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El Amor Prohibido De La Baronesa: Serie Viudas, #3
El Amor Prohibido De La Baronesa: Serie Viudas, #3
El Amor Prohibido De La Baronesa: Serie Viudas, #3
Libro electrónico178 páginas4 horas

El Amor Prohibido De La Baronesa: Serie Viudas, #3

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En las suntuosas salas y los jardines encantados de la sociedad inglesa, Amanda Thornton, Baronesa de  Elmhurst una joven viuda, se enfrenta a la soledad tras la pérdida de su esposo en lejanas tierras africanas. Pero su vida da un giro inesperado al descubrir un secreto oculto: su difunto esposo tenía un gemelo, Damien, un libertino desheredado.

El encuentro entre Amanda y Damien desata una pasión prohibida que florece en las sombras de la sociedad. Mientras las intrigas y expectativas sociales los rodean, y la oposición de la familia los presiona, los protagonistas se debaten entre la lealtad al pasado y el anhelo del presente.

Sin embargo no solo tendrán que luchar contra las expectativas de una sociedad que puede ver mal su relación sino contra un despiadado espía que tiene un secreto y solo Amanda puede revelarlo.

¿Podrá el amor prevalecer sobre las barreras impuestas por la sociedad debido a su amor prohibido? ¿Sucumbirán ante el peligro los rodea? Descúbrelo en esta apasionante historia de amor y redención.

IdiomaEspañol
EditorialAmaya Evans
Fecha de lanzamiento23 nov 2023
ISBN9798223534891
El Amor Prohibido De La Baronesa: Serie Viudas, #3
Autor

Amaya Evans

Amaya Evans es una escritora de género romántico con tintes eróticos. Le encanta hacer novelas con temas contemporáneos, históricos y también suele integrar en sus novelas los viajes en el tiempo, ya que es un tema que siempre le ha apasionado. Ha escrito series contemporáneas como Masajes a Domicilio, que ha gustado mucho tanto a lectores europeos como a lectores americanos. Entre sus novelas históricas de regencia tiene algunos títulos como Amor a Segunda Vista, Me Acuerdo y Corazones Marcados. También entre sus novelas históricas del Oeste Americano ha escrito la serie Novias Del Oeste, que habla sobre el tema de las novias por correo de aquella época, pero incluyendo el viaje en el tiempo. Amaya, adora escribir a cualquier hora y en cualquier lugar y siempre lleva su pequeña libreta de anotaciones por si alguna idea pasa por su mente o si ve algo que la inspira para una nueva novela. Vive feliz con su familia en un pequeño pueblo cerca de la capital, le encanta hacer postres y tiene un huerto que es su orgullo. Estoy casi segura de que si tuviera una casa enorme, tendría 20 gatos y 20 perros, porque odia salir a la calle y ver tantos animalitos sin hogar.

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    El Amor Prohibido De La Baronesa - Amaya Evans

    Sinopsis

    En las suntuosas salas y los jardines encantados de la sociedad inglesa, Amanda Thornton, Baronesa de  Elmhurst una joven viuda, se enfrenta a la soledad tras la pérdida de su esposo en lejanas tierras africanas. Pero su vida da un giro inesperado al descubrir un secreto oculto: su difunto esposo tenía un gemelo, Damien, un libertino desheredado.

    El encuentro entre Amanda y Damien desata una pasión prohibida que florece en las sombras de la sociedad. Mientras las intrigas y expectativas sociales los rodean, y la oposición de la familia los presiona, los protagonistas se debaten entre la lealtad al pasado y el anhelo del presente.

    Sin embargo no solo tendrán que luchar contra las expectativas de una sociedad que puede ver mal su relación sino contra un despiadado espía que tiene un secreto y solo Amanda puede revelarlo.

    ¿Podrá el amor prevalecer sobre las barreras impuestas por la sociedad debido a su amor prohibido? ¿Sucumbirán ante el peligro los rodea? Descúbrelo en esta apasionante historia de amor y redención.

    Capítulo 1

    La mansión de Elmhurst , enclavada en un rincón apartado de la campiña inglesa, se alzaba como un testigo silencioso de la vida de la joven baronesa Elmhurst. La casa, una joya arquitectónica que había sido el hogar de la familia durante generaciones, ahora parecía más grande y solitaria que nunca. Los altos muros de piedra y las ventanas con enrejados de hierro forjado la rodeaban como si quisieran mantenerla a salvo de un mundo que había perdido su brillo.

    La rutina de Amanda se había vuelto monótona y silenciosa desde la partida de su amado esposo, Edward. Cada día comenzaba con el suave tintineo de las campanas de la iglesia del pueblo cercano, un sonido que solía traerle alegría pero que ahora solo le recordaba su pérdida.

    Amanda se levantaba temprano, pero en lugar de la sonrisa de Edward que la saludaba cada mañana, era el solitario canto de los pájaros lo que llenaba su habitación. Se paseaba por los pasillos silenciosos de la mansión, susurros de recuerdos flotando en el aire. Las paredes estaban adornadas con retratos de familiares de antepasados de su esposo, y las miradas de los antepasados parecían observarla con ojos comprensivos y tristes.

    El salón principal, donde solían conversar durante horas sobre sueños y planes futuros, ahora era un lugar de melancolía. El sillón en el que Edward solía sentarse parecía vacío, como si su presencia hubiera desvanecido la vida de la casa. Amanda pasaba las mañanas perdida en sus pensamientos, contemplando el retrato de su difunto esposo, con sus ojos cálidos y su sonrisa eternamente congelada en el lienzo.

    El jardín, que una vez había sido un lugar de alegría y risas compartidas, ahora se sentía sombrío. Las rosas que Edward solía cuidar con tanto esmero junto a ella, habían perdido su brillo, y las bancas de piedra se encontraban vacías, esperando en vano el regreso de la pareja que solía pasear juntos por los senderos de grava.

    Las tardes se desvanecían en el crepúsculo, y Amanda se retiraba a su dormitorio, donde el eco de la risa de Edward aún resonaba en su mente. El aroma de las sábanas limpias y la suavidad de su almohada solo servían para intensificar su soledad. Las noches eran aún más solitarias, con el silencio de la casa envolviéndola como un manto oscuro.

    Amanda, con el corazón cargado de tristeza, anhelaba la presencia de Edward. Cada momento que pasaba sin él era un recordatorio constante de la vida que habían compartido y que había sido arrebatada por la malaria en aquel lejano continente africano.

    No era fácil levantarse cada día y sentir  la soledad en la que la partida de su querido esposo, la había dejado sumida, pero ella trataba de poner su mejor esfuerzo, para que la vida siguiera. Cuando estaba en la ciudad no asaba tanto. En las temporadas no había tiempo de extrañar a nadie, al menos no de la forma adecuada, pus siempre había eventos, invitaciones sociales, visitas o compras que hacer. Pero cuando regresaba a casa, a la mansión Elmhurst, todo era distinto. Allí se sentía la presencia de Edward en cada parte del lugar y era difícil no echarlo de menos, aun cuando habían pasado cuatro largos años. Siempre se preguntaba, cuando dejaría de doler su ausencia.

    UNAS SEMANAS PASARON desde que Amanda no recibía visitas y de repente, allí estaba Lord Frederick, el ex suegro de Amanda.

    La mansión de Elmhurst se llenaba de un aire distinto cada vez que él, la visitaba. Era un hombre de costumbres arraigadas y valores algo anticuados, pero su cariño por Amanda era innegable. Desde la muerte de su amado Edward, se consideraba el protector de su nuera y no escatimaba esfuerzos en velar por su bienestar.

    Amanda apreciaba profundamente la preocupación y el afecto de su suegro, pero a veces sentía que su cariño la sofocaba un poco. La relación entre ellos era la de un padre y su hija, y Frederick se sentía con derecho a darle consejos sobre todos los aspectos de su vida, incluyendo sus amistades.

    Había sido testigo de varias ocasiones en las que Frederick expresaba su desaprobación por las amistades de Amanda, en particular, sus queridas amigas Betty y Pearl. A pesar de que Amanda las adoraba, él las veía como mujeres demasiado liberadas y rodeadas de escándalo. A menudo le decía que no le agradaban y le recomendaba que se mantuviera alejada de ellas.

    El señor St. Clair era un hombre de edad madura, con cabello plateado y una mirada penetrante que ocultaba una profunda bondad. Siempre vestía de manera impecable con su traje de chaqueta oscuro y su bastón de ébano.

    La visita transcurrió con una mezcla de conversaciones amigables y momentos incómodos. Frederick insistió en revisar las cuentas de la mansión, a pesar de que Amanda había demostrado ser una administradora eficiente. Luego, compartieron una taza de té en el salón principal, donde Frederick la miró con cariño paternal y le recordó lo afortunada que era de llevar el título de Baronesa de Elmhurst, algo que jamás le dejaba olvidar.

    Después de la partida de su suegro, Amanda suspiró cansada. La visita de Frederick siempre dejaba un rastro de agotamiento en su mente. Se frotó las sienes con los dedos, sintiendo una leve jaqueca que amenazaba con instalarse. Decidió retirarse a su dormitorio para descansar y aliviar la tensión.

    El dormitorio, con su mobiliario antiguo y cortinas de encaje, era un refugio donde Amanda encontraba consuelo en medio de la soledad. Se tumbó en la cama con una mezcla de gratitud y exasperación por la figura paternal de Frederick. Sabía que sus intenciones eran buenas, pero anhelaba la libertad de tomar sus propias decisiones, especialmente en lo que respectaba a sus amistades.

    Mientras cerraba los ojos en busca de un merecido descanso, Amanda se prometió a sí misma que seguiría siendo fiel a sus amigas Betty y Pearl, a pesar de la desaprobación de su suegro. Después de todo, eran ellas quienes le habían brindado apoyo en sus momentos más oscuros y la habían ayudado a encontrar la fuerza para enfrentar el presente.

    La habitación de Amanda estaba inundada de luz suave, filtrada a través de las cortinas de encaje que ondeaban con delicadeza. La cama, con su dosel de terciopelo y sábanas de seda, parecía un oasis de comodidad en medio de la mansión. Amanda se recostó sobre las almohadas y cerró los ojos, sus pensamientos divagando entre los recuerdos de su esposo y las palabras de su suegro.

    La jaqueca que había comenzado como un suave zumbido en su cabeza se intensificó lentamente, como si las preocupaciones y tensiones acumuladas se manifestaran físicamente. Suspiró y se masajeó las sienes con las yemas de los dedos, tratando de calmar la creciente molestia.

    El eco de las palabras de Frederick resonaba en su mente. Siempre había valorado el apoyo de su suegro, pero a veces la sensación de que la veía como una niña necesitada de orientación la agobiaba. Betty y Pearl eran dos de las personas más importantes en su vida, y no podía simplemente alejarlas debido a las opiniones de su suegro.

    Mientras reflexionaba sobre la visita y sus propios sentimientos, Amanda se dio cuenta de que necesitaba encontrar un equilibrio entre su amor y respeto por su esposo fallecido y la necesidad de tomar sus propias decisiones. Después de todo, ella era la Baronesa de Elmhurst, y su corazón sabía lo que era mejor para ella, incluso si a veces se sentía atrapada en las expectativas de los demás.

    Con un suspiro profundo, Amanda se prometió a sí misma que seguiría siendo fiel a su propio corazón y a las personas que le importaban, incluso si eso significaba desafiar las expectativas de la alta sociedad y las opiniones de su suegro. La jaqueca seguía presente, pero una sensación de determinación la llenó. Con el tiempo, aprendería a manejar la soledad y las expectativas, y encontraría un camino hacia su propia felicidad.

    Un rato después Amanda todavía envuelta en pensamientos y con una persistente jaqueca que martillaba su sien, suspiró sintiendo que la desesperación por el dolor, se mezclaba con sus pensamientos, mientras intentaba encontrar claridad en medio de la niebla de emociones.

    Sin embargo, el destino tenía un giro inesperado reservado para Amanda en ese día que se presentaba como uno más en su vida normal. Mientras Amanda yacía en su cama, sumida en sus pensamientos, un susurro lejano la alcanzó, un murmullo en el viento que hizo que se incorporara y frunciera el ceño. Parecía como si una presencia desconocida se aproximara sigilosamente a la mansión.

    El murmullo se transformó en un suave golpeteo en la puerta principal, apenas audible, como un eco distante.

    Un minuto después su doncella tocaba la puerta.

    —Milady, tiene una visita. —la muchacha la veía con ojos como platos, y el color se había ido completamente de su rostro.

    — ¿Qué te ha pasado, muchacha? Estás pálida.

    —No es nada, milady—respondió mirando hacia el piso.

    — ¿Y quién es la visita?

    —Dice que es un familiar.

    — ¿Familiar mío?—respondió ella confundida.

    —Es mejor que vaya a verlo, milady—por la cara de su doncella, ella no le quedó más remedio que asentir.

    — ¿Lo has hecho pasar?

    —Sí, milady. Me tomé el atrevimiento de decirle que fuera al salón de visitas. Si gusta pudo acompañarla, milady.

    — ¿A dónde?

    —A ver a su visitante—respondió la chica.

    —Eso extrañó más a Amanda—porque querría que me acompañaras a recibir una visita, niña—le preguntó riendo.

    —Milady temo que sea demasiada impresión para usted.

    —Ahora si me has preocupado.

    —Es que ese hombre es muy parecido al difunto lord Elmhurst. Son como dos gotas de agua.

    —Es no pude ser posible. Tal vez si son familia hay un parecido muy grande, pero no puede ser tanto.

    —Cuando lo vea milady, sabrá porque se lo digo.

    Amanda la miró extrañada pero ahora la curiosidad era inevitable—está bien, iré a ver quién es este familiar. — se tomó un momento para mirarse al espejo, y luego salió a ver quién era este visitante que además llegaba a una hora tan impropia, pues era demasiado temprano.

    Cuando finalmente abrió la puerta, y se acercó al hombre, su corazón dio un brinco. Ante ella, en la penumbra del atardecer, se encontraba un hombre con una presencia imponente y unos rasgos sorprendentemente familiares. La figura se mantenía en silencio, sus ojos azules fijos en

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