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La hélice del sabio
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Libro electrónico86 páginas1 hora

La hélice del sabio

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Nima, la escritora de una famosa revista esotérica, en una pequeña ciudad, se encuentra a sí misma sin ilusiones ni la capacidad para seguir viviendo. Para sobrellevar su carga, tiene la costumbre de visitar un parque de diversiones abandonado, una vez al año, y es en una de sus visitas conoce por casualidad a un joven misterioso de nombre de caballero medieval que asegura que ella es una bruja y, por lo tanto, debe cumplirle un deseo. Ante la impresión de lo desconocido y el querer aferrarse a los sentimientos que no le deja vivir, Nima tendrá que enfrentarse a sí misma, a los fantasmas de su pasado y al caballero andante que no le dejará hasta que cumpla su deseo.
IdiomaEspañol
EditorialTregolam
Fecha de lanzamiento6 jul 2018
ISBN9788417564131
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    La hélice del sabio - Vianka Landin

    obra.

    Prólogo

    Cuando las luces estaban a medio encender, entendía que era el momento indicado para salir a fumar sin molestar a nadie. Podía recargar sus cansados brazos en el viejo barandal y admirar el paisaje que le ofrecían las frías calles de aquella misteriosa ciudad mientras se perdía en sus propios pensamientos. ¿Cuántos años habían pasado ya? Podía contar los años con los recuerdos de pasteles que tenía almacenados en su mente, pero se perdía después de la tarta de nuez y el pastel de piña que había preparado su madre; quizá porque todos los demás parecían insignificantes.

    Los letreros luminosos de la calle continua estaban parpadeando sin parar, llegaban al fin de su miserable existencia y pedían a gritos que alguien terminase con su dolor; desconectar. Sí, era verdad, habían pasado tres años desde aquel accidente, sus brazos aún sentían el cansancio de un vuelo inesperado y sus ojos cansados de tanto llorar. Se había comido las uñas durante catorce horas seguidas; sólo las de la mano derecha, porque la izquierda sostenía con fuerzas la mano de su compañero de viaje. Ah, sí, habían pasado cuatro años desde que se había mudado con él a otra ciudad. Su mejor amigo, su amante, el hombre perfecto que ocupaba su cama mientras lograba pasar por sus trastornos de personalidad; el que entendía.

    Aspiraba el humo del cigarro que no se desvanecía en el aire y escuchaba a lo lejos una conversación sin sentido, una chica negando acusaciones certeras y un mocoso asustado de enfrentar la verdad. ¿Por qué es que la adolescencia dura tan poco? ¿O será que la desperdiciamos en tonterías y no nos damos cuenta de su lento paso? Ah sí, ella también tenía un mocoso en su haber, un pequeño niño que… había llegado en un día inesperado.

    Se dio la vuelta para mirar a través del vidrio del balcón, a su pequeño niño, recostado en el sofá maltratado, con la boca abierta y las manos colgando, por un lado. ¿Qué estaría soñando? No, no, él no era su hijo ni nada por el estilo, él era… un pequeño monstruo que se había cruzado en su camino en uno de esos días menos afortunados. Y ahora era él, quizá, el único que podía salvarle de sí misma.

    1. La hélice del sabio

    La reja tenía aún el mismo anuncio de hacía tres años. Entre sus oxidadas intenciones se podía leer la advertencia que detenía el paso de los curiosos, y más allá se alzaba la noria, tan majestuosa como siempre lo había sido. Ahora estaba en silencio, parada sobre sí misma, sin saber qué hacer, rodeada de pequeñas carpas que había cedido su color al paso de los años, el sol y los recuerdos contenidos. Los faroles que alguna vez habían dado un romántico aspecto al pequeño parque de diversiones eran ahora los guardianes de leyendas urbanas y retos en la oscuridad. Algunos estaban rotos; se habían dado por vencido. Otros seguían en pie, esperando volver a brillar en algún momento.

    Oh, el destino puede ser tan cruel a veces.

    Si cerraba los ojos frente a aquella reja podía imaginar el olor de las palomitas y los algodones de azúcar, podía escuchar claramente la risa de los niños y los padres olvidando los problemas por sólo un instante mágico, donde la música llenaba los corazones… cuando abría los ojos, volvía a ser lo de siempre: un lugar abandonado.

    Usaba la misma chaqueta negra de siempre, la que estaba descocida por el lado derecho cerca del botón plateado que se había caído en alguna noche de copas. Una camisa blanca con un estampado sin importancia y los únicos pantalones de mezclilla que le quedaban limpios. La lavadora había dejado de ser útil después del último cargamento y había arruinado varias cosas que ahora no servían más que para limpiar los rincones más recónditos del departamento.

    El viento rugía como siempre, llevándose los recuerdos lejos de su mente, los jalaba a la fuerza, lejos de ese lugar que, no sólo estaba lleno de basura, sino también de hojas secas y plantas silvestres que crecían a su ritmo. Sorprendía que no hubiera mal vivientes dentro del lugar, pero sabía que era por los rumores que circulaban acerca de él: ese lugar estaba maldito. No era que respetaran el lugar donde habían muerto algunas personas de repente y sin explicación clara, sino que tenían miedo de sufrir el mismo destino. O de algún fantasma, quizá. La gente suele creer más fácil en maldiciones que en milagros después de todo.

    Sólo un largo suspiro para sí misma, para no recordar nada de lo que había pasado y cerró los ojos para pensar en la cena. Colores marrones se fundían en fondos grises y no podía visualizar nada concreto cuando un estrepitoso ruido llamó su atención. La reja frente a ella se movía violentamente y el letrero mal puesto caía al piso en un abrir y cerrar de ojos.

    —¡Pero que…-

    Pasó como una sombra, como un cuervo que levantaba el vuelo en medio de la calma y, asustaba a los demás seres voladores con su majestuosidad atrevida. Saltó la reja con maestría y cuando estuvo del otro lado corrió como si nada le importase más.

    —¡Oye! — miró hacia atrás porque pensó que huía, pero detrás no había nada más que el viento levantando el polvo otoñal del olvido primaveral.

    Sus apresurados pasos se escuchaban cada vez más lejos mientras los faroles admiraban la valentía del que había cruzado, y el sol comenzaba a despedirse en un cielo pintarrajeado de colores magentas.

    Ella se armó de valor para ir tras él, escaló como él lo había hecho mientras su cuerpo resentía el paso de los años y cruzó del otro lado. Corrió tras sus huellas con zapatos de baja calidad. ¿Por qué hacía eso? No lo sabía, simplemente un impulso, una mirada, un toque de cosas que le hacían falta… tal vez.

    Así fue, cuando el sol comenzaba a alejarse de aquella ciudad y el viento se levantaba con más fuerza, ella corría tras los pasos de un desconocido, alguien que se había movido con la agilidad de un cuervo y estaba violando un territorio casi sagrado. Cuando la noria comenzó a emitir unos chirridos espantosos que simulaban los gritos de hacía años, se detuvo un momento en medio de la nada para tratar de apaciguar su respiración y buscó a aquella alma perdida. Los gritos, la respiración,

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