En aguas turbulentas: Cuentos del mar (2)
Por Melissa McClone
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Hasta que los terremotos lo hundieron bajo el mar, aquel había sido un reino próspero y feliz. Poco a poco, los habitantes de Pacífica se fueron adaptando a las nuevas condiciones de vida, pero estalló la guerra civil y el rey se vio obligado a enviar a sus cuatro hijos lejos del hogar. Cada uno de ellos llevaría consigo un guardián y un fragmento del sello real.
Veinticinco años después había llegado el momento de que los hermanos volvieran a reunirse. La bella Kayla Waterton llevaba toda su vida intentado evitar el mar; podía percibir sus secretos y su peligro. Pero una oportuna expedición en busca de un barco hundido iba a permitirle resolver los misterios de su pasado... y encontrar la pasión en los brazos del moderno pirata Ben Mendoza.
Melissa McClone
Wife to her high school sweetheart, mother to two little girls, former salon owner - oh, and author - Jules Bennett isn't afraid to tackle the blessings of life head-on. Once she sets a goal in her sights, get out of her way or come along for the ride...just ask her husband. Jules lives in the Midwest where she loves spending time with her family and making memories. Jules's love extends beyond her family and books. She's an avid shoe, hat and purse connoisseur. She feels that her font of knowledge when it comes to accessories is essential when setting a scene. Jules participates in the Silhouette Desire Author Blog and holds launch contests through her website when she has a new release. Please visit her website, where you can sign up for her newsletter to keep up to date on everything in Jules's life.
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En aguas turbulentas - Melissa McClone
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Harlequin Books S.A.
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
En aguas turbulentas, n.º 1771 - julio 2014
Título original: In Deep Waters
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4694-4
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Prólogo
Háblame de Atlantis, papá.
Jason Waterton arropó a su hija de nueve años, Kayla, con una manta de cuadros.
–¿No quieres que te cuente el de los duendes?
–Mañana. Ahora quiero que me cuentes lo de Atlantis.
Sus ojos, del mismo color verde grisáceo de su madre, brillaban como el mar al amanecer. Cada año, el parecido de Kayla con su madre era mayor. Los mismos ojos, la misma sonrisa, la misma melena dorada. Jason sintió un peso en el corazón. Cómo echaba de menos todo lo que había perdido...
–Es mi favorita, pero Heidi Baxter dice que Atlantis y las sirenas no existen –dijo Kayla entonces, arrugando el ceño–. Son reales, ¿verdad, papá?
Esa pregunta encogió más aún el corazón de Jason. Era una soñadora. Una soñadora de corazón puro. Sus compañeras de clase se reían de esos sueños, pero él esperaba que no cambiase nunca.
–Si tú crees que son reales lo serán, cariño.
Kayla apoyó la cabeza sobre la almohada con una sonrisa de satisfacción.
–Yo creo que lo son.
–Debes creer siempre –murmuró Jason besando su frente. El amor que sentía por aquella niña nunca dejaba de asombrarlo. No podía imaginar la vida sin Kayla.
–¿Me vas a contar lo de Atlantis?
No podía negarle nada. Y hubiera querido poder ofrecerle más.
–Hace mucho tiempo, en un mar muy lejano, había una isla mágica llamada Atlantis. La gente de Atlantis vivía muy feliz. Era un lugar rico en recursos naturales, la ciencia los había librado de la enfermedad y poseían alta tecnología que simplificaba sus vidas. Era una existencia perfecta.
–Hasta que un día, el volcán que dominaba la isla empezó a lanzar humo y cenizas. La lava corría montaña abajo, el olor a azufre hacía imposible respirar. Los habitantes de la isla lucharon con valentía, pero al final perdieron la batalla y Atlantis se hundió en el océano.
Kayla sintió un escalofrío.
–Qué miedo.
Jason apretó su mano.
–Pero los habitantes de Atlantis habían sido buenos con el mar, tomando solo lo que necesitaban y nada más, así que el mar permitió que alrededor de la isla hundida hubiese una burbuja de oxígeno. Los científicos ayudaron a la gente a adaptarse a su nuevo hogar bajo el agua.
–Y se convirtieron en sirenas.
–Con el tiempo, los habitantes de Atlantis se convirtieron en anfibios. Podían vivir en el agua, con agallas y cola, o en la tierra, con piernas y pulmones, pero la mayoría prefería la libertad del mar –Jason cerró los ojos un momento–. Dejar Atlantis atrás, estar conectado a las otras criaturas del mar, ser capaz de nadar durante horas era... la felicidad total.
Kayla dejó escapar un suspiro.
–Ojalá fuese yo una sirena.
–Ojalá, cariño –murmuró él besándola en la frente–. Ojalá.
Capítulo 1
Las fuertes olas golpeaban el casco del barco moviéndolo de un lado a otro como si fuera un juguete. Kayla Waterton se sujetó a la barandilla y miró hacia abajo. No podía esconder el miedo a los secretos que ocultaban las oscuras aguas.
–Esto la mantendrá segura hasta que sea transferida al otro barco, señorita Waterton –dijo Pappy, el capitán, atando un cabo a su chaleco salvavidas por si caía al agua mientras intentaba saltar al otro barco–. No sé por qué el mar se ha embravecido de repente.
En cuanto el Xmarks Explorer, un barco de exploración y rescate, apareció en el horizonte, las tranquilas aguas se volvieron fieras. Nadie podía explicar por qué, pero Kayla creía conocer la respuesta.
El mar estaba furioso.
Ella no debía estar en medio del océano Pacífico. Le había prometido a su padre que se alejaría del mar... Pero estaba muerto y Kayla siguió con la tarea que él había empezado: localizar barcos hundidos. Resolver los secretos del pasado le daba una gran satisfacción. Le gustaba leer viejos mapas de navegación, comparar demandas de empresas de seguros, reunir las piezas para organizar expediciones.
Y por primera vez en su vida iba a tomar parte en una expedición. El sueño de su padre había sido encontrar los restos del Isabella, un barco pirata de increíble valor perdido casi tres siglos antes, pero el idiota que dirigía la expedición estaba buscando en el sitio equivocado, perdiendo tiempo y dinero.
–¿Preparada, señorita Waterton? –le preguntó el capitán.
Kayla asintió, aunque no las tenía todas consigo. Las olas rozaban la quilla del barco, mojando su cara. Tendría que pasar por encima del agua, a través de una pasarela de metal que unía los dos barcos. A ella le gustaba leer libros de aventuras en el mar, no experimentarlas en carne propia.
«Piensa en el Isabella, en el tesoro perdido, en hacer que el sueño de papá se haga realidad, en encontrar respuestas».
Solo era agua. ¿Qué más daba mojarse un poco? Podía hacerlo. Tenía que hacerlo.
–Hemos llevado sus cosas junto con los suministros. Solo tiene que cruzar la pasarela –insistió el capitán–. Sujétese al cabo y no se detenga. Y no mire hacia abajo.
Kayla se sujetó a la barandilla y dio un paso hacia la delgada pasarela, que parecía hundirse bajo las olas. El agua le cubría los pies.
«No mire hacia abajo».
Buen consejo.
Kayla miró a la tripulación del otro barco y un hombre de pelo negro llamó su atención. Tenía un aspecto arrogante, altivo. Con un pendiente de oro en la oreja izquierda, parecía más un pirata que el capitán de un barco del siglo XXI. Era muy fácil imaginarlo al timón del Isabella, dándole órdenes a su tripulación, robando tesoros a otros barcos en medio del Pacífico y secuestrando a las pasajeras. Sin duda susurraría frases seductoras en español, si no se equivocaba sobre su ascendencia, antes de hacer con ellas lo que le diese la gana.
Como si hubiera leído sus pensamientos, el hombre clavó en ella sus ojos negros.
«Peligroso» era una palabra que lo definía bien. No podría decirse que fuese guapo... a menos que a una le gustaran los hombres altos, fuertes y con cara de hombre-hombre. A ella no le gustaban, pero por alguna extraña razón su pulso se aceleró. ¿Adrenalina? ¿Atracción física? Temblando en medio de la pasarela que unía los dos barcos, Kayla no podría explicarlo.
Lo único que estaba claro era que debía moverse.
El instinto le decía que diera la vuelta, pero no lo hizo. Se obligó a sí misma a caminar hacia él. Con cada paso, se sentía más hipnotizada por aquellos ojos negros.
«Aparta la mirada, mira a otro sitio».
Entonces miró hacia abajo. Hacia el mar embravecido.
–¡Cuidado!
Kayla oyó la advertencia, pero era demasiado tarde. Una ola la envió contra la barandilla, empapándola, llenando su boca de agua salada. A pesar de que el suelo de la pasarela estaba resbaladizo, consiguió sujetarse. Sabía lo que significaba caer al agua en medio de aquella tormenta.
Sintió entonces que unos fuertes brazos tiraban de ella para llevarla al otro barco. Y cuando abrió los ojos se encontró de cara con el pirata.
–¿Qué hacía parada ahí en medio? –preguntó él, irritado. Tenía acento americano, nada de acento extranjero, pensó Kayla, tontamente decepcionada–. ¿Suele tener la cabeza en las nubes?
Aquel comentario le recordó las risas de sus compañeras cuando era pequeña. Nunca tuvo amigas en el colegio. Ni en ninguna parte.
–No lo he hecho a propósito.
–Lo mínimo que podría hacer es darme las gracias por salvarle la vida.
No le gustaba su actitud ni tampoco estar entre sus brazos.
–Yo no le he pedido que me rescate.
–Ah, muy bien.
Él la soltó de golpe y a Kayla le temblaban tanto las piernas que cayó al suelo.
–¿Se ha hecho daño? –le preguntó el pirata entonces, con un tono más suave.
Ella negó con la cabeza. «Menuda entrada».
Había media docena de hombres rodeándola. Y ninguno de ellos parecía un profesor de arqueología marina.