Calor Humano. Ave Marina. Extensión Preppers: Calor Humano, #2
Por Daniel Carballo
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La nueva generación. Ave Marina, extensión Preppers, son 12 capítulos más su epílogo. El libro es la secuela de Reversa, el último de la serie. Estos hechos suceden poco más de 40 años después de la Burbuja azul, tras unas vacaciones inesperadas. Un accidente aéreo deja a 2 sobrevivientes en una isla custodiada por tiburones. El peligro no es ese, sino los 18 hombres entrenados militarmente por la Organización, que pretende recrear a su brazo ejecutor, la CMD. Las sobrevivientes deben reconocer el terreno y prepararse, ya que el rescate prometido no llegará. Hay solo una forma de escapar si no quieren ser apresadas y utilizadas como sus esclavas sexuales. Son ellos, contra ellas. El enfrentamiento es inevitable. La caza ha comenzado.
Ave Marina: Extensión Preppers, es la entrega número 2, de la serie de libros para películas «Calor humano».
Daniel Carballo
Daniel Carballo es escritor, guionista, editor de obras introspectivas. Actualmente desarrolla y publica nuevas técnicas y temáticas de Ficción en su serie de libros para películas: «Calor Humano». Serie completa Javi Verona Fuego a media mañana La caja vacía Una muerte injusta Reversa: Preparados para los días que vienen Ave Marina: Extensión Preppers Precuela: La reina en el tablero Secuela: La vidente Dana Hard: Inspirado en una historia real Posdata: Rumbo al portal Psicosis: Dentro de la cabina Canal de videos: @danielcarballoescritor Página Web: “Daniel Carballo Escritor”
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Calor Humano. Ave Marina. Extensión Preppers - Daniel Carballo
Advertencia
La presente es una obra de ficción,
cualquier semejanza con los personajes, dichos, hechos y demás,
será imaginación tuya.
Calor Humano
Daniel Carballo es escritor, guionista, editor de obras introspectivas. Actualmente desarrolla y publica nuevas técnicas y temáticas de Ficción en su serie de libros para películas: «Calor Humano».
Documentos:
Reversa: Preparados para los días que vienen
Ave Marina: Extensión Preppers
Precuela: La reina en el tablero
Secuela: La vidente
Dana Hard: Inspirado en una historia real
Posdata: Rumbo al portal
Psicosis: Dentro de la cabina
La llegada
Ellas viajan en el mismo avión, las distancian cinco filas entre sí. Gabriela, la morena, viste un equipo deportivo de microfibra, pantalón, remera, chaqueta y zapatillas, todo a tono, hace cinco años que es titular de un gimnasio en su ciudad natal; Alicia, la rubia, usa camisa blanca de mangas largas, pantalón y zapatos de vestir, se desempeña como administrativa en el municipio donde vive; ambas tienen distintos grupos de amigas acompañándolas, no se conocen entre sí, y están más nerviosas que el resto de los pasajeros. Llevan nueve horas de vuelo, se encuentran en medio del océano rumbo a un archipiélago de más de doscientas islas, famoso por sus playas bordeadas de palmeras y arrecifes de coral con aguas cristalinas. Los demás, tras sonrisas simuladas, se disponen a escuchar música en sus móviles o conversar sobre otros temas, negándose para sí, toda posibilidad de catástrofe. El comisario de a bordo anuncia un desvío por una anomalía eléctrica que están experimentando desde hace unos minutos, informa que aterrizarán por tres horas en una isla turística intermedia, donde podrán hacer compras en su centro comercial o utilizar el patio de comidas del aeropuerto mientras se realizan las reparaciones pertinentes; asegura que no hay nada de qué preocuparse, la estación meteorológica indica buen tiempo, sin nubes ni chubascos en la zona, y que llegarán a su destino final solo con unas pocas horas de retraso. Las azafatas caminan por los pasillos indicando que las ventanillas deben estar subidas, se aseguran de que todo pasajero esté con su cinturón colocado y toman asiento en sus lugares. La aeronave comienza a descender conservando su velocidad promedio, toda alma allí con apariencia relajada, se sonríen, intentan convencerse de que se trata de un contratiempo sin importancia.
Se siente un temblequeo repentino, la aeronave queda a oscuras. El descenso es abrupto, hay gritos, todos se aferran a los reposabrazos de sus asientos apretando los dedos de sus manos y estirando sus cuellos y cabezas hacia arriba. Vuelve la energía, el avión intenta levantar vuelo, su parte delantera se eleva, la trasera golpea contra las aguas, ésta se desprende como una lata de conservas jalada hacia afuera, docenas de turistas salen despedidos hacia todos lados con sus asientos incluidos; la aeronave se desliza sobre el océano, hace un pequeño giro y se detiene por completo, a los pocos segundos comienza a hundirse rápidamente desde su nariz. Algunos de los pasajeros, entre los que se encuentran Gabriela y Alicia, reaccionan rápido, se liberan de sus cinturones de seguridad y nadan hacia arriba con desespero; el Airbus transoceánico en el que viajaban, una parte de él, succiona en su camino hacia el abismo a los que luchan por una bocanada de aire. El pequeño grupo, que escasamente suman una docena, patalean con energía uno muy cerca del otro intentando llegar a la superficie, su vista está fija en la luz del sol del atardecer, sus hermosos rayos penetrantes esparcidos sobre ellos y por las aguas parecen tocarlos y darles la bienvenida, pero no son apreciados por la ocasión. Salen las primeras cabezas y brazos, el resto aparecen uno seguido del otro. Tienen a su alcance algunos equipajes, ropa, carteras, objetos livianos, chalecos salvavidas sin inflar, y botellas plásticas vacías que emergen como corchos. El agua está helada. Los hombres del grupo se miran entre sí boquiabiertos. Los más avispados se aferran a lo que encuentran útil para mantenerse a flote, otros divisan su salvación a pocos kilómetros de distancia.
—¡Isla! ¡Una isla! —grita alguien al tiempo que señala con su mano.
Las mujeres comienzan a nadar hacia ella, el resto, indecisos, se miran entre sí buscando a un líder, nadie se hace cargo de la situación, quedan en babia unos instantes, deciden seguir a las nadadoras llevándose sus nuevos bienes. Avanzan unos metros.
—¡No se separen! —grita el mismo de antes—. ¡Mantengámonos juntos si queremos vivir!
El viento y las olas marinas son de ayuda, los empujan, como si quisieran salvarlos de aquella tragedia.
Se acercan aletas, de esas que hacen poner la piel de gallina, algunas se sumergen en busca de alimento, otras quedan arriba haciendo círculos y mordiendo algunos objetos, unas pocas deciden seguirlos.
—¡Tiburones! ¡Tiburones! —grita el de siempre.
Comienzan a nadar a toda velocidad soltando lo que pretendían llevarse. Los últimos cuatro son la cena de algunas de sus persecutoras. Alicia y Gabriela sacan ventaja, no se detienen, otros del grupo son pescados desde abajo de cuerpo entero, ellas escuchan gritos, no miran hacia atrás, aceleran su ritmo; quedan tres hombres rezagados, dos de ellos son apresados con fiereza, el tercero continúa nadando a su máxima capacidad luchando por su vida. Las mujeres bracean y patalean casi sin tomar aire. Otra ola los impulsa. Están cerca de tocar tierra firme. Dos aletas se detienen a pelear entre sí por el último hombre del día, la vencedora se da el gusto y se sumerge con él. La otra no quiere quedarse con sus fauces vacías y las persigue. Las nadadoras comienzan a adentrarse, ven rocas grandes abajo, pero deben avanzar un poco más, no pueden hacer pie todavía; lo logran, dan unos pasos, la aleta testaruda no acepta perder, saca su cabeza y tira una mordida sin éxito. Alicia, con el agua hasta la cintura, descalza y desesperada, cae sobre unas piedras y corales, se abre una herida en su muslo izquierdo y grita de dolor. Gabriela, que viene unos metros más atrás, toma un brazo de la rubia y se lo cruza por su propio cuello, se inclina y con su otro brazo la levanta de la cintura, corren mientras la aleta acosadora hace el último intento de dar con sus piernas; fracasa, estuvo cerca, retrocede, una ola entrante le proporciona más espacio para moverse, gira y regresa por donde vino. Las mujeres se recuestan boca arriba exhaustas en la arena. Ambas se giran hacia lados opuestos y vomitan, habían tragado bastante agua. Alicia sangra en una de sus piernas, tiene un corte de diez centímetros de largo. Solo lleva encima su pantalón de vestir, sostén y camisa de administrativa, se sienta y se quita esta última, con ella envuelve lo mejor que puede su muslo, Gabriela la ayuda a improvisar un torniquete con las propias mangas largas de la prenda haciendo un nudo por arriba. Allí quedan boquiabiertas y agitadas con la mirada perdida en el océano unos minutos.
De a poco vuelven en sí, se miran. Gabriela, la morena, tapándose su rostro con las manos, llora; Alicia se presenta, le ruega que se tranquilice, le pregunta su nombre. La anterior no contesta, comienza a temblar de cuerpo entero. La rubia le pone una mano sobre el hombro, le dice que ambas necesitan la mente fría para pensar, ya tendrán oportunidad de llorar por lo ocurrido. La morena balbucea, habla confusa sobre sus amigas, una de ellas no quería hacer el viaje, otras dos eran compañeras de trabajo, todas muertas, la primera incluso le rogó cambiar la fecha del vuelo, crecieron juntas, su novio tampoco quería que ella hiciera el viaje, discutieron, se distanciaron...
—¡Fue mi culpa, mi culpa!
Alicia intenta hacerla entrar en razón. Le dice que es prioritario mantenerse a salvo hasta que llegue un rescate, presumiblemente dentro de las próximas setenta y dos horas. No sabían dónde estaban, aterrizarían en una isla poblada, que era lo primero a determinar. Lo segundo, hacerse de algún refugio para la noche que ya se les viene encima.
Gabriela niega con la cabeza, llora, tiene variedad de imágenes en su mente, estar conversando y riendo con sus amigas mientras suben al avión, el impacto del mismo contra las aguas, los asientos que se disparan hacia todos lados, se ve a sí misma nadando con desespero, un tiburón que sale y les tira una mordida, comienza a gritar con ambas manos en su cabeza.
—¡Aaaghhh! ¡Aaaghhh!
Alicia la sacude fuertemente tomándola de los hombros.
—¡Basta! ¡Mirame! ¡Tranquilizate! ¡Podemos sobrevivir, pero no así! ¡Mirame! ¿Escuchaste lo que dije!
La morena asiente, intenta calmarse a sí misma, pero vuelve a llorar descontrolada. La rubia la abraza para contenerla. Debía permitirle ese momento y acompañarla. La comprendía. A ella misma se le habían destrozado sus nervios desde temprana edad. Tenía doce años. Su padre la abandonó al atardecer en un bosque solo con una mochila de supervivencia, y la dejó allí por una semana. Ella sabe lo que es el pánico de primera mano.
—Ya, tranquila. Vamos a estar bien —le promete.
Recuerda a su padre, un fanático Preparacionista
. Para ellos, el mundo se acaba al día siguiente por la erupción de un volcán, un pulso electromagnético, una tormenta solar o bomba atómica, salvajismo civil tras un apagón que deja al mundo a oscuras y a la deriva, un terremoto en medio de la ciudad, inundaciones, la caída desde el espacio de una roca como la que terminó con los dinosaurios y, por supuesto, había que estar preparados para un accidente aéreo o naufragio en una isla desierta sin más herramientas que las propias manos. Desde los cinco hasta los veinte años, ella fue instruida con teorías conspirativas sobre el Nuevo Orden Mundial. Toda su niñez y adolescencia entregadas a la noble tarea de aprender