Libres para amar
Por Fayrene Preston
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Aun así, se moría por entregarse a Des. Y cuando su atracción se convirtió en una pasión abrasadora, Kit se enfrentó a un reto tan difícil como probar su inocencia: confesar su amor.
Fayrene Preston
Fayrene Preston is an award-winning, bestselling romance author of over 50 books. She's also a Texas girl, born and raised. Her high school years were straight out of the movie American Graffiti — good friends and that wonderful rock ‘n' roll — and her college years were twice the fun. Fayrene has been blessed with two completely wonderful sons, and three beautiful grandchildren. Fayrene counts herself as very lucky. Books have always been an important part of her life, and she has loved her career writing them. She can't think of anything to make one happier.
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Libres para amar - Fayrene Preston
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Fayrene Preston
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Libres para amar, n.º 1064 - octubre 2018
Título original: The Barons of Texas: Kit
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1307-037-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
Des.
El nombre de su primo rompió la paz de la fría mañana invernal y se abrió paso en la consciencia de Kit Baron.
Ella ni se inmutó. Por mucho que odiase la idea, Des Baron nunca se había apartado de sus pensamientos, y menos cuando él estaba en el rancho, como en ese momento.
Como una aparición, Des… sus ojos negros, su enigmática sonrisa, su cuerpo alto y delgado… parecía rondarla, esperando una oportunidad para asaltar sus pensamientos. Era una locura, y Kit no tenía respuesta para ello. Simplemente había aprendido a aguantar hasta que él volviese a abandonar el rancho y ella pudiese respirar más libremente.
Mientras se dirigía hacia los establos, la grava crujió bajo sus pies y se obligó a pensar en otra cosa. El alba empezaba a apuntar en el horizonte. En el rancho, la actividad no había cesado durante horas. Había helado durante la noche, pero el día se calentaría con el sol, y mientras tanto a ella no le importaba el frío. Le aclaraba la mente.
Le encantaban las mañanas invernales en Double B, aunque no se le ocurría ningún día o estación del año que no adorase. Había nacido allí, y a pesar de la rudeza de su padre, Edward Baron con ella y con sus hermanas, se había enamorado de esa tierra a temprana edad. Tess y Jill habían tomado otros rumbos, ansiosas de alejarse de allí, pero su padre había muerto y Kit había tenido tiempo de poner su sello personal al rancho, que más que su hogar, era su vida.
Su naturaleza agreste e impredecible tenía mucho que ver con ella. Se identificaba con la tierra que permanecía indómita a pesar de los grandes esfuerzos del hombre. Era su reino personal.
Según se acercaba a los establos, apretó el paso.
Los establos eran una constante en su vida. De niña, le habían servido de lugar para ocultarse de su dominante padre, un lugar para soñar en una vida mejor y más feliz.
Pero incluso allí, Des había conseguido dejar su huella en el recuerdo de Kit. Una tarde de verano, cuando ella tenía diecisiete años, había corrido a los establos después de que su padre la hubiese hecho trizas verbalmente por algo tan inconsecuente que ni siquiera lo recordaba. Pero sí recordaba a Des Baron.
Entrando en los establos, la había oído llorar. Siguiendo el sonido, la había encontrado en el pajar, al fondo. Sin una palabra, la había abrazado. Pero pronto las reconfortantes caricias se habían hecho más urgentes, y los murmullos se habían transformado en besos. Pronto el calor estaba circulando entre ellos. Si él no se hubiera apartado de ella…
Pero lo había hecho. Y esa noche Kit había aprendido que Des era un peligro para ella como ningún otro. Con increíble facilidad podía hacer que lo desease hasta el punto de que no le importase nada más, hacerle caer bajo su hechizo hasta que él fuera para ella el mundo entero.
No podía permitir que eso sucediera.
Después de vivir bajo la tiranía de su padre había jurado que no volvería a permitir que un hombre la dominase. Una vez en la vida era más que suficiente.
Y así, en público y en la superficie, había entrado en una estúpida competición con sus hermanas por ganar a Des en matrimonio. Sus hermanas y ella deseaban casarse con él por razones de dinero que tenían que ver con el testamento de su padre y, en última instancia, con el control de Baron Internacional, la empresa de la familia. Privadamente, sin embargo, había seguido extremadamente recelosa de Des.
Maldito hombre. ¿Por qué no se lo podía quitar de la cabeza?
Una vez dentro, encendió la luz y se dirigió por el amplio pasillo entre los compartimentos de los caballos. Inmediatamente la envolvió el dulce aroma a heno y a paja y el olor del cuero de las sillas de montar. Desde su infancia, había identificado esos olores con bienestar, con hogar, con seguridad.
Oyó a Dia moviéndose inquieto en su compartimento, pateando y relinchando con nerviosismo. Algo lo había alterado.
Frunciendo el ceño, hizo una rápida parada en el cuarto de los arreos y de la comida, sacó una manzana del frigorífico, descolgó su cabestro y corrió junto a él.
Dia asomaba la cabeza por su compartimento, y relinchó a modo de saludo.
–Buenos días, Dia –dijo ella suavemente, dándole la manzana y acariciándole el cuello–. ¿Qué ocurre, muchacho? ¿Se ha metido uno de los gatos en tu compartimento y te ha asustado? ¿O es que estás ansioso por salir de paseo esta mañana?
Ella sí que lo estaba. Siempre que Des estaba en casa, estaba constantemente nerviosa. Y él había llegado la noche anterior.
Acarició a Dia detrás de las orejas, intentando tranquilizarlo con su presencia y su rutina habitual.
Dia era una alazán con las crines y la cola rubias, al que su anterior dueño había llamado Diablo, y había intentado disuadirla de que lo comprase. Cuando era un potro, Dia había caído en malas manos y se había quedado traumatizado, con un odio hacia todos los humanos. Su anterior dueño iba a deshacerse de él. Cuando ella se enteró, se lo compró inmediatamente.
Kit había pasado dos terceras partes de su vida bajo la tiranía de su padre, que había sido un demonio de hombre. En comparación, Dia era un corderito, aunque nadie más en Double B pensaba así. Pero bueno, tampoco nadie lo comprendía como ella. Algunos hombres tenían la habilidad de destrozar el alma de las personas. A Dia le habían destrozado el alma. Ella tenía que restaurarla.
Abrió la cancela y entró. Dia brincó con entusiasmo.
–Lo sé, precioso –murmuró ella mientras le ponía el cabestro.
Al animal le encantaba su paseo por la mañana temprano tanto como a ella. Era su hora juntos, cuando nadie los molestaba y podían estar solos el uno con el otro, con el viento y la tierra. Pero era más que entusiasmo por su paseo lo que él tenía esa mañana. Había algo más.
Kit dirigió un ojo crítico por el compartimento, y luego salió a buscar una pala. Dando vueltas a la paja, no vio nada raro.
Sacó a Dia al pasillo y lo ató. Él pateó el suelo de arena con los cascos, y los otros caballos se movieron y relincharon inquietos.
–Estaba esperándote.
La voz áspera le produjo a Kit un escalofrío que le atravesó la espalda. Se giró cuando Cody Inman salió de un compartimento vacío tres puertas más allá. Repentinamente el nerviosismo de Dia cobraba sentido.
–¿Qué haces aquí?
Nadie entraba en los establos antes de que ella sacase a Dia.
–Como te he dicho, estaba esperándote. Tenemos que hablar.
Cody era un tipo musculoso y robusto, con el pelo negro y rizado, de veintitantos años. Llevaba trabajando en el rancho unos ocho meses. A veces había ido en el grupo con el que ella salía a bailar. Pero la noche anterior habían estado los dos solos.
Con Cody a su lado, había volado en uno de los helicópteros del rancho a la ciudad más cercana, donde había oído que tocaba una buena banda, y durante un rato se había divertido. Pero él había terminado bebiendo demasiado y se había propasado con ella. Como resultado, ella se había visto obligada a interrumpir la velada.
Ahora lo miraba, irritada de que se hubiese inmiscuido en su tiempo privado. Por su aspecto desaliñado, no se había acostado, y por su forma de arrastrar las palabras, había estado bebiendo desde que habían vuelto.
Como jefa del Double B, estaba a cargo de lo que era básicamente un mundo de hombres. A veces se movía por una fina línea entre la jefa y la mujer, pero no estaba en condiciones de olvidar nunca quién era. Y nunca lo hacía.
Tenía dos normas. Solo jugaba con aquellos que sabían que ella estaba jugando y que nunca permitiría que la situación llegase a nada serio. Había pensado que Cody comprendía sus normas. Había pensado que podía utilizar su noche de baile como un escudo para protegerse de sus pensamientos sobre Des y especular sobre la razón por la que él había ido a casa. Pero se había equivocado.
El día anterior por la mañana había recibido un inesperado mensaje de Des, diciendo que llegaba porque quería verla. Presa del pánico, Kit se había asegurado de estar ocupada.
Evitar a Des era una reacción instintiva en ella, una que