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Antes De La Caída (El Ángel Roto 3)
Antes De La Caída (El Ángel Roto 3)
Antes De La Caída (El Ángel Roto 3)
Libro electrónico273 páginas4 horas

Antes De La Caída (El Ángel Roto 3)

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Información de este libro electrónico

El antiguo pasado de Lash y Naomi es finalmente revelado dejando al descubierto una historia de lujuria, envidia y traición. Tras estas revelaciones, ¿Bastará el amor para mantenerlos juntos, o la verdad sobre la familia de los ángeles rotos acabará por separarlos?

Lash recordó lo que la abuela de Naomi le dijo hacía tiempo: «Siempre hay una luz donde hay amor».

Llevó esas palabras en el corazón porque significaban que el amor entre él y Naomi estaba predestinado. Tras la ceremonia de unión, Lash y Naomi tienen incluso más preguntas sobre sus vidas pasadas. Conforme van resurgiendo sus recuerdos descubren que fueron separados por la única persona que pensaban que era su mayor aliado, el arcángel Raphael.

Cuando los demás arcángeles revelan finalmente el misterio de su pasado, descubren una historia de lujuria, envidia, traición, derrota y descenso a las tinieblas.

Tras estas revelaciones, ¿será suficiente el amor para mantener a la familia unida?
IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento18 feb 2019
ISBN9788893982504
Antes De La Caída (El Ángel Roto 3)

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    Antes De La Caída (El Ángel Roto 3) - L.G. Castillo

    1

    Naomi se metió cautelosamente en uno de los descuidados arbustos que había detrás de la casa de su abuela, con cuidado de no arañarse los brazos.

    Contuvo la respiración al escuchar el crujido de los guijarros. Alguien andaba cerca de su escondite.

    Le dieron un tirón de sus gruesas coletas.

    —¡Uf! ¡Chuy! Lárgate. Búscate tu propio escondite.

    —Oh, Venga ya, Naomi. No quiero que Lalo me encuentre a mí primero —dijo Chuy, alargando su brazo flacucho para tirarle del pelo otra vez.

    Ella le dio un guantazo. —Eso te pasa por apostar con él tu muñeco de Luke Skywalker.

    —No es un muñeco. Es una figura de acción.

    —Sí, lo que sea.

    —Por favor, Naomi, tú eres más pequeña que yo. Puedes encontrar otro lugar donde esconderte.

    Naomi, de siete años, miró a su primo Chuy de arriba abajo. Esta no era la primera vez que intentaba hacer trampas jugando al escondite con su mejor amigo, Lalo Cruz, y con los demás niños del barrio. Su padre le había pedido que fuera amable con él. Chuy había perdido a sus padres hacía un par de años y vivía con la abuela de ambos, Welita. Cada verano, Naomi pasaba dos semanas con Welita y Chuy. Le encantaba, pese a las constantes burlas de Chuy.

    Se giró y se asomó a través del arbusto.

    —No sé.

    Chuy le frotó la nuca diciendo: —Deseo que Naomi se vaya y encuentre un nuevo lugar donde esconderse.

    —¡Para ya, Chuy! —Le dio una bofetada en la mano. Desde que Chuy descubrió la mancha de pecas de su nuca una vez que fueron a nadar hacía un par de semanas atrás, no había dejado de frotársela pidiendo deseos. Él alegaba que parecía el número siete y que, por ende, tenía que dar suerte.

    Una mano morena y regordeta le alcanzó y Lalo chilló: —¡Te pillé!

    —¡Maldita sea, Chuy! Mira lo que has hecho. —Salió del arbusto hecha una furia.

    —¡Chuy! ¡Naomi! ¡El almuerzo está listo! — La voz de Welita se oyó a lo lejos.

    —Oh, ¿qué hay para almorzar? —preguntó Lalo mientras corrían hacia la parte delantera de la casa.

    —Pollo con mole —dijo Chuy.

    —Mi favorito.

    —Siempre dices lo mismo de todas las comidas de Welita.

    —Porque es verdad.

    —Lo mejor es que le preguntes a Welita si Lalo puede comer con nosotros —dijo Naomi, jadeando.

    —Welita, ¿se puede quedar Lalo a almorzar con nosotros? —preguntó Chuy una vez hubieron llegado al porche.

    Welita estaba en el escalón superior, secándose las manos en el delantal. —Él ya come con nosotros todos los días.

    Miró a Lolo por encima de sus gafas de sol tintadas de rosa. —¿No te está esperando tu madre?

    —No, le dije que estaría aquí y que tú eres la mejor cocinera de todo Houston. Entonces me lanzó la chancla y empezó a gritarme. Creo que está loca.

    Naomi se rió por lo bajo al imaginarse la chancla de su madre volando. Sabía que era un gesto inofensivo, pero él debería haber aprendido a no insultar la cocina de una mujer.

    —Ay, Dios mío. —Welita sacó un trapo de cocina de su delantal y se secó la frente. —Tendré una charla con ella esta tarde para arreglar las cosas. No te preocupes, Lalo. Yo lo arreglaré.

    —Gracias, Welita —dijo mientras él y Chuy subían corriendo los escalones del porche.

    —Naomi —Welita puso una mano sobre su hombro cuando esta llegó al último escalón. —¿Me recoges las sábanas? Las tendí temprano esta mañana. Ya deberían estar secas.

    —Pero es que Chuy y Lalo se lo habrán comido todo para cuando termine de hacerlo. Probablemente ya se hayan comido la mitad.

    —Te prometo que tu almuerzo estará ahí cuando vuelvas. Solo te llevará un minuto.

    —Vale, de acuerdo. —Naomi salió saltando del porche y corrió hasta la parte trasera donde Welita había tendido las sábanas. Ya sabía definitivamente lo que iba a pedirle a sus padres por Navidad ese año: una secadora para Welita.

    Al doblar la esquina, escuchó a Welita gritar: —¡Ay, dejad de comer tan rápido! Ahora tendré que hacer más para mí y para Naomi.

    Naomi ralentizó el paso. Ya no era necesario que se apresurase.

    Las sábanas blancas se agitaban con el viento. Puso una mano sobre una de ellas. Estaba seca. Se puso de puntillas y alcanzó las pinzas.

    Justo cuando estaba a punto de doblarla, por el rabillo del ojo vio una sombra moviéndose detrás de la otra sábana.

    —Ja, ja, Chuy. No me asustas. Sé que eres...

    Se quedó con la boca abierta cuando vio a una mujer flotando acercándose a ella. Era la mujer más hermosa que jamás había visto: su pelo oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros; tenía la piel tan lisa como la porcelana; y llevaba un delicado vestido color crema con cuello de encaje. El vestido ondeaba mientras se aproximaba.

    Unos tiernos ojos color miel la miraron. Tan asustada como lo estaba Naomi, parecía como si la mujer no pudiera creer lo que estaba viendo. Extendió la mano lentamente hacia ella.

    —Naomi —susurró la mujer.

    —Ehhh.

    —Lo siento. —La mujer retiró el brazo—. No era mi intención asustarte.

    Naomi respiró profundamente y levantó la barbilla. —No estoy asustada.

    La mujer juntó las manos con deleite. —Eres tú. Por fin estás aquí. Llevo esperándote durante mucho tiempo.

    Naomi miró a su alrededor en busca de Chuy y Lalo. Obviamente habían pagado a esta mujer para hacerle una broma. Aunque no tenía ni idea de cómo se las habrían arreglado con el dinero.

    —¿Quién eres? ¿De qué me conoces?

    —Nos conocimos hace mucho tiempo. Mi nombre es Rebecca.

    Naomi arrugó la cara con extrañeza. —Yo no te recuerdo.

    —No deberías. Pero algún día espero que lo hagas. —Miró a su alrededor como si estuviera esperando a alguien—. Hay algo que necesito decirte.

    —Vale.

    —Pero no estoy segura de si me creerás. Aún eres muy joven, así que tal vez lo hagas.

    —¿Qué es?

    Se puso de rodillas y la miró a los ojos. —Soy un ángel.

    Naomi la miró con escepticismo. —¿De verdad?

    Ella asintió. —Quiero mostrarte algo. No tengas miedo.

    Rebecca colocó una mano sobre su frente. —Hizahri.

    Naomi se preguntó qué significaba esa extraña palabra. No parecía inglés ni español. Tuvo una leve sensación en sus sienes, como si estuviera a punto de sufrir un dolor de cabeza. Tuvo una visión de una mujer joven de largo cabello oscuro y ojos azul claro. Se quedó sin aliento. Se parecía mucho a ella, pero mayor. Era como si Rebecca le estuviera mostrando su futuro. Pero no podía ser. La mujer joven parecía sacada del rodaje de la película Los diez mandamientos. Esas fueron las cuatro horas más largas que había pasado sentada viendo una película con Welita.

    Después la visión cambió a un hombre joven que se parecía a Rebecca. El hombre era tremendamente guapo y fuerte. Cuando este se acercó a la mujer joven, ella sonrió y le llamó Lahash.

    Rebecca quitó las manos y la visión desapareció.

    —¡Eh!, quiero ver más. —El hombre llamado Lahash le resultaba familiar. Tal vez le había visto en una de esas obras de teatro navideñas a las que a Welita le gustaba llevarla a rastras durante las vacaciones.

    —Lo siento. No puedo mostrarte más.

    —¿Por qué no?

    —Bueno, digamos que podría meterme en problemas con mi jefe por lo que te acabo de mostrar. —Se puso en pie y comenzó a caminar hacia la sábana que estaba tendida.

    —¡Espera! ¿Cuándo te volveré a ver? —Naomi se apartó el flequillo de su frente sudada.

    —No por algún tiempo —contestó Rebecca, girándose hacia ella—. Y me temo que cuando regrese no me verás.

    —¿Por qué no?

    Se frotó los ojos cuando el cuerpo de Rebecca comenzó a desvanecerse. Porque cuando las personas crecen, dejan de creer.

    —Yo no lo haré. Por favor, regresa y muéstrame más. No dejaré de creer.

    Rebecca le sonrió con ternura. —Y eso es lo que te hace ser especial, Naomi.

    Y entonces, se fue.

    Naomi miraba embobada a Rebecca. Una suave sonrisa permaneció en su rostro cuando esta terminó de hablar. Todos los que estaban en la sala, Jeremy, Lash, Uri, Rachel, Raphael, e incluso Gabrielle, miraban a Rebecca con expectación.

    Cuando Rebecca comenzó a contar la historia sobre cómo conoció a Raphael, Naomi no esperaba que lo hiciera con el momento en el que ella jugaba al escondite con Chuy y Lalo.

    —Creo que... —dijo Naomi, rompiendo el silencio—. Recuerdo que eso sucediera, pero no pensaba que fuera real. Creía que había sido un sueño. Como la vez que soñé que los personajes de Barrio Sésamo hacían un desfile en mi barrio.

    —¿Soñaste con la Gallina Caponata? —Lash le dedicó una sonrisa de medio lado.

    —¿Quién es esa Gallina Caponata? —susurró Uri.

    —Luego te lo digo —respondió Rachel en voz baja.

    —Oh, suena a algo pervertido.

    Naomi puso los ojos en blanco por la respuesta de Uri. —Te estás yendo por las ramas —le dijo a Lash—. Cuando era pequeña, mis sueños eran tan reales que pensaba que ocurrían en realidad. Conforme me iba haciendo mayor, me di cuenta. De ninguna manera la Gallina Caponata y el Señor Snuffleupagus estarían delante de mi casa en mitad de la noche. Así que siempre supuse que era un sueño.

    —Así que pensaste que conocer a Rebecca había sido un sueño —dijo Gabrielle.

    —Sí, gracias. Quiero decir que yo era tan solo una niña y luego... luego crecí. —Miró a Rebecca, tragando saliva con dificultad—. Y rompí mi promesa. Dejé de creer.

    —«¿Cuándo sucedió? ¿Es realmente esto lo que ocurre cuando te haces mayor?», pensó Naomi.

    —Oh, no. —Se giró hacia Lash—. ¿Qué habría pasado si no hubiese dejado de creer? ¿Y si me hubiera aferrado a ello? Tal vez te habría recordado. Me refiero a que, hubo momentos justo después de conocerte en los que sentía como si te conociese. Eran pedazos de recuerdos que se me venían a la cabeza. Era muy extraño. No sabía de dónde procedían. Tenía una especie de déjà vu cada vez que estaba contigo y yo lo dejé pasar.

    —Tú no lo sabías —dijo él, tomándola de la mano—. Eh, ni yo tampoco.

    —Naomi —Rebecca cruzó la habitación. Lash se echó hacia un lado para dejarle un hueco y a continuación se sentó entre ellos—. No he contado lo que ocurrió para hacerte sentir mal. Solo quería que comprendieras que yo siempre he estado ahí cuidándote y esperándote.

    —¿Por qué?

    —Forma parte de la historia de nuestra familia.

    —Nuestra historia no es fácil de contar —dijo Raphael—. Todos nosotros—hizo un gesto con la mano señalando a todos los que estaban allí— experimentamos lo que aconteció hace mucho tiempo de forma diferente. Si todos compartimos nuestros recuerdos, podremos comprender mejor lo que sucedió. ¿Puedo comenzar yo?

    —De acuerdo —dijo Naomi mientras los demás asentían con la cabeza.

    —Todo empezó cuando Raguel, discúlpame, quiero decir Rachel, y yo fuimos enviados a una misión a la ciudad de Ai.

    —¡Oh, Dios! —exclamó Rachel—. De eso hace muchísimo tiempo. No había pensado en ello en siglos. Fue entonces cuando cambié mi nombre por Obadiah.

    —Pensaba que te cambiaste el nombre porque Jeremy empezó a llamarte Ragú con salsa de espaguetis —dijo Lash.

    —Yo no la llamaba así —declaró Jeremy—. Oh, espera. Sí que lo hice.

    —Un clásico. —Uri sonrió y le chocó el puño.

    Rachel le lanzó una mirada asesina a Uri y este contuvo la risa y se aclaró la garganta.

    —Lo siento, amor mío. Solo trataba de relajar el ambiente. No me gusta recordar cómo era... cómo te traté hace años.

    —Lo sé. También es duro para mí, pero sobrevivimos a ello. —Ella le besó en la mejilla con suavidad y se giró de nuevo hacia Naomi. —Bueno, ¿por dónde iba?

    —Estabas hablando sobre un hombre llamado Obadiah —le recordó Naomi.

    —Ah, sí. Obadiah. Recuerdo esa época muy bien. Fue la primera vez que toqué a un ser humano.

    2

    1.400 a.C.

    —¿E stás seguro, Raphael? —preguntó Raguel.

    El Arcángel Raphael examinó el grupo de tiendas apiladas al pie de la colina. Las lágrimas brillaron en sus ojos al ver a las personas que habían construido su casa justo a las afueras de las puertas de la ciudad. Eran marginados, rechazados por una enfermedad sobre la que no tenían ningún control. A la gente de Ai no le importaba si eran jóvenes o viejos, hombres o mujeres, ricos o pobres. Una vez aparecían las llagas en su cuerpo, dejaban de estar bajo la protección de la ciudad. Para ellos, Dios les había dado la espalda a los enfermos y ellos debían hacer lo mismo.

    Se giró hacia su pequeña compañera. —Sí. Estoy seguro. Hemos sido enviados aquí para traerles consuelo. ¿Cómo van a sentir consuelo si ni siquiera los tocamos?

    Sus ojos marrones se abrieron de par en par al escuchar sus palabras. —Michael se enfadará si lo averigua.

    Raphael sonrió. —Pues entonces no se lo diremos, ¿verdad? Les han echado de sus casas y han sido repudiados por sus familias. Ya han sufrido demasiado.

    —Tienen miedo. Todas esas personas muestran signos de lepra y han sido declarados como impuros.

    Raphael frunció el ceño. —Ellos aún son Sus hijos. Merecen todo el consuelo que podamos darles. —La miró—. Puede que no nos permitan sanar sus cuerpos, pero podemos sanar sus almas. El mínimo toque de una mano cariñosa puede reparar un corazón roto.

    Ella se miró las manos. —Yo nunca he tocado a un humano. ¿Qué se siente?

    —Calidez, vida. No se parece a cualquier otro sentimiento que hayas experimentado. El Altísimo ha creado a una magnífica criatura.

    —Conozco esa sensación. —Sus ojos se quedaron fijos en la distancia y, por la expresión de su cara, Raphael sabía que estaba pensando en Uriel, el Arcángel de la Muerte. Si no fuera sido porque Gabrielle le había contado lo que Raguel sentía por Uriel, jamás lo habría imaginado. No era muy bueno fijándose en esas pequeñas cosas. Afortunadamente, Gabrielle envió a Raguel a esa misión a la Tierra con él con la esperanza de que se distanciara de Uriel. Aunque había mucha bondad en el corazón de Uri, últimamente había estado caminando por la cuerda floja entre el bien y lo inmoral, al igual que Lucifer.

    Lucifer era un buen amigo suyo y era admirado por todos en el Cielo. Sin embargo, últimamente, Raphael se había sentido incómodo por algunas de las sugerencias que este le había hecho. Con el paso de los años, Lucifer había acumulado un gran número de seguidores, o amigos, como él prefería llamarlos. Hablaba sobre cómo Dios amaba más a los humanos que a sus propios ángeles. Aseguraba que los ángeles deberían gobernar a los humanos, en lugar de servirles. En un momento dado, incluso llegó a sugerir que los ángeles deberían tomar por esposas a humanas y aparearse con ellas para así crear una raza superior a la que Dios había creado.

    Raphael se estremeció con solo pensarlo. En ese momento fue cuando Lucifer mostró su lado envidioso y Raphael vio que el mal se enraizaba en su amigo.

    Miró a Raguel, que tenía una expresión de ternura en su rostro. Frunció el ceño con preocupación. Su amor por Uriel la pondría a prueba si este elegía el camino de la inmoralidad. Al igual que los humanos, todos los ángeles gozaban de libre albedrío. Su única salvación era que el egocéntrico de Uriel no tuviera sentimientos recíprocos hacia ella; estaba demasiado enamorado de sí mismo.

    —¿Sabes cambiar de forma?

    Él la cogió de la mano, preparado para ayudarla si era necesario. Para un ángel era raro que le enviaran a la Tierra. La mayoría de su trabajo se limitaba a observar a la gente desde el Cielo. Cuando los ángeles eran enviados a la Tierra, raramente lo hacían en su forma humana. De hecho, él tan solo lo había hecho una vez... con el permiso del Arcángel Michael.

    —No. ¿Es muy difícil?

    —No, en absoluto. Primero tienes que plegar las alas y meterlas en tu cuerpo.

    —¿Pueden hacer eso?

    —Hay muchas cosas que podemos hacer. No eres consciente de los dones que tenemos en comparación con los humanos.

    —Bueno, en realidad no he interactuado con ellos. Esta es mi primera asignación en la Tierra —explicó mientras movía los hombros hacia atrás y hacia delante, con el rostro fruncido mientras trataba de averiguar cómo plegar las alas.

    Él suspiró. —Desafortunadamente, esta podría ser la primera de muchas más. Recuerdo un tiempo en el que los ángeles eran enviados a la Tierra una vez o dos por siglo. Ahora, la frecuencia ha aumentado y me temo que nos necesitarán más en un futuro. —Por alguna extraña razón, al decir esto, Lucifer se le vino a la mente, pero ignoró el pensamiento.

    Raguel dejó de agitar las alas.

    —¿Qué ocurre?

    —Nada —respondió ella.

    Él dio una vuelta alrededor de ella y puso las manos sobre la parte trasera de sus hombros. —Funciona mejor si te quedas quieta. Ahora empuja los hombros hacia atrás y mete los omóplatos como si quisieras juntarlos.

    —¿Así? —Su pequeño pecho se llenó de aire al empujar los hombros hacia atrás.

    —Sí. Muy bien. Tensa la espalda un poquito y ahora tus alas deberían...

    Con un fuerte zumbido, dio un trompicón hacia delante y las alas se metieron de un golpe en su cuerpo.

    —¡Ay! ¿Siempre duele así?

    Él se rió entre dientes y le tendió la mano para ayudarla a levantarse. —Te has tensado demasiado. Te acostumbrarás con la práctica.

    —Haces que suene como si esta no fuera a ser la última vez que tendré que cambiar a mi forma humana.

    «Tal vez incluso más de lo previsto», pensó él.

    —¿Y ahora qué?

    —Concéntrate en tu torso. Justo aquí. —Colocó dos dedos en el centro de su abdomen—. Ahora empuja hacia afuera como si trataras de alejar mis dedos de tu cuerpo.

    —¿Así...? ¡Guau! Hay algo blando bajo mis pies. —Levantó un pie y miró el suelo.

    —Eso es arena.

    —¿Toda la tierra tiene este tacto? —preguntó, colocando de nuevo el pie en el suelo moviendo los dedos de los pies.

    —No, solo la arena —respondió él dirigiéndose hacia el asentamiento—. Vamos, tu primer contacto con los humanos será algo que jamás olvidarás.

    3

    Mientras se acercaban al asentamiento, Raphael vio a una mujer joven tratando de colocar con dificultad una gran olla sobre un fuego. Un niño pequeño con abundante cabello oscuro se aferraba a su pierna haciendo que la tarea le resultara más difícil. Ella llevaba una túnica larga que estaba limpia pero con pequeñas rasgaduras que necesitaban arreglarse. Llevaba una toca que le cubría el cuello y la boca, dejando al descubierto unos brillantes ojos marrones. Cuando se movía, las mangas de la túnica se levantaban revelando las llagas de sus brazos.

    —Permíteme —dijo Raphael apresurándose a ayudarla.

    —Gracias, señor.

    —Puedes llamarme Raphael —dijo colocando la olla sobre el

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