Rosa del Mar
Por Amylynn Bright
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Cuando el barco de Rosalía se hunde durante una horrible tormenta, ella está completamente segura de que jamás verá de nuevo a su prometido.
Al despertar, se encuentra en un barco pirata, el Venganza de Neptuno, y en la cama de un famoso pirata, el Guapo Jack. Rosalía no tiene idea de lo mucho que su corazón quiere una aventura hasta que se la echan encima. Para cuando llegan a la capital pirata en Nassau, ¿su ministro prometido la querrá todavía? ¿Ella lo querrá? ¿Acaso Jack la dejará partir? Afortunadamente, una salvaje escapada de prisión es lo único reservado para ella…
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Rosa del Mar - Amylynn Bright
Para mi Abuelo
Quien me enseñó cómo contar historias y es, posiblemente, el mejor cuentacuentos que he conocido alguna vez, incluso si sé que el noventa por ciento son tonterías. Te amo.
Y extrañamente, para Tommy Lee Jones, quien actuó en una de mis películas favorita de piratas.
Capítulo 1
25 de julio de 1718
Otra enorme ola se estrelló contra el barco, lanzando a Rosalía contra el lado opuesto de la estrecha cabina. El capitán había ordenado apagar las lámparas el minuto en que las olas se hicieron robustas y la lluvia comenzó a golpear las ventanas con fuerza. Ahora, en la noche oscura como alquitrán, todo lo que no había estado empernado o atado estaba volando por la habitación. Rosalía incluida.
La popa del barco se incrustó en otra ola. Su camastro se deslizó por sobre las planchas del piso y se estrelló contra su espalda, sacándole el aire de los pulmones. Su doncella, que la había acompañado en este viaje, había desaparecido en su propia habitación al principio de la tormenta, queriendo marearse en privado. Antes de que la tormenta se hiciera en verdad feroz, el capitán del barco mercante británico había ido a su camarote varias veces preguntando por su bienestar. Aunque no lo había visto ya en varias horas, podía oírlo débilmente junto con el resto de la tripulación, gritándose órdenes entre ellos por sobre el rugido del viento y el mar.
Rosalía se levantó con dificultad, esforzándose desesperadamente por alcanzar la cama antes de que otra ola golpeara. Si podía arreglárselas para quedarse sobre ella, quizás los objetos girando sin control en el suelo no la golpearían tanto. Se apretó el estómago y gimió. Si tan solo las cosas se quedaran quietas por un minuto...
Se estiró hacia el colchón, pero fue derribada por un violento golpe en estribor y se golpeó la cabeza contra el mamparo más lejano. Esta vez el barco no se estabilizó inmediatamente, y ella quedó aturdida, desplomada a medias sobre la pared. Extendió el brazo y sintió sus manos humedecerse con la sangre que emanaba de su sien sensible y de su mejilla. Rosalía presionó su mano contra la herida e hizo una mueca.
La puerta del camarote se abrió de golpe. Se sintió confundida cuando la puerta pareció abrirse desde el suelo. Desde aquel extraño ángulo, el capitán volteó la cabeza, mirando en la oscuridad, buscándola. Rosalía no acababa de entender su mundo al revés.
—¡Señorita Weldon! —gritó el capitán, entrando en la habitación—. Rosalía, ¿está aquí?
—Uhm —gruñó—. Por aquí. —Intentó enderezarse, pero la inclinación del cuarto y la herida en su cabeza la mareaban.
—Necesita levantarse y venir conmigo ya. —El capitán atravesó con dificultad el cuarto inclinado y la agarró del brazo. Unos dedos curtidos se clavaron en su carne cuando tiró de ella para levantarla.
—¡Au! —se quejó mientras la arrastraba hacia la puerta—. ¿Qué pasó? ¿Está el barco volcado?
—No exactamente.
Los dos llegaron al umbral y pasaron al pasillo que llevaba a cubierta. Se dio cuenta con un horror cada vez creciente de que andaba en agua que le llegaba a la mitad de las pantorrillas.
—¿Se está hundiendo? —Intentó controlar el terror que estaba echando raíces. Hasta ese punto, había hecho un buen trabajo. Incluso mientras estaba siendo lanzada por la habitación con el viento aullando, se las había arreglado para mantener un semblante en calma.
El capitán no le respondió, ya fuera que no la había escuchado o que estaba demasiado concentrado en dirigirla hacia la cubierta; no lo sabía. La tripulación se tambaleaba en la cubierta, bajando esquifes y botes de remos, sus rostros estaban marcados con temor y una determinación aterrorizada. Ella estaba acostumbrada a la bien organizada actividad en cubierta donde los ya experimentados navegantes se movían con confianza, pero esta noche se tropezaban ya al borde del caos. Su miedo solo sirvió para aterrorizarla más.
Jaló del brazo del capitán hasta que él se dio la vuelta.
—El barco se está hundiendo, ¡¿no es cierto?! —gritó por sobre el viento—. Oh, mi Dios. Nos estamos hundiendo.
Rosalía ahora estaba completamente histérica. La sangre corriendo por su rostro y cuello, que antes había causado tanta consternación, ahora ya había sido casi olvidada, reemplazada por la premonición del hundimiento del grandioso barco británico y su cuerpo flotando sin vida, navegando para siempre sobre las olas incesantes.
—No sé nadar, Capitán. Oh, mi Dios, no sé nadar. —Su voz era un agudo grito mientras clavaba las uñas en la mano del capitán para liberarse de su poderoso agarre. Estaba desesperada por alejarse de él y volver a la imaginaria seguridad de su camarote. Incluso un camarote al revés era mejor que un bote de remos en su mente histérica.
—Suba al bote. Si sube al bote, no tendrá que nadar.
—No —chilló—. Ese bote es muy pequeño. —Clavó los talones y se acuclilló para hacerle más difícil al capitán arrastrarla hacia lo que ella sabía en su corazón que sería una muerte segura.
En una obvia demostración de su miedo y su deseo de llevarla al otro lado de la cubierta, al bote salvavidas, le dio una bofetada —con fuerza— en la cara.
Rosalía inhaló con fuerza, pero dejó de pelear. Con los ojos abiertos por el horror, permitió al hombre llevarla al bote. En un desesperado intento de tomar control del caos, la lanzó al bote y se apresuró en la dirección opuesta.
—Vamos, señorita. —Un marinero canoso la tomó de la mano y le limpió la sangre en su rostro con un trapo. Hablaba con un fuerte acento que le dificultaba entenderle mientras gritaba por sobre el viento—. El esquife es el mejor lugar pa’ usté, si esta cosa vieja se hunde, la queremos a usté a salvo juera del agua. —Con una sorpréndete caballerosidad y solicitud, la ayudó a subir al bote. Rosalía agarró las manos del hombre, no queriendo soltarse. Miró desesperada alrededor, a los hombres corriendo, e intentó localizar a su doncella, pero no estaba en ninguna parte. El viento lanzaba el cabello contra su cara, pegándole con sangre los largos mechones en