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Pasado
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Libro electrónico81 páginas1 hora

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Sinopsis "PASADO":

Jack Stanley odiaba las ratas y no era su única razón para irse a vivir a otro lugar más tranquilo, con su bella esposa y su hermosa hija. El nuevo hogar era su destino, y ello, evocaba cosas terribles a medida que los días pasaban en la nueva casa. Flotando en un charco de agua como el aceite, los fantasmas y un asesino en serie, flotaba en lo que parecían sueños, pero era la realidad. ¿O se distorsionaba todo lo palpable? Barbara Stanley ve cosas todas las noches. Alguien de su pasado, ha regresado, pero ¿en su nuevo hogar? ¿Qué es lo que está sucediendo realmente? Jack de profesión escritor y detective por vocación y aficionado, investiga el pasado que esconde secretos que nunca debieron volver de nuevo.

Sobre el autor:

Crecí y empecé a escribir influenciado por el maestro del terror y el drama, Stephen King. Soy el autor de la biografía de su primera etapa como escritor. Además, he escrito una antología basada en la caja que encontró la cual pertenecía a su padre que era también escritor. Ahora escribo antologías y novelas de terror, suspenses y thrillers. Ya he publicado "Los inicios de Stephen King", "La caja de Stephen King", "La historia de Tom", la saga de zombis "Infectados", "Miedo en la medianoche", "Toda la vida a tu lado", "Arnie", "Cementerio de Camiones", "Siete libros, Siete pecados", "El hombre que caminaba solo", "La casa de Bonmati", "El vigilante del Castillo", "El Sanatorio de Murcia", "El maldito callejón de Anglés", "El frío invierno", "Otoño lluvioso", "La primavera de Ann", "Muerte en invierno", "El juego de Azarus", "Pido perdón", "Ojos que no se abren", "Una sombra sobre Madrid", "Crímenes en verano", "Mi lienzo es tu muerte", "Mi odio", "El susurro del loco", "Confidencias de un Dios", "Solemn la hora", "Lifey", "AGUA" y "Tú morirás". Pero no serán las únicas que pretendo publicar. 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 ene 2022
ISBN9798201169312
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    Pasado - Claudio Hernández

    Este libro se lo dedico a mi esposa Mary, quien aguanta cada día niñeces como esta. Y espero que nunca deje de hacerlo. Esta vez me he embarcado en otra aventura que empecé en mi niñez y que, con tesón y apoyo, he terminado. Otro sueño hecho realidad. Ella dice que, a veces, brillo... A veces... Y aquí estoy de nuevo... Pero en esta segunda edición existe una persona muy importante para mí, y ella es Sheila, quien ha leído todas mis obras, y en esta ocasión-como en muchas-se ha encargado de corregir todo el manuscrito... Y a mi padre Ángel, que desde el cielo me está cuidando...

    PASADO

    1

    Quieto.

    En realidad, estaba inmóvil. Como el poste de un gallinero a medianoche, pero con los ojos clavados en la entrada de la cabaña, caseta o, quizá, casa. Y en pleno amanecer. La niebla densa y pegajosa flotaba alrededor de ese cutre hogar que parecía astillado por los cuatro costados. Y él, impasible, tenía las manos metidas en los bolsillos de su gabardina marrón. Era Jack Stanley. Un tipo curioso; o más que eso, ya que era detective por vocación. Tenía el pelo alborotado, mezcla caoba y blanco, y había crecido en abundancia, aunque no tenía flequillo que tapara su amplia frente: húmeda en ese momento tan cautivador del día. Su nariz romana husmeaba algo en el aire que resultaba rancio y empalagoso. Sin duda, había algo allí dentro que apestaba, y la niebla repartía toda esa mierda por derredor. Su corazón lejos de palpitar, funcionaba de forma cautelosa, como si de un momento a otro se tuviera que parar, y por ello decía; quieto, respira hondo y relájate. Sin embargo, un fuerte dolor le acariciaba el pecho con bastante pelo, que evidentemente no mostraba, ya que tenía una camisa blanca debajo de la gabardina. Sus pobladas cejas estaban enarcadas. Y sus labios, prietos.

    Allí había algo que le susurraba cosas al oído.

    Escuchaba voces.

    Una detrás de otras.

    Y no era la suya, ni la de su mujer. Y, por supuesto, no era la vocecilla aguda de su hija de doce años.

    Era el destino, que los había elegido.

    Y la última parada estaba allí.

    Sí, era cierto.

    2

    En el Estado de Maine parece suceder todo lo más extraño del mundo. Sobre todo, si vives entre Portland (Maine) y Boston (Massachusetts). Ese lugar, lleno de fresnos y montañas rocosas, esconde miles de historias increíbles, y la familia Stanley parecía una opción más que contar.

    Ella, Bárbara Stanley, estaba junto a su hija, Daria Stanley, ultimando las cajas que los hombres de amarillo debían meter dentro de un par de camiones que empezaran a rodar por la carretera hacia el Este. Su marido, Jack, solo estaba preocupado por las ratas y las rajas de la madera. Él había iniciado el viaje mucho antes. Esta vez, la historia no comenzaba con un viaje en coche atravesando todo el Estado mientras la familia canturreaba dentro como los borregos antes de ir a un matadero. Esta vez, las cosas eran bien diferentes. 

    Jack había visitado tres veces el nuevo hogar, y su esposa e hija habían visto las fotografías con una sonrisa medio tonta dibujada en sus rostros. En esta ocasión, ellas eran las que preparaban todo el contenido de las cajas, es decir, la mudanza. Los muebles pesados o las cajas voluminosas las cogían los hombres encargados de dos camiones amarillos o color mostaza.

    A fin de cuentas, en un coche no cabía todo; y en los días que corrían, los americanos llenaban sus hogares con multitud de libros, muchos libros, además de los típicos muebles. No como los de antes, como vulgarmente se decía, que solo tenían la ropa para la mudanza, dejando incluso los platos en propiedad de la casera o el casero.

    —Daria, ¿podrías estarte quieta un momento? —refunfuñó su madre. Sus ojos grises se clavaron en las diminutas cuencas de ella. Tenía un peluche, que colgaba de una de sus manos; y en la otra, un libro infantil. Los dibujos parecían danzar alrededor del tocho de cuatrocientas páginas y regresar de nuevo al interior.

    —No estoy haciendo nada, mamá —contestó la pequeña de cabello rubio.

    —Pues deberías moverte. Me refiero a que tendrías que ayudarme a llenar estas jodidas cajas. —Las manos de Bárbara empujaban con fuerza las solapas de cartón hasta hundirlas. El esfuerzo la hacía sudar bajo las tetas.

    —Mamá, has dicho una palabrota —dijo jocosa la cría. Estaba muy sonriente y se le veía la mella. Era el colmillo del lado derecho. Había escuchado el nombre técnico en boca de su odontóloga, pero ya no lo recordaba. Eso daba igual ahora.

    —No he dicho ninguna palabrota, hija.

    —Sí lo has dicho. Has dicho jodidas cajas.

    —¡Daria! No digas eso.

    —¿Lo ves?

    —No veo nada.

    —Me refiero a que eso era una palabrota; si no, ¿por qué me has chillado?

    —No te he chillado.

    —Sí lo has hecho.

    De repente, Chumpy, el gato vampiro de la casa, se paseó entre ambas, apuntando con el rabo a la bombilla del techo. Estaba ronroneando, y era gris atigrado. Lo de vampiro era porque tenía unos colmillos enormes. Daria decía que se parecía a un vampiro,

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