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Libro electrónico228 páginas4 horas

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Información de este libro electrónico

Este libro es un relato novelesco, tratado lo más benevolente posible, sobre varios temas actuales, que no por ello son fuertes para la vida común de los ciudadanos. Trata sobre la vida de un empleado de alta escala de la conserjería de Valencia que, en su recorrido laboral, escabroso y podrido, pasa por diferentes administraciones, dando lugar a situaciones muy fuertes, en ocasiones obscenas. Trata de sus vivencias con la Iglesia, con su familia y distintos avatares que le traen una vida muy poco convencional, a pesar de parecer muy real, es divertido, te hace pensar, incluso cavilar sobre el sentido real de la vida, lo bueno y lo malo, ahí radica el alma de este libro. Os deseo que lo pasen bien con este entramado, es el objetivo de esta publicación.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 mar 2024
ISBN9788410682061
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    Decisiones - Juan Alapont Ramón

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Juan Alapont Ramón

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-206-1

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Agosto del 2022

    Esta novela está escrita totalmente al azar: cualquier situación es ficticia y los personajes que se describen son por completo inventados, cuyo único fin es distraer al lector a pesar de que, al tocar un poco todos los temas políticos, se asemejen a la verdad de España. Sin ningún mal ánimo por mi parte, tiene escenas fuertes, sexuales, por lo que lo considero no apto para menores. También los tiene de creencias religiosas: lo he tratado con mi mayor respeto, ya que mis creencias lo son, y espero que lo puedan leer y les sea ameno. Gracias por aguantar este tostón.

    Preludio

    Concentración de camisas azules, boinas rojas y, lo más triste para estos tiempos, inadaptados al régimen actual. Corría el 2010: había una concentración de falangistas franquistas con una mezcla de colectivos de corte nazi, moteros mayores, a los que suelen llamar Ángeles del infierno: una mezcla variopinta de gente de mal aspecto por sus barbas largas, algunos con la cruz esvástica en la espalda; un grupo de los llamados cabezas rapadas, o como les quieras llamar; en definitiva, había de todo… También una manada de motoristas de cuero que incluso llevaban una calavera pintada en la espalda; todos con su Harley, motos caras, con gente mayor, tribu urbana. Estos estuvieron controlando el sistema en España y en estos momentos no son nada: les queda el resquemor de lo que fueron.

    Uno de ellos, de aspecto mayor ―de unos cincuenta años, calculo―, estaba en la plaza de su ciudad fumándose un cigarro con el casco en la mano. Vestía un traje de cuero con camisa blanca y se apoyaba en su Harley nueva, modelo Chopper, de las más modernas y de gran cilindrada, o sea, cara. De repente, y sin previa provocación, le atizaron un porrazo por detrás, con la porra de goma de la policía. Vio las estrellas y creyó estar ante el mismo Dios. Cayó al suelo como si se tratara de un trapo usado; la policía los disolvió oyendo los gritos de «traidores rojos de mierda»; toda una serie de insultos, lo malo es que algunos eran ciertos. Casi todos eran mayores, vamos, jubilados de los que en la sociedad actual ya no cuentan para nada. Habían ganado una guerra, tenían muertos en sus familias por tener unas ideas políticas y ahora les atizaban impunemente: esas eran las gracias por lo que la mayoría de sus padres había hecho. Lo cierto es que Pepe se quedó en el suelo mientras lo veía todo, lo sentía; pero no podía moverse, ni tan siquiera hablar: se había quedado como una maceta. Al final, un policía le pegó una patada y, al ver que no se movía, se agachó por si estaba muerto, pero aún tenía pulso.

    Capítulo I

    Yo sangraba y tenía los ojos abiertos; el policía vio que estaba vivo, pero que no respondía ni me movía; así que llamó a unos sanitarios. Estos comprobaron las constantes vitales, que estaban aparentemente bien, me cargaron en una camilla y a reglón seguido me trasladaron al hospital. Creí que estaba vivo por suerte; sin embargo, veía y sentía todo, pero era como una película: no podía intervenir. Pensé: «He estado en el diseño y la construcción del nuevo hospital y ahora me traen aquí. Es una maravilla técnica y muy adelantada. Me alegraría que alguien me reconociera y me ayudara. Tranquilo». Me sentí bien tratado, pero pronto me di cuenta de que esta gente me trataba como un muñeco; vamos, daba la impresión de que creían que no estaba con vida, pero yo lo sentía todo perfectamente. Me observaban los médicos; me quitaron toda la ropa, me colocaron ventosas para controlar el corazón y, como respiraba bien, no me colocaron oxígeno ni nada por la boca, sino un gotero; mi ropa, enseres, botas, en una bolsa debajo de la camilla. Debieron de darme algo, pues estaba más tranquilo y mi cabeza empezó si cabe a funcionar y recordar. Sabía, más bien imaginaba, que tendría familia, pero por allí nadie aparecía, semejante a un ninot, a algo que nadie quiere; incluso algunos, al ver el equipaje que traía, me miraban con desprecio. Pero lo más grave era la imposibilidad: yo, que jamás me había callado una, por más que intentaba hablar no podía expresar ni una palabra. De haber podido, ¡en un segundo me hubiera cagado en su puta madre! Ninguna persona debe de ser tratada tan mal y a propósito.

    Pasó un tiempo: esperaba ver a alguien de mi familia, pero no apareció nadie y lo inexplicable era que en mi ropa estaba mi documentación; así que no era tan difícil indagar. Aun así, nadie lo hacía o no tenía familia, la verdad, no lo sabía: mi cabeza solo me dolía cuando intentaba pensar. Me subieron a sala, a una habitación que me dio la impresión de que las personas que allí estaban habían tenido un ictus, derrame cerebral; no sé, no soy médico y eso sí lo tenía claro. Seguía sin poder mover un párpado y, sin embargo, me enteraba de todo, aunque sin poder decir nada. Por lo visto, en mi interior estaba acostumbrado a mandar y mi subconsciente tenía muy mala leche.

    Empecé a recordar mi juventud, a mis padres. Éramos una gran familia. Vivíamos en la huerta, en un pueblo cercano a la capital. Mi padre era muy de misa; vamos, toda la familia, por eso éramos tantos, otra explicación no hay. Empujado por él, empecé desde chiquillo a ir en verano a los campamentos de la Organización Juvenil o la Falange: allí nos lo pasábamos muy bien a base de deporte y clases de Política; al empezar el día con misa, todo ello nos lo comíamos gracias a lo bien que nos lo pasábamos. No recuerdo dónde estaba el campamento, pero sí me acuerdo que cada año íbamos a uno diferente; eso sí, siempre por las montañas. Eso era lo más bonito: todos nosotros éramos jóvenes criados en la capital o pueblos cercanos. La alta montaña en verano estaba verde, con muchas fuentes, senderos, animales salvajes, ríos con muy poco caudal de agua; no me acordaba de casi nada, pero de los campamentos sí, seguro que por la lejanía o por lo bien que allí nos lo pasábamos. Cada uno tenía su grupo y nacía una amistad fuerte que duraba más de lo que nosotros podríamos imaginar.

    En mi pueblo, la gente de mi edad me huía, incluso mis amigos de escuela. Me había vuelto ―ahora desde la lejanía lo admito― en un paliza o estaba dando la vara en la iglesia o en la falange. Intentaba que mis amigos fueran al local porque allí había futbolines, pimpón, y nos daban la vara en política; a mí me habían dado mando y sobre ser chavales ya teníamos galones, como si estuviéramos en la mili. Los cuatro amigos aún íbamos juntos, pero no a todas partes, ya que poco a poco nos hacíamos mayores. A dos les pegó por ir de discoteca, hacerse algún cubata e ir detrás de las chicas, como en aquellos tiempos no se dejaban ni poner la mano encima… Nos juntábamos en un bar los sábados a cenar; yo pensaba mucho en todos los temas de la iglesia al igual que en la falange, pero luego de cenar nos pica la entrepierna lo mismo. Un viejo trasto de coche de un amigo, con más años que la tos nos llevaba a la capital; así que el sábado los cuatro jinetes íbamos a montar: juntábamos el dinero, uno montaba y los demás esperábamos a ver cómo quedaba el asunto; incluso recuerdo en una ocasión que se vino un chaval que nunca había estado con ninguna chica: estaba literalmente cagado. Nos vamos luego de cenar, al mal llamado barrio chino, porque entonces allí no había ni uno; en fin, como siempre, cortábamos palillos y el que al cogerlos le tocaba el más corto era el que tenía el sumo placer de tirarse a una vieja. Ese día, al pobre chaval, como estaba previsto, le tocó. Todos pusimos dinero y acordamos con una mujer durita subir al chaval para que tuviera su primer polvo con la condición de que subíamos también los tres a verlo. A ella cobrando se lo traía igual, así que le pagamos lo acordado y para arriba. La tía se puso en un segundo en pelotas; nosotros cooperamos: ayudamos al chaval y en un santiamén estaba igual, aunque ni se le veía el pito, eso sí. Se subió encima de la mujer, pero nuestro plan nos salió mal, muy mal: teníamos programado mientras él se estrenaba, nosotros nos masturbaríamos y he ahí el fallo. Este tío, sin llegar a ponérsele dura, nada más notar el calentor, se le va todo, y la tía, que no le había dado tiempo ni a ponerle el preservativo, de una patada lo tiro de la cama. Nos tocó salir a todos corriendo, sin un duro y cargados; ¡cogimos un dolor en las pelotas…! Un fracaso total.

    Esta era la marcha habitual de los sábados; los domingos, en cambio, nos recorríamos las discotecas. Yo intentaba ligarme a alguna chica, mas no había manera: a las chavalas que conocía les ocurría lo mismo que a mis amigos, que no les interesaban para nada mis planes ni eclesiásticos ni mucho menos políticos, por lo que fracasaba con todas, ya que a ninguna les iban mis conversaciones. Sin embargo, mis amigos se lo montaban bien; ellos los domingos iban en busca de las chavalas a las discotecas mientras yo acabé por no unirme: prefería ir al local de la Organización Juvenil con chiquillos y algún cura que lo frecuentaba, más que nada para convencernos de algo, que personalmente yo ya lo tenía dentro del cuerpo, pero de todas formas a estas edades no tenemos las ideas ni el carácter bien formado. Hasta para eso era en exceso serio y está claro que la vida, si la tomas en serio, me da el olor que no vale la pena vivirla; así que estuve, mientras terminaba el bachiller, tocando todos los palos de la juventud, lo que nos caracteriza por estar poco formados, que creemos saber todo y no sabemos nada. Los cubatas se tocaban, algún porrito al lado de otro y, aunque las putillas eran muy caras para mi economía, me atraían más que todo lo otro junto. De todas maneras, al ser de una familia humilde, como todos mis amigos, no pasábamos de la discoteca y lo que ello llevaba: el porrete y cubata, como lo manda la ley.

    Al no tener nada o poco criterio humano y menos, experiencia, y si le sumas a ello que mis amigos me daban de canto por lo paliza que toda la vida he sido, me propuse estudiar una carrera. Los estudios los sacaba muy bien y me quise aprovechar de ello: pensé que el Estado sacaba becas y los curas también, y me era igual algo de esto porque me valía para sacarme un buen porvenir Lo que recuerdo mejor es lo responsable que era yo: todos trabajaban en sitios y empresas muy vulgares, pero para mí ninguno tenía aspiraciones y con poco, tenían suficiente. Yo no era de esa clase: trabajar, lo que se llama trabajar, ya lo había hecho cuando mi madre me trajo al mundo. Mira si tenía las cosas claras que estuve tres meses mirando, pensando, deliberando lo que mejor me iría para ganar más dinero sin, por supuesto, nada de esfuerzo físico. Solo me interesaba algo para ganar pasta sin más, lo de sudar nunca lo he visto para mí, no había nacido para eso. Se había convertido en el primer mandamiento: ¡no sudar!

    Capítulo II

    Sin darme cuenta, estaba mi subconsciente adivinando mi pasado. No me veía trabajando ni por asomo: no tenía nada que hacer, tenía todo el tiempo del mundo. A través de una sonda en el cuello, me alimentaban, llevaba un paquete al igual que los bebés y los ancianos, y chavalas me lavaban el culo y encima, con agua calentita, los cataplines; la verdad, me daba gustete, pero el pequeño andrajo no resurgía, no reaccionaba, y en verdad que me preocupaba y mucho. Ya me veía el resto de mis días en estado vegetal y no me hacía para nada feliz. Anteriormente, con una lavadita con agua tibia de una señorita tan guapa, esto habría dado muestra de vida y no lo hacía; mal muy mal asunto. Mi moral se iba minando deprisa y no es lo que más necesitaba porque tenía que estar al contrario, animado, o por lo menos evitar caer en depresión, cosa que se coge y no se suelta. A pesar de ser optimista por naturaleza, la gracia que me había propinado este hijo de puta con el porrazo dejaba muy claro que en casa no tenía ni derecho a abrir la boca y luego lo pagábamos los demás. Realmente, nosotros defendíamos las fuerzas del orden de nuestra nación. Pedíamos su fuerza porque éramos los únicos que los defendíamos a cal y canto y nunca jamás habíamos dudado en lo más mínimo del honor y profesionalidad de estos cuerpos. Nosotros defendíamos el honor de la Policía y la Guardia Civil para que, en vez de defendernos, nos atizaran sin ningún miramiento. Eso no tenía razón de ser: las cosas habían cambiado, pero no tanto; les hacía falta un culpable y nos habían cargado el muerto. Puesto que nuestras organizaciones caducas y ancladas en el pasado no eran ya nada, un muerto o casi, me quise dedicar a ver si podía recomponer el pasado. De esta manera, esperaba sin prisas llegar a organizar mi vida o de lo contrario estaba acabado.

    Ahora ya no estaba en el hospital, sino que me habían trasladado a alguna residencia de tipo residual en la que sencillamente nos movían un poco, una lavadita y mañana más. También es cierto que alguna persona poco a poco se la veía recuperarse y eso me hacía albergar esperanzas de algo de vida en mi interior. De hecho, sobre los resultados de tac, resonancias y demás que me hicieron nadie tenía ni puta idea; nadie sabía lo que me pasaba a mí, pero como nadie de mi familia se había personado para interesarse, yo estaba a merced de los médicos. Ninguno de ellos, tenía que dar ninguna explicación o informe y no sabían que yo sí me interesaba por todo: no hablaba ni gestionaba, pero lo entendía absolutamente todo. Tenía la esperanza de salir de este tortuoso estado.

    Las habitaciones eran dobles. Entró un hombre joven que debía de estar en coma y a los dos días se lo llevaron corriendo porque el pecho se le hinchaba y se retorcía. Creo que la palmó, qué triste. Su familia estaba junto a él: yo la oía llorar y luego chillar. Para mi desgracia, me enteré de todo, aunque para ellos no era nadie, un trozo de carne. No quería ser yo el siguiente, así que me concentré en recordar mi vida ante la disyuntiva negativa. Me esforcé en recordar para trabajar el cerebro, era mi única oportunidad de salir de esa situación, esa era mi idea. Tenía pánico a relajarme y que mi cerebro se secara, ya que era el preludio de la muerte. Eso me llevó a no parar de recordar de día y de noche; aun así, lo malo es ordenar los recuerdos: todo se cruzaba, se amontonaba dentro de mi cabeza, por lo que intentaba aclarar mis recuerdos forzando mi mente a tope.

    Traté de empezar por el principio: en mi juventud, quería sacarme una carrera importante porque sabía que era listo y no me gustaba renunciar a nada. Las becas eran casi imposibles, así que mi única salida era seguir con mis contactos. La religión estuvo muy presente desde mi niñez, por lo que entré en un seminario. Allí sí estaba en mi salsa: la mayoría era gente lista que, al no poder darles estudios sus padres, entraban de clérigos y poco a poco y sin enterarse les llenaban la cabeza de humo. Allí hice mucha amistad con un chaval, Pedro. Este sí que me daba el olor de que no saldría: tenía madera de cura. Estudió Abogacía del Estado y Sociología; una verdadera máquina. Muy pronto se fijaron en él y, a pesar de que yo me empeñaba en enseñarle que hay una vida fuera de esto de los curas, fracasaba porque tenía clavado dentro de la cabeza a fuego el tema religioso. Lo malo es que tenía un don especial: era un líder, algo difícil de pillar en cualquier momento. Se sacó en tres años las dos carreras y se lo llevaron a Roma para darle Teología: nunca he sabido de qué se trata, pero que solo muy pocos eran los que se iban a estudiar allí. Se marchaban y venían canónigos; por lo visto, dentro de la Iglesia hacían carrera, escalafones al igual que en el ejército, aunque una escalera de cargos que era muy difícil de saltar. Desde luego, a mí no me atañía. En las largas charlas que teníamos en el monasterio, tratábamos de esclarecer este tipo de circunstancias y el porqué no se dedicaban más a buscar la manera de subir el escalafón en lugar de hacer algo por el bien de las personas al margen de la religión que fuera. Quizás serían mucho más eficaces, ya que esto es lo que nos enseñó Cristo; sin embargo, el clero se acercaba más a mi versión mucho más mundana. Menos mal que mi cerebro, espíritu, alma o lo que me hace pensar o definir como somos lo tenía muy bien, y me venía bien. Este chico me hizo reflexionar sobre estos asuntos para los que nunca tenemos tiempo por lo duro que resultan: por ejemplo, donde acaba el final de nuestra trayectoria, algo que la humanidad lleva siglos queriendo descifrar, pero a la cual cada religión le da su versión. Si llegas al final, descubres que son todo ramas del mismo árbol, exactamente lo mismo, pero transformadas por el hombre según su manera de vivir o sus deseos. Se puede sobre este tema escribir tomos enteros, darle las vueltas que quieras; pero de momento estamos aquí y ahora esa es mi conclusión.

    Como yo estaba ya dando Teología Oratoria y demás artes de engañar, tenía muy claro que si aguantaba un poco más, me convertiría en otro más con sotana. No me veía el resto de mi vida de cura: sería malgastar mi existencia. Que nadie me malinterprete: tuve claro que, en cuanto llegara finales de curso, estaría muy preparado para arrimarme a donde corren los chorros de dinero, que es la política. Los más preparados para vender la burra son los curas y casi lo era; así que ¿para qué conformarme con migajas si me podía comer todo el pastel? Me había preparado, cinco años largos para formarme, y sin gastarme un duro. Una jugada perfecta.

    Capítulo III

    Todas estas largas meditaciones y discursos que me soltaba Pedro me activaron el cerebro, que no deja de ser el ordenador central, de manera que me presenté a las oposiciones para la Generalidad. Tenía un buen currículum y conseguí entrar en una consejería de funcionario en infraestructuras, un puesto ideal para mis propósitos. Recuerdo que rápidamente indagué y comprobé que, efectivamente, de allí salían adjudicaciones, corrían las comisiones, los maletines; era cuestión de no tener prisa y controlar el recorrido de estos maletines. Me hice un esquema para ver cómo podía ponerle la zarpa. Por mi despacho pasaban todos los alcaldes y secretarios de los ayuntamientos para pedir pasta, ¡de la que se apega en las manos para carreteras!, para infraestructuras y toda clase de obras de la Generalidad. Para colmo, yo no era ni miembro de ningún partido y medio cura: todo de cara para prepararme un buen tinglado. Lo primero que hice fue llamar al informático para pedir que se cambiara todo el sistema operativo: cualquiera accedía, muy sencillo, rápido, transparente, lo que a mí no

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