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Espíritus Errantes
Espíritus Errantes
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Libro electrónico176 páginas3 horas

Espíritus Errantes

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Arturo en un hombre abatido por la vida. Desde su adolescencia, el destino se ha burlado de él. Ha vivido una vida robada y que recupera tras un desgraciado giro del destino. Al pasar de los años, y decidido a quitarse la vida, acaba en la casa de una pitonisa donde le descubre que todo lo que le ocurre está relacionado con sus vidas pasadas y para que todo eso acabe ha de regresar para deshacer los errores cometidos en ellas.
Para ello y a través de la hipnosis y un extraño brebaje que la pitonisa le hace beber, regresa a sus vidas pasadas.
En la primera de sus vidas, viaja hasta la Edad Media, donde ha de vérselas con la bruja Estigia la cual le hace cometer un crimen pasional.
En su segundo viaje, se encuentra en la guerra napoleónica donde traiciona la amistad de un buen amigo arruinándole por completo.
En su tercer viaje al pasado, acaba en la época de la guerra civil española, donde se ve involucrado en el espionaje de ambos bandos.
Cuando acaba la sesión mantenida con la pitonisa, ésta le entrega una joya que ha estado presente en todas sus vidas y que sólo ha traído muerte y desgracia a todos los que la han poseído.
Cuando sale a la calle, con nuevos aires, conoce a una extraordinaria muchacha que vivirá una nueva aventura donde él mismo creerá que lo que le ocurre es otra regresión. Pero lo que no sabe es que su “viaje” no ha hecho más que empezar.

IdiomaEspañol
EditorialDaniel Galán
Fecha de lanzamiento30 abr 2020
Espíritus Errantes
Autor

Daniel Galán

Daniel Galán nace un lunes de Diciembre de 1957 en San Sebastián (Guipúzcoa) en el seno de una humilde, pero respetable familia de clase trabajadora. A la edad de dos años es trasladado a Madrid, donde realiza sus estudios de Bachiller. Su afición al estudio y al ansia de asimilar nuevas ideas, le llevan al Conservatorio donde cursa estudios de interpretación, así como dirección artística y guionista.Trabaja como actor en los mejores teatros de Madrid y de media España. Realiza varias películas y con su peculiar voz interviene también en algunos seriales radiofónicos.Desde su juventud muestra rebeldía ante la vida por la verdad y la justicia, quedando reflejado en sus escritos.Es persona de pensamiento amplio, tolerante y con un gran sentido del humor, dispuesto siempre a vivir una existencia sencilla, mientras ésta pueda ser libre.

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    Espíritus Errantes - Daniel Galán

    ESPIRITUS ERRANTES

    DANIEL GALÁN

    No hay crimen del que no me sienta capaz

    Goethe.

    CAPÍTULO I

    El pasillo era largo, como todos los demás pasillos, pero al joven Arturo; escoltado por dos policías, le parecía más largo aún, interminable, como si no tuviera fin. Sus pisadas resonaban en un seco y apagado eco, mientras sus piernas parecían ralentizarse a cada paso. Le llevaban por primera vez hacia el locutorio de la prisión en donde le esperaba, según le habían dicho, tan solo una persona. Una visita... ¡por fin! No sabía quién podría ser, pero deseaba con gran fervor que fuese la que siempre tenía en su corazón y la que en aquella dura y amarga situación, ocupaba su atormentada cabeza. Se llevó una gran decepción cuando vio al orondo y trajeado joven que tenía frente a él, al otro lado del cristal de la cabina de comunicación, pues no era precisamente esa, la persona que deseaba ver en aquellos momentos. No obstante, se sentó con cierta resignación en la silla que se encontraba colocada delante del cristal e imitando la acción del joven gordo, descolgó el auricular que descansaba en su horquilla, en el lado derecho del pequeño habitáculo y tras pegárselo a su oreja preguntó a bocajarro, sin ni siquiera saludar.

    -¿Quién es usted? No le conozco.

    -Soy tu abogado.

    -¿Usted es mi abogado?

    -Sí- contestó éste.

    -Yo no he pedido ningún abogado.

    -Pues es lo primero que tenías que haber pedido al ser detenido. ¿No te lo dijeron en comisaría?

    -Sí. Pero yo no tengo dinero para pagar a ninguno.

    -¿Y no te dijeron que todo detenido tiene derecho a uno? Si como has dicho, no puedes pagar uno particular, te lo ofrecen de oficio. Por eso estoy aquí, para ocuparme de tu defensa.

    -Sí, ya. Pero es de oficio.

    -Sí, soy de oficio. ¿Y qué?- preguntó el joven rábula un tanto sorprendido-. ¿Tienes algo en contra de los abogados de oficio?

    -Pues que no ponéis mucho interés. Si no hay una buena pasta de por medio os importa una mierda lo que nos pueda pasar. Venís obligados, a cumplir por puro trámite.

    -Bueno, tanto como eso...

    -¿Cuánto le pagan por defenderme? Seguro que una miseria.

    -En eso tienes algo de razón- dejó escapar casi en un suspiro el joven abogado-. Además de hacerlo como suele decirse, tarde, mal y nunca.

    -¿Cuántos juicios ha ganado?- preguntó Arturo de golpe.

    Aquella pregunta del muchacho dejó un poco desconcertado al joven picapleitos, pero respondió con toda naturalidad.

    -Para serte sincero, ninguno.

    -¿Ninguno? ¡Vamos, no me joda!- exclamó Arturo perplejo y sin poderse contener -. ¡Tiene cojones la cosa! ¡Encima me mandan a un puto novato!

    -¿Te importaría no soltar esos improperios, por favor?- dijo el abogado.

    -¿No soltar qué?

    -Tacos. Al menos delante de mí. Por favor.

    -Está bien, pero no le garantizo nada. A lo mejor se me escapa alguno más.

    -Pues procura no hacerlo.

    -Lo intentaré. Pero si tan listo es, eso le demostrará lo que tengo en contra. Estáis tan recién salidos de la facultad; que puede que en la teoría sepáis mucho, pero enla práctica... no tenéis ni puñetera idea de como ganar un juicio.

    -Mira, chaval, el que yo sea un puto novato...

    -Ahora ha sido usted- soltó el joven a bocajarro.

    -¿He sido yo?- preguntó el abogado, con una cara que no dejaba a dudas su sorpresa-. ¿El qué?

    -El que ha soltado el improperio ese.

    -¡Ah! Bueno, sólo repito lo que tú me has llamado.

    -Pues perdone, pero me ha salió así.

    -Me lo supongo y estás perdonado. Solo quiero que sepas que el que sea novato no significa que sea inexperto.

    -Eso habría que verlo.

    -Tú, dime toda la verdad...- repuso el abogado mientras le daba un mordisco a la barrita de chocolate, que había sacado de su cartera de cuero-. ...que ya me encargaré yo de tergiversarla a favor nuestro. Claro que, si en el juicio nos toca el juez Andrade, que es quien suele encargarse de los casos como el tuyo, lo tendremos bastante difícil.

    -¿Por qué dice tendremos?- dijo Arturo con amargura y cierta resignación-. Al que va a juzgar es a mí, no a usted.

    -Ya lo sé. Pero yo soy el que tiene que presentar pruebas y alegatos - le contestó el abogado-. He oído decir que es muy duro. Ese no se casa con nadie. Pero estudia los casos muy a fondo, siempre y cuando las pruebas sean convincentes.

    -Pues en este caso no va a encontrar ninguna a mi favor.

    -¿Eso crees?

    -Sí, eso creo.

    -Tú no te preocupes que las encontraremos - soltó el orondo abogado con cierto entusiasmo-. Alegaremos defensa propia y verás...

    -¿Defensa propia dice?- exclamó el joven de nuevo sin poderse contener-. ¡Maldita sea mi suerte! Me tenía que tocar usted... un novato. Pero, si le metí un navajazo que ni se enteró. Vamos, que cuando notó el pinchazo y levantó la cabeza para ver quien se lo había dado; no fue a mí a quien vio, sino a San Pedro. Así que, fíjese lo rápido que la palmó. El Colilla lo vio. Todo el mundo lo vio.

    -Sí, pero lo que no sabes es que el difunto, llevaba una pistola y si ese...

    -¿Pistola dice? Yo no le vi ninguna.

    -No importa que la vieras o no. Lo que importa es que si ese... ¿cómo has dicho que se llamaba?

    -Colilla. Todos en el barrio le conocemos más como el Colilla, que por su verdadero nombre.

    -Pues si ese tal Colilla, declara que el muerto intentó sacar un arma... y tu novia cambia su declaración...

    -¿Mi novia?- soltó de pronto el joven Arturo, sin poder ocultar su asombro-. ¿Qué tiene que ver Rosario en todo esto?

    -Mucho- respondió el goloso abogado, mientras terminaba de un solo bocado el último trozo de chocolatina-. Era su padre.

    -¡Espere un momento!- dejó escapar en una exclamación, no exenta de sorpresa-. ¿Qué coño me está diciendo?

    -¡Ah! ¿Pero no lo sabías?

    Arturo se llevó las manos a la cabeza, abrumado ante noticia tan inesperada, quedándose sin habla durante unos momentos, tratando de asimilar la magnitud de la misma.

    -No. No lo sabía- explicó Arturo después, con cierto pesar, tratando de recobrar la compostura-. Las pocas veces que entré en su casa, nunca le vi en ella.

    -Lógico que no lo vieras, si estaba en la taberna todo el día, borracho...

    -¡No puede ser! ¡Dios, qué palo! Ahora Rosario me odiará a muerte.

    -No lo creo. Aunque, nunca se sabe... con las mujeres hay que esperarlo todo.

    -¿Qué quiere decir?

    -Pues que a lo mejor, incluso has ta te quiera aún más- ironizó el abogado-. He hecho mis indagaciones y te aseguro que en el barrio, incluso hasta te darían un premio.

    -¿Un premio? Pero, ¿de qué está hablando?

    -No solo has privado a este mundo de un malnacido, sino que has terminado con el suplicio que venia padeciendo tu novia y no digamos ya su madre. El muerto, te aseguro que era un auténtico sinvergüenza. No quedaba día en que no le sacudiera una paliza a su mujer. Y si la hija se metía por medio a interceder por su madre, también recibía más de un mamporro.

    -¡Vaya! Eso no lo sabía-. Dijo abrumado el joven, que tras una pausa, la suficiente para tomar aire, siguió -. Ahora entiendo el por qué.

    -¿El porqué de qué?- quiso saber el abogado.

    -Muchas veces no quería verme y decía que era cosa de mujeres.

    -Bueno, ya te lo he dicho... son mujeres. Esa es una de las muchas excusas que ponen la mayoría, para no hacerlo. La otra y más común, es el dolor de cabeza. Aunque posiblemente en esas ocasiones, según dices, no creo que fuera ni lo uno ni lo otro.

    -De todas maneras... era su padre.

    -Sí, eso es cierto- afirmó el joven leguleyo-. Pero ante un padre así, te aseguro que es mejor no tenerlo.

    De pronto, sonó un timbrazo señalando el fin de las visitas.

    -No obstante- dijo el gordo letrado sacando otra chocolatina de la cartera-, confiemos en que prospere lo de la defensa propia.

    -Con un abogado como usted, que no ha ganado ningún juicio, mi desconfianza es absoluta.

    -¿Quieres saber por qué no los he ganado? - explicó el abogado empleando un tono más serio-. Porque no he tenido ninguno. Tú eres mi primer caso, pero no por eso hay que perder la esperanza. Ten fe, ganaremos.

    -¿Cree usted en Dios, abogado?

    -Sí, por supuesto.

    -Pues yo no. Así que, récele por mí para que eso ocurra.

    -No suelo rezar mucho, pero como te he dicho, con fe y... algunas mentiras, como siempre, ganaremos.

    -Bueno, si usted lo dice... Confiaré. No me queda otra. Adiós.

    Dicho esto, Arturo se levantó de la silla y dirigiendo una última mirada al abogado, abandonó el locutorio igual que entró, acompañado por los dos policías.

    Paquiño, un gallego de Ferrol, que ocupaba la celda contigua a la de Arturo, ya que estas eran individuales, se interesó por éste cuando hubo entrado en la suya. Tras una breve charla a través de los barrotes, para saber quién le había visitado y cómo le había ido; Paquiño volvió a su camastro y se enfrascó de nuevo en la lectura del libro que descansaba abierto y boca abajo, encima de la descolorida manta. Trataba de informática y se lo había recomendado Arturo, ya que según le había contado Paquiño, a él le habían detenido por culpa de los ordenadores. Y no por traficar con ellos o con algún componente relacionado con los mismos, sino porque dentro de los tubos de imagen de los monitores, iba camuflada la cocaína. Algo impensable y fuera de lo común para toda aquella persona ajena a esos menesteres. Él siempre afirmó que aquello había sido una delación. Una venganza personal quizá, sirviendo de esta manera como señuelo para distraer así la atención de la policía de aduanas y pasar por otro lado, un mayor alijo de esa droga. No lo sabía, el caso es que cuando llegó al T.I.R. de la M-40, al otro lado de Merca Madrid, allí estaba la Guardia Civil esperándolo para inspeccionar la mercancía que transportaba y para lo que él había sido contratado realmente. Pero culpable o no, él estaba en la cárcel, lejos de su familia y de su ambiente, hasta que se demostrase su inocencia. Juraba que nada tenía que ver con la cocaína que iba dentro de los aparatos. Él tan solo sabía que la carga que llevaba en el tráiler, eran ordenadores, según ponía en su albarán de entrega. Cuando Arturo le conoció y supo su historia, le incitó a estudiar, alegando que el futuro estaba en la informática en donde el campo a investigar no tenía límites y sí, infinitas posibilidades. Desde entonces, Paquiño empezó a cogerle gusto a los ordenadores.

    Arturo no era gallego, ni mucho menos. Era de Madrid y se había criado en un barrio de chabolas, al final de la calle del Congosto, en el pueblo de Vallecas. Su abuela Antonia cuidaba de él, ya que su madre según le contó ésta, murió en el parto. Su padre, era un conocido delincuente apodado El Marqués. Éste, desde luego, nada tenía que ver con el título nobiliario de tal categoría, sino que Marqués era su apellido y en su juventud fue más conocido por él, que por su nombre, hasta degenerar en el apodo de El Marqués. Se había fugado a Francia y allí, tratando de rehacer su vida y ganar el suficiente dinero para dar a su hijo la vida que él no había tenido, cumplía condena por haber intentado cambiar de sitio, un furgón blindado lleno de dinero. Dinero que nunca llegó a disfrutar gracias a un miembro de su banda, el cual le delató. Mientras tanto, el joven Arturo que conocía aquella historia casi ya olvidada por culpa de ese inexorable fantasma llamado tiempo, estaba sumido en sus propios pensamientos y por supuesto, nada tenían que ver en aquellos momentos, ni con su padre, ni desde luego con la informática. Estaba muy lejos de allí, recordando la fatídica noche en la que fue detenido tras el asesinato cometido. Había ido a visitar a su novia Rosario y desde la calle, llamó

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