La Isla Del Olvido
Por Montse Anderson
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La Isla Del Olvido - Montse Anderson
Copyright © 2013 por MONTSE ANDERSON.
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Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.
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CONTENTS
EL GALEÓN
LA CUEVA DEL TESORO
EL BARCO PIRATA
LA ISLA DEL OLVIDO
LAS MIL CUEVAS
EL RÍO SUBTERRÁNEO
LA LEYENDA
EN BUSCA DE LA FLECHA
EL REGRESO A CASA
SKU-000620995_EBOOK_QA.pdfEL GALEÓN
El capitán se dirigió al muelle caminando con pasos largos seguido por su alférez, que corría para alcanzarlo y no quedarse atrás. El sendero era ancho, con árboles a los lados por cuyas ramas se filtraba la luz del sol. De vez en cuando, el capitán le gritaba al alférez que se diera prisa, ya que éste se detenía a observar y recoger algunas de las hojas del suelo.
El primer oficial y el contramaestre los esperaban ya a los pies de El Galeón, recargados en el barandal de la rampa. Los dos charlaban animadamente. Al ver llegar a su capitán, se cuadraron, permanecieron firmes, hasta que subió y lo siguieron a bordo. El alférez soltó las amarras. Cada uno se colocó en su puesto y, después de la orden de ¡leven anclas!, zarparon. La nave se estremeció ligeramente al quedar libre y dejarse llevar por el viento. La tripulación subía por los mástiles para izar y asegurar las velas.
La embarcación no era muy grande, aunque estaba provista de varios cañones para defenderse de los piratas que solían surcar esas aguas en busca de barcos solitarios para robar sus tesoros y mercancías. Las presas más codiciadas de esos bandidos eran los galeones, por la cantidad de valores que transportaban: sedas, especias, monedas, joyas, piedras preciosas. Luego de saquearlos, sumando así nuevos bienes a sus posesiones, los hundían.
Iniciaron su viaje para vigilar las costas y prevenir el asalto de los piratas. El vigía, desde el palo mayor, observaba el horizonte. Iba a ser una travesía tranquila que los llevaría sin problemas a puerto. El capitán subió al puente para dar órdenes a su tripulación. Al poco tiempo, el contramaestre anunció la presencia de un barco:
–¡Primer oficial, tome el catalejo e identifíquelo!
Sandra tomó el tubo de cartón y observó el barco. Reconoció la bandera negra con la calavera y las dos tibias cruzadas.
–¡Trae bandera pirata!
–¡Piratas! Había que alistarse para evitar que los asaltaran y saquearan su nave. El capitán Daniel tomó el catalejo. Era un barco veloz que se acercaba rápidamente por estribor.
–¡Prepárense para el ataque! –grito el capitán––. ¡A los puestos de combate!
–¡A los puestos de combate! –repitió el contramaestre Víctor.
La tripulación se dispuso para la batalla: colocaron la pólvora, acercaron las balas y encendieron las antorchas.
–¡Contramaestre, mantenga el rumbo! ¡Primer oficial, encárguese de las velas! ¡Alférez, cargue los cañones y prepare las mechas, espere la orden antes de abrir fuego!
–¡Sí, señor!
El enemigo disparó el cañonazo de aviso para que se detuvieran. La bala cayó muy cerca de la proa, levantando gran cantidad de agua. El Galeón se enfiló y se puso en posición de ataque; el capitán Daniel observaba con el catalejo.
–¡Fuego! –gritó. El alférez Lucy, con la vara que simulaba una antorcha, encendió las mechas y los cañones abrieron fuego. Comenzó el combate. El contramaestre Víctor, colocado en una de las ramas altas del árbol, manejaba el timón para evitar las cargas.
Para los niños el árbol era un verdadero galeón porque su tronco era muy ancho, y sus ramas más altas estaban cubiertas por largos líquenes que, al soplar el viento, se balanceaban produciendo el efecto de un barco con las velas desplegadas.
tree.tifLos piratas disparaban furiosamente, pero Daniel era un buen capitán que sabía cómo maniobrar su nave y proteger a su tripulación. De pronto, una bala le dio a uno de los mástiles tirando la parte superior, que quedó colgada sobre la vela.
–¡Primer oficial, mande a dos de sus hombres a arreglar el mástil!
–¡Sí, señor! –contestó Sandra.
Siguió el tiroteo entre ambas embarcaciones. El barco pirata se acercó aún más; las dos naves quedaron en posición paralela.
–¡Todas las cargas a estribor! –ordenó el capitán Daniel–. ¡Fuego!
–¡Fuego! –repitió el contramaestre Víctor.
Los piratas contestaron los disparos. El ambiente se llenó de humo y olor a pólvora. La tripulación de El Galeón se afanaba en su defensa y en evitar ser abordados. La lucha era cada vez más feroz. Los piratas preparaban las cuerdas y los ganchos para el abordaje a la vez que seguían disparando con saña. El Galeón descargó sus cañones hasta que acertaron a una parte vital del barco enemigo dando fin a la batalla.
–¡Hurra! –gritaron los tripulantes–. ¡Los vencimos!
–Ya no nos molestarán más esos piratas.
–Sí, seguiremos siendo los guardianes del mar.
El cielo estaba muy oscuro, con grandes nubes que amenazaban lluvia. Soplaba el viento y tiraba las hojas. Cayeron algunas gotas de agua.
–¡Continuaremos a través de la tormenta! –dijo el capitán Daniel.
Los niños se afianzaron en el árbol. El mar color acero se encrespaba rápidamente formando grandes olas que, al levantar la embarcación casi en forma vertical, la hacían caer como una flecha que atravesaba la montaña de agua, para iniciar en la siguiente ola la misma escalada.
–¡Contramaestre, mantenga el rumbo a toda máquina!
–¡Sí, señor!
Navegaban luchando contra la tempestad que sacudía con fuerza el barco. Grandes olas se estrellaban en el casco de la nave y la cubierta se llenó de agua que corría por la borda para escaparse al mar.
–No podemos seguir en una tormenta así –dijo el contramaestre Víctor–. Debemos arriar las velas o el viento las va a romper.
–Sólo un poco más –contestó el capitán Daniel–. El Galeón puede resistir cualquier cosa.
El viento soplaba cada vez con más fuerza y las ramas se movían como queriendo arrancarse. Empezó a llover. Los niños estaban en silencio, sin moverse de su lugar, completamente mojados. Cayó un rayo y enseguida se oyó un gran trueno que los asustó y casi hizo llorar a Lucy.
–Me quiero bajar –anunció Lucy–, así no es divertido.
Sandra se acercó a ella para ayudarla. La lluvia arreció formando una corriente de agua que pasaba a los lados