Recuperado
Por Russell Brand y Ex Estudi
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dependencia. No distingue entre drogas, alcohol, cafeína, azúcar, trabajo, estrés, malas relaciones, pantallas o incluso la fama. Brand afirma que la adicción puede adoptar distintas formas y que para mantenerse limpio, cuerdo y libre, uno tiene que poner mucha atención a su día a día.
La pregunta no es por qué eres adicto, sino ¿qué dolor estás intentando tapar con tu adicción?, ¿por qué te dejas atrapar en el curroequivocado, el estilo de vida equivocado o en los brazos de la persona equivocada?
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Recuperado - Russell Brand
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¿Estás algo jodido?
PASO 1: «ADMITIMOS QUE ÉRAMOS IMPOTENTES ANTE NUESTRA ADICCIÓN, QUE NUESTRAS VIDAS SE HABÍAN VUELTO INGOBERNABLES».
Esto es una invitación al cambio. Esto solo es complicado en cuanto a que muchos de nosotros estamos divididos: normalmente, una parte de nosotros quiere cambiar un comportamiento negativo y castigador, mientras que otra quiere aferrarse a él. Para mí, Recuperación es un viaje desde la falta de consciencia hasta la consciencia. Deja que te explique a lo que me refiero utilizando mi propia experiencia vainilla como drogadicto y alcohólico de manual.
Siempre sentí que era demasiado inteligente para algo como un «programa para la vida», y más aún para uno con matices religiosos. No es que creyera que la religión era el «opio del pueblo». Si lo fuera, me hubiese servido una ración, me encantaba el opio. Es que creía que era estúpida. Sosa, aburrida, estúpida, ruidosa, histérica, estúpida. Estúpida y paleta. Estúpida y ajena. Piensa en el cristianismo: es o tan medieval y envuelto en pompa que se vuelve pesado y ridículo, o intentan modernizarlo y lo hacen cursi. Guitarras que suenan mal, suéteres y mira-das cómplices y compasivas. No, gracias.
Tuve dos golpes de suerte: el primero fue que quien me enseñó los Doce Pasos era un ateo muy practicante y, el segundo, que estaba secretamente desesperado. Estaba roto. Me había quedado sin ideas y sin energía y solo seguía avanzando por inercia. Había renunciado a entender por qué me sentía triste, o diferente, o inútil, solo sabía que era así, y dejé este conocimiento aparcado en un rincón de mi mente, sin abordarlo, ignorado, pudriéndose. Mientras, bebía y me drogaba para mantenerme en pie y funcional, para evitar que la tristeza me derrumbara. Si me hubieses cogido del hombro y dicho: «Eh, Russel, ¿cuál es tu plan?» te hubiese soltado por reflejo algún comentario optimista absurdo sobre «esperar mi momento» o sobre que «el año que viene, a estas alturas, seré alguien», pero, en el fondo, sabía que no tenía ningún plan. Ahora, te lo pregunto yo: ¿tienes un plan? No tienes por qué contestarme ahora. De hecho, tiene muy poco sentido que me contestes en absoluto, dado que no estoy ahí (¡estás leyendo esto tú solo!), pero ¿puedes, en lo que debería ser el santuario de tu mente, decir: «Tengo un plan. Sé hacia dónde voy.»? Mi forma de lidiar con la muda ansiedad de la incertidumbre era buscar distracciones y placeres. Nunca estaba quieto. Raramente me paraba a pensar. Aguantaba gracias a estas distracciones.
He aquí un desglose clínicamente aceptado del ciclo de la adicción. Si este modelo refleja el aspecto de tu vida que quieres cambiar, es muy probable que el modelo de los Doce Pasos lo haga también. Veamos:
GUÍA DE CINCO PUNTOS DEL CICLO DE LA ADICCIÓN
1.Dolor.
2.Utilizar un agente adictivo, como el alcohol, la comida, el sexo, el trabajo o las relaciones codependientes para calmarte y distraerte.
3.Anestesia o distracción temporales.
4.Consecuencias.
5.Vergüenza y culpa que llevan al dolor o a una baja autoestima.
Y volvemos a empezar. Te voy a contar cómo esto se aplica a mí y tú puedes seguir mentalmente su aplicación a tu problema. Y no creas que puedes librarte porque parezca que estoy más loco que tú, recuerda que esto es lo que me cualifica para escribir este libro. Sufría. Desde que tengo memoria, nunca me he sentido lo suficientemente bueno. Ahora que soy algo mayor, pienso: «¿Qué significa ser lo suficientemente bueno?» ¿Comparado a qué? ¿A cuándo? ¿A dónde? ¿A cómo? Pero, por aquel entonces, en mi efervescente y nerviosa infancia, y en mi impulsiva y frenética adolescencia, sencillamente, me sentía insuficiente, incompleto. No lo suficientemente bueno. Y dolía. Miraba el mundo como desde un acuario y me sentía solo. Tampoco conocía ningún mecanismo para enfrentar este sentimiento, así que tuve que inventarme uno. Este es el segundo punto de los cinco de la guía. Utilicé un agente adictivo y, en la encarnación más temprana de mis comportamientos adictivos, escogí la inocua toxina que es el azúcar. Chocolate. Comida. Me metía cosas en la boca y me sentía mejor. ¿Qué problema hay? Perdona si estoy siendo condescendiente, pero quiero que entiendas algunos puntos cruciales: estaba lidiando con mis emociones utilizando medios externos, y el objeto no es malo en sí mismo. No sirve de nada demonizar las galletas de chocolate, ellas no son el problema. No tirarán tu puerta abajo por sus propios medios, ni te pondrán una linterna en la cara mientras duermes, ni te arrancarán de la cama y se embutirán en tu garganta. La participación de tu consciencia es un prerrequisito. Para algunos, una galleta de chocolate es un premio inofensivo. Para otros, una gotita de ron o una puntita de caballo tontorrona son un tónico. La heroína te llevará a una crisis más rápido que una tableta de chocolate, pero el punto clave es la función que toman estos agentes externos en tu vida. El tercer punto es el entumecimiento temporal, el momento de agradecida exhalación y alivio, postgalleta, postcoital, postgratificante mensaje del objeto de tu obsesión, post lo que sea que te estés metiendo. El cuarto punto son las «consecuencias». ¿Cuál ha sido el precio a pagar? Me sentía fatal de niño tras bajarme el suministro de galletas de una semana de una distraída sentada. No creo que exista persona que no se repruebe momentáneamente tras alcanzar un orgasmo en soledad. Tras consumir drogas, cuando se acercaba el final de mi estancia en el abuso de sustancias, era el único momento en que podía plantearme dejarlo. El quinto punto es el «dolor», y estamos de vuelta al principio del ciclo.
Como dice Eckhart Tolle³: «las adicciones empiezan con dolor y terminan con dolor». Aquí podemos ver esto diseccionado. A medida que se repite el ciclo de la adicción, esta gana inercia, como un tiovivo fuera de control, como las vueltas de mi nauseabunda cabeza cuando me emborrachaba. La edad legal para beber en Reino Unido son los dieciocho años; para cuando cumplí los diecinueve, los profesionales sanitarios y los profesores de mi universidad ya habían identificado que tenía un problema y me estaban diciendo que tenía que buscar ayuda. En retrospectiva, era evidente desde antes, en la forma en que comía, en cómo me relacionaba con la gente, en cómo me concebía a mí y a mi sexualidad. Ojalá hubiese sabido identificar estos patrones, esta tendencia, antes para haber empezado a aplicar desde entonces los métodos de este libro. Sin embargo, las cosas tendrían que ponerse peor para mí, tendría que repetir este patrón durante diez años con consecuencias que irían a peor con cada vertiginosa vuelta. No sabía que hubiese otra manera. Era un niño, y después un adicto y, para cuando me caló la idea de seguir un programa, donde las sustancias requieren de abstinencia y los comportamientos y la comida requieren de estructura, tenía veintisiete años, era adicto a la heroína y estaba en serios problemas.
El paso 1 nos invita a admitir que estamos utilizando algo externo, una relación, una droga, un comportamiento, como la «potencia» que hace soportable vivir. Pregunta si esta forma de hacer las cosas nos está complicando la vida. Al admitir que somos «impotentes» sobre lo que sea, estamos diciendo que necesitamos una nueva potencia, que la fuente de energía que hemos estado utilizando hasta ahora hace más mal que bien.
He admitido esto muchas veces y todavía lo hago a diario. Empezó con la admisión de que era impotente ante las drogas y el alcohol, que eran las fuentes de energía más obvias y problemáticas que estaba utilizando. Aquí, la «ingobernabilidad» significaba que sus consecuencias se estaban acumulando en mi vida y, más importante, que, cuando empezaba a beber o a drogarme, no sabía ni cuándo ni si iba a parar. El mismo acto de beber o drogarme me pone en un camino del que soy incapaz de salir a voluntad. Es ciertamente más sutil cuando se aplica a la pornografía o a los atracones, pero sigue estando claro que tengo que estructurar mis pensamientos alrededor de estos comportamientos y que esta estructura no puede basarse en un comportamiento compulsivo.
Volviendo a la metáfora de las «dos partes», de un «yo» dividido, mi experiencia con esto es la siguiente: cuando oí hablar por primera vez del programa y me explicaron la idea de la abstinencia, pensé: «Y una mierda» y, al mismo tiempo, resonó una especie de grave golpe sordo de aceptación, anunciando que la abstinencia iba a ser mi camino. Una de las muchas paradojas de la vida espiritual que encontré reside en la manida máxima «día a día», cuando se refiere a «limítate a no beber hoy», «intenta no comer mal hoy» y «trata de no transgredir sexualmente hoy». Sabía que significaban «no puedes volver a beber», «se acabó el chocolate para siempre» y «ahora eres célibe». «Tus días de fiesta se han terminado, nene». Y significan eso. Si eres un alcohólico empedernido, no puedes beber. Si tienes problemas con la comida, siempre necesitarás una estructura a su alrededor. Tenemos que aceptarlo. La sabiduría casera del «día a día» —gracias, yaya— está conectada con la bastante zen e incontrovertible verdad de que la vida se experimenta en el presente; más allá del hoy, tus proyecciones de la vida son conceptuales. No tienes que no beber durante veinte años, hoy. No tienes que dejar el pan blanco para toda la eternidad, ahora mismo. Y, si sobrevives al hoy y te levantas mañana, ¿qué importa que no transgredieras ayer? Es decir, no estás acumulando puntos por tu placer punitivo. Si leemos llanamente este cliché del «día a día», no es menos profundo que cualquier «vive en el ahora» de la sabiduría oriental con el que me haya cruzado nunca. «Hoy» es todo lo que tengo.
Ahora que llevo limpio catorce años y medio, día a día, me gusta darle vueltas a este concepto como si fuera Charlie Parker o Foucault. Cuando siento que quiero transgredir sexualmente, me rindo a él, no transgredo. Entonces, al día siguiente, o incluso una hora más tarde, pienso: «¿Te imaginas que lo hubieses hecho? Ahora ya estaría hecho y habría destruido tu familia».
El paso 1 implica que puedes cambiar. Implica inspeccionar el paisaje de tu vida, de tus relaciones familiares, de tu vida profesional, de tu comportamiento sexual, de tus hábitos alimenticios, de tu uso del teléfono, las drogas y el alcohol, de la forma en que te gastas el dinero, y preguntarte: «¿Estoy contento con esto?», «¿Es así como quiero vivir?». Si hay algún comportamiento o problema que se agita alegremente, alguna catástrofe evidente revelada por esta inspección, es ahí donde das el paso 1. «Soy impotente y mi vida se ha vuelto ingobernable».
Este concepto de la ingobernabilidad es también interesante porque, además de la interpretación obvia del caos y el desorden, contiene un significado más profundo y aterrador. En mi caso, este primer aspecto estaba a plena vista: deudas impagadas, visitas al hospital, trabajos perdidos, relaciones perdidas, amigos dando un paso atrás y saliendo de mi vida. Estaba creando caos. Había seguido otro conocido tópico de los Doce Pasos: «Primero, consumía por diversión; después, diversión con problemas y, al final, solo por problemas». Los aspectos positivos de mi carácter se estaban volviendo super-fluos. Daba igual que fuera listo, o bueno, o que tuviera talento, pues estos rasgos quedaban disueltos hasta el punto de la irrelevancia por la supurante negatividad de mi adicción. La ingobernabilidad, sin embargo, tiene una perturbadora y, en mi caso, demostrable cláusula: cuando le doy el control a esa parte de mí, cuando bebo, o me drogo, o digo: «A la mierda» con cualquier comportamiento destructivo, no sé cuándo recuperaré mi vida o en qué estado estará cuando lo haga. En el fondo, la ingobernabilidad implica que hay una bestia en mí. Y sigue aquí. Vivo negociando con un lado oscuro que debo respetar. Hay una herida. Creo que esto es más que una característica de la adicción. Creo que es una parte de ser humano, el estar herido, el tener defectos, y, de nuevo, paradójicamente, solo podemos progresar si lo aceptamos.
Di el primer paso cuando «admití que era impotente ante mi adicción, que mi vida se había vuelto ingobernable». Que no tenía el control, que daba igual lo que me dijera a mí mismo o a los demás, y que estaba empeorando. Sabía que no tenía salida, que había en mí un miedo y una vergüenza que no quería enfrentar, que esperaba no tener que hacerlo nunca. Que, si de mí dependiera, sería capaz de doblegar el mundo para hacer que, de alguna forma, volviera a hacerme sentir bien.
Cuando conocí a Chip Somers —un nombre condenadamente ridículo, lo sé—, llevaba el centro donde me limpié y fue la primera persona de los Doce Pasos con la que hablé. Nunca mencionó a «Dios» o a un «Poder Superior»; como he dicho antes, es un ateo practicante que hace que Richard Dawkins parezca Uri Geller. Se limitó a decirme claramente: «Estás jodido. Si sigues metiéndote como hasta ahora, en seis meses estarás en la cárcel, en un manicomio o en la tumba». Y, aunque me dejó algo chocado, supe que tenía razón.
Quizá no seas adicto al crack y a la heroína como lo era yo y lo que acabo de contar te suene tranquilizadoramente ajeno, así que debo decirte que, desde entonces, he dado el paso 1 muchas veces. Con la comida, era impotente ante la comida: si empiezo a comer chocolate, no sé cuándo pararé. Con el sexo, si lo convierto en la panacea, en el alivio al dolor del que hemos hablado antes, no tardo en perder el control sobre mi conducta sexual y termino con más dolor. O con el trabajo. O con mi relación. De hecho, ahora aplico este programa, y, por lo tanto, este paso, en un enfoque de 360 grados. Soy completamente impotente sobre la gente, lugares y cosas y, si, cuando sea, aunque sea un momento, creo erróneamente que no lo soy —y me comporto como tal— el dolor no tarda en llegar. Si hay algo en tu vida que te da problemas y lo sabes, apuesto a que has intentado usar tu voluntad, cristales, hipnotismo y pastillas para aplacarlo. Mi sospecha es que no han funcionado y mi experiencia es que nunca lo harán. Curiosamente, contraintuitivamente, en nuestra cultura del individualismo y de la valentía egocéntrica, solo podemos triunfar renunciando a todo esto. «Admitiendo que somos impotentes» podemos empezar el proceso de acceder a todo el poder que nunca necesitaremos. He oído decir que, antes de la adicción, tenemos el «ismo». Ahora, puedo atestiguar la presencia de una enfermedad incendiaria a la espera de una sustancia que la prenda. Ahora, con catorce años y medio libres de drogas y alcohol, no sé decir con precisión si fue en el sexo o en las drogas donde mi adicción encontró su expresión más pura. Algunas drogas y el alcohol tienen el poder de diezmar tu vida con mayor eficiencia. Pero mi escalada desde las llamadas drogas recreativas hasta las drogas duras fue acompañada de un dolor uniforme. Muchos de los problemas asociados que evoca la adicción son causados por su estatuto criminal y por la pobreza. Lo que no cambia, sin importar la forma en que se materialice la adicción o las condiciones económicas del adicto, es la presencia del