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La Bestia
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Libro electrónico315 páginas4 horas

La Bestia

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¿Estás preparado para conocer tu lado oscuro?.

¿Qué harías si el único modo de solucionar los problemas fuera recurrir a la bestia que habita en tu interior? ¿Cómo intentarías resolver un asesinato si no puedes confiar en tu propia mente?

Estás atrapado en un dilema sin solución: enfrentarte a tus demonios o liberarlos para siempre.

¿Estás preparado para conocer tu lado oscuro?

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento28 ene 2021
ISBN9788418152634
La Bestia

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    La Bestia - Uriel Montero Seijas

    PARTE I

    Capítulo 1

    Esta noche he tenido un sueño extraño. Yo era un adolescente delante de una puerta. Esperé hasta que se abrió. Apareció ante mí el rostro angelical de una joven de cabellos dorados y ojos verdes como el mar. Sonrió y me dejó pasar. Era una fiesta de adolescentes, no una orgía. Una especie de experimento donde los chicos y las chicas intercambiaban los papeles. Ellas toman la iniciativa, nosotros asumíamos el rol pasivo. Dos chicas se fijaron en mí, yo estaba paralizado con un temor infinito hacia algo que había deseado y esperado, supuestamente, durante toda la vida. Algo ocurrió. Me convertí en un ente demoniaco, una especie de bestia salvaje salida del infierno. Los rostros parecían tan reales que cuesta creer que solo fuera un sueño. Creo que conozco al hombre que organizó la fiesta. Éramos compañeros de trabajo. Nunca llegamos a ser amigos.

    Suelo olvidar los sueños y, cuando lo hago, solo consigo recordar pequeñas fracciones de este. Quedan la esencia, las emociones y unas pinceladas de lo que debió ser. El recuerdo de la impotencia, la ira y la violencia son secundarios. Lo que realmente me angustió fue la sensación de haber olvidado lo que había ocurrido. ¿Tiene ese poder la mente?, ¿podría llegar a convertirme en una bestia y no recordarlo? Bien pensado, si estuviera loco no me haría estas preguntas. Eso me tranquiliza.

    La habitación está vacía, carente de más vida que la mía. Ella se fue. Dejó una nota encima de la cama. Observo el papel, quizás debería leerla. Tengo miedo de lo que pueda decir. Las maletas esperan a que me decida. Esta mañana me desperté temprano, he decidido volver a mis orígenes. Pretendo encontrar respuestas en el lugar en el que comenzó todo. El tren me llevará a la ciudad en la que me crié. Quince años de ausencia. No echo de menos nada de lo que dejé atrás. Pocos amigos, ninguna novia estable, sin trabajo, sin familia. Una extraña forma de recuperar mi vida, un regreso inesperado a una ciudad que solo puedo recordar con dolor. La única persona que me importaba decidió alejarse de mí para siempre. No pretendo reencontrarme con ella, se marchó de la ciudad hace demasiado tiempo. Cuando cierro los ojos puedo ver el rostro sonriente despidiéndose de mí en la distancia. Está al otro lado del control de seguridad del aeropuerto, dispuesta a subirse a un avión que la llevará miles de kilómetros lejos de mí.

    ¿Qué razones me impulsan a volver a la ciudad en la que nací? Una puerta se abre, es el momento de cerrar un episodio del pasado. Busco respuestas en el único lugar en el que puedo encontrarlas. Dejé una vida atrás, un pasado que vuelve cada noche para recordarme que no puedo seguir adelante mientras las heridas sigan abiertas.

    Hace unos días me dejó mi última pareja, Bea. Los recuerdos son dolorosos, no encuentro paz en ningún lugar por más que lo intento. Puede que esto sea una forma ilógica de olvidar el pasado reciente, pero también puede que sea la única forma de acabar con las pesadillas. Nada me ata a ningún sitio en concreto, aquí, al menos, no me siento como un extraño. Es la penitencia que me impongo con la esperanza de encontrar la solución definitiva al problema que arrastro desde hace demasiado tiempo. Una misión que tengo que completar para poder dormir al fin en paz.

    El paisaje es hermoso, consigue que me tranquilice. He dormido un par de horas durante el trayecto, es la primera vez que lo hago. Lo habitual es que me mantenga despierto incluso en viajes de larga duración. Soñé con mi madre. Yo tendría unos doce años más o menos. Ella me llevaba de la mano hacia una casa grande con un jardín muy bonito. Podía sentir el viento golpear mi rostro. Me fijé en todos los árboles, en los pájaros, en la suave mano de mi madre. Mi madre dijo algo que no pude entender. Cuando sueño con ella, nunca puedo ver su rostro. Es un recuerdo que se desvanece en una espesa bruma.

    Introduzco la mano en el bolsillo. Manoseo la carta que me dejó Bea antes de marcharse. Decidió romper nuestra relación sin más explicación que un trozo de papel con unas palabras escritas. No le reprocho nada, tiene derecho a creer que soy el hombre equivocado. Merece una oportunidad con un hombre mejor que yo, algo que no es complicado. Cinco años de relación tirados al retrete en un segundo. La verdad es que no estaba enamorado de ella, solo necesitaba a alguien a mi lado. Era una mujer inteligente, debió notar que nuestros sentimientos habían dado paso a una monotonía dolorosa.

    Leí las primeras líneas antes de salir de casa. Fue un final triste, según cuenta. Dice que no aguantaba más las discusiones. Yo ni siquiera recuerdo que tuviéramos ninguna diferencia, siempre le daba la razón. Vuelves un día a casa esperando que la mujer con la que compartes tu vida te reciba y lo único que encuentras son armarios vacíos. Estoy solo, con recuerdos de un pasado incompleto. Una despedida cruel y cobarde, dos palabras que me describen a mí mejor que a ella. La cobardía me arrastró al fango de la indignidad más veces de las que puedo recordar. La crueldad nació como consecuencia lógica de mis actos. No hay mayor crueldad que la de los cobardes ni mayor cobardía que la de las personas crueles. Soy incapaz de amar a ninguna mujer desde que me abandonó el gran amor de mi vida. ¿Cómo puedo hacer feliz a una mujer cuando mi corazón se aferra a un pasado lejano?, ¿cómo puedo amar si mi mente está en otra época, en otro lugar y con otra persona?

    Un ruido me devuelve a la realidad: estamos llegando al destino. Mis ojos atisban los primeros edificios. La ciudad ha cambiado mucho desde que me marché, hay barrios residenciales donde antes no había nada. En cierto modo es como si hubiera llegado a un lugar en el que no hubiera estado nunca. Son más de quince años sin pisar esta tierra. Cuando me fui era un joven estudiante, ahora soy un adulto responsable. El tiempo lo cambia todo, ¿por qué no puedo cambiar también yo?

    Los pasajeros bajan del tren. Salgo el último, es una de las costumbres que mantengo. Siempre entro el último y siempre salgo el último. La gente va de un lado para otro, unos van, otros vuelven, hay reencuentros y despedidas, rostros alegres, tristes, cansados y alguno con ilusiones renovadas. Un océano de almas que se ignoran entre sí. Yo los observo, ellos me ignoran. Es un pacto entre desconocidos que nadie recuerda haber firmado. Un matrimonio de ancianos discute por alguna razón. Ninguno sabe hacia dónde tienen que ir, pero ambos creen que el camino correcto es el suyo. Jóvenes que consultan planos de la ciudad, extranjeros que apenas hablan el idioma, gente que llega por primera vez, gente que nunca ha salido de esta ciudad. Todo cambia para que el mundo pueda seguir siempre igual, sin inmutarse. La ciudad vive ajena a la realidad de sus habitantes. No juzga, no premia, no castiga.

    Una niña se planta delante de mí. Sonríe mostrando varios huecos entre los dientes. Le devuelvo el gesto con una carantoña divertida. Los niños son encantadores siempre y cuando sean hijos de otros, a poder ser de desconocidos. Algunas veces pienso en tener mis propios hijos. Puede que fuera un buen padre, me encantan los niños; o puede que fuera el peor de los padres, uno incapaz de asumir grandes responsabilidades. La responsabilidad de criar a un hijo es la mayor de todas, la más bonita y la más importante. Ser padre es delicado, los errores que cometes los paga un ser inocente. Los sueños imposibles se acumulan en una maleta que ya no aguanta más carga. También está el pequeño detalle de mis problemas con las mujeres. Encontrar a la mujer perfecta es difícil, casi imposible. Algunas personas me recomiendan que olvide el viejo sueño de encontrar a una persona que parezca haber nacido para compartir conmigo su vida. Quizás tengan razón y sea yo el que esté equivocado, a menudo sucede.

    Salgo de la estación. Cae una ligera lluvia que apenas molesta. Algunas personas abren los paraguas, para ellos es como si estuviera diluviando. La exageración siempre fue una de las características típicas de esta ciudad. A mí siempre me ha gustado la sensación del agua golpeando el rostro, hace que olvide la realidad y me concentre en el inmenso poder de la naturaleza. Incluso cuando se producen inundaciones me parece un espectáculo majestuoso.

    El azar dirige los pies de una calle a otra, sin rumbo definido. Tengo que pensar en encontrar un lugar para dormir esta noche. Mañana buscaré un piso de alquiler que sea pequeño y barato. Me queda algo de dinero, pero no tengo trabajo. Llegan a mi mente algunas buenas ideas. Como siempre ocurre, las buenas ideas nunca son tan buenas cuando llega el momento de materializarlas. Necesito respirar, tranquilizarme, vagar entre las calles que un día fueron familiares. Llevo horas cruzándome con desconocidos, gente que no se da cuenta de mi presencia. La nostalgia de los lugares conocidos con gente diferente hace que se encoja el estómago. Si cierro los ojos, puedo ver a las pocas personas que dejé atrás. Soy un extraño en mi propio hogar.

    Encuentro un pequeño parque con asientos libres, compruebo que están secos. La llovizna ha sido breve. Miro a los niños jugar, a las madres charlar. Un microcosmos de alegría serena. Dejo que los dedos de la mano derecha entren en el bolsillo de la cazadora. Puedo notar el tacto del papel. La carta que dejó Bea como último adiós. Una triste despedida sin explicaciones convincentes ni reproches malvados. Quiero olvidarla, es mejor que empiece por la carta. El deseo irrefrenable de saber más me impulsa a sacar el trozo de papel. La curiosidad es más fuerte que la razón, seguro que si la rompo pasaré el resto de la semana preguntándome qué decía.

    No puedo soportar por más tiempo esta situación. He tratado de hablar contigo, de explicarte las razones que me impulsan a dejarte para siempre. Cuando pienso en los días que pasamos juntos, siento un dolor profundo que desgarra el alma. Eres tan dulce, tan educado y sensible. Un hombre entre un millón. Es lo que pensé cuando te conocí. Era una mujer afortunada de compartir su vida contigo. Sabía que algún día llegarían las discusiones y los desencuentros. Era algo para lo que estaba preparada. Jamás pensé que hubiera algo tan oscuro dentro de ti.

    Si tuvieras problemas de alcohol, lo entendería. No bebes, no tomas drogas y pareces una persona equilibrada la mayor parte del tiempo. La timidez que sueles mostrar te hace parecer tan dulce. De repente, todo cambia. Sin aviso, sin una razón. Un clic y te transformas por completo en otra cosa. ¿Qué te ocurre?, ¿cómo puedes ser tan diferente de un segundo a otro?

    Lloré tres días seguidos. Pasaban las horas preguntándome qué debía hacer: huir de ti o afrontar juntos esa parte de la personalidad. Quise ayudarte, perdonar y olvidar. Es imposible sufrir más de lo que lo he hecho a tu lado. Lo peor es que, a veces, pareces no darte cuenta de lo que haces. Me miras como si no hubiera pasado nada. Preguntas con esa ingenuidad que te caracteriza por las razones de mi llanto.

    Por favor, no me odies por salir así de tu vida. Yo no te odio, solo te compadezco. Si puedes, olvídame como yo trataré de hacerlo contigo. Nunca quise herirte, pero tú lo has hecho conmigo.

    Con todo mi cariño,

    Bea

    Un diminuto papel con el poder de causar un sufrimiento infinito. Cuánto dolor en tan pocas palabras. Intento recordar qué hice mal. Dice que me odia, que me ama, que me teme. Se compadece de mí por haberle causado dolor. Nunca le pegué, lo sé porque soy incapaz de utilizar la violencia contra una mujer. ¿Qué ocurrió?, ¿qué he podido hacer tan mal para que se sienta de esa manera?

    Las lágrimas llegan hasta la boca. El sabor amargo de la incomprensión. Una multitud de rostros desconocidos pasan por delante de mí ignorando mi dolor. Dejé pocos amigos en esta ciudad, no esperaba grandes recibimientos. En el fondo es lo mejor que podía pasarme. Trago saliva con sabor a desconsuelo. El papel se arruga entre los dedos. Hace casi quince años abandoné estas calles llorando por un abandono y a las dos horas vuelvo a hacerlo por otro distinto. El aroma a hiel sobrevuela un lugar destinado a la alegría de los inocentes. Me cuesta respirar, necesito olvidar de una vez por todas. Tiro la carta a la papelera mientras me alejo de los

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