HACIA EL ESTE
JAGO NO ES EXIGENTE CON LO QUE FUMA. A SUS 84 AÑOS HA PROBADO CIGARROS INDONESIOS CON PUNTA DE CLAVO Y ALGUNAS MARCAS CARAS ESTADOUNIDENSES; TODOS SON ALGO PARA PASAR EL TIEMPO ENTRE INMERSIONES.
Pero Jago no bucea hoy. Se sienta junto al muelle, como si lo fuera a hacer, vestido con solo un par de pantalones cortos y los pies descalzos colocados sobre el entablado. Uno tiene la sensación de que Jago siempre está listo. Su cabello espeso con sal marina, plateado desde las raíces, es abundante sobremanera. Es delgado y curtido como el cuero, de complexión adolescente; sus mejillas manchadas de lentigo solar enmarcan unos ojos lagañosos pero decididos. En su cadera lleva una bolsa repleta de paquetes de cigarrillos, algunos regalados y otros intercambiados, como es costumbre en la localidad. Me pregunto en voz alta sobre sus pulmones: “Están bien -responde su sobrino-. Pero con las rodillas no está tan contento”.
Es comprensible que las articulaciones den achaques tras ocho décadas de incursiones en las profundidades del océano. Rohani, el verdadero nombre de Jago, comenzó a practicar apneas a los cinco años; aprendió de su padre a entrenar los pulmones, el corazón, la mente y las rodillas para llevarlo a más de 35 metros bajo el oleaje y cazar peces con lanza, lo que le valió el apodo de “Jago”, maestro entre los hábiles buceadores bajaus. Estos “nómadas marinos” de las islas Togian, al este de Indonesia, son pescadores en extremo feroces. Por siglos, los bajaus han desarrollado bazos inusualmente largos: almacenes de glóbulos rojos que transportan oxígeno y los ayudan a mantener inmersiones de hasta 13 minutos. En los últimos años, el buceo de Jago y el estilo de vida de los ba- jaus han inspirado varios documentales de televisión y artículos fotográficos. Entre este lugar y en Yakarta, la capital de Indonesia -unos 2 000 kilómetros al oeste-, Jago
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