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Agua Entubada
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Libro electrónico144 páginas2 horas

Agua Entubada

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Sergio es un partidazo. Guapo, rico, trabajador, el chico que toda mam busca para sus hijas y que Paty desea para casarse y sentar cabeza. Pero ambos guardan secretos. Sergio no decide su preferencia entre hombres o mujeres. Y Paty se aferra a un viejo amor. Al posponer la confrontacin, la pareja confa que la magia del tiempo y la distancia ahuyentar sus demonios.

En Agua entubada, segunda entrega de la triloga Agua, se persiste en bucear entre flexibles resortes y oxidadas estructuras de la familia mexicana. Una historia en el ocaso del siglo pasado, vigente en cualquier parte del mundo, cuando uno se pregunta si comodidad e imagen ante la sociedad, compensan la falta de pasin.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento23 ago 2014
ISBN9781463391096
Agua Entubada
Autor

Gina Peña

Publicista, joyera, artesana, consultora y sobre todo, coleccionista de historias, Gina Peña presenta en su obra un caleidoscopio de la sociedad mexicana, coloreado con voces que se superponen y entrelazan. La narrativa fluye, tan cruda como divertida, cautivando con personajes que los lectores fácilmente identifican entre sus conocidos. Bajo este sello editorial ha publicado las primeras dos novelas de su trilogía Agua.

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    Agua Entubada - Gina Peña

    Copyright © 2014 por Gina Peña.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:       2014914819

    ISBN:                             Tapa Dura                                          978-1-4633-9108-9

    Tapa Blanda                                       978-1-4633-9110-2

    Libro Electrónico                               978-1-4633-9109-6

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 22/08/2014

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    476114

    Gracias eternas a Carlos Salcido, María Luisa Vilchis, Amira Abdel, Maricelita Díaz, Eugenia Llaguno,

    Elías Marín, Marco Antonio Sahagún,

    Adriana Chalela, Rebeca Aramoni y Pamela Gutiérrez.

    A los Sergios, Patricias y Luises que inspiraron esta novela.

    Green, Leroy; Kersey, Ron. (1976).

    Disco Inferno (Grabado por The Trammps).

    Disco Inferno. Atlantic. Estados Unidos.

    N ena… nenita… nenorra… nenorrona, pero qué buena estás. ¿De dónde saliste? Diosito estaba de buenas cuando te hizo. Tan grandota, tan nalgona. Mejor voy a voltearme, porque nomás con verte me vienen malos pensamientos. Qué cosa. Te comería todititita, poquito a poquito, saboreando cada milímetro. Y mira cómo te mueves. Pero, ¿qué le ves al redrojo ése? Si te queda de llavero y está malhecho, en serio que hay mejores. Cualquiera está mejor. Vaya, hasta que fueron a rescatarte. Por lo pronto, ése ya dejó de tentonearte y a ver cómo te va con éste. Nooooo. ¿A poco vienes a sacarme a bailar? No, por favor, no por favor, que tengo novia…

    Q ué rico pedo. Qué rico es volar. En especial con la velocidad que su nave alcanza en esta faceta de astronauta que pasea entre los bulevares de galaxias conocidas y se anima explorar ignotos callejones. Desde su volante, él domina, él controla, él se empodera. El paisaje se reduce a fugaces destellos y sonidos. Ahora más que nunca, con al menos una docena de tragos encima, el aire en su cabina es ingrávido, silencioso a pesar de la música resonando desde ocho bocinas. Burning, burning, disco inferno , que los cabrones se quemen en el infierno, se mueran y se tatemen, disco inferno, violenta su trayecto y le recuerda entre fulgores y claxonazos que alcohol y ánimo exacerbado no son buenos copilotos. Siente cómo esa pesadez se alterna con la desinhibición del que se sabe con derecho de actuar. ¡Claro que lo tiene!, ¡de hacer lo que desee! Las circunstancias lo justifican. Lorena lo cortó. La muy idiota. Por un instante titubea y afloja el acelerador para de inmediato aplastarlo. Se siente decidido, desbordante de fuerza, ésa que tantas veces le ha faltado para… ¿atreverse es la palabra correcta? ¿O más bien, convencerse? Da lo mismo. Ahora sí. Buscará a Martel. Y llegará hasta donde deba llegar. Sí, tan lejos como se deba llegar. Se dejará seducir. Sí. Ella que sabe cómo, la experta que conoce los secretos de miles de Sergios y Pedros y Juanes y ve tú a saber cuántos más que como él, necesitan su cuerpo para descargar furia, miedos y ¿por qué no?, para hacer lo que de verdad se le antoja. Le trae tantas ganas… Mmmm riquísimo. ¿Culpa? Tal vez. Por eso debe aprovechar esta papalina tan a gusto que trae. A pesar de la confusión, está consciente de que sobrio no se atrevería. Que no debe hacerlo.

    ¿Yyyyy? ¿A poco no es suficiente razón que la babosa de Lorena lo haya cortado? Eso sin contar que las cubitas lo envalentonaron. Sí. Agárrate, Martel, que esta noche vas a ver de lo que Sergio es capaz. El Sergio cabrón y bien macho. No el pendejo aquel que bailó con ella y se culeó a la hora de la hora. Lero, lero. Él mismo lo canturrea con frustración. Lero, lero, Sergio es un culero. Fue. Ya no. No esta vez. Ahora se trata del Sergio despechado, del que merece y puede hacer lo que le venga en gana. Del que convierte el enojo en emancipación. Del Sergio liberado por los tragos y la desesperanza. Qué ligero vuela, qué breves asoman las luces ámbar y rojas de las esquinas. Qué rico es estar pedo. Pareciera que una capa de teflón cubre su capacidad para discernir. Se le resbala todo. Los remordimientos son pasajeros, patinan al lado del juicio. Qué a gusto corre el aire desde el quemacocos hasta la ventana. Desde la ventana hasta el quemacocos. Uuuuyyyy y se lleva el humo en un instante. Uno, dos, tres cigarros. O diez o veinte, qué más da, tiene ganas de fumar. Su nave peligrosamente esquiva un coche en doble fila. Es azul. También el de Lorena es azul. Vuelve el malestar, carajo. ¿Para qué recordar a Lorena? ¿Por qué desplaza la imagen de Martel? Prefiere pensar en Martel y no en Lorena. Pinche Lorena mamona.

    De momento no recuerda los pormenores, sólo inicio y desenlace del interrogatorio. Que si me quieres, que por qué no cogemos, que si Luis es gay y que si tú también. Vaya silogismo. Al principio, él evadió el ataque. Hasta que reventó y detrás de algunos gritos algunas verdades despuntaron. La simple insinuación de ella lo había hecho perder la cabeza. ¡Si él no es puto! La muy idiota creía que no se había acostado con ella porque era puto. Por favor, claro que Sergio no es puto. Ahora resultaba que respetar a una chava era síntoma de mariconería. Los putos se acuestan con hombres y Sergio jamás se había acostado con uno. Mmmm… Con mujeres tampoco. Bueno, hasta hoy. Mucho menos con Lorena, a quien él consideraba niña bien, niña decente, de ésas con las que te puedes casar, de ésas con las que no te acuestas antes de casarte… La tonta no entendía que ninguno de los dos estaba preparado para dar ese paso. Apenas alcanzaban seis meses de noviazgo y él no quería compromisos tan formales. Una cosa era que podría funcionar y otra que funcionara. Por Dios, si cursaban el sexto semestre de contaduría. Sergio tenía muy claro que cogérsela hubiera implicado ponerle la etiqueta de relación seria y él aún no estaba listo.

    Pinche Lorena que me cortó. ¿Quién se cree? Ni que estuviera tan buena. Y estas ganas de vomitar. Sí, me tengo que detener porque ya no aguanto. No llego, mejor saco la cabeza y me convierto en dragón con llamarada de guácara. Sergio se ríe de su ocurrencia mientras alivia un poco su malestar. Dragón…

    Qué poca de Lorena que sale con sospechas estupidísimas… ¿Pero por qué? ¿De dónde? ¿Se le notaría algo raro? Otra vez la picazón de la culpa que carga desde niño. No chilles. Camina como hombre. Habla fuerte y ronco. Demuestra que eres un cabrón… ayyy, cómo jodía su papá. Y Chepe que se esmeró en evitar los movimientos exagerados, los ademanes de afectación que él mismo percibía en otras personas. Se trató de un esfuerzo bien consciente, complementado con años de ensayo frente al espejo. Ya ni se llevaba tanto con Luis, que recién había salido del clóset y andaba con el archipuñalón de Poncho. Sergio siguió el proceso de cerca para luego tomar mucha, pero mucha distancia de ellos dos, en especial ahora que a Luis le encantaba gritar a los cuatro vientos que le gustaban los cabrones. ¿Cuál era la necesidad de alardear? Y a pesar de no estar de acuerdo en tantas cosas, seguían siendo amigos. Al menos eso creía Chepe. ¿Y cómo no? Después de todo lo que habían pasado juntos en la prepa… No entendía por qué precisamente Luis, su mero mero cuate, al único que de verdad consideraba cuate, se había sincerado con Lorena, ¡y lo había embarrado a él!, a Sergio, el súper Chepe que con auténtico estoicismo había sobrevivido tantos años. ¿Qué chingados le importaba a Lorena si Luis era o no un pinche mayate? Ni que anduvieran todo el día juntos… ¿Y por qué carajos de paso lo salpicaba a él, a Súperchepe, héroe anónimo, de su puta mierda? No es justo. No, no se vale. Pinche Lorena cabrona y metiche. La muy chismosa y calenturienta. Y pinche Luis. Más chismoso y más calenturiento… ¿Será muerdealmohadas o soplanucas? ¿Por qué piensa en eso? ¿Qué más te da si empuja la mierda o se la empujan?

    — ¿Chicles?

    — Sí, chavo, dame unos de menta…

    Identificó la casa amarilla de Martel. Había un lugar frente a la puerta, esperando a que se estacionara justo ahí. Así lo hizo. Entonces pensó en las catastróficas consecuencias si alguien reconocía su auto. Lo volvió a encender y descubrió un letrero de estacionamiento público en la siguiente cuadra. Perfecto, así pensarían que tal vez iba al hospital que estaba a la vuelta. Ayyy, Chepe, ni que fueras tan importante. ¿Quién diablos se va a fijar si vas o no a casa de la loca ésa? Aunque… más vale, alcanzó a reflexionar. Caminó en sentido contrario y decidió dar la vuelta a la manzana. Los fríos minutos de caminata sirvieron más para armarlo de valor que para distraer a imaginarios curiosos. Se detuvo frente a la puerta que tantas veces había merodeado. Escupió el chicle. Una música dulzona se escuchaba, suaves ritmos brasileños que le evocaron la figura de Martel bailando. Sintió el relámpago de la firmeza en la entrepierna. La imagen lo animó a tocar el timbre decorado con una flor, cuyos seis pétalos ostentaban alegremente las letras de su nombre casi coñaquero.

    — ¿Quién?

    — Sergio Fernández. Busco a Martel.

    — Ay nanita, refréscame la memoria, ¿vienes por primera vez?

    — Bueno, no, lo que pasa es que nos conocimos en una fiesta,

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