunca era que ella venía de uno de los mejores campos de entrenamiento en el cual se enseñaba a las chicas que no tenían mente propia. Le habían enseñado a no hablar nunca de lo que sabía, que todos los asuntos de la familia se quedaban en la familia. Para Diane, ignorar a todos los gilipollas con los que trabajaba y que hacían de su trabajo un infierno, era fácil, y eso era lo que había hecho durante los últimos diez años, aunque su confianza en sí misma era puramente fingida. Ahora mismo, necesitaba llevar a cabo una de las mejores actuaciones de su vida.

    Fue Green quien frunció el ceño antes de cruzar los brazos y luego los descruzó, molesto. Agitó su mano hacia el cuerpo que estaba detrás de él. Es una mujer, y como Craig está de vacaciones y Daniels tiene una familia, bueno, todos sabemos que no tienes mucho que hacer por la noche. No me pareció bien sacar a un hombre de su cálida cama y su familia.

    Eres un imbécil, dijo Diane antes de pensarlo. Después de todo, sabía que no debía arrastrarse por la cuneta y dejar que él la agarrara, pero estaba nerviosa y no quería nada más que salir de allí. Esta ni siquiera es mi jurisdicción, y esto segura que no parece una redada de drogas que ha salido mal, así que explícame otra vez por qué estoy aquí. En caso de que no hayas recibido el memorándum, estoy de vuelta con el equipo de OPNET, así que a menos que esto esté relacionado con las drogas y tenga un alijo con ella, me voy de aquí.

    ¡Diane! Casey, una técnica de la escena del crimen, bajita y pelirroja, que llevaba uno de esos desagradables monos amarillos, llamó a Diane desde donde se encontraba agachada junto al cuerpo. Quiero mostrarte algo. Levantó su mano enguantada en el aire, señalando con un gesto hacia la chica muerta.

    Diane apretó los dientes y le dedicó a Casey toda su atención. Ella era algunos años mayor que Diane, soltera y siempre llena de vida, especialmente después de unas cuantas rondas en el bar que frecuentaban los policías, el Emile’s. Le bastaba con dos cervezas para que toda esa fachada seria y profesional despareciera por completo, dejando salir a la chica despreocupada y alegre que yacía por debajo. Incluso todos esos idiotas con los que trabajaba, quienes tenían más músculo que cerebro, disfrutaban de su compañía.

    ¿Ves los moretones? Casey apuntó con su dedo cubierto con un guante de látex hacia el cuello de la víctima, donde se apreciaba la piel lisa y joven que no había tenido tiempo de envejecer.

    Casey, ve al grano. Cualquier novato con las orejas mojadas podría ver que la chica fue estrangulada.

    Casey nunca se estremeció o miró hacia otro lado mientras se levantaba. La mujer actuaba como si nada la molestara. Se sacó los guantes mientras se acercaba a Diane y los metía en el bolsillo de su chaqueta. Miró hacia todas partes excepto a Diane cuando se acercó. Green, por supuesto, seguía de pie a su lado, invadiendo su espacio, tomando nota de todo, como si realmente creyera que él era el que mandaba.

    Casey sacó un paquete de goma de mascar y le metió un trozo en la boca, mirando a Diane como si necesitara tiempo para ordenar sus pensamientos. El problema es que la chica nunca se defendió. Normalmente solemos encontrar lesiones traumáticas alrededor de los dedos, uñas rotas, piel y sangre. Pero no hay nada ahí. Tengo que decirte que es la primera vez que veo a alguien que no se defendió; por lo que me hace preguntarme algunas cosas, como si hubiese sido drogada. Como se ve ahora, es como si ella se hubiera acostado y dejado que alguien la estrangulara... sin señales de lucha. Luego está el vestido que lleva, el cabello largo y trenzado, sin maquillaje, muy anticuado. Esta chica no es de por aquí. Es sólo una adolescente; yo diría que tenía unos catorce o quince años, tal vez, me pregunto, ¿qué chica de esa edad va por ahí vestida con un vestido como ese? Pareciera miembro de una de esas sectas de polígamos, pero, la última vez que lo comprobé, no había ninguna por aquí.

    Diane masticaba su chicle y podía sentir a Green y a Casey observándola con un interés que no le gustaba. Debían captar que algo andaba mal con Diane, ya que estaba tan fuera de lugar que el radar de todo el mundo estaba sonando ahora mismo. Se esforzaba silenciosamente por recuperar su serenidad, luchando contra su deseo de alejarse y subirse a su camioneta, como lo deseaba, y conducir hasta perderse. Pero no podía hacer eso. Su sentido común estaba finalmente concientizando el miedo que se había apoderado de ella desde que recibió la llamada. Si se escapaba, sabrían que algo andaba mal, y no tardarían mucho en empezar a hacer preguntas. No había manera de que ella pudiera permitir que eso sucediera. Tranquilízate. ¿Ya casi terminas aquí, Casey?, preguntó.

    Casey y Green intercambiaron una mirada.

    Sí, ya casi terminamos. Obtendré más detalles cuando volvamos a la morgue. Entonces, ¿a quién le envío el informe? Preguntó Casey, echando un vistazo entre Green y Diane.

    A mi, por ahora. Diane se permitió echar una última ojeada a la chica mientras la metían en una bolsa negra para cadáveres y la subían a una camilla. Hablaré contigo después de que hagas la autopsia. Diane comenzó a alejarse antes de detenerse y enfrentar a Green. No vuelvas a llamarme a un caso porque creas que no tengo nada mejor que hacer. Empezaré esta investigación, pero encuentra a alguien más de homicidios para que se haga cargo.

    Ella no esperó a que él respondiera, y lo ignoró mientras él murmuraba algo. Se subió a su camioneta, dio un portazo y agarró el volante tan fuerte que pudo sentir la columna de dirección doblándose mientras conducía hacia Sequim. Sólo cuando había tomado la curva, y la autopista oscura era lo único visible en el espejo retrovisor, relajó su guardia. Fue entonces cuando un temblor incontrolable se apoderó de sus manos, de sus pies, de todas sus partes; disolviendo la máscara de hierro que había llevado durante tanto tiempo.

    Capítulo Tres

    ¿Desde cuándo duermes la siesta?

    Diane se puso de pie como si la hubieran pillado haciendo algo que no debía. Su corazón martilleaba en su pecho, y su mano automáticamente se dirigió a su costado, tratando de alcanzar un arma que no estaba allí. Tropezó, tirando su taza de café. Esta se rompió en la cubierta trasera y el líquido oscuro se acumuló por todas partes.

    Le temblaban las piernas mientras miraba a Sam, que la observaba con sus brillantes ojos azules. Él era su antiguo compañero en la DEA, dueño de un cuerpo y un rostro que aún tenia a las mujeres cayendo a sus pies. Incluso su ondulado cabello castaño, un poco largo y peinado hacia atrás, añadía algo a su encanto de caballero sureño, y ni que decir del fuerte y melodioso acento de su voz, que siempre hacía babear a las damas. Frunció el ceño, mientras Diane se agachaba y recogía los pedazos de la taza rota, dirigiendo su atención a otra cosa que no fuera el lío en el que estaba.

    No quise asustarte. ¿Estás bien? Había un tono de preocupación en su voz, pero no se agachó para ayudarla. Él sabia que era mejor así. Ella también estaba bastante segura de que él no la veía como una mujer, y a veces eso le molestaba un poco... no es que ella se lo dijera.

    Sí, solo estoy cansada. Perdón, me asustaste, es todo. Diane arrojó los pedazos de la taza rota en el cubo de basura de la puerta trasera. Cerró su mano temblorosa en un puño y luego se masajeó los músculos rígidos de la nuca. ¿Gustás un café?

    No, me gustaría saber qué es lo que te tiene tan alterada.

    Diane se levantó de una de las sillas de Adirondack en la que había dormido en el porche trasero y se puso de pie con su complexión compacta de talla diez. Miró hacia el bosque situado detrás de su casa. Aquellos cinco acres en las afueras de Gardiner eran su hogar, su tierra, todo suyo. Esa mañana, cuando regresó a casa, se recordó a sí misma quién era y todo lo que tenía. Se había ganado todo aquello, lo había pagado con su propio dinero, sin ayuda de nadie. Nadie podía quitárselo. Nadie podía decirle qué hacer, cómo pensar o cómo debería ser su vida, sólo porque era una mujer.

    Podía sentir a Sam mirándola mientras se sentaba en la otra tumbona. Diane tragó saliva con fuerza, pero siguió mirando fijamente hacia el bosque, esperando un repentino arrebato de valor para poder hablar.

    ¿Sabes lo que dijo Marcie justo después de que llamaste al amanecer? Sam preguntó.

    Esta vez, Diane le echó un vistazo antes de gruñir.

    Él continuó: Ella dijo: 'Algo está mal. Sube al ferry de la mañana y ve a verla'. Así que aquí estoy, ¿y sabes qué? Estaba sentado en el ferry, preguntándome por qué mi antigua compañera llama sólo para saludar antes de que salga el sol. No se llama a nadie sólo para saludar. Tú nunca haces llamadas amistosas. Bueno, eres la peor mentirosa que existe, Diane".

    Diane hizo un gesto de dolor. No sé por qué llamé, Sam. Yo sólo... Levantó su mano y la lanzó al aire, esperando -rezando- que el cielo se abriera y su sentido común volviera a ella. Francamente, estaba metiendo la pata a lo grande con todo el mundo. ¿Por qué no poner una de esas luces de neón parpadeantes sobre ella y hacerla brillar con una flecha que dijera: Ella está escondiendo algo?

    Escuché que tuviste un asesinato anoche. Uno extraño, sin embargo. Una jovencita muerta en medio de la autopista, vestida con una especie de atuendo de pionera. Green me llamó, también, justo cuando salía por la puerta, dijo que estabas actuando de forma extraña en la escena del crimen y que incluso Casey se preguntó qué te pasaba, como si tuvieras síndrome premenstrual o algo así.

    Diane golpeó ambas palmas de las manos en el reposabrazos. Oh, por el amor de Dios. Ese maldito idiota de Green cree que toda mujer que se atreve a opinar o que se niega a soportar sus tonterías padece de síndrome premenstrual. Ese imbécil me llamó para investigar, aunque no estuviese en mi jurisdicción, porque tiene que asegurarse de que todos los hombres se queden en casa con sus familias; como si yo no tuviera nada mejor que hacer. Sabe muy bien que he vuelto con OPNET. Luché para recuperar eso, Sam. No soy una detective de homicidios. Y Casey... Se detuvo, mordiéndose la lengua, porque ir por ese camino -diseccionando el personaje de Casey- era algo que no podía hacer. Le caía bien Casey, aunque le molestaba que fuera una mierda tan aguda. Esa cualidad era genial para resolver crímenes, pero no tanto cuando se ponía a examinar la vida personal de Diane.

    "¿Desde cuándo dejas que Green te afecte? Siempre has sabido que es un lameculos, y aún no sé por qué has vuelto con el nuevo equipo de tráfico. Creí que habías terminado con eso después de la filtración que tuvimos, después de que todo se desmoronó a nuestro alrededor; cuando Lance Silver plantó esas drogas en mi casillero. Casi nos matamos tratando de detener a Lance Silver y

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