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La Sombra del recuerdo: Recuerdos Olvidados
La Sombra del recuerdo: Recuerdos Olvidados
La Sombra del recuerdo: Recuerdos Olvidados
Libro electrónico129 páginas1 hora

La Sombra del recuerdo: Recuerdos Olvidados

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Información de este libro electrónico

«Es el año 2014. Mi nombre es Julien, tengo 31 años, —o, al menos, eso me acaban de explicar—. Estoy en el hospital, en el área de cuidados intensivos. He despertado después de un largo tiempo sumergido en un mortal coma. No recuerdo nada, ni tengo memoria alguna de mi propia vida antes de esto.»

Nadie sino él sabe lo que sucedió, sin embargo, dicho recuerdo está en algún lugar, enterrado en lo más profundo de su memoria. Recordará poco a poco cada hecho: reyertas, afrentas, insultos, violencia doméstica. Con la culpable de su desgracia desaparecida luego de una agresión casi mortífera, y de quien sólamente se acuerda que se hace llamar Catherine; la sombra del recuerdo resurgirá, cueste lo que cueste.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 dic 2021
ISBN9781071582954
La Sombra del recuerdo: Recuerdos Olvidados

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    La Sombra del recuerdo - Bloodwitch Luz Oscuria

    LA SOMBRA

    DEL

    RECUERDO

    Traducción de Aarón Ortiz

    El Código de la Propiedad Intelectual prohíbe la copia o reproducción destinada a un uso colectivo. Toda representación o reproducción integral o parcial hecha para cualquier propósito, sin el consentimiento del autor, o de sus derechohabientes o causahabientes, es ilícita y constituye una falsificación, según los términos legales L.335-2 y siguientes del Código de la Propiedad Intelectual.

    © 2019 Bloodwitch Luz Oscuria

    Table des matières

    UNA VORAGINE DE DESPERTAR

    UNA VISITA INVEROSIMIL

    UNA EXISTENCIA INCIERTA

    ENTREVISTA FUERA DE LA CIUDAD

    VIDA NUEVA

    COMIENZAN LOS PROBLEMAS

    UNA SEMANA DE DESASOSIEGO

    EL ATAQUE

    LAS CARTAS SOBRE LA MESA

    UNA VORAGINE DE DESPERTAR

    —¡Está despertando!

    Escucho que exclama una voz femenina. ¿A quién pertenece? No me suena conocida. ¿Dónde me encuentro? Apenas he abierto mis ojos y una luz refulge tanto que me ciega. Creo que escucho cómo alguien corre a toda prisa —pareciera que huye—. Estoy desconcertado, no puedo llegar a saberlo a ciencia cierta con esta hesitación.

    Creo atisbar lo que parece ser una luz proveniente del tejado que alumbra mi cabeza, luz parecida a la de los hospitales. Me ciega. Desvío mi mirada con mis ojos apenas abiertos hace unos momentos, para mirar qué hay a mi derredor.

    Me hallo tumbado en una cama ajena a mis memorias, una litera de hospital revestida de una sábana que cubre mi cuerpo. Observo cómo mis dedos se mueven al otro lado de la cama. —Es buen presagio, supongo—. Hago un intento de llevarme mi mano derecha al rostro. Al término de unos segundos, observo mis dedos y están todavía adormecidos como para poder moverme con normalidad.

    A mi lado derecho hay una pequeña cómoda sobre la que se encuentra un teléfono fijo rojo, cuyo auricular está unido a su base por un cable hecho nudos. También veo un vaso de agua vacío, a su lado descansa un libro abierto aparentemente por casualidad, con un separador en él. Miro arriba, hay una gran ventana de doble vitrina cerrada. En el exterior, el astro rey me obsequia sus rayos de luz. Hace buen tiempo.

    Contemplo a mi izquierda un enorme guardarropa de color ocre claro, que vuelve inanes mis intentos por examinar qué hay después. —¿Será la puerta de esta habitación en la que me he despertado solo y aturdido? —. Pero escuché claramente una voz. Sin embargo, la persona que ha hablado debe ser aquella que se ha ido súbitamente.

    Escucho palabras que llegan como vendaval a mis oídos, advierto que alguien se acerca. En efecto: pasados unos segundos tenía a dos individuos en frente mío —aún yacía yo en la litera—. Sus rostros son extraños a mis recuerdos, no los reconozco, tampoco puedo discernir correctamente si son hombres o mujeres —la niebla aún persiste en mi vista a causa de mi reciente despertar.

    —Es vital no precipitarlo.

    El sonido de esas palabras pertenece a una mujer. El tono con el que las acaba de pronunciar me permite suponer que no es tan joven. Posee unos cincuenta, quizá. La figuro pequeña, de tez morena, lleva su pelo recogido en un moño —no tengo dudas de ello—. Aquella figura coincide con una enfermera, mas no debería llevar el pelo suelto sobre sus hombros. —No está permitido en esa clase de oficios—. Es menester que sea capaz de descubrirla para hacerme una idea más clara sobre su parecido.

    —He venido a avisarles que ha comenzado a moverse.

    Acto seguido aparece otra —quizá también— enfermera más joven. A diferencia de la anterior, esta me parece alta y rubia más bien, contrastando con su interlocutora. No coincide con una enfermera: el tono de voz con el que acaba de hablar denota un pánico sin precedente. Se podría afirmar que pareciera que ha visto un espíritu o fantasma —¿Seré yo, acaso, ese fantasma? — en el momento que pronuncia la siguiente nimia y pequeña frase:

    —Dejémoslo recuperar sus fuerzas. Pero no olviden que habrá que ir con calma.

    La primera mujer acaba de hablar. Sí, es de una edad avanzada, no me quedan dudas de ello. Su voz suena desgastada por el peso de la edad. Debe haber pasado años fumando para que sus cuerdas vocales estén consumidas de tal manera —una lástima para una enfermera—.  Carece de cierta verdad lo que se prevé cuando un hombre idea a aquella que atiende de él en su habitación, que descansa en su lecho para prodigarle los cuidados, aún más cuando poseen afinidades. ¿Y qué con él? Soy un hombre, comprendo bien de lo que hablo.

    Mis ojos me permiten finalmente distinguir a las dos mujeres que discuten frente a mí. La enfermera es, ciertamente, senil, de baja estatura, y a priori, morena por origen. Sus cabellos son grises en gran medida y bien sujetados por un moño. En cuanto a la otra, es efectivamente esbelta y de una tez áurea, enarbola unos agraciados ojos verdes, ocultos detrás de unos anteojos finos y azules, ansío ver más cerca esas perlas que lleva por ojos. Reluce su belleza y el color de su cabello me hace pensar en el trigo que cae con elegancia sobre sus hombros. No es demasiado largo, me parece que tiene una parte más corta en el posterior de su cabeza.

    —¿Julien, me reconoces?

    Es a la bella náyade que miro después de unos segundos, la misma que acaba de dirigirse a mí de tal forma. Por lo que precede, tengo la conjetura de que debo saber quién es. —Imposible—, me recordaría de ella en ese mismo instante. Estoy privado de la capacidad de abrir mi boca. Curioso...

    —¿Puede hablar?

    Noto una pronta inquietud en la sílfide. La enfermera a quien se ha dirigido se encoge de hombros ante la pregunta.

    —Usted entiende que los que despiertan al cabo de un tiempo tan largo tienen ese comportamiento raro. Nuestras capacidades escapan a permitirnos predecir cómo va a pasarla.

    La enfermera se acerca a un dispositivo montado sobre una pequeña mesa rodante cerca de mi cama.

    —Sin embargo, puedo afirmar con total certeza que se encuentra estable en lo que confiere a su estado. Su frecuencia cardíaca ha regresado a ser la de un hombre despierto. Dejémoslo descansar un poco de tiempo antes de interrogarlo sobre lo que recuerda. Venid conmigo. Debemos avisar al director, debe estar al tanto de su despertar. ¡Es un verdadero milagro! —añadió.

    Las dos damas abandonaron abruptamente la estancia. He vuelto a quedar sólo ¿Qué se supone que deba hacer? Cuando más, a la vista del impedimento que sufren mis brazos, la idea de escapar se vuelve impensable. Aparte de esto, la idea de abandonar la sala no estaba contemplada en mis incipientes planes, —incluso si pudiera—. Es ineludible que sepa la razón de mi estancia en este lugar y cómo he llegado hasta aquí. No tengo recuerdos de ningún accidente, o de algo de similar magnitud que podría haberme hecho despertar en un hospital.

    —¿Julien?

    La nereida de antes ha regresado. Acaba de llamarme Julien por segunda vez. Raramente, tampoco recuerdo que ese se trate del nombre con el que fui bautizado. A decir verdad, no recuerdo mucho, no más de quién soy, de quién es ella y de que parece conocerme bien.

    La señorita se aproxima a mí. Mis ojos la ven cada vez más bella en tanto se me acerca. Me obsequia una mirada de ternura, sus grandes ojos verdes se clavan en mí, cedo a su hechizo. Mis intentos son vanos, no puedo recordar dónde o cómo la conozco. Me gustaría preguntarle, mas temo ofenderla. Quizá haya una cuestión que sí puedo preguntarle:

    —¿Dónde estamos?

    Su mirada cambia —no me sorprende—, más bien, me parece que trata de hallar una manera de responderme. Tal vez hay cosas que no me corresponden saber. Después de todo, ignoro lo que me ha traído y cuánto tiempo he permanecido aquí. La verdadera respuesta a quién he de ser yo ha abandonado mis recuerdos. Por lo sucedido con anterioridad, me llamo Julien. El apellido de mi familia descansa en el misterio en estos instantes. No tengo noción del año actual ni de si trabajaba antes yo, en lugar alguno. Mis recuerdos arden en las brasas del olvido. ¿De qué sucesos he sido víctima?

    —Nos encontramos en el hospital, Julien. Trata de permanecer tranquilo. Estás en nuestras manos. Jamás pensamos que algún día llegaras a despertar. ¿Cómo te sientes?

    —¿Recuerdas algo sobre lo que te ocurrió?

    —No —respondo desconcertado.

    ¿He de mentir? ¡No tengo recuerdos de nada!¡No sé ni por qué! Y me vendría bien una respuesta... No reconozco, ni siquiera, mi propia voz. Estoy seguro de que algo no marcha bien. Atesoro la esperanza de que esta joven pueda ayudarme a dilucidar todo esto.

    —Julien, los médicos dijeron que prácticamente ya no tenían esperanza en que despertaras. Es un auténtico milagro que estés otra vez entre nosotros. Tengo el presentimiento que no debes recordarte de bastantes cosas.

    —No —le replico— No recuerdo quién soy... ni quién eres...

    Dicho esto, me percato de las lágrimas que empiezan a brotar progresivamente de los luceros de mi interlocutora, como si mis palabras fueran hiel. —No pretendía eso, me impresionaría si me recriminara—. Al tris, nuestras miradas se entrecruzan, me creo incrédulo ante su insólita reacción, parece que comprende que digo la verdad, y con una sonrisa fraternal, compasible, humana, esbozada en su rostro, me dice:

    —Soy Mylène Labbé. Soy tu amiga de la infancia. —expresa con cierta melancolía que recorre su alma—. Nos conocemos desde la infancia. Crecimos en Yvelines. Estamos en el hospital de Saint-Germain-en-Laye. Llevas ya varias semanas estando aquí.

    «Varias semanas» ... ¡Inconcebible! —iba a preguntarle qué ocurrió para que yo cayera en coma, pero en el mismo instante, la enfermera entra de nuevo a la habitación, esta vez acompañada de un caballero. ¿Acaso será otro enfermero? Imposible, no viste como suele hacerlo un enfermero. Pese a ello, porta una insignia

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