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La Muerte Viaja en Taxi
La Muerte Viaja en Taxi
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Libro electrónico496 páginas7 horas

La Muerte Viaja en Taxi

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La historia comienza con la desafortunada muerte de un taxista, que ha sido vista por Cris, un travestí que se da de boca con el asesino.
Atilano, un taxista cuyo hijo; Carmelo, trabaja en la emisora de Euro-taxi, se ve envuelto en una desafortunada serie de acontecimientos, por culpa de un sicario que se deja olvidado un maletín con dinero, en su taxi.
Dicho sicario está a las órdenes de Don Sebastián, un mafioso de mucho cuidado que trafica con drogas, con dinero, con chicas y con todo lo que se le ponga por delante.
Carmelo, es amigo de Cris, y anima a éste a que confiese el asesinato del taxista. Pero duda si hacerlo o no, ya que empieza a trabajar en un club, regentado por Don Sebastián y donde se reúnen sus hombres, entre los que se encuentran el asesino del taxista y el sicario del maletín.

IdiomaEspañol
EditorialDaniel Galán
Fecha de lanzamiento30 abr 2020
La Muerte Viaja en Taxi
Autor

Daniel Galán

Daniel Galán nace un lunes de Diciembre de 1957 en San Sebastián (Guipúzcoa) en el seno de una humilde, pero respetable familia de clase trabajadora. A la edad de dos años es trasladado a Madrid, donde realiza sus estudios de Bachiller. Su afición al estudio y al ansia de asimilar nuevas ideas, le llevan al Conservatorio donde cursa estudios de interpretación, así como dirección artística y guionista.Trabaja como actor en los mejores teatros de Madrid y de media España. Realiza varias películas y con su peculiar voz interviene también en algunos seriales radiofónicos.Desde su juventud muestra rebeldía ante la vida por la verdad y la justicia, quedando reflejado en sus escritos.Es persona de pensamiento amplio, tolerante y con un gran sentido del humor, dispuesto siempre a vivir una existencia sencilla, mientras ésta pueda ser libre.

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    La Muerte Viaja en Taxi - Daniel Galán

    LA MUERTE VIAJA EN TAXI

    DANIEL GALÁN

    Título: La Muerte viaja en Taxi

    Autor: Daniel Galán

    Depósito Legal: M-8364/2002

    Nº de Registro: 203203

    No sé quien lo dijo, pero lo dijo:

    "En democracia se goza de libertad a condición de no usarla pues

    aunque a menudo se habla de libertad; existe el temor a ejercerla,

    ya que a las personas que usan su libertad, les suelen ocurrir cosas

    muy desgradables".

    ÍNDICE

    INTRODUCCIÓN

    CAPÍTULO 1

    ASESINAN A UN TAXISTA

    CAPÍTULO 2

    LOS MAFIOSOS PIERDEN LA DROGA

    CAPÍTULO 3

    ATILANO HACE AMISTAD CON ALANA

    CAPÍTULO 4

    JUAN CONOCE A REME

    CAPÍTULO 5

    ATILANO ENCUENTRA UN MALETIN

    CAPÍTULO 6

    LOS MAFIOSOS RAPTAN A ATILANO

    CAPÍTULO 7

    ATILANO ENTREGA EL MALETÍN

    CAPÍTULO 8

    ATRACAN A DANIEL Y MATAN A JUAN

    CAPÍTULO 9

    ATILANO COLABORA CON LA POLICÍA

    CAPÍTULO 10

    A CARMELO LE TOMAN POR GAY

    CAPÍTULO 11

    ATILANO SE LLEVA UNA ALEGRÍA

    CAPÍTULO 12

    BERNARDO DESCUBRE A LOS MAFIOSOS

    CAPÍTULO 13

    UN FINAL… COMO DE PELÍCULA

    EPÍLOGO

    EN ESTE CASO… EL FIN

    INTRODUCCIÓN

    Hace miles de años que el hombre se hizo sedentario y siguiendo su impulso de animal social, organizó su vida agrupándose con sus más inmediatos congéneres. Así nacieron los primeros asentamientos humanos y posteriormente las primeras ciudades.

    Ciudades que nos presentan un majestuoso semblante, desbordando luz y color, pero ¿quién puede imaginar el inmenso drama de entrelazadas pasiones que en ellas se viven?

    A lo largo del día todo es muy distinto, todo tiene otra cara, pero al oscurecer, hay un abanico de colores y reflejos que se funde con las luces de neón que brillan en la gran ciudad, mezclándose con el fulgor de la noche.

    ¿Quién no ha visto escenas de dolor en un hospital o en un tanatorio? ¿Quién no ha estado en bares de copas o salas de fiestas? ¿Quién no sabe de prostitutas y travestís, mendigos, drogodependientes y demás fauna nocturna que deambula por los oscuros rincones de la gran ciudad?

    Los tiempos han cambiado o al menos así parece. Pero, la raza humana sigue viviendo en una jungla, esta vez de asfalto y cemento, luchando como antaño por las mismas cosas o por otras nuevas.

    Sus mentes han quedado limitadas hacia la obtención de bienes materiales en aras de su comodidad, donde pretenden establecer una sociedad, en la cual el progreso humano se limita a satisfacer sus más egoístas ambiciones.

    Sin embargo la existencia del ser humano está regida por leyes propias de la Naturaleza y si el hombre aprendiese a vivir de acuerdo con ellas, podría descifrar la simple filosofía de la vida, la cual está apoyada en cuatro pilares fundamentales, base primordial de la convivencia humana: Educación, Respeto, Tolerancia y Comprensión.

    Cuatro hermosas palabras que quedan muy bonitas escritas en un papel y que muy pocas personas ponen en práctica. Y ¿para qué?, si después de observar al mundo, uno llega a la conclusión de que la resultante de todo estudio psicológico es la idiotez.

    ¿Acaso ha existido alguien en la historia de la humanidad que NO haya cometido en el transcurso de su vida un acto verdaderamente estúpido como para NO darse cuenta de ello?

    Difícil empresa sería buscarlo, pues todos cometemos alguno; grande o pequeño, no importa. El caso es que nuestros errores y fracasos así como los defectos, bien que los tapamos, pero los del vecino que fácil los aireamos.

    Y si no, lea. Saque a través de este relato sus propias conclusiones, y comprobará como algunos hechos, están sacados de la vida misma. Y hasta es posible que incluso usted se vea reflejado en ellos; si acaso fuera así, no sería más que una puta coincidencia.

    ¿O es que en ese enmarañado juego de luces que forman los verdes pilotos de los taxis, que como libélulas en desbandada, recorren la ciudad a la caza del posible cliente que les ocupe, no ha estado usted alguna vez a la espera de levantar un brazo y gritar: ¡Taxi! ?

    CAPÍTULO 1

    EL ASESINATO DE UN TAXISTA

    Un taxi circula por una calle cercana a los bares y clubes de ambiente. Se detiene frente a uno de ellos, cuyo luminoso de neón parpadea con vivos colores anunciando el nombre del mismo. El conductor, tras aparcar, se apea del vehículo y acto seguido se dirige hacia el local, perdiéndose en su interior.

    El hombre de unos cuarenta años de edad, corriente y vulgar, pero con ciertos aires de autosuficiencia, baja las escaleras hasta llegar a la barra donde una de las señoritas que atiende el local, le saluda.

    -¡Hola, Rafael! ¡Qué elegante vienes hoy! Cómo se nota el pluriempleo.

    -¿Qué te tengo dicho? ¿Que es muy peligroso inmiscuirse en la vida de los demás, no? Pues preocupate de tus asuntos y no del de los demás.

    -Perdona, hombre, no te pongas así. Yo no quería ofenderte. Mira, allí está tu cliente.

    -Don Sebastián no es un cliente, es un amigo. Sírveme en su mesa y cierra el pico.

    Rafael se dirige hacia la mesa que le ha señalado la muchacha. En ella está sentado un caballero de aspecto muy elegante, enjoyado hasta los dientes y pelo engominado. Consume una botella de licor, acompañado por dos de las chicas que frecuentan el local. A una seña del estirado personaje que fuma además un enorme puro, las dos jóvenes se retiran. Rafael se sienta a un lado de la mesa.

    -¿Por qué despide a esas macizas?- pregunta mientras mira como se alejan las muchachas.

    -Nunca se debe mezclar el placer con los negocios- contesta serio Don Sebastián-. Ahora dime, ¿cómo están las cosas?

    -Regular nada más.

    -¿Es que has visto u oído algo raro?

    -No estoy del todo seguro, pero el dueño del taxi, creo que sospecha algo.

    -¿El dueño del taxi?- pregunta Don Sebastián con cierto aire de preocupación-. ¿Acaso te has descuidado?

    -Lo dudo. Yo siempre manejo estas cosas con máximo cuidado. Pero lleva una temporada pendiente de mí. Se ha vuelto muy desconfiado.

    -Mala cosa.

    -¿Por qué? Quizá solo sea aprensión mía.

    -¿Sabes lo que pienso? Que él sabe más de lo que tú te crees y que tú no me cuentas todo lo que sabes.

    -Bueno, la otra noche me dio la impresión de que estaba con su coche por donde yo paro, en Capitán Haya.

    -¡Ya! Te dio la impresión. ¿Es que últimamente te estás metiendo perico o sufres alucinaciones?

    -No, nada de eso. Usted sabe que yo ni lo pruebo.

    -Entonces te tiene enfilado. ¿Sabes lo que te digo? Que eres un inútil como taxista, como delincuente, y no digamos ya… como policía.

    -¡Don Sebastián! No le consiento que me hable de ése modo.

    -¿Qué tú no me consientes a mí? ¿Es que no te das cuenta de que estás de mierda hasta el cuello?

    -Sí, me doy cuenta. Pero se le podrá buscar una solución, ¿no?

    -¿Ese jefe tuyo es sobornable?

    -No, no lo creo.

    -Todo el mundo lo es. Asi que debes intentarlo y si traga, le tendrás que dar la mitad de lo tuyo.

    -¿La mitad de lo mío?- se sorprende Rafael-. No lo aceptará. Además, me parece muy arriesgado.

    -Cierto, es muy arriesgado. Quizá sea mejor cortar por lo sano.

    -¿Quiere decir quitarlo del medio? Eso es peor aún.

    -¡Pues entonces, tú dirás!

    -Ya le he dicho que quizá solo sea una aprensión mía.

    -En este negocio no caben las dudas- responde muy serio Don Sebastián-. Tendrás que tomar otra decisión y pronto.

    -¿Qué es lo que me está insinuando?

    -Lo sabes muy bien. Hay que eliminar a ese jefe tuyo.

    -Eso es fácil decirlo, pero…

    -Tú tienes gente que por un puñado de farlopa, harán lo que les pidas. Que finjan un atraco y que lo liquiden. No será el primero… ni el último.

    -No claro- responde Rafael con cierto nerviosismo-. Pero, es que eso me parece ir demasiado lejos…

    -Si tienes otra salida, dímela.

    -Ciertamente, no hay mucho donde elegir. Porque si dejo el taxi y busco otro, quizá no tenga la libertad que tengo con este. Además, su mujer está muy buena. Y si se quedase viuda, tendría que trabajar el taxi yo sólo, lo que me daría aún más libertad. Y de paso, intentaría camelarla.

    -A veces me asombras, Rafael. Tienes unos pensamientos propios de tu calaña- contesta secamente Don Sebastián-. Prepáralo todo y no falles.

    La puerta del garaje se abre y un taxi emerge por ella. Enciende la luz verde en señal de libre, para comenzar su jornada de trabajo. Se trata del mismo taxi que conducía Rafael, pero esta vez manejado por su propietario. La calle está solitaria. La luz del alba todavía no ha salido a llevarse la oscuridad de la noche. Sólo una persona ocupa una cabina telefónica. Parece una mujer. Un joven moreno y algo escuálido, está como esperando algo, no muy lejos del garaje. En la cabina telefónica, lo que parece una mujer es un travestí, que busca algo en su bolso.

    -¡Mierda! ¿A que ahora no tengo monedas? ¡Ah, sí! Aquí están…

    El travestí introduce una moneda en la ranura y marca un número. El teléfono se traga dicha moneda.

    -¿Oiga? ¿Oiga? Quiero un taxi.

    El travestí se enfada al no conseguir comunicación y empieza a golpear el aparato.

    -¡Maldita sea! Esto me pasa por dejarme el móvil en casa. ¿Y ahora quien me devuelve mi dinero? ¡Ladrones! ¡Uy, un taxi!- exclama cuando ve acercarse al taxi.

    El joven escuálido que parecía estar esperando algo, alza su mano para que el vehículo se detenga. El travestí va a salir corriendo de la cabina, pero al ver que lo ha tomado el joven escuálido, se enfurece aún más y golpea los cristales. El taxi no parece volver a arrancar y Cris, el travestí queda a la expectativa de lo que pasa.

    En la emisora de Eurotaxi, se encuentran; Mabel, una joven rubia y exuberante, pero algo lenta de conclusión. Su compañera Luisa, morena y resultona, no tan agraciada, pero más despierta. Con ellas, coordinándolo todo está Carmelo, un joven rubio que hace las veces de jefe de central. Mabel, sentada ante los micrófonos de la emisora, oye un ruido a través de la misma.

    -¿Qué coche comunica?- pregunta.

    Como respuesta recibe el estampido sordo como de un petardo.

    Cris, el travestí, casi petrificado se lleva las manos a la cara ahogando así el asustado grito que escapa de su garganta.

    El hombre que ha tomado el taxi, sale de él con una pistola en la mano y en su huida se cruza con Cris. De un empujón lo aparta de su camino.

    Una anciana también ha visto lo sucedido desde una de las ventanas de su casa, entre las cortinas.

    Cris, entre protestas, vuelve a la cabina para llamar a la policía tras observar como el conductor del taxi se desangra en su interior.

    -¡Policía! ¡Policía!.

    Al otro lado del auricular se oye una voz.

    -Sí, aquí la policía. ¿Qué desea?

    -¡Vaya hombre, ahora funciona! ¿Será posible?

    Mabel les cuenta a Luisa y a Carmelo el ruido escuchado por la emisora.

    -¡Os digo que era un disparo!

    -Venga, mujer… Siempre estás con fantasías- responde Carmelo, quitando importancia al asunto-. Habrá sido un petardo.

    -¿Un petardo? ¿Dentro del coche?- contesta Mabel, muy segura de lo que ha oído-. ¡Eso era un disparo! Ya veréis cómo tengo razón.

    Algunos curiosos están en el lugar del suceso. La policía está levantando el cadáver del taxista asesinado. Uno de los agentes trata de que la gente no se arremoline, mientras otro está atendiendo a la anciana de avanzada edad que ha visto lo ocurrido desde su ventana.

    -Ya le he dicho que era un joven moreno y muy alto. Al menos a mí me lo parecía. Quizá porque era muy flaco. No le puedo decir más- dice la mujer al policía-. Lo vi desde la ventana de mi habitación. Me levanté a abrirla porque a veces me entran unos ahogos que no me dejan dormir, ¿sabe usted?

    -Sí, sí comprendo. Pero vamos a lo importante. ¿Oyó usted el disparo?

    -¡Sí, sí! ¡Salió disparao! ¡Ya lo creo! Por aquella esquina, mire…

    El policía se da cuenta de la sordera de la anciana, por lo que su testimonio un tanto impreciso, deja mucho que desear.

    -¡Bueno, estamos apañaos!- deja escapar el policía-. Está bien, súbase al coche con mi compañero, para ir a Comisaría.

    -No, por donde la camisería, no. ¿Es que está usted sordo? Le he dicho que desapareció por aquella esquina. ¡Y no vea usted como corría! ¡Disparao, salió disparao!

    -¡Ya, ya!- el policía llama la atención de otro compañero-. Llévatela, por favor y que la tomen declaración… ¡si pueden…!

    El otro policía ayuda a la mujer a subirse al coche patrulla. Mientras otro de los agentes también está tomando declaración a Cris.

    -Me apartó de un violento empujón- dice Cris.

    -Así que oyó usted el disparo.

    -¡Claro que lo oí! Sonó como un petardo. No usó silenciador.

    -¿Y cómo lo sabe?- pregunta extrañado el policía.

    -Porque si lo hubiera usado no se habría oído nigún ruido- le explica Cris-. Bueno, así ocurre en las películas, ¿no?

    -Sí, claro. Bien, de acuerdo, suba al coche con aquella señora, le llevaremos a comisaría.

    -¿A comisaría? ¡Oiga, que yo no he hecho nada!- se asusta Cris.

    -No se preocupe. Es para que vea unas fotos, por si tenemos fichado a ese individuo y lo puede usted identificar- le aclara el agente.

    -¿Y si no lo tienen, qué pasa?

    -Tendría que describirlo, para poder hacerle un retrato robot.

    -¡Uy! ¿Cómo en las películas?

    -Pues sí, como en las películas- resopla resignado el agente mientras acompaña a Cris hasta el coche patrulla.

    En las dependencias policiales donde se ocupan del caso, uno de los agentes saca conclusiones mientras hace comentarios con otro compañero. Rafael, en una esquina del departamento, finge buscar algo en uno de los archivadores, mientras escucha la conversación de ambos funcionarios.

    -¡Y yo, que creía que era una broma!

    -Pero, ¿quién avisó? ¿La patrulla de zona?

    -Que va. Nadie patrullaba por allí. Por lo visto fue un travestí que andaba por los alrededores. Al parecer se dio de cara con el asesino.

    -¿Y lo ha identificado?

    -¡Que va! Se ha pasado toda la mañana junto con una vieja, mirando fotos y por suerte para el fulano, no lo tenemos fichado.

    -Pero, habrán hecho un retrato robot, ¿no?

    -Sí, pero a saber si se parece al tipo que vieron. La vieja lo vio desde su casa y todos le parecen iguales, y del mariconazo ese no me fío ni un pelo.

    Rafael que ha escuchado la conversación sin perder detalle, cierra el cajón del archivador y se aleja de allí.

    El pequeño bar contiguo a la emisora de taxis, está concurrido como siempre por los habituales; Don Rogelio el dueño, un hombre de avanzada edad, menudo y dicharachero que fue portero de un gran hotel y que acostumbra a jugar al dominó o al chinchón con sus amigos. Pepín, un gallego de pura cepa; Marcos, un asturiano grandote y bonachón, amigo de contar batallitas de sus hazañas como boxeador del peso pesado. Peláez, que hace las veces de limpiabotas en el local, es un cantante de tangos frustrado. En otra mesa están Lucas y Pascual, dos personajes típicos donde los haya. Son inseparables y casi siempre están achispados. En un rincón, apartado del resto, está Pacheco; otro boxeador muy deteriorado por los golpes de la vida más que por los recibidos en el ring y esperando siempre el combate de su vida. Es sobrino de Don Rogelio y hermano de María, una joven y guapa taxista.

    Tras el mostrador está Javi, un joven músico con inquietudes, pero inestable en su carácter por lo que tiene no pocos problemas. Junto a él, tomando un café, Daniel, un taxista por obligación, que casi siempre va con un cuaderno en el que toma apuntes para sus guiones, ya que aspira a ser director de cine. De pronto, la televisión que está encendida da la noticia y Daniel la escucha a pesar del ruido que hace la maquina tragaperras y el murmullo de la conversación de los clientes.

    -¡Javi, dale más voz!- increpa Daniel-. ¿No has oído eso?

    -¿Han dicho algo de un taxista, no?

    -Sí, parece que se han cargado a otro. ¡Maldita sea!- Daniel alza el tono de voz mandando callar a los parroquianos-. ¿Os queréis callar un momento, por favor?

    -Pero bueno, ¿qué pasa?- pregunta Marcos desde la mesa de Don Rogelio, en donde juegan la partida de costumbre.

    -Que acaban de matar a un taxista de un tiro en la cabeza.

    -¡Vaya por Dios! ¿Y han dicho quien era?

    -No lo sé. He cogido la noticia por la mitad. Pero ahora, volverán a decirlo, supongo.

    Todo el local se queda un momento en silencio, mientras Javi sube el volumen de la televisión. El murmullo vuelve a generalizarse, esta vez de pesadumbre. Don Rogelio, muestra su preocupación y lo comenta con sus compañeros de mesa.

    -Esto no lo soporto. ¡Cuánto deseo que mi sobrina se quite de esto! Una mujer no puede estar expuesta a tanto peligro.

    -¿Tiene una sobrina taxista, Don Rogelio?-. Pregunta Marcos.

    -¿No lo sabías?- contesta Pepín-. ¡Claro, tú hace poco que llegaste del Norte…! Y a Don Rogelio no le gusta hablar mucho de su vida.

    -Yo tenía un hermano taxista y a los dos meses de jubilarse, se murió, de un puñetero cancer- dice Don Rogelio con cierto pesar-. Era el padre de María y de Paco Luis, aquel desgraciado que veis sentado en aquella mesa.

    -¿El boxeador?- pregunta Marcos.

    -Sí, ese gandul.

    -Yo también fui boxeador y no tiene nada de malo.

    -Ya, pero éste tenía aires de grandeza y no quiso trabajar el taxi de su padre. Así que tuvo que hacerlo María.

    En el bar todos siguen impacientes esperando a que den la noticia del taxista asesinado.

    En la emisora, Mabel, Luisa y Carmelo, ya saben lo que ha ocurrido.

    -¿Veis como yo tenía razón?- dice Mabel medio llorosa-. Han matado a un taxista.

    -Sí, por desgracia la tienes- contesta Carmelo-. Menuda se va a liar.

    -¿Lo conocías?- pregunta Luisa.

    -De vista, como a la mayoría. Me acercaré al bar por si ha dicho algo en la tele y me entero de algo más.

    En el bar todos están mirando la televisión. En la pantalla, la periodista está relatando los pormenores del suceso.

    -El taxista asesinado esta madrugada, es una víctima más de la violencia descontrolada que invade las noches de la capital y un ataque más a los que continuamente viene sufriendo este colectivo.

    Carmelo se dirige hacia la esquina de la barra donde se encuentran conversando Daniel y Javi.

    -¿Ya sabéis quien es el muerto?

    -Ni idea- contesta Daniel-. Lo único que sabemos es que han matao a un taxista.

    -Como las cosas sigan en este plan, no sé dónde vamos a llegar.

    -¡Que hijo puta el que haya sido!- suelta Javi-. Seguro que era algun yonqui con el mono.

    -Esos ya no tienen mono- responde Daniel-. Tienen gorilas.

    Entra María, la sobrina de Don Rogelio y se dirige a la mesa donde éste se encuentra. Todos la miran por su aspecto fuerte y decidido.

    -¡Hola, hija! ¿Qué tal?

    -Bien- contesta mientras le besa.

    -¿Cómo está el ambiente por ahí fuera?

    -¿Lo dices por lo del taxista asesinado? ¡Pues imagínate! Ya está casi todo el mundo manifestandose.

    -¿Y qué adelantáis con eso?- pregunta Marcos.

    -Nada, como siempre. Pero algo hay que hacer para ver si ponen más seguridad.

    -Pero vosotros los taxistas, ¿de quién vivís?- pregunta Peláez-. De los ciudadanos, ¿no?

    -Sí, ya sé lo que me vas a decir, que con una huelga así los mas perjudicados serán como siempre los curritos de a pie. Pero lo tienen que comprender.

    -¿Comprender, dices?- sigue Peláez-. Hay gente que no respeta una situación así, por muy justa que sea, mientras se sienta perjudicada. El ser humano es egoísta por naturaleza.

    -Algún día llegará en que ellos también necesiten de la comprensión de los demás, cuando hagan huelgas en protesta de sus mejoras salariales.

    -¿Sabéis si tenía hijos, ese taxista?- pregunta Don Rogelio tratando de desviar la conversación.

    -Según las noticias- contesta su sobrina-. Estaba casado, pero no tenía hijos.

    -Menos mal…

    -Me voy. Hoy ya no trabajo más.

    María se dirige a la mesa de su hermano.

    -¿Y tú, ya has desayunado?

    -Sí, y muy bien, por cierto. Gracias por ocuparte de mí. ¿No quieres tomar algo?

    -No, yo también he desayunado. Así que me voy. Procura no beber mucho, ¿eh? Que si no, acabarás como aquellos dos.

    María señala hacia la mesa de Lucas y Pascual, los cuales empiezan a estar bien cargados ya.

    -No te preocupes. No pienso hacerlo. ¿Y sabes por qué? Porque me voy a volver a preparar. Me ha salido un combate.

    -Sí, en las Vegas, no te digo. Mentalizate de la edad que tienes y en la situación en la que estás, porque ya ni de sparring vales.

    Todos ríen la broma de la muchacha, mientras esta sale del local.

    -¡Joder, qué tía!- dice Javi-. Está cachas, ¿eh? A esa, antes de atracarla se lo pensarán dos veces.

    -No, si con una tienen bastante- responde Daniel-. Se ve que tiene que tener una mala hostia…

    En el local, todo parece haberse quedado mustio. Solo Lucas y Pascual parecen estar ausentes de todo problema.

    -¿Tú te has enterao de lo que ha pasao?- pregunta Lucas.

    -Sí…- contesta Pascual muy seguro de lo que dice-. Ha sido un atentao en la calle San Bernardo.

    -Yo he oído algo del hermano.

    -Pues en la del hermano de San Bernardo, que más da. Esos están en todas partes.

    Los dos apuran la bebida de sus vasos.

    En la comisaría hay un gran revuelo. Han detenido al presunto asesino del taxista. Los agentes lo traen ante el jefe. Se trata de un joven marroquí, muy desaliñado y algo magullado por el forcejeo. Rafael contempla la situación con cierta perplejidad.

    -¿Otra vez por aquí, Mohamed?

    -Yo no sé nada. No he matao a nadie. Se lo juro, señor comisario.

    -Bajadle abajo. Luego le interrogaremos.

    El joven Mohamed es conducido a los calabozos y el jefe lo comenta con los demás, incluido el propio Rafael.

    -Sin duda, ha sido este cabrón. Siempre opera por ese barrio. Ya le tenía ganas.

    -No me lo puedo creer- contesta Rafael con todo cinismo-. Matarlo así, a sangre fría. ¡Pobre hombre!

    -¿Quién sabe el destino de cada uno? Bueno, ahora esperemos que el retrato robot que ha hecho ese travestí, coincida con el detenido. De no ser así, habrá traerlo de nuevo para que lo identifique personalmente.

    -De acuerdo- concluye Rafael-. Aunque yo creo que el culpable ya está en el saco.

    Atilano, un viejecillo de casi sesenta años, calvete y algo nervioso, comunica desde su coche por el aparato receptor de la emisora.

    -¡Señorita! Aquí no hay nadie. No se ve ni un alma y quiero irme pronto a casa, que con esto del muerto, y de la huelga…

    La voz de Luisa se oye por la emisora.

    -¡Tranquilo, hombre! La huelga empezará después del sepelio.

    -Bien, pero ¿qué pasa con el cliente?

    -Ya le dije cuatro, seis, tres, que era un servicio de cabina. Si el cliente se ha ido en otro taxi, yo no tengo la culpa.

    -¿Y entonces quien la tiene? ¿Yo?- protesta Atilano.

    -Pues no lo se, cuatro, seis, tres… Pero no se enfade conmigo.

    -Yo no me enfado contigo, guapa. Es que de alguna forma me tengo que desahogar, ¿no? ¡Vamos digo yo!

    -Está bien, cuatro, seis, tres- contesta Luisa-. Desahóguese usted, si así cree que se siente más feliz…

    -¡Qué feliz, ni que puñetas!- sigue refunfuñando Atilano-. Felices, solo son los tontos. ¿Sabes lo que te digo? Que en vista del éxito obtenido, me voy a tomar un café.

    -Hace usted muy bien cuatro, seis, tres. Dígame siete, dos, ocho.

    Luisa corta la conversación con Atilano muy diplomáticamente. Este se da cuenta de ello.

    -¡Vaya forma de cortarme el rollo! ¡Será posible!

    Atilano cuelga el auricular y prosigue su camino, malhumorado. Su coche se pierde entre los demás que circulan por la bulliciosa ciudad.

    En un elegante restaurante, está Don Sebastián comiendo con cierta parsimonia y presunción, frente a él bebiendo un vermut, se encuentra Rafael comentando las incidencias de lo ocurrido.

    -Todo ha salido a pedir de boca- dice Rafael-. Ahora no se quejará.

    -Ya lo sé. Han cogido a un moro que cargará con el marrón.

    -¿Y cómo lo sabe?

    -Pareces gilipollas, Rafael. ¿Es que no sabes quien se lleva lo gordo?

    -Sí, sí, claro. Comprendo…

    -¿Has pagado ya a ese sicario?

    -Tendrá que darme algo de farlopa…

    -¿Darte yo?- interrumpe su comida Don Sebastián-. ¿Es que tú no tienes de la que dais a los confidentes o de la que te quedas de las redadas?

    -Sí, pero…

    -No hay pero que valga. Tuyo era el problema y tú lo tienes que solucionar. ¡Ah, y dale suficiente y sin cortar! Un sicario insatisfecho, es un chivato en potencia. Y espero que ya no sea necesario tomar más medidas, aunque lo veo difícil.

    -¿Qué insinúa?

    -¿Por qué no me lo cuentas todo sin ocultar nada? ¿Qué cojones pretendes? ¿Es que no sabes que hay un segundo testigo? Y según tengo entendido, es un travestí.

    -No creo que tenga mayor importancia.

    -¿Qué no tiene mayor importancia? ¿Se puede saber quién fue el desgraciado que te concedió esa chapa de policía?

    -Está bien, tomaré precauciones- responde Rafael-. Pero, no me siga hablando en ese tono.

    -Te hablo en el tono que me parece- contesta Don Sebastián, mirándole fijamente a los ojos-. ¿Quién es el que hace que lleves ese tren de vida y vistas esos trajes que no te podrías permitir con tu míserable sueldo de policía?

    -Pero, es que…- comienza Rafael.

    -No me discutas- corta Don Sebastián, mientras prosigue de nuevo con su comida-. Y procura que las cosas tomen su cauce.

    Rafael no dice nada, tan solo apura el vermut de su vaso.

    En el concurrido bar de la emisora, están casi todos los habituales a él. Unos están comiendo y otros tomando café, mientras esperan que la televisión, diga algo más sobre la muerte del taxista. Un hombre con no muy buenas intenciones entra y se dirige hacia la mesa que ocupa Pacheco.

    -¡Hombre, Tony! ¡Cuánto tiempo!- saluda Paco Luis al ver acercarse al hombre.

    -Sí, ¿no te quejarás, eh?

    -¿A qué te refieres?

    -¿A qué me refiero?- repite el tal Tony-. Perdona que te lo recuerde, pero me debes cinco mil duros.

    -Estás perdonado, hombre. No te preocupes.

    -No, si yo no me preocupo, pero ¿las venticinco mil pelas, que?

    -Pues, te juro que no me acuerdo, chico. Ya sabes que tengo muchos combates y… espera un momento por favor, que están dando una noticia por la tele.

    Todos están atentos a la pantalla. El presentador, de nuevo, da la noticia del taxista muerto.

    -Fuentes policiales confirman que el taxista asesinado, fue una vez más, víctima de un atraco por parte de un drogadicto. Al parecer ha sido detenido un joven marroquí como presunto culpable del brutal asesinato…

    -¡Esta vez la policía ha sido rápida!- comenta Don Rogelio-. ¿No creéis?

    -Demasiado diría yo- contesta Daniel que está junto a la mesa donde juega Don Rogelio al chinchón, con sus amigos-. ¿Cómo es posible que haya un atracador tan tonto, que robe a un taxista cuando está saliendo a trabajar, sin darle tiempo a recaudar ni un puto euro?

    -Quizá no sabía que acababa de salir- responde Pepín-. ¿Quién sabe?

    -¿Tú crees? No sé, pero a mí me huele mal. Quieren contentar al personal para que no haya follón… y lo va haber igual.

    -Puede que tengas razón- replica Don Rogelio-. Cuando pasa una cosa de estas, siempre le cargan el muerto, y nunca mejor dicho, a un moro o a un negro.

    Un joven mulato, que también está viendo la partida, interviene en la conversación.

    -Tiene usted razón. Igual que piensan muchos que todas las putas de la Casa de Campo son dominicanas. ¡Esto es la puñeta, chico!

    -¿Quién es ese negro?- pregunta Tony a Pacheco desde su mesa.

    -Yo que sé. El camarero recoge a todos los desgraciados que ve por la calle y me los trae aquí. ¡Seguro que le suministra jachís!.

    -Desde luego, hay aquí gente de lo más variopinta.

    -La mayoría son taxistas que vienen a jugar la partida. Si te he de ser sincero, te diré que pasan más tiempo aquí, que trabajando.

    -Bueno si, ¿pero qué pasa con mis venticinco mil pelas?

    -Ahora son euros. A ver si te europeízas.

    -No me acostumbro- dice Tony-. Me parecen billetes de monopoly. Y ciento cincuenta euros, que es lo que me debes, me suenan a poco.

    -Menos me suenan a mi, cinco mil duros. Pero por eso no tienes que ponerte así. ¿No te apetece tomar algo? Venga, te invito.

    En la central de Eurotaxi, se encuentra Mabel con el auricular en la mano atendiendo una llamada.

    -Sí, no se preocupe… ¿Cuál es la dirección? De acuerdo… En cinco minutos lo tiene usted a la puerta de su casa… De nada… Gracias a usted por llamar.

    Cuelga el auricular y le alarga la nota a Luisa por una ranura especialmente diseñada para tal función en el cristal de la enorme mampara que divide la emisora central propiamente dicha y la centralita de teléfonos. Ambos habitáculos se comunican por una puerta, que suele estar casi siempre abierta.

    Luisa coge la nota y tras una rápida ojeada, comunica el servicio a prestar.

    -Libres por Moratalaz.

    -Uno, tres, cinco- se oye una voz por la emisora.

    -Dígame, ciento treinta y cinco.

    -En el colegio Tajamar- responde la voz.

    -Hay un coche a la altura del colegio Tajamar. ¿Alguno mejor para Encomienda de Palacios número treinta y nueve?

    -Seis, siete, tres. Cuatro, seis, nueve- responden varias voces-. Dos, ocho, dos. Cinco, nueve, cero.

    -Bien, ¿hay alguno en la puerta del cliente?- pregunta Luisa.

    -Cua… Cua…

    -Dígame, cuarenta y cuatro- le corta Luisa al saber quien es.

    -En la ca… ca… calle Tacona con Enco… con Enco…

    -Cuarenta y cuatro- vuelve a cortar Luisa-, desde la calle Tacona diríjase usted al treinta y nueve de Encomienda de Palacios y pulse el segundo derecha.

    -Gra… Gra…

    -De nada, cuarenta y cuatro.

    Entra Carmelo en ese momento. Viene ajustándose el pantalón.

    -¿Algún problema, durante mi breve ausencia?- pregunta.

    -¿Breve? Yo ya pensaba que te habías colado por la taza del W.C.

    -Pues ya ves que no- contesta a Mabel, mientras se acerca al quicio de la puerta y le pregunta a Luisa-. ¿Algo más?

    -Parece que ya hay pequeñas concentraciones de taxis por algunas zonas- responde Luisa-. ¿Crees que ya han empezado la huelga?

    -¡Claro que la han empezado! Algunos taxistas, no se andan con chiquitas. Ya lo sabes. Aunque oficialmente no empieza hasta mañana, después del sepelio. Ya veréis, va haber tiros…

    -¡Ay, Dios mío!- se asusta Mabel-. Mañana yo no vengo.

    -¿Por qué no dejas de decir tonterías, guapa? Mañana no venimos ninguno hasta después del entierro- le replica Carmelo, luego vuelve a preguntar a Luisa-. Bueno, ¿y qué más?

    -El cuatro, seis, tres, me parece que viene para acá.

    -¿Y eso?

    -Salió a un servicio de cabina y no recogió.

    -¡Ese tío es gilipollas!- deja escapar el joven-. Mira que le tengo dicho que no salga a esos servicios.

    Carmelo se sienta en una silla con cierto aire de malhumor.

    En el salón de un apartamento estudio, se encuentra Cris junto a Juli, otro travestí. Están tomando café mientras ven las noticias de la televisión. La cara del marroquí detenido se muestra en la pantalla. Cris al verla no puede contener su ira.

    -¡Serán indecentes! ¿Cómo se puede tolerar esto?

    -¿Qué te pasa ahora, hija? Desde que viste ese asesinato, estás histérica perdida.

    -Es que han cogido al que no es y encima se están tirando el moco de ser eficientes.

    -Eso para que veas- le recrimina Juli-. Fíjate si te presentas diciendo que ese morito no tiene nada que ver. Te meten a ti pal trullo y a saber lo que te harían ahí dentro.

    -Pero es que una tiene conciencia y no puede pasar de una cosa así. ¡Ay, si es que no puedo ni dormir!

    -¿Sabes dónde no se puede dormir? En los calabozos y tú lo sabes muy bien, así que olvídalo. El mundo ya se sabe que es una injusticia, ¿o lo vas a arreglar tú?

    -No sé que hacer. No me quedo tranquila.

    El presentador sigue dando la noticia.

    -A pesar de la eficacia demostrada en este caso por la policía, que logró detener al culpable escasas horas después de cometer su fechoría; se espera para mañana una fuerte protesta por parte del colectivo de taxistas, que a la hora del sepelio obstaculizarán seriamente el tráfico por la zona de Santa María de la Cabeza, hasta el Tanatorio de la carretera de Toledo. Además, llevarán un escrito al Ayuntamiento, en demanda de más seguridad en las calles…

    -¿Más seguridad?- se indigna Cris-. ¡Estupideces! ¡Que me van a contar a mí!

    -¡Oye, guapa! ¿Por qué no cambiamos de tema? Que me parece a mí que tú estás más nerviosa por las cantidades de café que tomas, que por lo sucedido al taxista ese… al morito que han cogido y que no es…

    -Calla, calla. Y ponme más café.

    En la emisora la voz del cuarenta y cuatro se deja oír.

    -Oiga, se… se… señorita, que no veo el tren… tren… treinta y nueve por ninguna parte.

    -Pues está después del treinta y siete- contesta Luisa.

    -Es que tampoco veo el tren… tren…

    -¡Hay que joderse!- se altera Carmelo-. Este tío no ve una locomotora ni delante de sus narices- entra dentro de la emisora y se hace cargo del micrófono-. ¡Vamos a ver, cuarenta y cuatro! ¿Dónde está usted ahora?

    -En Enco… Enco…

    -Sí, en Encomienda de Palacios, pero ¿en qué número?

    -No veo ningún número… ¡Ah, sí! En el ciento cua… cua…

    -El ciento cuarenta y tantos, vale- corta Carmelo-. Pues retroceda, porque este número está mucho más abajo y en un fondo de saco.

    -¿Eso qué es?- pregunta el cuarenta y cuatro.

    -¡Dios Santo! ¡Este menda me pone enfermo!- replica Carmelo a las chicas-. A parte de ser medio tartaja y cegato, es gilipollas.- Después, vuelve a hablar al cuarenta y cuatro-. Un fondo de saco cuarenta y cuatro, es una calle sin salida, ¿entiende?

    -Sí, sí. Que tengo que sa… sa… salir por el mismo sitio po… po… por el que entré.

    -Exacto. Y dese prisa, aunque no creo que el cliente esté aún esperando.

    -¿Po… po… por qué dice eso?

    -Porque en ese caso, sería el santo Job- Carmelo corta la comunicación y da un resoplido- ¡Ufff! ¿Cómo puede haber gente tan tonta, que no se de cuenta de que es tonta? ¡Claro!- exclama respondiendose a sí mismo-. ¡Pues, porque es tonta!

    Suena el teléfono y Mabel atiende la llamada.

    -Eurotaxi, ¿Dígame? … ¿Cómo? … Espere un momento, por favor… No cuelgue- Mabel llama la

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