El asesino de la pantalla grande
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No exagero al decir que tras leerlo, te internarás en un laberinto que puede llevarte por caminos que quisieras evitar por no encontrar la salida.
Tras su primera novela Aquiles Strovosky, Esteban Valenzuela nos asombra con una serie de cuentos, recogidos de su singular forma de observar la vida, es así, como las palabras como no sé, no creo; sí, pero o me falta por nombrar algunas, se transforman en singulares personajes en los cuentos de éste escritor, que nació en San Carlos de Bariloche, Argentina, pero que luego de nacionalizarse chileno (por sus padres), se considera un porteño de corazón, por la ciudad de Valparaíso, donde dice que nació de nuevo. De hecho su novela transcurre, en esa ciudad de Chile.
Empecinado en hacer de su forma de escribir un estilo particular, busca mostrarle las variadas formas de mirar la vida, a veces de las voces de sus inconscientes, otras recurre a fantasmas personales,traumas e inclusive a Dios, como sucede en el cuento podría morir en éste instante, en que la protagonista, después de morir, conversa con el todopoderoso, para recriminarle sobre su vida y la de su amante.
Esteban Valenzuela Harrington
Esteban, nació en San Carlos de Bariloche, en el año 1961, hijo de Ricardo Valenzuela y Vania Harrington, es el tercero de cinco hermanos. Es padre de cinco hijos: Nicolás, Tania, Josefa, Felipe y Tomás. Actualmente vive en la ciudad de Viña del Mar, Chile, donde se desempeña en Liberty Compañía de seguros como liquidador. Le gusta escribir de las cosas mundanas, pero con su lente (cámara literaria) las tomas las realiza desde el subconsciente, otras de sus propios personajes. Siempre está intentando ángulos distintos. Con perspicacia, humor y un lenguaje directo, te asalta cual raptor para transportarte hasta su mundo de letras.
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El asesino de la pantalla grande - Esteban Valenzuela Harrington
El asesino de la pantalla grande
cvr_img.jpgEsteban Valenzuela Harrington
megustalogo.jpgTítulo original: El asesino de la pantalla grande
Primera edición: Octubre 2015
© 2015, Esteban Valenzuela Harrington
© 2015, megustaescribir
Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España
Imagen de cubierta de Esteban Valenzuela Harrington
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ISBN: Tapa Blanda 978-8-4911-2165-7
Libro Electrónico 978-8-4911-2166-4
Contents
Nota Del Autor
Único Testigo
El Sol De La Mañana
El Préstamo
Demasiado Tarde
El Demonio
Desde Aquel Día
¿Sólo Un Mal Sueño?
No Sé, No Creo
La Modelo Del Cartel
Sereno Nocturno
La Lista
La Diosa De La Noche Porteña
El Asesino De La Pantalla Grande
La Piedra
El Cuaderno De Poemas Escondido En El Desván
Sí, Pero…
Angustia Matutina
Dejà Vu
La Casa Del Viejo Profesor
Wladimir Gutiérrez
La Batalla Del Nick
¿Fue La Culpa De Ana Karenina?
Podría Morir En Este Instante
La Mujer De Pelo Enmarañado Y La Pequeña Que Vendía Flores
El Extraño Caso De Las Solteronas
NOTA DEL AUTOR
Cada libro nuevo es para uno como un hijo,
que se va sintiendo desde el momento de gestación,
estando presente durante el embarazo,
viendo y viviendo cada etapa de su crecimiento,
y de algún modo cada vez que nace un libro,
algo de uno se va con él.
Así lo siento con ésta mi segunda creación literaria,
no puedo dejar de reconocer que me encuentra en un
momento distinto de mi existencia
y espero de algún modo
haya trascendido en estos nuevos cuentos,
que lo componen.
Es así, que sin duda como los hijos
se parecen al padre o la madre,
en éste caso creo que éste tiene matices del anterior,
así como diferencias que son propias de mi propio crecimiento.
Sólo espero que lo disfruten leyendo,
tanto
como yo al escribirlos.
Único testigo
El sol de la mañana
El préstamo
Demasiado tarde
El demonio
Desde aquel día
¿Sólo un mal sueño?
No sé, no creo
La modelo del cartel
Sereno nocturno
La lista
La diosa de la noche porteña
El asesino de la pantalla grande
La piedra
El cuaderno de poemas escondido en el desván
Sí, pero…
Angustia matutina
Deja Vu
La casa del viejo profesor
Wladimir Gutiérrez
La batalla del Nick
¿Fue la culpa de Ana Karenina?
Podría morir en éste instante
La mujer de pelo enmarañado y la pequeña que vendía flores
El extraño caso de las solteronas.
Único testigo
Son pasadas las 04:00 de la madrugada. Desde la calle alcanzas a distinguir luz en la ventana del quinto piso, así como la sombra de un hombre que se pasea por la habitación impaciente. Te preguntas que le pasará. Te inquieta que el hombre éste paseándose no sólo inquieto, sino que pueda estar planeando algo maquiavélico, no sabes muy bien por qué estás pensando en ello, pero lo cierto es que la idea se pasea por tu cabeza. ¿Y si estuviera con una mujer? ¿Quizás hasta podría pretender hacerle algo? Desde tu distancia, observas sus movimientos que más bien te parecen convulsiones de un desequilibrado, alza los brazos, parece estar entrando en cólera – piensas con preocupación. Sin proponértelo la ventana te ha hipnotizado, como la puerta de un subyugante laberinto que te transporta a un mundo de sombras y probabilidades, te ha hechizado y has sido presa fácil. Tus ojos hasta hace unos minutos agotados, ahora parecen dos celadores acechando una presa. Tus sentidos se han agudizados y toda tu postura habla de una tensión inquietante. Sí, todo indica que no está sólo, debe estar discutiendo con ella - presumes. Apunta con su brazo de modo amenazante hacia su derecha. De seguro esa habitación corresponde al dormitorio del victimario, donde (imaginas) una mujer permanece recostada en su cama. Hasta supones que la tiene amarrada y amordazada. Siendo así, podrías convertirte en el único testigo de un nuevo femicidio. Hace frío, nadie circula por la calle, ni siquiera los perros ladran, la luna recorre el lado oriente de la ciudad envuelta en un tul de niebla. ¿Pero que hacer?, quizás tu imaginación te está jugando una mala pasada producto del cansancio.
El edificio está cerrado, no puedes alarmar a los vecinos sin ninguna prueba, te podrían encerrar por quebrantar la tranquilidad del vecindario. Mejor será que sigas camino a casa, donde te espera tu mujer. Pero no te mueves, te quedas ahí, con los pies adheridos al pavimento, incapaz de tomar una decisión. Deseas que aparezca un vehículo policial para prevenirlos de lo que estás viendo. Ahora imaginas que quizás se trata de un ladrón que fue sorprendido, y al no encontrar nada de valor, se ha desesperado y no piensa irse con las manos vacías por lo que está tratando de amedrentarla para conseguir su objetivo. ¿Y si no fuera así? ¿Si realmente fuera de esos hombres celópatas que no logran controlarse y ella una eventual víctima? ¡No es tu problema! pareces gritarte mentalmente, tratando de evadirte de la situación. El tiempo avanza con una lentitud odiosa y te ha vuelto el cansancio. El hombre de la ventana se agacha, empina el brazo y lleva su cabeza hacia atrás, está bebiendo algo. Quizás necesita embriagarse, para llevar a cabo su cometido – sigues diciéndote - como solitario testigo.
Estás tan absorto, que no te has percatado del taxi que se detuvo frente al mismo edificio, ni has logrado ver al individuo de abrigo negro que se apeó y que se ha colado rápido por la puerta principal. El hombre de la ventana ha prendido la luz en la habitación de al lado. Ahora son dos hombres los que observas, quizás se trata de un par de depravados que contrataron una prostituta y piensan darse un festín. No quieres seguir mirando, te sientes impotente y prefieres alejarte, después de todo ¿Qué puedes hacer? Esta vez, tus pies han respondido. De reojo antes de doblar la esquina, vez que la luz de ambas habitaciones siguen encendidas. ¡Pobrecita! Te dices, y has apurado el paso, sólo quieres llegar pronto a casa.
(En la habitación del quinto piso)
Menos mal que llegaste, te juro que ya no doy más. ¡No lo puedo hacer! Trato y trato pero no lo consigo. No sé en que momento acepté hacerlo.
Si había alguien que podía hacerlo, ese eras tú. Ninguno de los demás se atrevía, por eso te elegimos a ti. ¿Donde la tienes?
Sobre la cama, en mi habitación.
El otro hombre, se sacó el abrigo y se dirigió a la pieza, entonces la vio. La cogió con una mano y se la llevó al living, donde se encontraba su amigo. Está bien te ayudaré con ella.
Hojeó un par de páginas y luego dijo ¿En qué parte de la obra quedaste?
********
El sol de la mañana
El sol de la mañana calentaba mi espalda, cuando el auto se estacionó a media cuadra. La mujer apagó el motor. Las miradas gélidas de ambos se perdían inertes en el vacío. La rigidez en sus cuerpos hablaba de distanciamiento, quizás separación de sus caminos, de sus pasados. Podía intuir aun cuando en ese instante no se dirigieran ni siquiera una mirada, que habían compartido más de un momento íntimo ¿Serían pareja, amantes, marido y mujer?–me cuestionaba. Aún a la distancia percibía el quiebre en que se encontraban. Hasta era posible que un momento atrás hubiesen hecho el amor –pensé. Ella retiró las manos del volante para posarlas sobre sus muslos, como dos extremidades inertes que se abandonaban ante el desconsuelo de una partida inminente. Su larga y ondulada cabellera caía coquetamente sobre sus hombros abatidos con una gracia juvenil. Su mirada gris como el sweater que vestía intentaba reconocer en el espacio de las cosas una respuesta (aunque ni siquiera ella tenía la esperanza de encontrar) La desazón acicalaba su rostro; sus labios cerrados herméticamente, parecían más bien contener las ganas de romper a llorar. La falta de maquillaje, acentuaba su rostro marchito, dejando entrever una vida de desilusiones continuas; daba la sensación que se le escapaba el último aliento de esperanza en su semblanza. Sin embargo, también se podía reflejar en esas duras facciones a una luchadora que ante la derrota se mostraba orgullosa e impertérrita. Él a pesar de tener una contextura corpulenta, parecía estar en una posición más desfavorable. Podría decirse que lejos de ser el victimario debía ser la víctima (aunque lo más probable es que ni siquiera lo sospechara). De unos cincuenta años bien conservados, no manifestaba ser de aquellos hombres que la vida hubiese golpeado, más bien, sus rasgos hablaban de esos sujetos que se mueven buscando el sol. De cara ancha, tez blanca, su rostro estaba delineado con trazos blandos y suaves, como la tez pálida de su barbilla afeitada. Su mirada dirigida en la dirección en que yo venía, no era penetrante, hasta diría insegura, como si le costara mantenerse firme en su postura; con ambas manos sostenía una mochila que descansaba sobre sus rodillas. Entendí que estaba en sus manos la decisión. No podría decir que había odio en su mirada, quizás rabia, desilusión, no sé, su postura era ambigua. Tal vez esa ambigüedad era la que los había llevado hasta ese instante. De pronto, abrió la puerta y sin mirar a atrás se alejó. Mientras lo hacía, estuve pendiente de la mujer, no pestañeó ni siquiera hizo un amago en mirarle. Sus ojos se vistieron de resignación, pena, aflicción, pero se mantuvo inmutable. Él yacía en la esquina. Encendió el motor, llevó las manos al volante pausadamente; miró por el retrovisor y la vi perderse.
Me quedé pensando en ella, porque de los dos era la que más afectada se veía. No era una mujer de esas que uno busque como amante, debido a su gruesa contextura, pero aquel que recién se bajara de su automóvil y que estaba abandonando atrás, sin duda marcó huellas en su vida.
El sol seguía brillando y sería un bonito día, pero sin duda que para ambos, no quedaría en el recuerdo que aquel día estaba soleado.
********
El préstamo
En el fondo siempre supo que aquello ocurriría, desde el primer instante que dijo sí; había violado sus principios y debía pagar por ello, no tenía salida, sabía que aquel le esperaba en la esquina de su calle. En su cabeza rondaba hace treinta días la pesadilla que el mismo creó para sí ¿En qué estaría pensando cuando fue a hablar con aquel hombre? Era cierto que estaba desesperado, pero tenía aún otras posibilidades, lo sabía ahora, que era demasiado tarde.
Cuando Alberto le preguntó que le pasaba al verlo tan taciturno empezando el día ¿por qué esa cara?
- sólo atinó a responder -tengo un inconveniente. ¿Qué pasa?
Seguía sentado cabizbajo sosteniendo su taza de café con ambas manos apoyadas sobre sus rodillas. Sin levantar la vista - agregó- Tú sabes que la empresa mandó un memorándum y nadie puede figurar con problemas comerciales según las nuevas políticas. Doña Gabriela la secretaria de Operaciones, recién fue despedida. No quería seguir la misma suerte, estaba realizando las gestiones con su ejecutiva del banco, pero necesitaba la autorización de Santiago. De seguro, se lo darían; ¿Por qué se han demorado tanto? ¿Acaso no era un cliente por más de quince años? Todo justo ahora que estaban bien las cosas con Marcela –su ex mujer. Hasta almorzaron juntos, incluso se mostró orgullosa por su nuevo trabajo, las horas se hicieron minutos, y la sonrisa y el beso cerca de sus labios, le dejó meditando.
Ese mismo día, en el auto de Alberto llegó hasta el cité. Caminaron en las penumbras, dos puertas a la izquierda, tres golpes suaves, preguntaron por doña Chela (era la contraseña). Atravesaron el pasillo y al fondo la puerta café, tras, un hombre de figura gruesa y cicatriz en el rostro, les salió al paso lo inquietó en demasía. Tan asustado se encontraba en ese lugar y situación que no titubeó en decir sí, a la primera propuesta. El hombre gordo, sorprendido (por cerrar tan fácil la operación) se levantó de modo agresivo y le tomó de su traje, de un envión lo llevó contra la pared, donde procedió a registrarlo, pensó que era un ex-policía. Miró a Alberto, para pedir ayuda - pero éste no se inmutó - él gordo más tranquilo, le arregló la solapa y sin pedirle disculpas, se sentó de nuevo sobre la cama, sacó bajo la almohada la caja de lata con el dinero.
En casa, y en compañía del silencio, se dio cuenta de lo ocurrido. Como fue tan estúpido, ese mercenario, lo había timado, los intereses que le cobraba superaban con creces hasta el más usurero de los bancos. Debía encontrar una solución, pronto. Si, eso era, devolvería el dinero y asunto arreglado, no pasarían ni siquiera veinticuatro horas, de seguro el gordo entendería. Temprano y en el mismo sobre que lo había recibido, se acercó a Alberto.
- ¿Qué es esto?
- El dinero, me arrepentí, devuélveselo a tu amigo el gordo.
- Creo que no se va a poder.
- Como que no, no lo quiero, se lo devuelvo es todo, ni siquiera ha pasado un día.
- Amigo, las cosas no funcionan así, un trato es un trato. Si lo devuelves debes pagar igual los intereses.
- Pero eso es un robo, si ni siquiera ha pasado un día y se supone que el plazo eran treinta días.
- Alberto, estiró el sobre, y le dijo. Entonces tienes treinta días para hacer algo con la plata.
El día pasó lento, ni siquiera la llamada de Marcela, le animó.
Al llegar la noche, en compañía de un cigarro y un trago, encerrado en su habitación contemplaba los billetes desparramados