Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Culpa: Patrullas de la Pasión, #1
Culpa: Patrullas de la Pasión, #1
Culpa: Patrullas de la Pasión, #1
Libro electrónico296 páginas4 horas

Culpa: Patrullas de la Pasión, #1

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Disparos....

...Un perro policía cae abatido.

La solitaria manejadora del perro, Helen, siente la culpa del sobreviviente.  La estrella del canto y padre soltero, Marco, se siente demasiado culpable para cantar.  Ambos sienten demasiada culpa para poder amar.  Se conocen mientras un animal inocente lucha por su vida.

¿Quizás naciera una esperanza?

Los fanáticos terroristas se reúnen en Londres, su objetivo es la Reina.  Una policía debe cumplir sus órdenes.  Un padre debe proteger a su hija.  El amor rompe con las leyes y los corazones.
 

Siga la lujuria y el drama.  Libérese de la culpa.  Disfrute el suspenso de la acción.  Siga a Marco y Helen al clímax de la pasión.  Espere por la llegada del triunfo del amor.  Otra historia independente de Emma Calin en su Serie Patrullas de la Pasión, donde se combina el suspenso de crímenes de misterio con ardiente suspenso romántico.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento16 jul 2020
ISBN9781071555538
Culpa: Patrullas de la Pasión, #1
Autor

Emma Calin

Novelist, philosopher, blogger, poet and would be master chef. A woman eternally pedaling between Peckham and Pigalle, in search of passion and enduring romance.

Relacionado con Culpa

Títulos en esta serie (1)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Suspenso para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Culpa

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Culpa - Emma Calin

    SERIE PATRULLAS DE LA PASIÓN

    CULPA

    Policías Candentes

    Crímenes Candentes

    Romance Candente

    Por

    Emma Calin

    Dedicatoria

    Este libro está dedicado a ‘Diesel’, un perro policía Pastor Belga, que murió en el deber luchando contra terroristas en Saint-Denis, París, Francia, el 18 de Noviembre de 2015.

    Capítulo 1

    Tres a.m.

    Casa exclusiva.

    Invasor perturbado.

    Violencia.

    Llamada de emergencia a Scotland Yard.

    Oficial responde, unidad canina CO185.

    Acelera, luces azules encendidas.

    Rutina.

    Primera unidad en la escena.  Evaluar la situación.  Tipo grande, herida superficial sangrante en la cabeza, apuntando al campo abierto.

    Reportar a Control.  Prestar ayuda.  Ambulancia.

    Puertas de vehículos, pies corriendo en la grava, la adrenalina le quita quince años de sus treinta y cinco.  Un camino reciente entre la hierba y el olor a carne.  PC Helen Marx trató de mantener el paso de su Pastor Alemán mientras corría tirando de su larga correa.  Estaban en un campo abierto, donde Londres mantenía una incómoda relación con la naturaleza.  La primera luz del amanecer a mitad del verano iluminó imágenes borrosas monocromáticas mientras corría.

    Una silueta sale de su escondite doscientas millas adelante.  Grita sin respiración.

    —Alto o suelto al perro.

    Con una borrosa velocidad de cacería mientras Lanza de ocho años cumplía una vez más con su deber.  Un destello de luz.  Un gemido.

    Ella impactó su puño contra el rostro del sospechoso, mientras Lanza se aferraba con el resto de su fuerza.  Había un ruego en su mirada.  Sin embargo continuó con su mandíbula apresando el brazo del tipo que gritaba y pateaba.  Ella sacó las esposas y funcionando a base de instinto las colocó en sus muñecas.  Él intentó golpearla con la cabeza.  Ella lo golpeó con fuerza en la entrepierna.  Fin del juego.

    Lanza se dejó caer en la hierba mojada.  Ella evaluó su condición.  Una herida en el pecho con sangre espumosa y brillante.  Se desangraría hasta morir en cuestión de minutos.  Al mirar hacia atrás logró ver siluetas corriendo y las luces azules de otras patrullas de policía.  Vio el arma de fuego y la cubrió con su pie.  Lanza estaba muriendo y no podía hacer nada.

    El hombre grande de la casa se arrodilló junto al perro.

    —Has tus cosas policiales con ese idiota... parece que una bala llegó directo al pulmón.  Haré lo que pueda.

    Ella observó mientras él volteaba al animal inmóvil, colocó sus dedos sobre la herida y buscó su pulso en el cuello.  Sacó un teléfono celular y habló rápidamente con ligero acento.

    —Es un perro.  Necesita fluidos, o se desangrará.  Solo vengan hasta acá.  Conduzcan directo hacia acá con una cuatro-por-cuatro.

    Lanza estaba muriendo.  Ella no podía pensar en nada más.  El sospechoso estaba de rodillas.  El bastardo merecía morir por lo que había hecho.  Ella era policía, no una asesina.  Ya le había lanzado un golpe por rabia, pero podía negarlo y lo haría.

    —Estás bajo arresto.  No tienes que decir nada...

    Los demás oficiales estaban por todos lados.  Un tipo de escenas del crimen estaba guardando la pistola en una bolsa.  Un detective estaba hablando con el sospechoso.  Lanza estaba muriendo.  Ella se arrodilló junto a su cabeza y lo acarició detrás de la oreja.  Abrió un ojo.

    —Está luchando,—dijo el hombre grande. —El equipo que viene será de primera clase, se lo aseguro.

    Ella observó las luces de un Landover que se aproximaba.

    —¿Veterinarios, médicos, o qué?

    —Veterinarios, desde luego.  Los mejores.  Son vecinos.

    Un hombre y una mujer saltaron del vehículo.  En segundos tenían conectada una IV con goteo.

    —Ya notifiqué a cirugía.  Los estabilizaremos por unos minutos, luego hay que partir.  ¿Pueden dar escolta a alta velocidad?—dijo el hombre, poniéndose guantes quirúrgicos.

    Helen luchó por contener las náuseas y la desesperación.

    —Claro, supongo... ¿tiene posibilidades?

    —Todavía está vivo y quiere vivir.  No puedo decir nada más que eso.

    Levantó la mirada hacia el hombre grande que la tomaba de la mano y tiraba de ella para levantarla.  Habló con gentileza.

    —¿Cuál es su nombre?

    —Lanza.

    Él sonrió lentamente sacudiendo levemente su cabeza.

    —Eso es increíble.  Ahora, puede organizar una escolta policial al hospital animal RSPCA en Putney y no queremos multas de tránsito.

    Ella miró alrededor, dándose cuenta de que la mitad del alto mando de la Policía Metropolitana estaba a su alrededor.  ¿Cuánto tiempo había pasado?  Su única preocupación era Lanza.  El hombre y la mujer lo alzaban para subirlo al Landover.  Un inspector uniformado terminó de hablar por radio.

    —Helen, sube en la parte de atrás de Oscar Lima 4.  Son la escolta azul así sube allí.  Por cierto... bien hecho.  Todos están rezando por él.

    Ella nunca rezaba pero aceptaría una oración de cualquier religión.  Él no podía morir.  Ella no lo dejaría morir.  Lo tenía desde que era un cachorro.  Debía jubilarse y ella estaba considerando regresar a labores regulares en lugar de entrenar un perro nuevo.  Generalmente, los manejadores de perros eran personas con familia y ella ya no encajaba en ese molde.  Se mantuvo en silencio durante el trayecto.  Sabía que no querían hablar de Lanza, como si ya fuera una especie de viuda policía sola en la fiesta de Navidad.  Nadie creía que sobreviviera.  ¿Cómo había sabido ese tipo grande a quién llamar?  ¿Por qué había tantos altos rangos en la escena de un robo?

    Al llegar al hospital animal, dos médicos más vestidos con trajes de cirujanos se apresuraron a unirse al equipo.  En cuestión de segundos Lanza se había ido y ella estaba sola en el área de espera.  ¿Este era el fin ahora? Ella no había estado allí cuando su hombre había sido impactado por una bomba terrestre en Afganistán y ella se había mantenido controlada.  En ese entonces Lanza era un cachorro y el Capitán James Marx regresaba a casa con la esperanza de unirse a ella en el Trabajo.  Se había mantenido controlada entonces.

    Pero ahora no podía hacerlo.  Se dejó caer con sollozando inútilmente como una civil patética.  Este no era el espectáculo que quería que el mundo viera.  Cálmate, Helen.  Nadie quiere una mujer lloriqueando por un viejo perro muerto.  No es para eso que le pagan a los policías.  Respiró hondo varias veces y caminó hacia afuera.  El amanecer había cedido el paso a la mañana mientras la ciudad se despertaba de la noche, sucia como siempre con restos dispersos por el tiempo inmisericorde.  El tráfico en el Camino Circular del Sur creaba un rugido como el sonido del océano.  Y a nadie le importaba si un viejo perro moría.  Londres lo echaría todo sobre sus hombros y ni siquiera se estremecería.

    —Debes estar exhausta.

    Era su voz... el hombre grande de aquella casa.  Una herida en su frente había sido cerrada con banditas.  En cualquier otro lugar, en cualquier otro día, ella sonreiría y se dejaría envolver todo cuanto pudiera en el alma de este hombre. —Por favor...

    Ella sopló su nariz y secó las lágrimas.  Él abrió sus brazos para ella... por ninguna razón en especial.

    —Por favor, —repitió él.

    Y la estaba abrazando.

    —Lo siento.  No muchas personas quieres a los policías que lloran.

    Tenía que mantenerse serena, sacar algo del humor del manual de policías para la auto-negación cínica.

    —Y yo que pensaba que eras una mujer.

    Su cuerpo era fuerte, sus modales confiados y seguro de cómo su presencia impactaría en otros.  Descansar así apoyada en él no era profesional pero sí tan liberador.  Podría llorar toda una vida sobre este hombre sin nombre.

    Capítulo Dos

    Él le trajo un café de la máquina.  No había preguntado.  Ella se dio cuenta de que ni siquiera lo había mirado.  No quería pensar en nada más que en Lanza.  Cualquier otra cosa sería algún tipo de traición.  Había transcurrido más de una hora.  Ella miraba la puerta batiente azul a través de la cual ella sabía que recibiría un sí o un no.

    —Siempre sabes si el jurado dirá culpable o inocente,—dijo ella.

    —¿Lo sabes?

    —Desde luego.  Si miran al prisionero a los ojos entonces saldrá de la cárcel.  Si mantienen baja la mirada, está en problemas.

    —Creo que sobrevivirá,—dijo él.

    Un estremecimiento de rabia la recorrió.  ¿Qué sabía él? ¿Qué derecho tenía a darle falsas esperanzas solo para animarla de una forma patética? Como si necesitara una muleta para sentirse bien.

    —¿Lo crees?

    Se dio cuenta de que él había detectado su resentimiento.

    —Lo siento.  Solo dije lo que sentía en mi corazón, en mis entrañas.  No estaba pensando en cómo podrías ver mi intrusión.

    Él detectó su señal, poniéndose a tono con ella enseguida.  Ella dirigió sus ojos hacia él y los encontró en su rostro.  Grandes ojos oscuros con fuerza y pesar hablando a través de ella.  Este hombre era profundo o tenía algunas dotes de actor.  Suspiró.

    —Yo no...

    —No necesitabas ningún idiota que interfiriera con tus propias esperanzas.

    Se acercaban voces a la puerta batiente.  Él la tomó de la mano.  No había preguntado.

    Un hombre con lentes vestido de cirujano empujó la puerta con su hombro, limpiando sus manos con acostumbrado profesionalismo.  Otro día, la misma rutina.  Levantó la mirada y sonrió.  Y le sostuvo la mirada.

    —Hola, soy Simón Leonard.  Está bien, pero débil.  Está respirando con ambos pulmones.  Las próximas horas son críticas.

    —¿Puedo verlo?—preguntó ella.

    —No de momento.  Lo último que queremos es una infección. —Se volteó hacia el extraño a su lado que todavía estaba apretando su mano. —Marco, ¿qué diablos sucedió?

    —Un ladrón, supongo.  Luchamos y salió corriendo hacia el campo.  Llamé a la policía.  Vi lo que sucedió con el perro y llamó al mejor veterinario en el mundo.

    —¡Ja! El mejor veterinario que vive en la casa de al lado.  Tuviste suerte de que acababa de llegar a casa de una emergencia.  Si hubiera estado en la cama...

    Mientras los dos hombres hablaban ella se quedó sola para absorber las noticias.  Las cadenas dentro de ella se rompieron.

    —Gracias, gracias, gracias.—Palabras y lágrimas se confundían.

    —Necesitas descansar.  Imagino que trabajaste toda la noche,—dijo el veterinario con voz amable.

    —¿Qué hora es?

    —Son las nueve y treinta de un soleado día de verano en la ciudad de Londres.

    Ella había perdido la noción de todo.  Habría que llenar reportes de arresto y el típico seguimiento a los formatos oficiales.  Ella había dejado su auto policial en la escena.  Y este tipo todavía la tenía tomada de la mano.  No, ella estaba apretando su mano.  Se había dejado llevar.  Se alejó un poco y finalmente se tomó el tiempo para observarlo.  Medía unos seis pies de altura, tenía un pecho grande y fuerte.  Su cabello era oscuro, ondulado, y largo sobre el cuello de la camisa.  Calculaba que tendría unos cuarenta y tres años.  Tenía un tono de piel un poco oliva y una apasionada sensualidad en su ancha boca y expresivos labios.  Entonces estaban sus ojos, esos ojos oscuros que le devolvían la mirada con abrumadora seguridad.  Él sabía lo que podían hacerle a una mujer.  Una mujer como Helen Marx.  Ahora, esta era una sensación nueva.  La Oficial de Policía Metropolitana CO185 era otra persona y ella sabía cómo cumplir su papel.

    —Me desentendí de todo.  Tengo algo que hacer en algún lugar.  Solo tengo que concentrarme.  Solo pensaba en Lanza.

    Él mantuvo su amable mirada mientras le hablaba con su rica voz.

    —¿Alguien en algún lugar debe estar pensando en ti y en dónde estás?

    Ella asintió lentamente mientras pensaba.  Un hombre como este no podía estar interesado en ella así que su respuesta no importaba.  De todas formas él estaba tocando una puerta débil y si ella la abría para un hombre así...

    —Sí, claro, pero están acostumbrados.

    —Ustedes son algo especial.  No puedo imaginar cuánto me preocuparía si mi pareja fuera policía.

    —Solo es un trabajo.

    —Lanza recibió una bala que fácilmente podría haber sido para ti.

    Tenía razón.  Sus palabras la hicieron recordar lo sucedido.

    —O para ti de hecho.  Los detectives deben necesitar tu declaración como testigo.

    —Les dije que iría tan pronto viera cómo estaban tú y Lanza.

    —¿Alguien quería hablar contigo antes... digamos inmediatamente? Como si tuvieran un criminal armado encerrado y necesitan resolver el caso.  Tal vez no deberías perder tu tiempo conmigo.

    —Las personas solo discuten si les das opciones.  Les dije que tú y tu perro eran mis prioridades.

    Ella sonrió.  Este era el tipo de hombre que haría lo que pensaba que era mejor y nadie lo detendría.  ¿Qué diablos era él en este mundo? Ella se sentía curiosa pero no quería que se le notara.  Como profesional la preocupaba que él estuviera frenando el proceso por ella.

    —Entonces ya eres libre para ayudar a la policía a encerrar a ese trozo de mierda por algunos años.  Pero, gracias por...

    —Preocuparme,—la interrumpió él.

    ¿Qué le ocurría? Preocuparse y todo eso era para los civiles.

    —Preocuparse es algo bueno,—dijo ella.

    Él arqueó una ceja.  Había notado su voz monótona.  Era una veleta emocional.

    Sí, preocuparse es bueno pero no siempre es fácil de aceptar.  Yo elijo preocuparme porque lo hago.

    Ella quería que él se marchara.  Oficiales que trabajan con dedicación necesitaban su declaración y ella tenía que admitir que no quería acostumbrarse a tenerlo cerca.  ¿Qué tipo de hombre era este? Había estado tan sereno al darle los primeros auxilios a Lanza, como si la sangre y el trauma no fueran una sorpresa.

    —Gracias por lo que hiciste en la escena.  ¿Habías visto antes este tipo de cosas?

    —Solo una vez en unos callejones de Nápoles, pero esa vez fue con un hombre.

    Su expresión era abierta y amable, pero no era buen momento para profundizar más.

    —En realidad no sé tu nombre... Marco, creo.  Por favor, estoy bien, y quiero que ayudes a la policía y a la población de Londres más que preocuparte por mí.

    —Sí, Helen, es Marco Ambastilias.  Haré lo que quieras y tienes razón.  Estaré pendiente de Lanza. —Dio la vuelta para marcharse y de repente se volteó de nuevo. —Y de ti.

    Ella esperó.  Qué extraña debía lucir con su cabello despeinado y el uniforme arrugado.  Su sargento había llegado y ella había hecho sus reportes.  Él le ofreció un tiempo de permiso y ella lo aceptó, después de todo ¿de qué sirve un policía con perro si no tenía el perro? Comenzó a quedarse dormido.

    —Puede pasar por unos minutos.

    Levantó la mirada y se encontró el rostro amable de una enfermera veterinaria que sacudía suavemente su hombro.  La siguió a través de la puerta batiente, hacia un mundo de olores antisépticos y máquinas como en cualquier hospital.  Lanza estaba dentro de una tienda de oxígeno.

    —Continuará sedado por un rato más.  Sus niveles de respiración están un poco bajos, pero subiendo.  No podemos arriesgarnos a que se esfuerce con una manguera de oxígeno porque su esternón está severamente dañado y requeriría más cirugía y una malla.

    —¿Más cirugía?

    —Una vez que recupere un poco la fuerza.  El Sr. Leonard es un gran especialista y está seguro.

    Ella observaba cómo el pecho de Lanza subía y bajaba.  Sus ojos estaban cerrados y su cuerpo inmóvil.

    Helen se inclinó y se acercó todo cuanto pudo a su cabeza.

    —Buen chico,—susurró.

    Una pata se agitó, la cola se movió una vez sobre la camilla con sábanas blancas.

    —Él sabes que estás aquí,—dijo la enfermera.

    Y allí se quedó.  Algunos policías iban y venían, y algunos sándwiches y cafés mantenían su cuerpo con vida.  Un chico de la prensa de Scotland Yard tomó fotos de Lanza para los periódicos de la mañana.  Y allí se quedó ella.

    —Helen, Lanza está reaccionando y tenemos que arreglar su pecho.  No podrá funcionar como está ahora.  Su nivel de oxígeno ha subido y hemos controlado el sangrado.  Ahora es el momento para volverlo biónico. —Observó el rostro del veterinario.  Eran las 4 a.m.  Ya se lo estaban llevando.  —Tienes que cuidarte.  Has hecho todo lo que podías hacer aquí.  Nosotros te llamaremos.

    Capítulo Tres

    El doctor tenía razón.  Ella necesitaba alejarse, ir a casa.  Respiró hondo el aire de la mañana mientras salía del hospital.  Un Alfa Romeo Giulietta, con placas Italianas, se detuvo a su lado.

    —Qué bueno que llamé para sabes si estabas lista para irte.

    —¿Marco? ¿Sería brusco de mi parte preguntarte qué diablos?

    —Muy brusco.  Pasé la mitad del día con el Inspector Scarpia en la estación de policía en Croydon.  Después tuve que atender algunos asuntos y entonces llamé solo para saber cómo estaba Lanza porque tú no querías que me preocupara por ti.

    —Está amaneciendo, son las 4:15 de la mañana.

    —Entonces, no habrá tráfico.

    —¿Cuánto tiempo has estado aquí afuera?

    —Comienzo a darme cuenta de que los policías siempre hacen preguntas.

    Estaba demasiado cansada pero aún así la agradó pensar que él estaba allí.  Tan cansada, tan cansada, y sin embargo su cerebro volteó una palabra que él había usado.  Ella se dejó caer en el que debía ser el asiento del conductor del auto.  De acuerdo – auto Italiano, tiene el volante a la izquierda.

    —Scarpia... jefe de policía... Tosca, Puccini.

    Él dio una palmada al volante.

    —Sí, llamas Lanza a tu perro.  Tiene que gustarte la ópera.

    —Es una larga historia, Marco, por favor, por favor.

    Estaba exhausta y en ese momento no podía hablar sobre Lanza o sobre cómo eligió su nombre.

    —Entonces, Helen, ¿tu dirección?

    —Donnybrook Road, Streatham SW16.  No tienes que hacer esto.

    —Si tuviera que hacerlo, me negaría por principio.

    El auto comenzó a moverse.  Ella debía estar apestosa y demacrada.  Este era el hombre más guapo que había conocido.  Estaba permitiendo que su personalidad dominante la controlara.  Los primeros autobuses rojos de Londres se dispersaban por las calles como amapolas en los campos de su infancia.  Quería decirle eso, para que la conociera un poco más, una pequeña parte de su alma.  Las palabras se atoraron y enredaron a medida que las calles conocidas se tornaron extrañas en su mente agotada.  Recordaba que él abría la puerta de su casa con sus llaves.  Recordaba caer sobre la cama.  Recordaba que cerraban las cortinas, una mano sobre su espalda, un largo trago de agua helada.  Luego la oscuridad.

    ––––––––

    ¡Lanza! Había estado acostada despierta y su mente estaba vacía.  Su teléfono celular estaba repicando.

    —¿Sí?

    —Helen, es Simón Leonard.  No llamé antes porque supuse que necesitaba dormir.

    —Sí, sí.  ¿Qué hay de nuevo?

    —Está bien y estable.  Tiene algo de titanio donde antes tenía hueso.  Sus días de dar volteretas se acabaron.  Reduciremos sus sedantes durante los próximos tres días.  Una vez que pueda soportar su propio peso veremos qué necesitamos hacer a partir de allí.  Creo que pronto estará listo para su retiro y algunas caminatas casuales.

    —Muchas gracias.  Ni siquiera he pensado en el pago.

    —Lo que no cubra la policía, Marco prometió que lo pagaría sin ningún límite.

    —¿Qué?

    —Helen, estamos hablando de Marco Ambastilias.  Él tiene suficientes preocupaciones, pero el dinero no es una de ellas.

    Oh mi Dios.  Oh, mi loco Dios.  Marco Ambastilias... el nombre en la mitad de la colección de música del Capitán James Marx.  Música que ella no había tocado desde el día en que se enteró de que él no regresaría a casa para sacar del estante uno de sus preciosos discos de vinilo o un CD.  Marco Ambastilias, afamado tenor de Covent Garden, La Scala, y el Metropolitano de Nueva York.  Desde el disparo, ella no había pensado en nada más que su perro, un cachorro que su pareja había bautizado por la trágica leyenda de la opera, Mario Lanza, pocos días antes de marcharse a su último despliegue.

    Necesitaba una bebida.  Necesitaba un amigo.  La primera parte era fácil, demasiado fácil.  La segunda parte era difícil, demasiado difícil.  Se dio cuenta de que había dormido con su uniforme.  Tomó una larga ducha y mantuvo todo simple.  Sirvió un vaso de whisky con agua pero racionó el agua en beneficio del ambiente.  Ni siquiera era un chiste tonto que pudiera compartir.  Desde el día en que había traído Lanza a casa cuando era cachorro, ella nunca había estado sola en la casa.  Ahora de verdad era una bebedora solitaria.  El escocés golpeó su cerebro con un estómago vacío.  ¿Marco la había llevado a la cama? ¿Se había avergonzado a sí misma o a él? Había hablado con él como si fuera un hombre cualquiera.  Él le había hablado a ella como a una igual, incluso había parecido querer su aprobación.  Ella no tenía el número de su celular pero aún así nunca se atrevería a llamarlo.  De todas formas, si ella tuviera su número de teléfono podría darle las gracias.  Tomó otro sorbo.  Si una policía no podía conseguir un número

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1