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La reina en el tablero: Calor Humano, #4
La reina en el tablero: Calor Humano, #4
La reina en el tablero: Calor Humano, #4
Libro electrónico166 páginas2 horas

La reina en el tablero: Calor Humano, #4

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Información de este libro electrónico

Un psicólogo es contratado por una Organización privada para evaluar a su personal de servicio, no sabía que algunos de ellos querían escapar, él mismo es puesto en la mira al ofrecerles su ayuda. Deberá hacer uso de toda su inteligencia e ingenio para burlar a los malvados, no está dispuesto a que hagan daño a sus protegidos, su única opción será el sacrificio personal.

La reina en el tablero es la entrega número 4, de la serie de libros para películas «Calor humano».

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 may 2022
ISBN9798201087234
La reina en el tablero: Calor Humano, #4
Autor

Daniel Carballo

Daniel Carballo es escritor, guionista, editor de obras introspectivas. Actualmente desarrolla y publica nuevas técnicas y temáticas de Ficción en su serie de libros para películas: «Calor Humano».   Serie completa Javi Verona Fuego a media mañana La caja vacía Una muerte injusta Reversa: Preparados para los días que vienen Ave Marina: Extensión Preppers Precuela: La reina en el tablero Secuela: La vidente Dana Hard: Inspirado en una historia real Posdata: Rumbo al portal Psicosis: Dentro de la cabina Canal de videos: @danielcarballoescritor Página Web: “Daniel Carballo Escritor”

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    La reina en el tablero - Daniel Carballo

    Sinopsis

    En La alegoría de la caverna, de Platón, se describe a un grupo de prisioneros desde su nacimiento con cadenas que los sujetan del cuello y de las piernas de forma que solo puedan mirar hacia la pared. Detrás de ellos se encuentra una hoguera y la entrada a la cueva desde el exterior. Los encadenados consideran como verdades a las sombras que ven, porque no pueden girarse y ver la realidad.

    Una versión moderna podría ser la sala de un cine. Si nacés ahí, y solo mirás la pantalla sin poder girarte, creerás que estás viendo la verdad, ignorando, por supuesto, que hay un proyector detrás tuyo con alguien que lo manipula. Pero si un encadenado escapase, no solo saldría hacia el exterior, conocería lo que hay fuera tal cual es. Si el hombre volviera para tratar de liberar a los suyos y comentarles la maravilla de lo que ha descubierto fuera de aquel oscuro lugar, seguramente lo harían callar porque está molestándolos durante la reproducción de su película favorita, incluso si tuvieran la oportunidad de echarlo a las patadas lo harían.

    La reina en el tablero y La vidente son el eje central de la serie de libros «Calor humano». Dana Hard, es un anexo a películas individuales.

    Capítulo 1

    Zhow

    Viernes 2 de julio

    El doctor acomoda el espacio en su departamento que utiliza como consultorio. Busca en su fichero de escritorio una tarjeta de turnos, mira un número escrito en él, abre un archivo en su computadora portátil y le da una mirada rápida. Suena el portero, camina hacia allí, mira por la cámara, ve quién es, aprieta el botón para abrir la puerta. Continúa ordenando el lugar hasta que tocan el timbre de su domicilio. Da unos pasos más y atiende.

    —Hola, Zhow. Adelante, por favor. ­­

    —Buen día, doctor.

    Ambos se dan la mano. El recién llegado observa el corte de cabello de su anfitrión, parece un pájaro. Gerard sonríe, se lo desacomoda un poco más para amenizar, mientras lo invita a tomar asiento en el sillón grande. Zhow da una mirada al lugar con interés, luego se ubica donde le fue indicado. El doctor lo hace en el sillón pequeño que está del otro lado de la mesa rectangular que separa al paciente de su terapeuta.

    —Lindo departamento. ¿Y esas escaleras?

    —Conducen a mi habitación, vivo arriba; este comedor funciona como despacho, y la cocina como cocina. Es un dúplex para solteros.

    —Pequeño, multiuso, confortable.

    —Gracias.

    Ambos hacen silencio entre medio de leves sonrisas.

    —¿Puedo hacerte una pregunta, doctor?

    —Sí, por supuesto.

    —Ya sabía que usabas ese corte de cabello...

    —Por tu hermano Deshi.

    —Sí, me dijo que eras bastante excéntrico, tus métodos innovadores y efectivos a corto plazo.

    —Gracias.

    —Siendo doctor en psicología y filosofía, y con bastantes estudios más por lo que veo —refiriéndose a la cantidad que están visibles en el lugar—, me pregunto, ¿por qué ese corte de cabello tan espantoso?, si se puede saber.

    Gerard se echó a reír un momento.

    —Por un lado, porque me causa gracia a mí mismo, me divierte. Por otro, es fama. Algo distinto. A todos mis pacientes les disgusta al principio. Juzgan sin saber que están condicionados por el sistema formal. Creen que tener esto abultado sobre la cabeza es una conducta antisocial, algo negativo, por eso se muestran reacios a la consulta al principio. ¿Quién quiere una sesión de psicoterapia con un loco?

    —Esa es tu estrategia, seguramente.

    —Claro. Y mi especialidad. Me gusta la terapia de choque, todas las terapias en realidad, comenzando por supuesto por la analítica. Así es que, desde antes de comenzar, te choco, te pongo en conflicto, sin decir ni una palabra. Lo transpersonal viene después.

    —Tengo que decirte que tu técnica funciona desde que abrís la puerta. Me pasó a mí. Aun sabiendo de tu estrategia y pericia a través de mi hermano. Me chocó de frente.

    —Es efectiva, sí. Y tiene un doble beneficio. En la penitenciaría, por ejemplo, donde tengo consultas regulares, mi corte de cabello y cara de loco, genera una aceptación inmediata.

    —¿Porque están fuera del sistema formal?

    —Exacto. Soy un rebelde. Como ellos. Antisistema.

    —¿Y es así, sos antisistema?

    —No, qué va. Mi estrategia es profesional. Aunque cuando voy a la iglesia, a los comercios...

    —¿Sos religioso?

    —No, pero debo ir cada tanto porque doy asistencia a los más vulnerables. Un taller de superación personal.

    —Sí, entiendo. ¿Y en los comercios?

    —Igual que en la consulta privada, toman distancia con desaprobación.

    —Pero no te importa.

    —Me importa que no se vean a sí mismos, que se crean simples objetos sociales y no sujetos únicos. Pero ese es otro tema.

    —Bueno, muchas gracias por tu explicación, tiene una lógica excelente. Sos muy agradable y sincero.

    —Gracias.

    —Mmm... Vamos a lo nuestro. Para comenzar, ya te había comentado por teléfono que no vengo a consulta.

    —¿Cómo está tu hermano Deshi? Perdón que te interrumpa.

    —Él está muy bien. Bajó de peso, dejó la medicación recomendada por nuestros especialistas. También renunció a su trabajo. Nos dejó. Pero es feliz. Hace unos días nos encontramos. Ya no tiene intenciones de... mmm... intenciones...

    —¿Suicidas?

    —Sí. Y en solo ocho sesiones de terapia. No sé lo que hiciste, pero funcionó. Y me alegro por él.

    —Yo también.

    Ambos hacen una pequeña pausa.

    —Quería hablarte sobre mi propósito aquí —dijo continuando Zhow—. Ya sabés que soy parte de una organización militar privada. Es completamente legal. Mmm... hacemos investigaciones que son de interés a muchos países, como prevención del terrorismo, atentados a políticos y gobiernos, tecnología biológica, venta ilegal de armas. Mmm... rebelión...

    —Te sentís un poco incómodo y dubitativo cuando hablás sobre tu trabajo, ¿a qué se debe? 

    —Es que... sos un civil. Hay muchas cosas que no debo contarte.

    —¿Tenés un cargo alto en esa Organización?

    —Sí.

    —De acuerdo. Es importante que estés cómodo. Lo que quieras decirme, escucho. Lo que te parezca inapropiado o no estés seguro lo dejamos pasar. ¿Te parece?

    —Sí, gracias. Voy al punto —continuó Zhow—. Nuestra Organización requiere de evaluación psicológica de nuestro personal para avanzar a una plataforma mayor de actividad y compromiso.

    —¿Qué, no tienen personal calificado para eso? ¿Para evaluar? —Quiso saber el doctor.

    —Sí, tenemos, pero sospechamos que los resultados de esas evaluaciones son convencionales.

    —Les dicen lo que quieren comprobar.

    —Exacto. Eso nos causó un retraso de varios meses. Necesitamos resultados rápidos y otra opinión, preferentemente externa, por ese motivo es que estoy aquí.

    —Ya veo —asintió Gerard.

    —Te invito a que conozcas nuestra clínica. Es aquí cerca. Además de nuestro personal en el lugar para ser evaluados, tenemos una base donde hay médicos, una psicóloga, empleados de seguridad que trabajan con sospechosos...

    —¿Sospechosos? ¿Tienen una prisión privada?

    —No, claro que no. Es más bien, un lugar donde se hacen chequeos médicos, evaluaciones sobre potencial peligrosidad, es para el bien de todos. Si no hay causas legales de detención, se los deja en libertad. Te juro que no se les hace ningún daño a los detenidos. Solo que estamos en otra línea de investigación que no es la habitual, es paralela, digamos.

    —Como los hombres de negro.

    —¿Hombres de negro?

    —¿Viste esas películas donde hay una Organización secreta que hacen investigaciones? Nadie sabe que ellos existen, pero tienen bases tecnológicas y andan de aquí para allá peleando contra los malvados. Son de entretenimiento y efectos especiales. Yo vi un par de ellas y me morí de risa.

    —No sabía sobre esas películas, ¿son de ciencia ficción?

    —Sí. Y muy comerciales. Taquilleras.

    —Ah, claro.

    —Bueno, ya está. Me interesa trabajar con ustedes.

    —¿De verdad?

    —Sí. Hace mucho que no hago evaluación institucional. Me viene bien un cambio. Me aburro.

    —¿Sos de los que se aburren?

    —Todo el mundo se aburre con actividades monótonas.

    —De eso nos sobra. La mayoría de nuestras tareas son así. Completamente formales y repetitivas.

    —No te preocupes, todas las organizaciones son iguales. Continuemos con lo nuestro, si te parece bien.

    —Así no nos aburrimos.

    —Tiempo perdido es vida perdida.

    —Muy buena frase. Creo que te la voy a copiar.

    —Hacela tuya y usala, es muy efectiva. No es mi frase, la leí por ahí y me gustó. Yo mismo me la recuerdo a diario, pero no lo comentes.

    Sonríen ambos.

    —¿Cuáles serían tus honorarios?

    —¿Cuánto personal quieren que evalúe?

    —Catorce voluntarios.

    —¿Así les llaman, voluntarios? ¿No cobran haberes?

    —Para nosotros es sinónimo de empleados. Y sí, claro que tienen salarios, excelentes remuneraciones.

    —Por dinero baila el mono, dicen.

    —Comprobado al cien por cien.

    Ambos estaban llevando una conversación agradable. El doctor no necesitó escuchar más al respecto. Solicitó que le entregasen un informe previo sobre qué es lo que debía evaluar de cada individuo. Aclaró que luego de visar las carpetas, él decidiría cómo hacerlas.

    —Las evaluaciones se harán solamente en nuestra clínica. No podrás hacerlas aquí en tu consultorio —aclaró Zhow.

    —De acuerdo. Pero si va a ser en tu terreno y no en el mío, desde ya te aviso que te voy a cobrar bastante.

    —Ya me has cobrado bastante por esta consulta. Son altísimos tus honorarios.

    Sonríen ambos.

    —El lunes estoy por allí —le confirmó Gerard—. ¿Te parece bien a las ocho de la mañana?

    —Sí, perfecto.

    —Cuando tenga una jornada completa de evaluación, te diré el costo total.

    —Tal cual como dijo mi hermano Deshi. Simple y sin vueltas.

    —No creas todo lo que dicen por ahí.

    Se cayeron bien mutuamente. Se ponen de pie. Zhow entrega su tarjeta de invitación con la dirección y teléfonos de la clínica, se dan un apretón de manos amigable, el invitado se retira.

    Gerard se acerca a la ventana de su segundo piso, tiene vidrios y cortinas que permiten mirar hacia afuera y no al revés. Aguarda allí unos segundos hasta que Zhow sale del edificio. En ese mismo instante, exactamente cronometrado, se detiene un vehículo de alta gama en doble fila, él ingresa en la parte trasera y se aleja rápidamente. El doctor sigue observando la calle con interés. Ve que se comunican dos transeúntes por audio, hablando solos, pero con otros. Mira la tarjeta de invitación que tiene en una de sus manos. Queda pensativo.

    Capítulo 2

    Loca de campo

    Lunes 5 de julio

    Gerard llega a la clínica a las ocho menos cinco; observa el ingreso de un camión mediano, cuatro motociclistas y varios vehículos en caravana por un lateral dirigiéndose a la cochera cubierta bajo el edificio. Levanta la vista, era de seis pisos de altura y por la fachada, de última generación, muy bien ubicado, apenas alejado de la ciudad. Al ingresar al mismo, un espacio amplio, amoblado, un bar a uno de sus costados con su correspondiente personal para su atención; mesas y sillones de relax, algunos empleados vestidos con trajes elegantes conversando, televisores de gran tamaño sin sonido, mostrando video clips musicales y una placa grande de bronce en una pared con las siglas CMD. A su derecha, puertas de vidrio con salida a un jardín con asientos y mesas para que el personal pudiera tomarse algún momento de relax. Al fondo del salón, una recepción atendida por una hermosa señorita detrás de un mostrador, que a la vez hacía de coordinadora de comunicaciones, derivando llamados telefónicos a donde correspondiese. Finalmente, un pasillo de pocos metros de largo que conduce hacia los ascensores. Estaba claro que tenían recursos considerables. Espejos

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