Con la Piel de Caín
Por Daniel Galán
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Eduardo es un adolescente al que le gusta la magia. Cuando el curso escolar finaliza, en el instituto se realiza un festival. En él, actuara con sus números de magia. En el último truco, Ray uno de los "matones" del instituto, queda en vergüenza delante de todos. A la salida, éste le está esperando y a Edu y a su novia los agrede brutalmente. Edu es trasladado al hospital y allí recibe la visita de Ray que trata de matarle.
Eduardo, harto de tantas agresiones y acosos, se arma de valor y decide de una vez por todas, acabar con todo eso, de una manera insólita y tajante.
Daniel Galán
Daniel Galán nace un lunes de Diciembre de 1957 en San Sebastián (Guipúzcoa) en el seno de una humilde, pero respetable familia de clase trabajadora. A la edad de dos años es trasladado a Madrid, donde realiza sus estudios de Bachiller. Su afición al estudio y al ansia de asimilar nuevas ideas, le llevan al Conservatorio donde cursa estudios de interpretación, así como dirección artística y guionista.Trabaja como actor en los mejores teatros de Madrid y de media España. Realiza varias películas y con su peculiar voz interviene también en algunos seriales radiofónicos.Desde su juventud muestra rebeldía ante la vida por la verdad y la justicia, quedando reflejado en sus escritos.Es persona de pensamiento amplio, tolerante y con un gran sentido del humor, dispuesto siempre a vivir una existencia sencilla, mientras ésta pueda ser libre.
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Con la Piel de Caín - Daniel Galán
CON LA PIEL DE CAIN
Daniel Galán
Preámbulo
Con la excepción de algunos roedores, ningún otro mamífero destruye habitualmente a los miembros de su misma especie. No hay en la Naturaleza nada comparable al salvaje tratamiento que los humanos nos infligimos unos a otros. La dura realidad es que somos la especie más cruel y despiadada que ha pisado la Tierra; y aunque nos conmueva el horror de la atrocidades que el hombre ha cometido y comete contra sus semejantes, en lo más profundo de nuestro corazón sabemos que cada individuo alberga dentro de sí esos mismos impulsos irracionales que conducen a la tortura, a la guerra e incluso al asesinato.
Capítulo 1
Había estado nevando durante toda la noche con intensidad. Tiempo hacía que no nevaba de aquella manera. La ciudad amaneció con aquel manto blanco que tanto gustaba a los pequeños, aunque no tanto a los mayores, pues el caminar por la nieve no les agradaba en demasía, sobre todo en aquellos sitios donde la nieve era muy resbaladiza.
Si bien es cierto que, para los que levantaban la mirada hacia los árboles salpicados de nieve y que reflejaban la luz, el espectáculo era de una gran belleza; y más aún para los pequeños que correteaban gozosos por aquella mullida alfombra blanca, lanzándose bolas de nieve, solo algunas niñas se dedicaban a crear algún muñeco de nieve.
Eduardo, un joven de dieciséis años había observado la escena desde la pequeña ventana de la buhardilla, en aquel frio día de Diciembre, a una semana de la Navidad. Y ese día tenía que prepararse bien, pues actuaba en el festival que se iba a celebrar en su instituto como final de los estudios antes de coger las vacaciones de Navidad. Su cuarto estaba ubicado justo debajo de la buhardilla y en él, tras bajar de esta, había estado practicando los trucos que iba a realizar ante los alumnos y profesores del instituto.
A los doce años se aficionó a los juegos de magia. Había empezado con lo más básico, juegos de cartas y demás artilugios hasta llegar a los trucos de ilusión de mayores dimensiones. A los dieciséis años, su habilidad para la prestidigitación, la agilidad de sus manos y sobre todo la capacidad de distraer a los adultos más avispados con la gracia de sus comentarios mientras realizaba sus números, obligaban a considerarlo un mago de gran altura.
Desde muy pequeño, su curiosa naturaleza de aprender, le había llevado a leer libros que para otros chicos de su edad hubieran sido un verdadero tostón. Incluso a veces le preguntaba cosas a su padre que no conseguía encontrar en los libros. Un día se atrevió a preguntarle por qué todas las mañanas al despertar, su pene siempre amanecía erecto.
Aquel día, su padre intentó explicarle como la orina acumulada durante toda la noche en una bolsa llamada vejiga, señalando su ubicación en el cuerpo, se llenaba hasta ejercer una presión que provocaba el endurecimiento del pene. También le dio una explicación más simple sobre la circulación de la sangre relacionándola con la presión que sobre la vejiga tenía impidiendo así la libre circulación sobre el órgano del muchacho. Aquella explicación fue entendida por Edu, como le llamaban cariñosamente, y quedó bastante satisfecho.
Muchas veces Edu se enfrascaba en los libros que su padre tenía en un gran mueble, ubicado en la habitación que éste tenía a modo de despacho. A veces cotejaba lo leído entrando en esa ventana mágica llamada Internet. Con él, aprendía todo lo que podía o buscaba aquellas materias que despertaban su interés. Después, a la hora de la comida o la cena, conversaba con sus progenitores sobre lo aprendido y como resultado de lo cual, los padres también aprendían tanto como el hijo.
-Tengo la impresión de que nuestro hijo- le dijo la mujer a su marido, una noche ya acostados-, con tanto estudio y aprendizaje, va a tener un futuro brillante.
Después de unos minutos de reflexionar sobre lo que su mujer acababa de decirle, le contestó en un tono no exento de preocupación.
-Yo más bien creo que le hemos proporcionado los medios necesarios para que se meta en apuros.
-¿Por qué dices eso?
-Porque a pesar de la tecnología, de los móviles, Internet y demás medios, creo que aún hay mucha ignorancia en este mundo. Y ya sabes que la ignorancia es la madre de toda desgracia y nuestro hijo no está preparado para ella. Habrá personas que desafiarán e incluso recelarán de su inteligencia.
Ciertamente, resultó estar en lo cierto.
El cuarto de Edu estaba totalmente a oscuras de no ser por los finos rayos de luz que se filtraban a través de la persiana tipo roller. El joven se encontraba acostado sobre el edredón de la cama con los ojos cerrados. No estaba dormido, tan solo descansaba, con el cuerpo relajado pero no con su mente, ya que esta le zumbaba con el recuerdo de los trucos que debía realizar y sobre todo con la verborrea a la que pensaba recurrir durante la función, para no correr el riesgo de quedarse en blanco ante los asistentes. Repetía los gestos fundamentales, aquellos falsos movimientos que debía efectuar para desviar la atención de los presentes en los momentos más críticos de su actuación.
Gracias a la magia Edu supo de la lucha entre el conocimiento y la ignorancia, la luz y la oscuridad, el bien y el mal y de cómo los sacerdotes de la Antigüedad se convirtieron con el correr de los tiempos en adivinos, curanderos, prestidigitadores y en definitiva en personas, que en vez de aconsejar a reyes y príncipes, estos los usaban más bien como simples bufones. Llegó incluso al convencimiento de que en la magia, como en la vida, existe lo imprevisible.
Su padre al no ver ninguna luz bajo la puerta, entró casi de puntillas. Se encaminó despacio hacia la persiana para levantarla y que entrase así algo de luz. Eduardo levantó la cabeza.
-¿Ya es la hora?- preguntó.
El padre levantó ligeramente la persiana y contestó.
-Casi. Pensé que te habías quedado dormido.
-No. Solo descansaba. Quería relajarme.
-Eso está bien. Vamos- dijo-. Te llevaré hasta el instituto y cuando creas conveniente, me llamas e iré a recogerte.
En ese momento entró su madre y al verlo acostado en la cama vestido se lo recriminó.
-¿Qué haces en la cama vestido? Se te arrugará el traje.
Edu se levantó y dio varias vueltas sobre sí mismo.
-He procurado que no se arrugara.
-Bueno, se ve bien- dijo su madre-. Me apena no poder ir a verte. ¿Tú vas a verle?
El padre a quien iba dirigida la pregunta, contestó con cierto pesar.
-Ya me gustaría, pero solo van los que han sido asignados y yo no soy ninguno de ellos.
-Pero lo acercarás con el coche, ¿no?
-Sabes que nunca he dejado de hacerlo.
Dicho esto salió de la habitación.
-Parece molesto- repuso la madre.
-Es lógico, mamá. Yo también lo estaría.
-Bueno, no te preocupes. Ya se le pasará. ¿Tienes todo listo?
-Sí- dijo Edu, al tiempo que miraba su reloj-. Vamos. Es hora ya de irme
Capítulo 2
La tarde estaba cayendo lentamente y aún seguía nevando aunque ahora muy lentamente, parecía como si los copos de nieve flotasen en el ambiente. Don Eduardo ayudó a su hijo a meter las dos maletas que llevaba, llena de los artilugios que debía sacar en la función.
Ambos se sentaron en sus asientos y Don Eduardo accionó la llave de arranque, pero el coche, no respondió, quizá debido al intenso frio. Lo intentó varias veces, segundos estos que ha Edu se le hicieron eternos, los cuales provocaron en el muchacho la misma sensación de vacío en el estómago del que había conseguido librarse cuando estaba acostado en su cama. La boca parecía un papel de lija. Sacó del bolsillo de la chaqueta un pulverizador bucal y acercándoselo a la boca lo accionó un par de veces.
-¿Eso qué es?- preguntó su padre, justo cuando el motor del coche se puso en funcionamiento.
-Un pulverizador bucal- respondió su hijo-. Tengo la boca seca.
-¿Y eso? ¿Estás nervioso por la función?
-Un poco.
-Si te sabes los trucos, no tenías por qué estarlo.
-Ya lo sé, pero el público siempre impone.
El coche se puso en movimiento.
-No te olvides de recoger a Lina- le recordó Edu-. Nos pilla casi de camino.
-¿Esa Lina es tu novia?
-No. Es solo una amiga.
-¿Ahora se les llama así?- dijo su padre, preguntando nuevamente-. Pero, dime ¿es una amiga con derecho a roce o...?
-¡Por favor, papá! Lina es una buena amiga.
-Ya. Lo que tú digas.
-Digamos que es... medio novia, si eso te gusta más.
-Bueno, ni me gusta más ni me gusta menos, eso eres tú quien debe decidirlo; si quieres que siga siendo medio novia, o que acabe siendo novia entera.
-De momento, dejémoslo como está.
Durante el trayecto hasta la casa de Lina, ya no volvieron a intercambiar palabra alguna.
Llegaron a la calle donde vivía la muchacha, un barrio de chalets adosados. Lina les esperaba ante su puerta, y al ver el coche, bajo los escalones del porche y se dirigió hacia ellos. Edu salió del coche y abrió la puerta trasera del vehículo para dejar entrar a la joven. Una vez dentro, Edu también se sentó detrás junto a ella.
-Gracias por venir a recogerme, Don Eduardo.
-No hay de qué. Siempre es un placer.
Ante ellos se extendía una hilera de coches casi continua, que trataban de acceder a la explanada que servía de aparcamiento en las inmediaciones del Instituto. Don Eduardo sin embargo, que no iba a aparcar se acercó hasta la entrada y al llegar a ella, se detuvo y se apeó, pero dejó en marcha el motor. Edu y Lina se bajaron del coche y fueron a la parte trasera del mismo, para ayudar a Don Eduardo a sacar las maletas.
-Que todo te salga bien, hijo.
-Gracias, papá.
-Le saldrá bien, no se preocupe- dijo Lina-. Yo lo grabaré con el móvil, para que luego lo vea usted y su mujer en casa.
-Gracias Lina. Eres muy amable.
Dicho esto Edu cogió las dos maletas y subió las escaleras que accedían al interior del edificio.
Un chico que no conocía le abrió la puerta para que pudiera acceder al recinto, mientras miraba con cierta curiosidad las maletas que llevaba Edu. Éste no le dijo nada, ya saldría de dudas cuando comenzase la función. Caminó unos pasos y se detuvo depositando las maletas en el suelo. Se miró las manos y estas estaban enrojecidas ya no solo por el frío sino por la presión que había ejercido sobre las manijas de las maletas. Mientras se sacudía la nieve que tenía sobre los hombros, apareció junto a él Lina, la cual le besó en los labios.
-Buena suerte-. Le dijo al tiempo que le mostraba los dedos cruzados.
-Gracias- respondió Edu-. Búscate un buen asiento.
Tras esto, Edu volvió a coger las maletas y se dirigió hacia la parte trasera del escenario.
Detrás de éste fue saludado por; El Bezos
, llamado así por el grosor de sus labios. Era el encargado de secretaría.
-Hola, Don Federico- saludó Edu-, sería conveniente, por favor, que nadie esté aquí antes de la función, para poder preparar mis cosas en privado. Me refiero sobre todo a los alumnos.
-Por supuesto- dijo Don Federico-. Mira, he conseguido estas dos mesas, ¿te valen?
-Sí, están bien. Pero una de ellas ha de estar en el lado izquierdo del escenario. Si fuera tan amable de colocarlas usted, no es que yo no pueda, pero no estaría bien que alguien me viese colocarlas a mí.
-Desde luego. Las llevaré yo mismo.
Edu disponía de tiempo necesario para colocar sus cosas en ambas mesas. En la primera puso un jarro de leche, de casi un litro, un periódico doblado, un trozo de