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Meditación para adictos. La espiritualidad al alcance de los locos
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Libro electrónico285 páginas5 horas

Meditación para adictos. La espiritualidad al alcance de los locos

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Este libro pretende despertar el interés hacia la meditación y hacia la espiritualidad en aquellas personas que siguen un programa de recuperación de las adicciones, a través de la medicina o de algún otro tipo de terapia. Asimismo, es una guía para aquellos que, siendo victimas de ciertas obsesiones, hacen esfuerzos por sí mismos para liberarse de ellas.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 feb 2014
ISBN9781943387427
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    Meditación para adictos. La espiritualidad al alcance de los locos - Alfonso M.

    Índice

    Advertencia

    Introducción

    Primera parte: La meditación

    I. Por qué y para qué meditar

    II. Qué es y qué no es la meditación

    III. Cómo meditar

    IV. Otras formas de meditación

    Segunda parte: El camino

    V. El comienzo

    VI. El sendero

    VII. Los eslóganes de lojon

    Primer punto. Los preliminares: base de la práctica del dharma

    Segundo punto. La práctica principal: cultivar la bodhicitta absoluta y la bodhicitta relativa

    Tercer punto. Transformación de la adversidad en vía del despertar

    Cuarto punto. Aplicación de la práctica en todos los aspectos de la vida

    Quinto punto. Evaluación del entrenamiento del espíritu.

    Sexto punto. Disciplinas para el entrenamiento del espíritu.

    Séptimo punto. Guía de comportamiento

    VIII. La oración

    Conclusión

    Agradecimientos

    Bibliografía

    Advertencia

    En este texto utilizamos las siglas AA para designar a la agrupación Alcohólicos Anónimos, y las siglas NA para designar a Narcóticos Anónimos, ya sea como fraternidades o como grupos autónomos. También las empleamos para referirnos a la filosofía, a la doctrina, a las enseñanzas, al modo de vida y al mundo particular de estas asociaciones. Las siglas aa y na se emplean para referirnos a uno o a varios miembros de AA o de NA.

    Al tratarse de palabras en sánscrito o lengua pali se ha procurado conservar los términos originales, así como la ortografía empleada por los traductores, pues al no existir equivalentes en español, una traducción, la que fuere, distorsionaría la idea completa. Nos hemos basado fundamentalmente en las versiones francesas de dichos textos, que considero muy respetuosas. Respecto a esas palabras, dejamos al lector la tarea de profundizar en su significado según los contextos donde éstas figuran, ya sea a partir de otras lecturas o de la propia reflexión. Luego de la primera aparición de un determinado término, cuya significación suponemos desconocida para el lector, asentamos una breve definición, a veces entre paréntesis, para evitar así las llamadas a pie de página o al final de la obra. Por ejemplo, dharma, en sánscrito, no tiene equivalente en castellano, como tampoco en inglés o francés. Dharma, deriva de la raíz sánscrita dhr, llevar, sostener, puede significar al mismo tiempo: las enseñanzas de Buda, el camino hacia el Despertar, ley, norma y, además, toda verdad universal, ya se refiera ésta a la naturaleza o a la moral; por ejemplo, el 'no matarás’, un principio común en casi todas las religiones.

    El doctor D. T. Suzuki, una autoridad en budismo zen, nos relata la siguiente anécdota (1):

    Después de haber pasado semanas enteras enseñando lo que es el espíritu, el maestro zen es abordado por uno de sus discípulos:

    —Maestro, he tratado de aprender todo lo que usted nos ha dicho respecto al espíritu y finalmente no comprendo nada.

    —Yo tampoco —Responde el maestro.

    (1). D.T. Suzuki, Essais sur de bouddhisme zen, Editions Albin Michel, 2003.

    Introducción

    Aquel que interrumpe sus ejercicios espirituales y sus oraciones es semejante al hombre que deja escapar de su mano un pájaro, y luego pretende atraparlo. Jamás lo logrará.

    San Juan de la Cruz

    ¿Por qué meditación y adicciones? Al comienzo del segundo tercio del siglo XX, en Ohio, Estados Unidos, Alcohólicos Anónimos vio la luz y numerosas personas consideradas casos perdidos en el alcoholismo comenzaron a hallar la solución de su problema, gracias a un programa concebido y desarrollado por dos ex borrachos empedernidos: los compañeros Bill Wilson (mejor conocido como Bill W.) y el doctor Bob, fundadores de Alcohólicos Anónimos, cuyo programa estaba centrado en la acción fraterna y la espiritualidad, que incluye la meditación y la oración como prácticas necesarias para ayudar a escapar al prisionero del alcoholismo, plaga social considerada por la Medicina como una enfermedad incurable, progresiva y mortal.

    A partir de la fundación de AA, en 1935, y de la rápida difusión de su programa de recuperación, con el Programa de Doce Pasos, millones de borrachos han visto sus vidas transformadas. Durante un tiempo, esto fue considerado como un acontecimiento sin precedentes en la historia de los padecimientos humanos. No debe sorprender que el célebre pensador inglés Aldous Huxley haya señalado a Bill W. como el más grande reformador social del siglo XX.

    Esos pioneros del movimiento de AA, mientras trabajaban con otros alcohólicos y redactaban las primeras publicaciones de AA, ponían en práctica tales enseñanzas en sus propias vidas.

    Poco después del surgimiento de AA se comenzaron a formar otras asociaciones inspiradas en los Doce Pasos de AA. Hacia fines de 1940, apareció Narcóticos Anónimos, y nació así un nuevo término para abarcar a todos los enfermos dependientes de sustancias tóxicas, los politoxicómanos. Luego surgieron los grupos Al Anon, Al ateen, y les siguieron los grupos Synanon, Neuróticos Anónimos, Codependientes Anónimos, etcétera, todos ellos inspirados también en los Doce Pasos de AA, y con el mismo propósito de ayudar a desembarazarse de las ataduras de las drogas y apegos enfermizos a aquellos que deseaban hacerlo.

    Es preciso reconocer que, aunque con propósitos diferentes, desde entonces, la oración y la meditación formaban parte del programa de los grupos Oxford que florecieron en Estados Unidos e Inglaterra desde finales del siglo XIX hasta principios del XX, de donde habrían de nacer después los grupos de AA.

    Como alcohólico y durante las primeras etapas de mi recuperación, luego de haber estudiado, por así decirlo, los textos clásicos de la literatura de AA, quise ahondar en el origen mismo de esa filosofía, pues no podía yo salir de mi asombro al ver la pertinencia, originalidad y perspicacia de muchos de los puntos de vista de los AA. Cuando empecé a estudiar la doctrina del budismo, descubrí los numerosos puntos de contacto que hay entre lo que algunos llaman la ciencia del espíritu y lo que practican cantidad de alcohólicos y narcóticos anónimos que, según he podido constatar, han alcanzado cierto grado de recuperación.

    Por otra parte, y más allá del marco de la terapia para las adicciones, no puede negarse la forma espectacular en que la meditación actualmente está ganando adeptos en los países occidentales. Vemos cómo esta práctica se va implantando formalmente en hospitales, clínicas, centros de trabajo y cárceles. Es posible que ello se deba, además del fenómeno actual de mirar hacia el Oriente, al diálogo continuo y fructuoso que desde hace algunos años se ha entablado entre científicos y gurús. Como parte de ese fenómeno, asistimos al establecimiento de numerosas comunidades budistas en el mundo Occidental.

    La influencia de la ciencia del espíritu se extiende, asimismo, hacia la teoría psicológica y sus principios, y las prácticas comienzan a ganar terreno en la literatura científica. En el prefacio de un célebre texto sobre meditación, el psicólogo estadounidense Daniel Goleman, autor de varios libros que han marcado un hito en la investigación psicológica tradicional, entre los cuales está su célebre obra La inteligencia emocional, nos comenta:

    Cuando realicé un viaje a la India, comprendido dentro del programa de mis estudios de tercer grado, me puse a estudiar el Abhidharma, obra en la que se encuentra uno de los ejemplos más elegantes de un modelo de psicología surgido en este caso del budismo. Con asombro descubrí que la totalidad de los temas fundamentales de la ciencia del espíritu habían sido ya objeto de investigaciones, no desde hace un siglo, sino desde hace milenios. La psicología clínica, que en aquella época era mi dominio de estudios, tiene por objeto aliviar los diferentes sufrimientos emocionales. Y ante mi gran sorpresa, pude constatar que el antiquísimo tratado que acabo de mencionar describe con claridad un conjunto de métodos que persiguen, no sólo aliviar los sufrimientos mentales, sino también cultivar las capacidades humanas benéficas, como la empatía y la compasión. Sin embargo, en ninguna etapa de mis estudios escuché yo hablar de tal psicología.

    Roger Zumbrienen, psiquiatra y psicoanalista de Génova, escribe en un artículo:

    Desde hace un decenio la terapia comportamental y cognitiva se interesa especialmente en la tercera dimensión del comportamiento, o sea la dimensión de las sensaciones y emociones. Esta corriente [...] es llamada a veces la tercera ola Las dos primeras corrientes de la TCC están ahora perfectamente integradas una con la otra y sus efectos terapéuticos sólidamente validados. La tercera está en el devenir; ella reúne técnicas sacadas de horizontes diversos, comprendida entre ellas la meditación budista...

    En el programa de recuperación de los Doce Pasos se sugiere a los miembros de los grupos la práctica de la oración y de la meditación. Sin embargo, es sorprendente ver que todavía son numerosos los adictos reformados que, a pesar de haber dejado de consumir, a veces durante muchos años, por desdeñar o por ignorar los beneficios que se derivan de la meditación y de la práctica posmeditativa, continúan estando sometidos al dominio de las emociones negativas y, sin muchas veces darse cuenta, se pasean al borde de la recaída. Por otra parte, muchos de los miembros de esos grupos, que desean meditar, no saben cómo hacerlo o de qué manera actuar frente a determinadas situaciones perturbadoras. En ambos casos, este libro intenta señalar la vía, como una guía hacia caminos que finalmente sólo el interesado es capaz de recorrer.

    A través de estas páginas se pretende, entre otros propósitos, despertar el interés hacia la meditación y hacia la espiritualidad en aquellas personas que siguen un programa de recuperación de las adicciones, a través de la medicina o de algún otro tipo de terapia.

    También esta guía puede ser de ayuda para aquellos que, siendo víctimas de ciertas obsesiones, lo que algunos llaman vicios execrables, hacen esfuerzos por sí mismos para liberarse de ellas. A estas personas se les sugiere que al mismo tiempo de abordar la práctica de la meditación y la oración, se acerquen a las fraternidades que siguen los Doce Pasos, o a otras cuyo objeto consista en ayudar a sus miembros a superar determinadas adicciones mediante prácticas espirituales.

    Si el lector tiene alguna predisposición contra la espiritualidad o contra el budismo, le sugerimos que no deseche lo que no conoce y que avance en la lectura de este libro hasta la última página, y después decida si quiere o no llevar a cabo la práctica meditativa y todo lo que de ella se deriva.

    La palabra adicto la empleamos aquí de manera inclusiva y abarca a todo aquel que de buena o mala gana reconoce tener problemas provocados por la dependencia hacia ciertos productos (alcohol, café, nicotina, mariguana, opio, heroína, cocaína, éxtasis, mezcalina, somníferos, anfetaminas, hongos alucinógenos, toloache, LSD, éter, estupefacientes, tranquilizantes, pegamentos, inhalantes, soporíferos, ansiolíticos, calmantes, psicotrópicos, crack, disolventes de pinturas.), hacia los alimentos, hacia los juegos de azar, hacia el sexo, hacia ciertos espectáculos, hacia ciertas actividades, como las compras compulsivas de cosas que no necesitamos. Cuando mencionamos un producto tóxico, nos referimos a cualquier sustancia que modifica la consciencia y que puede ser ingerida, inhalada, inspirada, inyectada, untada, introducida por los conductos auditivos, por la vagina o por el ano, o incluso producida por el propio organismo, como la descarga de adrenalina que sacude al jugador de póker cuando ve aparecer un tercer as en su mano, o al especulador en la bolsa de valores que ve cómo descienden los puntos de los valores donde tiene invertida su fortuna, pero asimismo a la mujer que cae enamorada del par de zapatillas que vio en el aparador, olvidando que guarda en su ropero más de trescientos pares. Conocidos son los estados que el consumo de las sustancias tóxicas provocan: excitación, ansiedad, depresión, sopor, euforia, insomnio, embriaguez, estupor, depresión, torpor, exaltación, insensibilidad, embotamiento, enervamiento, que a veces son acompañados de delirios o de alucinaciones de todo tipo, que van desde las visiones místicas hasta las más horripilantes escenas. Concomitantemente, la persona así afectada, muchas veces se vuelve agresiva o antisocial, o bien asume actitudes intrépidas o irresponsables, que a veces ponen en peligro su seguridad económica e incluso su vida y la de sus semejantes.

    Me llamo Alfonso y soy alcohólico. No recuerdo exactamente cuándo empecé a beber alcohol, pero sí desde que era muy joven me pude dar cuenta de la transformación que se operaba en mí cuando ingería ese estupefaciente (el alcohol es también considerado un estupefaciente).

    Cierta vez, cuando apenas andaba en la adolescencia y en ocasión de una fiesta de quince años (en la cual la joven que arriba a esa edad es presentada en sociedad y baila su primer vals), alguien, para que me animara, me alargó una cuba libre (una mezcla de bebida de refresco de cola con ron), la que ingerí enseguida. Recuerdo que cuando llegué a la tal fiesta me sentía tan mal y tan intimidado que me fui a sentar en un rincón. Veía cómo todo el mundo se divertía y yo me maldecía por no poder hacer lo mismo que los demás. Algunos de los adultos me instaban a que me pusiera a bailar, y yo, enfurruñado a causa de mi terrible timidez, me sentía como un inválido, clavado en mi asiento. Luego me sirvieron una segunda cuba y me la tomé también. Casi de inmediato se operó en mí un cambio sutil pero formidable: me levanté y fui a pedirle a la joven festejada que bailara conmigo. ¡Había encontrado la solución perfecta! Estaba contento. Esa noche continué bebiendo y bailé hasta que me cansé. Desde ese momento, y sin darme cuenta, se había instalado en mí la adicción al alcohol.

    Si bien no recuerdo la fecha exacta y la ocasión en que bebí la primera copa de mi vida, sí puedo rememorar en qué condiciones estaba yo, muchos años después, cuando ingerí mi último trago. Hace ya buen tiempo de eso. Mi historia de bebedor es como la de cualquier otro borracho: la espiral que al principio se va desarrollando lentamente, y luego va ganando fuerza y velocidad hasta que finalmente se va uno al fondo. Los periódicos están llenos de noticias sobre los accidentes provocados e incluso de los crímenes cometidos por las personas que se hallan bajo los efectos del alcohol o de las drogas (algunos consideran el alcohol como una droga). Hay consecuencias menos graves, pero no menos dramáticas; como la pérdida del empleo, ser abandonado por la esposa (o por el esposo), ser víctima de un accidente cardiovascular, etcétera. Pero lo más común es la pérdida gradual de la consciencia y el advertir cómo, irremisiblemente, el alcohólico se va hundiendo en el lodazal de la ruina física y moral.

    En una ocasión, llegué a mi casa embebido completamente en alcohol. Tres días antes había comenzado la que habría de ser mi última borrachera. Antes de irme a acostar, pues estaba absolutamente extenuado, quise tomar unos sorbos de cerveza de una botella que había comprado en el camino, pero no pude ingerir sino unas gotas. Mi cuerpo se negaba a recibir más alcohol. No podía más. Me esperaba la noche más espantosa de mi vida.

    El día siguiente, todo tembloroso, con una resaca terrible, pedí a mi compañera que me llevara a Alcohólicos Anónimos. Eran las nueve de la mañana de un día domingo. No obstante, la sala de reuniones del grupo estaba casi llena. Los allí presentes eran personas sobrias que habían dejado de beber, algunos desde hacía muchos años. Me recibieron con un aplauso, y creí que se estaban burlando de mí. Escuché a algunos que hablaban desde una tribuna y después de un rato, sin comprender casi nada, abandoné la reunión.

    Todavía tembloroso y presa de un miedo terrible regresé a mi casa y me puse a ver la televisión. Ya no bebí ese día, ni el día siguiente, hasta el día de hoy. El lunes después, todavía con el rostro abotagado, asistí a la reunión de las seis de la tarde. Era un grupo de los llamados 24 horas de AA, de esos que celebran reuniones ininterrumpidamente las veinticuatro horas del día de todos los días del año. Se había operado en mí otro más de los milagros de Alcohólicos Anónimos.

    No voy a hablar aquí de mis experiencias como bebedor y de cómo logré dejar de beber gracias al Programa de AA, sino de la manera cómo, además de la asistencia a las reuniones y del ejercicio de los Doce Pasos, el énfasis en la práctica de uno de ellos, el onceavo, ha podido ayudarme, no sólo a mantenerme en estado de sobriedad, incluso en situaciones extremadamente difíciles, sino también a comenzar a experimentar ese estado de espíritu que yo identifico como la paz de Dios que sobrepuja todo entendimiento. El Onceavo Paso de AA dice: Hemos buscado, a través de la oración y la meditación, mejorar nuestro contacto consciente con Dios, como lo hemos entendido, pidiendo a Él solamente darnos a conocer Su voluntad y otorgarnos la fuerza para cumplir con ella.

    Mi curiosidad sobre la meditación y sobre la sabiduría de Oriente comenzó el último año de mi época de bebedor. No sé donde había leído que a través de la Meditación Trascendental podía uno ser capaz de superar las adicciones, pues en mi fuero interno sabía que era alguien adicto al alcohol. Ya había intentado multitud de métodos para dejar de beber y no había logrado resultados. En esa ocasión compré varios libros sobre el tema y me puse a hacer meditación. Pero no funcionó, seguía y seguía bebiendo; cuando concluía mi sesión de meditación, me iba a echar unas cervezas.

    Fue después de año y medio de asistencia a las reuniones de AA, y ya sin tocar una sola gota de alcohol, cuando reemprendí, por así decirlo, la práctica meditativa. Hallé un libro que se titula Yogzen / inspirado en las enseñanzas del Gurú Maharshi. Se trata de una obra pequeña que en unas pocas páginas y de manera muy sencilla muestra cómo puede uno alcanzar la paz mental a través de la meditación y el seguimiento de reglas de comportamiento muy sencillas. En este libro se habla también de la necesidad de un maestro y de un ashram. No conocía yo a nadie, ni dentro de mi grupo de AA ni de fuera, que asistiera a un sitio semejante y que además tuviera contacto con algún gurú venido de Oriente. Entonces, al tratar de seguir las indicaciones del libro, me puse a practicar meditación por mi propia cuenta. Y continué haciéndolo diariamente durante varios años hasta que llegaron los problemas y me pregunté si realmente había estado practicando.

    Esas dudas se disiparon un poco cuando me di cuenta de que seguramente en esos momentos estaba viviendo una etapa por la que pasan algunos adictos después de varios años de abstinencia y cuando creen haber superado todas las trabas que se presentan en el proceso de recuperación. Por primera vez en mi vida estaba sufriendo una profunda depresión. La soledad, el sentimiento de impotencia, la ira y la frustración, primero, y después la amarga tristeza y las ganas de morir, fueron durante muchos meses mis inseparables compañeros, día y noche, pues había perdido el sueño totalmente. Leía y releía la porción de la carta que aparece en El lenguaje del corazón escrita por Bill W. a uno de sus amigos, donde le habla de sus propias depresiones y de cómo había logrado superarlas. Sí, en mi caso había también dependencias terribles, pero al contrario del cofundador de AA, yo no podía liberarme de ellas; dependía de la familia, del confort, del sentimiento de seguridad.

    Después de cinco años de haber vivido en el extranjero con mi familia regresé a mi país, solo, y pasé un retiro de seis meses al lado de mis amigos AA, internado en la mansión que alquila mi antiguo grupo 24 horas de AA, y comencé a sentirme mejor. Al mismo tiempo reanudé con redoblada energía mi práctica de meditación. Era necesario, pues estaba en juego mi propio pellejo. Me di cuenta de que hasta entonces mi práctica había sido muy mediocre y superficial. Esta vez me puse a estudiar las publicaciones recientes de algunos maestros budistas y, aunque fundamentalmente decían lo mismo que mi librito Yogzen, la abundancia de detalles y ejemplos, las humoradas, la inteligencia y la profundidad de su contenido, me convencieron de que tenía ante mí la buena ruta. Luego vi que si yo quería, tenía otra vez la oportunidad de vivir y de vivir bien.

    Afortunadamente me he topado casi siempre con buenos libros. He tratado de aprender de ellos siguiendo el método de ensayo y error, y debo reconocer que en muy contadas ocasiones he tenido que regresar a la librería algún bodrio, escrito por un experto en todas las religiones. En casi todos los libros que he estudiado se habla de la necesidad de un guía o maestro espiritual para poder avanzar sobre el camino, tal como en AA o en NA se sugiere la presencia de un padrino para poder avanzar en el programa de recuperación.

    Busqué con asiduidad a un maestro que pudiera guiarme en el budismo, considerando la sugerencia de su Santidad el Dalai Lama, en el sentido de evitar caer en las garras de charlatanes e impostores que se vanaglorian de haber recorrido el duro camino del espíritu y de haber alcanzado la difícil meta.

    Esa falta aparente de un guía espiritual no me impidió continuar aprendiendo de los libros y practicar mi meditación cotidiana. Tuve muy presente lo que dice el Padre jesuita Thomas Keating en su libro sobre la contemplación, Open Mind, Open Heart, basado en las técnicas budistas de meditación, que si uno no logra encontrar un guía espiritual para la práctica contemplativa se debe posiblemente a que Dios quiere arreglar las cosas de esa manera para que uno ponga en Él

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