Es viernes por la noche. Tengo las piernas cruzadas y el portátil me quema las rodillas. Miro la lista de preguntas que tengo en la pantalla delante de mí. Tipo de fuente: básico. Color del tema: púrpura. Juego con el formato un buen rato, como si eso hiciera más fácil todo esto. ¿Dolería menos el rechazo si se escribiera con una tipografía más bonita? Me da que no. El cuestionario empieza con cuestiones ligeras y se vuelve más incisivo a medida que avanza. Comienza con interrogantes como «¿Qué te gustó de mí cuando nos conocimos?» o «¿cuáles eran mis mejores cualidades?», pero luego pasa a otros del tipo: «¿Qué es lo que no te gustaba?», «¿por qué dejaste de llamarme?» o «¿qué me recomendarías que cambiara?». Hay ocho preguntas, todas recogidas en un formulario de Google demasiado profesional, la verdad. Añado una de mis fotos favoritas para darle más efecto, respiro hondo y envío el enlace a ocho personas, aunque hace meses que no hablo con ninguna de ellas. Mientras imagino cómo llegan esos ‘DM’ y el efecto que van a causar, empiezo a tener mis dudas. ¿Esto es lo que va a regir las citas a partir de ahora?
Retrocedamos cuatro meses. Estoy tumbada en el sofá, y esta vez me acompaña alguien. Tengo las y hay envases de comida para llevar esparcidos por la mesa. Esta es nuestra tercera cita, y si pasar un sábado acurrucados con una manta frente a la tele cuenta como indicador de éxito, diría que todo va bien. Sin embargo, una semana después de esa escena tan acogedora, él comienza a ignorar mis mensajes. a la vista! A aquellos que ya conocen los peligros de estos encuentros fraguados a golpe de clic, la forma en la que terminó este plan no les resultará nueva. Y es que con tantas opciones, las citas modernas son cada vez más rápidas. Como si nos estuviéramos probando ropa en los vestuarios de la vida y decidiéramos no comprar después de todo. Pero, a diferencia de los formularios de devolución de Asos, aquí no hay forma de preguntar «¿por qué no te he gustado y quieres cambiarme?». Antes de poder hacerlo, él, sencillamente, se ha esfumado. Así que no te queda otra que sacar tus propias conclusiones, ya sea interpretando algunas señales de humo –por ejemplo, «si dejó de ver mis de Instagram después de ese será porque cree que doy vergüenza o soy horrible»– o imaginando algunas razones por las que ese encuentro no terminó de funcionar. ¿El problema? Nos volvemos locas dándole vueltas a decenas de «quizás». Pero he descubierto un sistema para no comernos la cabeza: hacer una encuesta de satisfacción después de cada cita. Esta solución ha llegado a TikTok y los usuarios comentan que les ha ayudado a saber en qué se estaban equivocando. Así que yo, que no he tenido mucho éxito en las citas a largo plazo y que adoro el autoanálisis, he decidido que necesito saber qué piensan de mí mis anteriores ligues.