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La Niebla del olvido
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La Niebla del olvido
Libro electrónico153 páginas2 horas

La Niebla del olvido

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«Me llamo Catherine. Tengo 35 años, un piso en París que es mío, y un trabajo bien pagado. Tengo también un hijo de 5 años, William, y una niñera que vale su peso en oro Claire. Lo tengo todo para ser feliz. Y sin embargo...»

Seguida por un psicólogo, ella intenta llevar una vida normal en medio de los momentos en que pierde el control entre el alcohol, el desenfreno y agujeros negros. Testigo privilegiado de un asesinato en una tienda donde suele ir a comprar, su vida ya no tan tranquila va a dar un vuelco en sólo una semana.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 dic 2021
ISBN9781071557303
La Niebla del olvido

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    La Niebla del olvido - Bloodwitch Luz Oscuria

    LA NIEBLA

    DEL

    OLVIDO

    Traducción de Xavier Méndez

    El Código de la Propiedad Intelectual prohíbe la copia o reproducción destinada a un uso colectivo. Toda representación o reproducción integral o parcial hecha para cualquier propósito, sin el consentimiento del autor, o de sus derechohabientes o causahabientes, es ilícita y constituye una falsificación, según los términos legales L.335-2 y siguientes del Código de la Propiedad Intelectual.

    © 2019 Bloodwitch Luz Oscuria

    Table des matières

    LUNES

    MARTES

    MIÉRCOLES

    JUEVES

    VIERNES

    SÁBADO

    DOMINGO

    LUNES

    —¡Manos arriba!

    La sangre me empieza a hervir por dentro del cuerpo. Esa voz tan fría, tan grave, tan... Tantas cosas se me arremolinan en la cabeza en este momento. Creo que soy consciente de lo que pasa, sin embargo me pregunto...

    —¡He dicho que manos arriba!

    La voz ya no era tan tranquila como la primera vez que sonó. Ahora el miedo se apodera de mí. Lo que me rodea es real, reconozco el lugar, pero se me acaban cerrando los ojos. Es por miedo, seguramente.

    —¡Voy a disparar!

    —¡No!

    Levanto las manos. El gesto es tan mecánico que no estoy segura de haberlo hecho por mí misma. El silencio me rodea. No veo nada, no oigo ya nada. Me parece como estar en una tienda.

    —¡La caja!

    Llega a mis oídos un ruido de un cajón. A la cajera se le escapa un débil grito. Luego oigo al agresor que carga su arma. Va a disparar, seguro. Da igual quien fuera o lo que quisiera, va a haber una víctima.

    Me llamo Catherine, tengo 35 años. Estoy haciendo la compra para poder llenar el estómago, pero también para alimentar a mi hijo, William. Tiene 5 años, y me espera pacientemente en casa de Claire, su amable niñera, a quien se lo he confiado esta mañana antes de irme al trabajo. Es ella quien lo ha llevado a la escuela, como todos los días de lunes a viernes. Es ella quien lo ha recogido después de la escuela, le ha dado la merienda, ha jugado con él... Lo que a cualquier mamá le gustaría mucho hacer en compañía de su hijo. Pero resulta que tengo un cargo, bastante bien pagado, todo hay que decirlo, en una compañía de préstamos en un banco muy conocido. Soy rica, vivo en un buen apartamento en pleno corazón de París, que además es mío propio. Los sacrificios tienen un precio.

    —¡Date prisa!

    La vuelta a la realidad es tan brusca que se me abren los ojos. Y por fin veo lo que estos no querían mostrarme. Un hombre encapuchado, vestido todo de negro, apuntando en la sien a la pobre cajera, aterrorizada, mientras esta vacía la caja en la bolsa que él le acerca, impaciente.

    Yo debería huir. Y rápido. Sin embargo, no puedo moverme. Todavía estoy con las manos en el aire, y no sé ni siquiera por qué. Mi mirada se queda fija en ese hombre, de quien sería imposible, fuera quien fuese, dar el mínimo detalle para una descripción. Parece delgado, y es esbelto. Desde donde yo me encuentro, no puedo ver a nadie más. No se distinguiría de cualquier otra persona, si no fuera por su acento cuando amenaza a la cajera. Parecería que intenta camuflar torpemente la voz, inventarse un tono que no le es propio. ¿Quizá con el objetivo de que no lo reconozcan? Es seguramente lo que yo habría hecho, si...

    ¡Pero yo no soy ninguna criminal! Soy una honrada madre de familia. Tengo un trabajo, bien pagado además, tengo un hijo a quien amo infinitamente, tengo una niñera que vale su peso en oro que se ocupa de él como si fuese su propio hijo, tengo... tantas cosas. Y nada a la vez.

    ¿El padre de mi hijo? No lo sé. Ese hombre desapareció de mi vida antes de que William viniera al mundo. Es lo que pasa cuando no se escoge a la persona apropiada para formar una familia. Y no, no es algo que sólo les pase a los demás, yo también he tenido que pasar por eso. A mí también me ha tocado vivir un sinfín de pruebas, de penas y de alegrías. Pero sobre todo son las primeras lo que más se retiene. Lo bueno es que no sé muy bien a dónde se fue. Es algo totalmente enterrado en las profundidades de mis recuerdos. Es tan lejano que prácticamente no me acuerdo de nada. Todo está borroso, no hay nada claro.

    Es por esa razón por la que estoy en seguimiento. Cada semana tengo que ir a la consulta del doctor Tullier durante una hora larga. Es un hombre bárbaro, consigue, yo no sé cómo, comprender el sufrimiento de la gente sin pestañear, y quien sabe dar siempre buenos consejos.

    ¡Bum!

    Luego, silencio. Ha disparado. Todo ha ido tan deprisa que ya no hay nadie cuando decido mirar hacia la caja. ¿Dónde está? ¿Y ella, la cajera, dónde está ella?

    Estoy paralizada en este preciso instante. Tengo mucho miedo de lo que me voy a encontrar al acercarme a la caja. Porque sé muy bien lo que voy a ver. Un charco de sangre en el suelo. Y la cajera va a estar en él. ¿Dónde iba a estar la bala que acababa de recibir?

    Mi carrito puede esperar, mis pies se dirigen hacia la escena del crimen sin que pueda resistirme. Y al final de esos pocos metros que me separan de lo que me obnubila los pensamientos, lo veo. Exactamente lo que me imaginaba unos segundos antes. Tengo la impresión de haber vivido ya esto. ¿Pero cuándo? ¿Y en qué circunstancias exactamente? No consigo recordarlo, esas imágenes me parecen de repente tan lejanas. Como la mayoría, para ser honesta.

    El silencio se vuelve a hacer amo del lugar. Me parece que estoy sola. No había ya nadie cuando hice mi entrada triunfal, con mi carrito en sus últimas con esas ruedas tan desgastadas que chirrían a coro unas tras otras. Ahora, esa soledad me molesta. Bueno, creo que me molesta. No lo sé, es una sensación extraña que se adueña de mí e ignoro cómo interpretarla.

    La cajera no se mueve. Nada en ese charco de sangre sin chistar. Creo que ya no respira. La verdad es que no tengo ganas de comprobarlo. Y mientras me vuelvo a hacer la pregunta en la cabeza, oigo que suena la sirena de la policía. Alguien debe de haberlos avisado. Es lo que yo habría hecho, lógicamente.

    El doctor Tullier. De repente me entran ganas de ir a hacerle una visita. Es absolutamente necesario que le cuente lo que acabo de presenciar. ¿Me creerá? Oh, se va a acabar enterando por los telediarios o por internet, o por ambos. También se va a hablar de ello en los bares donde seguramente se toma el café todas las mañanas antes de acudir a su despacho.

    Cuenta con un lugar muy agradable para recibir a sus pacientes. Hay una sala de espera acogedora, con una musiquita tranquila. Trabaja solo. Así que cuando llegas no hay nadie quien te reciba. Te sientas y esperas pacientemente a que él venga a buscarte. Siempre es puntual, siempre va bien vestido, siempre educado, y con modales además.

    Es bajito para ser hombre. Está claro que no se trata del tirador. Y, sin embargo, por todas las historias que oye cada día, le sobrarían razones para coger un fusil, o hasta varios. Es tan tranquilo que hasta sorprende y todo. Sobre todo cuando te da un ataque de nervios enfrente de él, hasta el punto de querer estamparle sus papeles en el careto. Sé de lo que hablo, ya lo he hecho.

    Pero es amable y cordial, no se merece un trato así. Me habría arrepentido si se me hubiera ocurrido hacerlo. Dicho esto, su amabilidad no se puede comparar con su apariencia física. No es lo que se puede llamar una persona guapa, agradable a la vista. Como decía, es bajito. Además es viejo, ni un solo pelo de color se ha dignado a quedársele en la cabeza, sólo los blancos se alojan en ella desde hace mucho tiempo. Porque lo conozco desde hace bastante, y sé que tenía el pelo negro.

    Lo que sí ha mantenido son sus ojos castaños y su aspecto jovial. Y menos mal, porque no estoy segura de que hubiera querido continuar visitándolo si no fuera así. Hubo un montón de veces que no tuve ganas de cruzar la puerta de su salita de espera, siempre tan acogedora, y menos aún la de su despacho, tan bellamente decorado con el objetivo de hacer que sus pacientes se sintieran cómodos. Porque es así, y nunca me ha gustado eso realmente.

    La sirena del vehículo de la policía continúa sonando, cada vez más cerca. Al cabo de unos segundos, se para, y dos oficiales entran rápidamente en el establecimiento. Uno de ellos se dirige hacia la cajera mientras que el otro me examina unos segundos. Es una mujer. Se acerca a mí, arma en mano.

    —Agente Cécile Couton. Señora, tendría que hacerle unas preguntas. ¿Puede acompañarme afuera?

    No estoy segura de haberle respondido. Tan es así que me hace un gesto amistoso para que me anime a salir de la tienda. Me encuentro a unos metros delante de la entrada, todavía cerca, y sin embargo demasiado lejos para ver lo que está haciendo el otro oficial con el cadáver. Lástima, me habría gustado observar qué hacía.

    —¿Estaba usted presente en el momento del ataque? ¿Ha visto algo?

    Esperaba responderle afirmativamente. Pero en lo que respecta a lo que he visto, eso es otra historia. No se trata de una negación, simplemente no he visto nada más que oscuridad. Tenía los ojos cerrados. No sé si me está entendiendo, parece insistente con sus preguntas.

    —He oído sólo un disparo.

    Pensaba que así me la quitaría de encima. Pero fue en vano, la respuesta era demasiado simple para que me dejara tranquila.

    —¿No ha visto nada que nos pueda ayudar en nuestra investigación?

    —Ah sí, el atacante parecía delgado. Y tenía un acento peculiar, diría que incluso forzado, sonaba bastante falso.

    Me mira, incrédula, como si estuviera confundida. ¿Qué he dicho que no fuera apropiado? He respondido a su pregunta, no puedo afirmar nada más.

    —Me va a tener que acompañar a la comisaría para que le tome declaración. La necesitaremos para nuestra investigación. No se preocupe, todo irá bien y no se tendrá que preocupar después. Podrá volver a casa.

    No tengo ganas de ir a la comisaría. Se suponía que iba a hacer la compra, y luego iría a buscar a mi hijo a casa de la niñera. ¿Cuánto iban a durar esos trámites? ¿Podría darle un toque a Claire para tranquilizarla y decirle que seguramente llegaría tarde? No estoy segura de que sea muy tranquilizador decirle que mi retraso se debe a una visita a la comisaría para realizar una declaración. Pero tengo que explicarle lo que está pasando para que entienda que no puedo ir a recoger a mi hijo como tenía previsto.

    Y al final resulta que la amable policía no es tan amable. Se niega. Al fin y al cabo, ¿quién le dice que yo no sea cómplice en esa historia? No tengo pinta de nada, con mi gran abrigo de color crema, mis tejanos rotos en la rodilla derecha, mi blusa gris y mi pelo castaño recogido en un moño, casi deshecho además. A lo mejor es precisamente el hecho de que no tenga pinta de nada lo que me haga parecer sospechosa de algo. 

    Así que camino de la comisaría. Ya solucionaría el problema de recoger a mi hijo más tarde. Es verdad que ha habido un asesinato. Y yo he sido testigo. Mi día iba a ser normal y corriente, hacer recados después del trabajo, recoger a mi hijo, volver a casa, preparar la comida y acabar el día tranquilamente delante de la televisión. Como cualquier lunes, en definitiva.

    Pero hoy no. Hoy me espera una tarde rodeada de policías. Tengo la sensación de haber vivido ya eso. Y, sin embargo, otra vez me es imposible recordar los hechos. Tendré que hablar con el doctor Tullier de esa sensación tan rara de haber vivido ya antes lo que me está pasando ahora. Pero por ahora, estoy

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