De Esclavo a Empresario - Cómo Creé mi Propia Empresa
Por Franklin Díaz
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Un modo ameno de conocer la forma de montar un negocio y crear una fuente de ingresos propia, poniéndose en la piel de otro que ya lo ha logrado.
Narración de la travesía de un hombre desesperado en busca de soluciones a sus múltiples problemas económicos.
Después de un largo proceso de reflexión autocrítica, decide abandonar su puesto de trabajo para crear su propia empresa. Y lo consigue, no sin antes superar decenas de escollos, tropiezos y contrariedades.
Un libro escrito en forma de entretenido y, en ocasiones, cómico relato, que describe los pasos a seguir en el mundo del emprendimiento, partiendo de las vivencias de su protagonista.
Alejado de descripciones didácticas, rígidas o académicas, relata una peculiar historia en la que su personaje principal va superando importantes e implacables obstáculos, hasta llegar finalmente a la tan ansiada independencia financiera.
Un modo ameno de conocer la forma de montar un negocio y crear una fuente de ingresos propia, poniéndose en la piel de otro que ya lo ha logrado.
Dedicado a quienes desean liberarse definitivamente del yugo de las modernas formas de esclavitud laboral de nuestro tiempo, y de la incertidumbre cruel y dramática del desempleo.
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De Esclavo a Empresario - Cómo Creé mi Propia Empresa - Franklin Díaz
Allí donde la vida levanta muros, la inteligencia abre una salida
(Marcel Proust)
Hubo un día que dije: ¡ya no aguanto más! Era comprensible que así fuese. Había traspasado todos los límites de mi desesperación. Cientos, quizás miles de horas dedicadas al peculiar trabajo
de buscar trabajo
perdidas. Preciosísimo tiempo de mi vida malgastado. Ninguna de mis incontables estrategias y múltiples esfuerzos por encontrar empleo habían servido para nada. Y todos los argumentos por darme fuerza y valor para seguir buscando se habían esfumado. Desaparecieron sin más. Me sentía como el náufrago solitario abandonado a su suerte en medio de un océano inmenso, que por mucho que se afana en encontrar tierra en el horizonte ve pasar un día detrás de otro sin ningún resultado. Llega el momento en el que las esperanzas, por más que te empeñes en mantenerlas, simplemente desaparecen.
Tratas de no llegar a estados de angustia y desesperación, pero no lo puedes evitar. Las necesidades de tu familia no pueden esperar más. No puedes ir al supermercado y decirle a la cajera que le pagarás otro día porque ahora mismo no tienes trabajo. No puedes decirle a los de la luz, el agua o la basura que estás imposibilitado para pagar los servicios y que no te los cobren ahora porque simple y llanamente no puedes pagarlos. Lo que haces es llenarte de deudas, comenzar a pedir prestado por todas partes, e intentar alargar el cumplimiento de tus obligaciones.
Particularmente me ocurría que mientras más angustiado y desesperado estaba, peor me salían las cosas. Era como si alguna ley invisible de la naturaleza me devolviera aquel estado de consternación en resultados negativos, y con ello, más angustia, mayor desesperación. Un círculo vicioso que estaba acabando con mis nervios y, en consecuencia, con mi salud mental.
No podía seguir así.
≪¿Y ahora qué hago yo? —pensé—. Algo tendré que hacer. Alguna solución tiene que haber.≫
Muchos, en situaciones similares, se dedican a buscar culpables; el sistema, los políticos, la crueldad de los empresarios, el capitalismo, la conjunción de los astros, las mareas, la luna, el mal de ojos, los vendedores de aguacates, etc. A todo se le puede echar las culpas de lo que te pasa cuando no das con la solución de tus problemas.
Yo no sé cuánto de responsabilidad tendrán otros de lo que me pasa a mí, si es que alguna tienen. Ni lo sé ni me he preocupado nunca en averiguarlo. Jamás se me ha ocurrido pensar en algo así para justificar mis males. Cada vez que tenido un problema, he procurado pensar en la solución, no en las causas que lo originaron ni en el problema en sí mismo. Solo he pensado en él en tanto y en cuanto haya creído que con ello me pueda ayudar de alguna manera a encontrar la solución.
Si un día me despierto y noto que tengo una llaga en una pierna, no centro mi atención en el mosquito que me picó causándome la lesión, en la ausencia de insecticidas o mosquiteras de mi habitación, o en la herida misma, sino en cómo la voy a curar. Después pienso en lo demás. Lo primero es la solución.
Es cuestión de formas de pensar.
Creo recordar que alguna vez alguien dijo que la inteligencia era la capacidad de resolver problemas. Se supone que mientras más capaz seas de resolver problemas, más inteligente eres.
Yo no sé si seré un hombre inteligente o no. Nunca me he considerado una persona bruta, es decir, una persona carente de inteligencia o con niveles excesivamente bajos de ella. Cada vez que he tenido ante mí un problema, siento cómo mis neuronas entran en ebullición buscando la solución. Es algo casi automático; problema - búsqueda de solución. Y no me quedo tranquilo hasta dar con ella.
Sin embargo, algo de bruto sí que debía tener, porque ante aquel gravísimo problema de desempleo que tenía, no hallaba soluciones por ningún lado. Simple y llanamente nadie quería contratarme. En ninguna parte había trabajo para mí. Aquella era una realidad innegable, objetiva. Sentía como si estuviese ante una complejísima partida de ajedrez en la que era imposible encontrar la próxima jugada sin que ello implicase darle la victoria a mi contrincante.
No se trataba de que yo no hiciese mis mayores y mis mejores esfuerzos por encontrar empleo. Estaba convencido que ponía lo mejor de mí para lograrlo. Pero, la parte de contratarme, que no me correspondía a mí, no aparecía por ningún lado. Y yo no podía obligar a los empresarios a colocarme.
Juro por Dios que no hubo currículum que no enviara, oferta de empleo que conociendo no llamara ni curso de formación que no realizara. Hice todo lo que estaba a mi alcance para solucionar mi problema de desempleo y no lo resolví.
Lo único que logré fue llenarme de angustia y desesperación a medida que transcurría el tiempo e iba viendo que nada de lo que hacía funcionaba. Y parecía normal que así fuese. Ya iba a cumplir tres largos años de mi vida sin trabajar, o mejor dicho, trabajando
de gratis en la búsqueda activa de empleo sin obtener ningún resultado.
Algo debía