Relatos escritos desde la oscura soledad
Por Isaac Armendáriz
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Un vacío lúgubre, solitario, oscuro.
—La oscuridad no es infinita. La soledad no siempre hace mal. Los humanos no siempre estamos solos…
Nadie sabe realmente quiénes son las personas que habitan dentro de estas historias, pero sabemos que las situaciones en las que viven están situadas desde el oscuro vacío que la soledad dejó en ellos.
Una serie de 19 diferentes relatos que comparten una única conexión: todos ellos son narrados desde la oscura soledad en el alma de aquel personaje que nos vienen a contar su historia.
Adéntrate en el vacío de estas historias y descubre lo que les espera al final del camino, ¿te atreves a acompañarlos?
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Relatos escritos desde la oscura soledad - Isaac Armendáriz
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info@Letrame.com
© Isaac Armendáriz
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1181-384-6
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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.
Para mí. Para ti.
No estás solo(a).
«El concepto de soledad es difícil de explicar y entender. Todos tenemos una percepción diferente de lo que es soledad dependiendo de nuestras vivencias y experiencias de vida. Jamás he podido explicar lo que es la soledad para mí, pero sé que es importante en mi vida, tanto, que decidí escribir todo un libro dedicado a entenderla. Que lo disfruten».
Isaac Armendáriz
Oscuridad, dulce oscuridad
—Lucy, hija, hora de desayunar.
—Mamá, volví a tener otro sueño.
Los sueños se repetían una y otra vez, no entendía lo que estaba pasando, ni siquiera mi mamá entendía que estaba pasando. Nadie lo entendía.
.
—Usualmente los sueños son represiones del inconsciente —decía el terapeuta al que me recomendaron asistir, pero yo sabía que no era así, sabía que no era una represión, lo sentía más como una precognición—. ¿Podrías dar una explicación más detallada sobre tus sueños? —preguntó el terapeuta.
Mis sueños variaban, eran algo locos, como todo lo que habita en este mundo. Una vez me dijeron que los sueños eran una especie de película de lo que pasa en nuestro día a día. Eso daría explicación a aquellos sueños drásticos en los que terminamos volando sobre un unicornio mientras comemos pastel, pero ¿qué hay de esos sueños que no tienen explicación alguna? Esos donde no logras diferenciar la realidad de la ficción, justo como el sueño que tuve esa noche.
—Entiendo que aún estés asustada. Antes de la sesión, tu madre me comentó que volviste a tener otro de esos sueños.
—Este fue diferente.
—Diferente ¿en qué aspecto?
—Se sintió más real de lo que parecía.
—¿Puedes hablarme de ello?
Jamás olvidaré ese sueño, realmente parecía ser real. Me encontraba en el mismo consultorio en el que tomaba mis sesiones de terapia psicológica, lo reconocía por los colores turquesa y beis que sobresaltaban de los muros. Sin embargo, solo estaba yo ahí dentro, sola. Las paredes comenzaban a trozarse, como si fueran a quebrarse completamente, pero las líneas del trozo formaban un perfecto zigzag; de pronto, las paredes comenzaban a abrirse dejando ver la oscuridad tras ellas, por alguna razón me sentía asustada, tenía miedo.
—¿A qué le tenías miedo? —preguntó el terapeuta.
—A que las paredes no se volvieran a cerrar.
—¿Y por qué tenías miedo de que las paredes no se volvieran a cerrar?
—Porque podía ver la oscuridad.
Dentro de la oscuridad siempre habita algún mal. Nos lo han hecho ver así desde que somos niños. Dentro de la oscuridad hay monstruos, arañas, fantasmas; dentro de la oscuridad habita el peligro.
—¿Le tienes miedo a la oscuridad?
—Le tengo miedo a lo que puede haber dentro de ella.
—¿Y si dentro de ella hubiera paz o tranquilidad?
—¿La tranquilidad realmente es buena? —cuestioné.
Lo último que mis sueños me dejaban era paz y tranquilidad. Seguía sintiendo como si algo malo podía pasar, ¿acaso era un presentimiento? O ¿solamente me estaba volviendo loca?
—¿Hay algo más en lo que quieras trabajar por hoy?, ¿alguna duda que tengas? —preguntó el terapeuta minutos antes de terminar la sesión.
—¿Los números tienen significado?
—¿A qué viene esa pregunta?
Pareciera como si el número cincuenta y cuatro me persiguiera, veía mi celular aleatoriamente en momentos de mi día para saber la hora y, ¡oh!, sorpresa: era la una y cincuenta y cuatro, las cinco cincuenta y cuatro, las diez con cincuenta y cuatro; salía a correr y pasaba un carro con el número cincuenta y cuatro en sus placas; veía los números de las casas y muchos tenían el cinco y el cuatro; incluso, una vez le pregunté a una viejecita el nombre de la avenida en la que nos encontrábamos, a lo que ella respondió: «Avenida n.º 54». ¿Coincidencia?
Leí en línea que toparte ciertas veces con el número cincuenta y cuatro significaba realizar un cambio en tu actitud o cambiar tu comportamiento con las personas que amas, antes de que algo malo pueda suceder, pero, por favor, ¿por qué confiar en una página de internet cuyo creador es desconocido? En estos tiempos ya no sabes ni en qué confiar realmente.
.
Llegué a casa después de otra aburrida sesión terapéutica. De nuevo, sentí como si no me hubiese ayudado en nada, no resolví ninguna de mis dudas.
Al pisar mi hogar un escalofrío recorrió mi cuerpo. Aquel presentimiento había vuelto, sentí que algo malo pasaría, sentí que mi familia estaba relacionada.
Papá en la cocina, mi hermano jugando videojuegos, pero ¿y mamá?
—¿Dónde está mamá? —pregunté exaltada a mi hermano.
—Relájate, llamó para decirnos que se quedaría horas extras en su trabajo para poder tomarse un día libre esta semana —contestó él.
Un gran alivio salió de mi cuerpo. Era eso, esa era mi preocupación, la respuesta a mi sueño: mi presentimiento renacía por parte de mi familia; tenía miedo de que las paredes se abrieran y ya no se volvieran a cerrar, tenía miedo de que un miembro de mi familia se fuera y ya no regresara jamás; eso representaba la oscuridad, el vacío que la persona dejaría en mí.
.
Pasaban los días, mi preocupación era cada vez más grande. Cada vez que alguien de mi familia salía debía preguntarles adónde iban o acompañarlos, no quería que nada malo les sucediera, no quería que mis pensamientos se hicieran realidad.
«Debes despejarte un poco del mundo, encontrar la luz en todos esos pensamientos de oscuridad», se repetía la voz de mi terapeuta, una y otra vez, dentro de mi cabeza; tal vez él tenía razón, debía despejarme un poco de todo.
…
—¿Adónde iras? —preguntó mi hermano al verme en la puerta.
—Saldré a correr, sola, como en los viejos tiempos, necesito despejarme. Vuelvo más tarde, los amo.
Salí. Corrí. Lloré. Pensé. Finalmente, me despejé.
La música en mis audífonos se detuvo. Miré mi celular, la batería se había agotado. No había nadie a mi alrededor para preguntar el