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Los Viajes del Hechicero número 1
Los Viajes del Hechicero número 1
Los Viajes del Hechicero número 1
Libro electrónico123 páginas1 hora

Los Viajes del Hechicero número 1

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Éste es el segundo número de la revista de un solo autor "Los Viajes del Hechicero". En este número, enteramente dedicado a la fantasía, podrán acompañar a varios personajes mientras viven aventuras y desventuras en mundos llenos de monstruos y magia.

Bajo las Olas – Después de perder a su hijo en un misterioso naufragio, Agamneus, el calafate, construye un barco capaz de navegar bajo el mar para intentar descubrir lo que pasó. Sin embargo, encuentra mucho más de lo que esperaba.

Trolls en la Oscuridad – Deseando vengar la muerte de la princesa que juró proteger, Endel, acompañado por un grupo de aventureros que contrató, entra en los infames Montes Socta esperando interceptar al asesino. Sin embargo, los trolls que infestan aquellos montes no los dejarán pasar fácilmente.

Holestern: Nuevo Mundo – Huyendo de aquellos que lo persiguen en el Continente Viejo, Holestern parte hacia uno de los Nuevos Mundos, el Continente Gris. Por desgracia, no todo va como esperaba, ya que su buque naufraga a lo largo de una ciudad sitiada por un extraño enemigo. Pero, ¿será esto un contratiempo o una oportunidad inesperada para rehacer su vida?

La Elección del Caballero: Capítulos 2, 3, 4 y 5 – Loran parte en un viaje para identificar el artefacto que encontró durante la Batalla de la Abadía de Schlaberdum. Las revelaciones que se siguen lo envían en misiones por todo el reino de Veltraik.

IdiomaEspañol
EditorialJoel Puga
Fecha de lanzamiento28 mar 2020
ISBN9780463796665
Los Viajes del Hechicero número 1
Autor

Joel Puga

Joel Puga nasceu na cidade portuguesa de Viana do Castelo em 1983. Entrou em contacto muito cedo com a fantasia e a ficção científica, principalmente graças a séries e filmes dobrados transmitidos por canais espanhóis. Assim que aprendeu a ler, enveredou pela literatura de género, começando a aventura com os livros de Júlio Verne. Foi nesta altura que produziu as suas primeiras histórias, geralmente passadas nos universos de outros autores, cuja leitura estava reservada a familiares e amigos.Em 2001, mudou-se para Braga para prosseguir os estudos, altura em que decidiu que a sua escrita devia ser mais do que um hobby privado. Isso valeu-lhe a publicação em várias antologias e fanzines portuguesas abordando diversos sub-géneros da ficção especulativa.Vive, hoje, em Braga, onde divide o seu tempo entre o emprego como engenheiro informático, a escrita e a leitura.Joel Puga was born in the Portuguese city of Viana do Castelo in 1983. Since an early age, he has been in contact with fantasy and science fiction, mainly thanks to dubbed films and TV shows transmitted by Spanish channels. As soon as he learned how to read, he got into genre literature; starting his adventure with Julio Verne’s books. It was during this time that he produced his first stories, generally using other author's universes as a backdrop, the reading of which was reserved to family and friends.In 2001, he moved to Braga to follow his studies, a time in which he decided his writings should be more than a private hobby. This granted him several publications in Portuguese anthologies and fanzines of various sub-genres of speculative fiction.Today, he lives in Braga, where he divides his time between his job as a computer engineer, as well as writing and reading.Joel Puga nació en la ciudad portuguesa de Viana do Castelo, en el año 1983. Desde muy temprana edad, mostró interés por la fantasía y la ciencia ficción sobre todo gracias al doblaje de películas y programas de televisión para canales españoles. Tan pronto como aprendió a leer, se sintió atraído por la literatura de género, iniciando esta fascinante aventura gracias a los libros de Julio Verne. Durante ese período, produjo sus primeras historias, las cuales, por lo general, estaban inspiradas en el universo de otros autores. La lectura de sus primeras obras quedaba reservada a familiares y amigos.En 2001, se trasladó a Braga para continuar con sus estudios. En esa época, decidió que sus escritos deberían ser algo más que un pasatiempo privado. Como consecuencia de esta decisión, publicó varias obras en antologías portuguesas y revistas de varios sub-géneros destinadas a fans (fanzines) de la ficción especulativa.En la actualidad reside en Braga, donde divide su tiempo entre su trabajo como ingeniero informático, y su pasión por la escritura y la lectura.

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    Los Viajes del Hechicero número 1 - Joel Puga

    Bajo las Olas

    Junto a la amurada del Príncipe Ulgen, Ulsseus miraba hacia el mar. Entre la ligera ondulación no se veía ni un solo barco, solamente los chorros de un grupo de ballenas lejano. Un viento regular llenaba las velas, permitiendo a la carabela cortar las aguas a gran velocidad. Arriba, el cielo se encontraba azul, sin siquiera rastro de nubes.

    Aunque todo se encontraba bien y no había señales de ninguna amenaza, nerviosismo agitaba el alma de Ulsseus, sentimiento que era claramente compartido por el resto de la tripulación. Los marineros miraban constantemente a su alrededor, como si temieran que algo surgiera repentinamente de la nada para llevárselos. El capitán caminaba de un lado a otro en la torre de popa, parando constantemente para mirar por su telescopio. Ulsseus sabía que todas aquellas precauciones no sólo eran necesarias, sino insuficientes. Cada mes, desaparecían en aquellas aguas dos o tres barcos, junto con sus tripulaciones. Si no hubiera una corriente marítima que quitaba días al viaje entre la isla de Arménon y el continente, la ruta habría sido cerrada hacía mucho tiempo. Por el momento, sin embargo, los armadores no lo permitían, ya que los beneficios aún superaban las pérdidas, por desgracia para las tripulaciones.

    De repente, el joven marinero vio algo brillar bajo el agua. Al principio, pensó que era sólo un cardumen de peces, pero instantes después se dio cuenta de que estaba equivocado. Para su horror, extrañas cabezas rompieron la superficie, seguidas por cuerpos que trepaban rápidamente el costado del barco.

    Ulsseus retrocedió, gritando advertencias a sus compañeros. Los marineros, que, sabiendo la parte del océano en la que se encontraban, tenían armas con ellos, generalmente pequeñas hachas, las empuñaron y avanzaron para intentar evitar que las criaturas llegaran a la cubierta. Pero era demasiado tarde. Los primeros atacantes saltaron sobre la amurada de ambos lados del buque. Escamas cubrían sus cuerpos, que debían tener unos dos metros de altura, reflejando el sol en todos los colores del arco iris. Membranas les unían los dedos de las manos y de los pies, mientras branquias ocupaban el lugar donde estarían las orejas en un humano.

    Al principio, no atacaron, simplemente rugieron amenazadoramente, revelando dientes tan afilados como las garras en forma de garfio que terminaban sus extremidades. Sin embargo, cuando su número en la cubierta superó el de los marineros, se abatieron sobre estos, girando redes hechas de algas trenzadas por encima de sus cabezas y empuñando cachiporras talladas de huesos de ballenas o de peces grandes.

    Los humanos intentaron resistir lo mejor que podían, pero muchos se vieron atrapados por las redes en los primeros minutos de la confrontación. Una cayó sobre Ulsseus, restringiendo sus movimientos. Poco después, él sintió un fuerte golpe en la cabeza, y el mundo se volvió negro.

    – Es mañana. Es mañana – susurró Agamneus a sí mismo.

    Sus ojos estaban fijos en un punto lejano, en el borde del océano que se extendía desde el acantilado donde se encontraba hasta el horizonte. Una ligera brisa agitaba su barba, pelo y ropa.

    Su hijo estaba allí, en el mar, vivo o muerto. Hacía casi cuatro meses que la noticia de la desaparición del Príncipe Ulgen había llegado al continente, y, desde entonces, Agamneus había estado trabajando en un barco que navegaba bajo el agua para intentar descubrir lo que había sucedido y, aunque sin gran esperanza, quizá encontrar sobrevivientes. Sólo faltaba un artefacto para completar el proyecto, y ese llegaría a la tarde, justo a tiempo para el inicio de la expedición, que estaba prevista para el día siguiente.

    Agamneus estuvo allí durante horas, mirando las olas y la espuma blanca del mar, hasta que una voz venida de su casa lo llamó. Recorriendo el sendero abierto entre el silvedo rastrero que cubría el suelo, él fue a su encuentro. Bajo el porche que albergaba su pequeño astillero, encontró a Olnax, un enviado de la oligarquía conocido de todos en aquella parte de la costa.

    – Saludos, Agamneus. Te traje el artefacto que te faltaba.

    De una bolsa de cuero que llevaba a bandolera, Olnax sacó una esfera del tamaño de una cabeza humana. Ésta estaba hecha de un extraño material verdoso que podía ser tanto un metal como una piedra.

    – Estaba esperando eso – dijo el calafate, tomando el objeto, que resultó sorprendentemente ligero.

    Sujetándolo con cuidado, Agamneus lo llevó al centro del porche, donde una extraña embarcación en forma de barril, pero con extremos cónicos, se encontraba sobre caballetes de madera. Cinco ojos de buey, tres grandes y dos más pequeños, se alineaban en cada lado, sobre una fila de tres remos. En la popa había dos timones, pero, a diferencia de lo que era normal en los buques de superficie, estos estaban en posición horizontal.

    – Así que este es tu famoso submarino.

    – Tuve que trabajar duro, pero está terminado y probado, listo para la expedición. Sólo faltaba esta esfera. La magia que contiene renovará el aire y nos permitirá quedar bajo el agua todo el tiempo que queramos.

    – Espero que tengas razón. Los duques gastaron mucho dinero en tu proyecto. Será mejor que funcione y podamos traer algunos tesoros hundidos.

    – Si hay alguno. Aún no sabemos qué pasó a los buques.

    – ¡Se hundieron, por supuesto! ¿Qué más pudo pasarles? No me digas que crees en las supersticiones tontas de los marineros sobre criaturas marinas.

    Agamneus no perdió tiempo discutiendo, pero sabía que no había certezas sobre el destino de los buques desaparecidos. De hecho, eso fue lo que le alentó durante el proyecto de construcción del submarino, la tenue esperanza de que su hijo pudiera estar vivo en algún lugar bajo las olas.

    – ¿Ves esa trampilla? – preguntó Agamneus, apuntando hacia la barriga del submarino. La fuerza del aire no dejará que el agua entre a través de él, así que podremos abrirlo y usarlo para recuperar tesoros del fondo del mar.

    – Bien, bien.

    Ahora, si me permites, necesito poner la esfera en su lugar y hacer algunos ajustes más.

    – Por supuesto. Hasta mañana. Y recuerda, mi vida estará en tus manos.

    Los marineros del Lolnios II, un enorme galeón de guerra que los duques habían cedido a la expedición, bajaban el submarino hasta el mar, usando un sistema de cuerdas y poleas.

    – Despacio. Despacio – orientaba Agamneus.

    Después de los meses que había llevado la construcción y la semana que habían tardado en navegar hasta la zona de las desapariciones, no quería accidentes de última hora.

    – Despacio.

    Momentos después, se oyó el submarino entrar en el agua. Agamneus avanzó, ansioso, hasta la amurada del galeón, para ver si todo estaba como debía. La embarcación se mantenía derecha y estable, con la pequeña torreta de entrada hacia arriba, como debería. La ondulación la empujaba contra el galeón, pero tres defensas de corcho impedían que se dañara.

    – ¿Cómo va todo? No tendremos que cancelar el viaje, ¿verdad? – preguntó Olnax.

    – El Ilssea se está portando como debería – respondió Agamneus, refiriéndose al submarino por el nombre con que lo bautizara, el mismo que su difunta esposa. – Podemos irnos cuando queramos.

    – Bien, bien.

    Una hora después, ambos se encontraban junto a la amurada del Lolnios II, al lado de la escalera de cuerda que bajaba hasta el submarino. Con ellos estaban los otros dos miembros de la expedición, que habían sido elegidos personalmente por Agamneus: Osiades, un viejo pescador con más de medio siglo de experiencia en el mar, y Armédes, un marinero de mediana edad que había cruzado aquellas aguas en varias ocasiones. Los cuatro pasaron el equipo y los suministros a marineros en el Ilssea, que los acomodaron de manera a no afectar el delicado equilibrio del barco. Tan pronto terminaron, el capitán del Lolnios II se acercó.

    – Encenderé un brasero en la cofa. Si volvieren a la superficie lejos del galeón, sigan el humo y la llama.

    – Gracias, capitán. Es una buena idea – dijo Agamneus.

    – Buena suerte a los cuatro. Prosigan.

    Tan pronto como los marineros salieron del submarino y volvieron a la cubierta del Lolnios II, los cuatro tripulantes bajaron la escalera de cuerda y entraron en el estrecho vientre de la bestia de madera. El calafate fue el último en entrar y selló la escotilla superior detrás de sí.

    No era fácil moverse en el interior del submarino, pero, después de algún tiempo, Agamneus consiguió instalarse en su puesto, en la parte trasera, junto a los controles de los timones de elevación y de la bomba de los tanques de lastre. Sus compañeros, a su vez, se sentaron entre las dos filas de remos. A través de un ojo de buey montado en la escotilla, Armédes, posicionado directamente debajo de ella, vio a los marineros del galeón soltar las amarras.

    – Ya estamos libres.

    Agamneus empezó a mover repetidamente la palanca de la bomba de agua de atrás hacia adelante. Poco a poco, el submarino se hundió. Los demás pasajeros observaron, nerviosos, la línea de agua surgir en los ojos de buey laterales y subir poco a poco hasta cubrirlos. Después de quince minutos, Armédes anunció:

    – Estamos sumergidos.

    – Caballeros, empiecen a remar – dijo Agamneus.

    Sus compañeros así lo hicieron. Como en las pruebas, las palas de cuero de los remos funcionaron perfectamente, cerrándose cuando se movían hacia adelante,

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