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Incesto
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Libro electrónico224 páginas3 horas

Incesto

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"De cualquier modo, se me era dado revertir todo este proceso, el mo, y an sin la participacin de mi adorada sobrina, iniciar un esbozo de momentos ntimos, pero que pudiera ir configurndose a pedacitos en un gran y completo mosaico de fervoroso acto de amor. Debo buscar (por mi propio y nico esfuerzo) un rincn de bienestar y agradable delirio en que Lisa Bianca pudiera participar entre la medianoche que ya se fue y las dispersas brumas que arriban desde las colinas de Hostalric, y que este delirio fuera no simplemente testigo, sino actor en este encuentro entre mi cuerpo erizado de reverberante deseo, y el de ella, inclume an a las turbulencias que ha desatado en m... Y ya no la nombro al azar o por rigurosas circunstancias de los verbos, y por ello, digo con oculto regocijo "adorada sobrina", como si tuviera derecho a desbaratar las burdas etiquetas y tabes impuestos por la ignorancia de los tiempos... De cualquier manera, se me es dado crear qu?, un mundo ficticio en que Lisa Bianca y yo furamos un solo cuerpo, una carne dentro de la otra, el vaivn sinuoso del acto que penetra dentro de nosotros?"
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento12 ene 2012
ISBN9781463315368
Incesto
Autor

Fernando Caballero

Fernando Caballero nació en Paraguay. Estudió con los jesuitas en Santa Fe, Argentina, y con los vascos de Euskal Echea de Llavallol, provincia de Buenos Aires. Su espíritu aventurero lo llevó a recorrer América del Sur y algunos países de Europa. En Bogotá, Colombia, El Tiempo lo nombró corresponsal viajero en los Estados Unidos. Su primera obra, El Río del Este, mereció comentarios elogiosos de Donoso Pareja, Emmanuel Carballo y La Prensa de Buenos Aires, entre otros. Mis obras no son muy leídas, asegura Caballero, y están sepultadas en la web, El Quinto Evangelio, Sois como dioses, etc. Si mis novelas las leyeran en Suecia ya me hubieran otorgado el Premio Nobel, agrega Caballero con un dejo de sarcasmo.

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    Incesto - Fernando Caballero

    Copyright © 2012 por Fernando Caballero.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

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    ventas@palibrio.com

    378725

    Indice

    1

    2

    3

    4

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    6

    7

    8

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    11

    12

    13

    14

    Ninguno de vosotros se acercará a una consanguínea suya

    para descubrir su desnudez…

    Levítico 18:6

    A todos mis familiares dispersos por todo el mundo.

    Buenos Aires, 3 de Junio de 2010

    From: LeonoraCavalcaro@hotmail.com

    To: HernandoCavalcaro@hotmail.com

    Mi querido hermano:

    Vayamos paso a paso. Me sorprendió mucho la noticia, especialmente porque vino de nuestra sobrina Débora, con quien no hablo mucho, a pesar de vivir al lado de mi casa. Débora debe guardarme algún rencorcito en el cuerpo, desde hace muchos años, y debe ser porque no los invitábamos a ella y a los otros hermanos a nuestras fiestas que eran a veces excesivamente frecuentes. Eran muchos. Me acuerdo que Débora y sus hermanos se subían sobre el paredón de metro y medio de alto que nos separaba, y he aquí que nos miraban como pájaros tristes encaramados a los ladrillos. Si nos guardan rencor, los comprendo un poco. De todos modos, esto es una historia vieja de cuando eran niños. Parece que la gente tiene fuerte propensión de guardar resquemores innecesarios especialmente entre la familia. Débora, al pasar enfrente de la casa, me ha gritado bruja en muchas oportunidades. Debe ser por lo del paredón de ladrillos. Pero todo esto en realidad no viene al caso.

    Te decía que me sorprendió mucho la noticia. ¿Por qué vas a viajar a Barcelona a muy pocos días del casamiento de tu única hija, Nancy? Especialmente tú, que me dijiste muchas veces que no te movías de la casa ni un kilómetro. ¿Qué ha pasado? Cuéntamelo. Necesito saberlo. Tú eres el único hermano que me queda, porque ya sabrás que ha muerto en el geriátrico de Lomas de Zamora nuestro hermano Pablo Celestino, después de un largo batallar con los resabios del infarto que sufriera años atrás, y tal vez consecuencia también del accidente en la Avenida Pasco en donde murió su mejor amigo, el negro Rodríguez.

    Débora me cuenta muchas cosas de la familia de las que nadie quiere hablar, pero ella me cuenta de todos modos. Esta última historia me ha molestado porque en verdad no sé hacia dónde va.

    Pienso que detrás de tu decisión de tan repentino viaje hay algo más. No sé si será un improvisado misterio o alguna obsesión que te está carcomiendo. Débora (¿te acuerdas de ella, no?) cuenta que vas a ir a ver a tu sobrina Lisa Bianca, o sea la hermana de Débora - para consolarla - son palabras de ella, no mías. A mí me cuesta creer en este cuento. ¿Qué no ha podido conseguir la Visa para Estados Unidos y venir al casamiento de Nancy? Allá ella. ¿Y qué está muy frustrada y llena de depresión? Y más aun, ¿qué ha llorado amargamente y te necesita? Hernando, ella tiene cuatro hijos que la pueden consolar, y además, un hombre que vive con ella, un tal Wilmer, y con quien tiene una larga relación amorosa.

    En tu última nota me dices que te pasabas tomando ‘setenta y siete’, o mate, en el garaje, y también tereré en estos días en que está empezando el calor adelantado. Y que te pasas la vida prácticamente en el garaje, o sea, pienso, será durante el día; no creo que duermas ahí… Y que no te vas a mover para viajar más allá del supermercado. Y me has hecho llorar al decir que ahí esperas al Hacedor que te lleve a su reino, o algo así. Como siempre, sabes exagerar. Porque pienso que vivirás mucho tiempo aún, a pesar de las operaciones que tuviste en las dos rodillas, y en una cadera, y ni mencionar en la próstata que te dejó un tanto disminuido, no lo entiendo muy bien, con un retrograde ejaculation, o lo que fuere…

    Sé, además, que tienes mucho miedo a volar y por eso hace ya tres años que no vienes a visitarme. Tienes miedo a las turbulencias, pero sobre todo, tienes miedo a las palmípedas que vuelan alto y a veces se meten en las turbinas de los aviones para derribarlos. Y ni qué decir de algunos terroristas, que dicen, sus dientes no son tales, sino explosivos C-4, de esos que usan en Afganistán… Muy ingenioso, ¿no? Tienes razón en tener miedo.

    Entonces… ¿qué? ¿Vas a viajar diez mil kilómetros para ir a ver a Lisa Bianca, y a quien me parece la conoces muy poco o nada, o apenas por fotos que te habría enviado? Cuando estuvo aquí en Buenos Aires, hace más de un año, la noté un poco gorda, aunque a pesar de sus cuarenta y seis, todavía lucía bien…

    Hernando, quédate ahí en el garaje. Disfruta del tereré, observa ese hermoso panorama que te rodea, y espera, en una palabra, tu Fin, que el Hacedor será benigno contigo y te colocará a su diestra para el Juicio del cual me has hablado con entusiasmo, aunque últimamente ya no crees como antes… Observa y disfruta - como me has contado - cómo se arrastran las nubes lentamente con la Tierra hacia el Este; yo no sabía esto; tantas cosas no sé! Eres muy inteligente. ¿Quién sino tú se pasaría horas mirando las nubes moverse en masa para probar el movimiento de rotación de la Tierra?

    Foucault no necesitaba inventar su péndulo…

    Eres muy especial, Hernando, y ya nuestra desaparecida madre te había profetizado que estabas llamado a ser un gran hombre en aquel momento en que estuviste cerca de la muerte a los cinco años cuando te corneó nuestra vaca lechera La Bella. Pero no recordemos esa historia ahora… Lo importante es que me escuches…

    Hermano mío - y perdona que te lo diga tan duramente - no necesitas enredarte con las emociones de tu sobrina. Sólo te traerá angustia y depresión en tus últimos años… Quédate ahí en New Castle, toma tu mate frío, y espera con paciencia el Fin, que a pesar de lo que te digo más arriba que vas a vivir mucho tiempo aún, este Fin podría no estar lejos…

    Leonora, que te quiere mucho.

    1

    Oh, Leonora!… Me invitas a no enredarme con las emociones de Lisa Bianca, como si eso fuera tan fácil y expeditivo como el sorbo de unas gotas de vino. Que observe las nubes sentado en el garaje…, esperando ¿qué? El Fin, o sea el mío, que podría no estar lejos - dices - la Sibila de Témperley, o de Alfonso Tranquera, la más remota aldea del Paraguay…, te veo allí, ¡oh, Leonora! Aun estás abrevando nuestro caballo moro en el momento de pisar la sombra de nuestra cabeza iluminada por la titilante canícula, hace setenta años… Te has quedado atrapada dentro del hervor del sol paraguayo, y me conminas ahora a esperar en el garaje al ladrón bíblico,… demasiado tarde, prodigiosa mujer, tu mensaje de admonición…

    Corroboro por enésima vez que mi pasaporte no ha expirado, releo parte de la carta número nueve de Lisa Bianca:

    Hostalric, Girona, 2 de Junio, 2010

    ¡Oh, tío Hernando! No me dieron la Visa y no puedo viajar. Vente, quiero verte, eres mi tío favorito… ¡Cuánto me acuerdo de ti! De tus libros, los he leído, y mis hijos también quieren leerlos. Acuérdate que aquí existe una familia tuya, pero muy olvidada…

    Tío Hernando, ¡cuánto me acuerdo de ti, a pesar de tantos años que han pasado…!

    Dime cuándo vienes para esperarte en el Prat de Llobregat… Lisa Bianca.

    La lluvia torrencial enceguece, la carretera se vuelve ráfagas grises de agua y viento. El limpiaparabrisas traquetea en su máximo vaivén con un sostenido ritmo que golpea el vidrio. Produce bramidos de guijarros.

    Mi hijo Larry conduce el coche. A los dieciséis años ya es un experto motorista. Aprendió al pie de la letra la primera lección: Todos los conductores son unos arriesgados y por momentos muy peligrosos; tú eres el único conductor de las carreteras que es conservador, previsor e inteligente, y quien marcha a la defensiva.

    En el asiento de atrás viaja el amigo Chad, un hombrecito de veinte años, fláccido, extrovertido, de poderosa lengua. Larry volverá con él cuando me deje en la terminal de US Air del Aeropuerto Internacional de Filadelfia.

    El sueño de un viaje placentero se convirtió prontamente en una nefasta pesadilla. Y todo se debe a mí, y a nadie más. Cuando ya tenía el documento de embarque en la mano aun tenía dos horas para esperar y contar esos minutos interminables. Sin embargo, al acercarme a tomar una taza de café en unos de esos elegantes puestecitos atendidos por elegantes niñas incoloras, me golpeó en todo el cuerpo, y sobre todo la mente, el hecho de que había olvidado la billetera en casa. Razoné a destiempo, urgido por la perentoria necesidad de creer que sólo era un error de apreciación lo que me había sucedido. Hurgué en los bolsillos una y otra vez; reabrí un bolso que traía al hombro; quería desesperadamente darme cuenta que me había equivocado, que entre el pasaporte y el ticket de embarque estaría enredada la billetera. Encontré uno de los dos sobres que contenía quinientos dólares cada uno. El otro lo tenía en el bolsillo trasero del pantalón. Era una nota más dentro de la cadena de decepciones que empezó a arrasarme toda la cabeza. En la billetera, además de la licencia de conducir, estaban las dos tarjetas de crédito, que sin las cuales, en Europa no podría enfrentarme a los muy caros euros, a 1.40 de dólar por cada euro. Me habían advertido en la agencia de viajes que todo gasto habría que negociarlo a través de una tarjeta de crédito. Más tarde me daría cuenta cuánta razón había en esto, cuando ya en Europa, los efectivos eran de improbable efectividad ya que se evaporaban con gran presteza

    Consulté a alguien, parecido a un alguacil. Mi celular no funciona. ¿Dónde puedo hablar por teléfono? En una pared había un teléfono blanco. Este puede utilizar - me dijo el alguacil - compadecido tal vez por el copioso sudor que empezaba a fastidiarme la cara. Entonces - dije a mí mismo - llamaré a Larry. Tendría tiempo de traerme la billetera. El aeropuerto está solo a veinticinco minutos de distancia. Me dijeron, con el ticket de embarque podría salir y recoger la billetera que mi hijo iba a traerme. Disqué el número de la casa, Larry ya podría haber vuelto y estaría jugando en la computadora. Nada. El teléfono suena cuatro veces y escucho la voz de metal de la contestadora. Larry no tenía celular. Se lo había secuestrado la madre - por portarse mal - había aducido ella, al tiempo de desconectar también la computadora y arrojar el teclado en un arroyo vecino. En gran medida, Larry se había desconectado del mundo.

    Llamé al celular de Chad y un sonido de suicidio y de tambores me anunció que Chad era inaccesible.

    No pude tomar café porque la despachante no quería cambiar un billete de cien. No importa, el café habría inundado mi paladar con sabor a ajenjo o cilantro. Cualquier hierba urticante.

    Faltaba una hora para el embarque. ¿A quién podría acudir? A nadie. Ya me veía sobre el Atlántico, cerca de Terra Nova, a treinta y nueve mil pies, me veía masticar literalmente la turbulencia que anuncia el capitán, y la que durará unos minutos. Señoras y señores - dice el capitán - en unos minutos empezaremos nuestro servicio de cena; ocupen sus asientos y les recordamos que los dispositivos de oxígeno caerán automáticamente en caso de…- se interrumpe al pensar seguramente que el oxígeno salvador no iba a comulgar bien con la cena. Me acordé del Vuelo 800 de TWA que sobre la Bahía de Long Island se precipitó partido en dos, y después partido en dos mil pedazos…Me encuentro aherrojado por el cinturón que en caso de emergencia le partirá a uno el vientre en piececitas, por inercia, por esa bendita teoría ya muy anciana que un cuerpo tiende a permanecer en el mismo estado en que se encuentra, a menos que una fuerza exterior, etcétera; es decir, mi cuerpo y otros doscientos se desplomarían hacia el océano y que la caja negra (la caja anaranjada), cuarenta días después entregaría una relación fidedigna del por qué nos precipitamos a convertirnos en plankton y buen alimento para las especies marinas. Para nosotros, la nada absoluta, el mundo ido, los amores, los odios, las indiferencias, consumidos y trocados no en cenizas sino en el gone for ever…, sólo los deudos compartirán el llanto multitudinario, el entierro digno e imposible de los cuerpos trocados en algas, y tres años después la caja anaranjada que se encuentra intacta para relatar los últimos minutos de los que se fueron. Y explicarán en código binario que la nave estaba simplemente recalentada al esperar tres horas en la pista de decolaje, y que no fue obra de ningún Shaswili, sino un freak accident, o podría ser más sencillamente las consecuencias de una copa de más de Martini que habría despachado el piloto para aminorar el stress ampliado por algún enredo carnal con azafatas y esposas. Todo esto está inmortalizado por De Mille, en Night Fall, e intentado inmortalizar por mí en una novela sobre Judas Iscariote, Flavinia Marcio y Jesucristo, y la cual debió ser leído en E-Book, en My.Nothing, pero reciclado recientemente en papel para uso culinario…

    Intenté por última vez contactar a Larry o a Chad, cualquiera. En vano. Recorrí el brete hacia la entrada del Boeing 770 a pasos tortuosos como un pordiosero que trajina sin el jarrito para recoger la limosna.

    Una foto de Lisa Bianca se había arrugado en el bolsillo del pantalón. Hasta ese instante pensaba que la foto había sobrevivido al olvido trágico de las tarjetas. No fue así. En el trajín de la búsqueda de un orificio de salida a mis horrendas angustias la había arrugado en la palma de la mano. Sin darme cuenta la habría extraído acaso para contarle la tumultuosa brecha que se abrió en mi mente, mi mente trasegada de recuerdos vanos, de cifras inútiles, de fechas de nacimiento de celebridades que ya fallecieron. Lisa Bianca, una víctima de este desmemoriado pasajero huérfano que marcha a Europa a morirse de hambre, al menos, después de acabarse los mil dólares que pueden evaporarse en cualquier momento sin aviso previo.

    Lisa Bianca, la misma de hace décadas, de 1981, cuando la vi por primera vez, de diecisiete años, rectilínea, alta, levemente engreída, quién no, con esa silueta de chica nacida de cuerdas de guitarras o arpas. Me explico. Lisa Bianca fue engendrada tan solamente para rimar con la simplicidad de una polca del Paraguay del mismo nombre. Tal las emociones de mi hermano Pablo Celestino Cavalcaro quien engendró con Lia Fima a esta niña, la tercera de una línea extensa de proles, y sin sospecharlo le pusieron este nombre exultante y agradable a cualquier oído, y sobre todo, fácilmente de ser escrito y hasta admirado en tierras extranjeras. Es decir, Pablo escuchó la polca en su inmenso tocadiscos, y seguramente obligó a la esposa a bautizar a la niña bajo el nombre de la partitura. Lisa Bianca era escuchada en variadas ocasiones (acaso todos los días) bajo los eucaliptos que aun existían en los predios de Pablo y Lia allá en el Gran Buenos Aires. A veces la cantaba un dúo de nombre Acuña-Toledo, entusiasta, aunque de escasa inspiración. No sabemos si Lia habría participado en la escogencia del nombre de la niña.

    Probablemente no, no habría sido muy necesario porque mi hermano argumentaba a veces sin esperar ningún desacuerdo. Me dijeron - y hasta lo creo - que un día Pablo, armado de un cuchillo largo aunque de escaso filo, se echó detrás de la despavorida Lia quizá para convencerla que él era el macho de esos predios. Anoto que yo no soy así.

    Lisa Bianca, flor bendita,

    mi quimera juvenil…

    Las polcas se escriben en guaraní, como en los tiempos del Padre Montoya, aunque a veces las colorean o las adornan con el castellano. Después de todo, la Constitución Nacional establece que hay dos idiomas oficiales en el Paraguay. De ahí la dificultad y la reticencia de los paraguayos para expresarse con fluidez.

    ¿Quién es esta Lisa Bianca, en foto arrugada, que salta a once mil metros de altura, envuelta en un suéter blanco, el pelo rojizo que cae sobre los hombros como dos manojos de abanico hecho de cáscara de maíz en sazón? Sus ojos pienso que me miran, que son del color de mis duraznos que están por madurarse allá en New Castle; la sonrisa es manifiestamente escondida, los senos tímidamente ocultos

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