La fiesta verde
Poco antes de beber ayahuasca por primera vez, David Sauvage escuchó que el chamán preguntó quién de los presentes lo había hecho antes. Era a principios de 2015, estaban en una casa rentada en Topanga Canyon, California, y de la docena de extraños que lo acompañaban, seis levantaron la mano. “No sabía demasiado sobre la ayahuasca en ese entonces, más allá de que era un té que se bebía y que de alguna forma te sanaba”, recordó Sauvage, de 36 años, cuando nos reunimos para tomar té (verde) en Soho, Londres. “Pero donde fuera que viera, la gente hablaba sobre el tema. Cualquiera a quien le hubiera interesado el yoga o la meditación ahora se interesaba en esta bebida sudamericana. Algo decía: “ha llegado el momento”.
El chamán, un hombre musculoso de Israel que había entrenado como ayahuasquero en Perú, preguntó: “¿Quién se siente nervioso?”. Sauvage fue el único que no levantó la mano. Como cinematógrafo y activista, se había sentido deprimido la mayor parte de la última década y había estado en un estado de “verdadera desolación” por un periodo de tres o cuatro años. Su psicólogo había intentado convencerlo de visitar a un psiquiatra que le pudiera recetar Prozac, Zoloft o algo similar, pero Sauvage odiaba la idea de volverse dependiente de los antidepresivos. “Quería algo que pudiera ayudarme y que no fuera un medicamento convencional. Había tomado psicodélicos con anterioridad, así que pensé que no había nada que la ayahuasca pudiera hacerle a mi mente para lo que no estuviera preparado”.
La ayahuasca es una planta medicinal del Amazonas que los indígenas de Perú, Brasil, Ecuador y Bolivia han bebido en rituales sagrados desde hace
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