Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Nada Sobra, Carlos Ingham
Nada Sobra, Carlos Ingham
Nada Sobra, Carlos Ingham
Libro electrónico336 páginas3 horas

Nada Sobra, Carlos Ingham

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Hace diecisiete años Carlos Ingham quiso crear el primer banco de alimentos en Chile. La motivación era una: evitar la destrucción de bienes que pueden ser usados o consumidos por personas que los necesitan. Pero el camino para lograrlo estuvo lleno de obstáculos, desde una ley que no daba cabida a la donación de alimentos, hasta una sociedad que cerraba los ojos ante el hambre de miles de personas.
Hizo falta mucho esfuerzo, dedicación y el compromiso de un grupo de personas que no descansaron ante la convicción de que nada sobra, y que el sueño de acabar con el hambre en Chile es un objetivo alcanzable. Este libro hace memoria y recuerda el camino recorrido desde el primer día.
IdiomaEspañol
EditorialZig-Zag
Fecha de lanzamiento8 jul 2021
ISBN9789561236066
Nada Sobra, Carlos Ingham

Relacionado con Nada Sobra, Carlos Ingham

Libros electrónicos relacionados

Ciencias sociales para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Nada Sobra, Carlos Ingham

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Nada Sobra, Carlos Ingham - Red de alimentos

    portad

    A María José, Gregorio y Magdalena.

    La publicación de este libro estuvo a cargo de Editorial Zig-Zag, como un aporte a la valiosa labor de La Red de Alimentos.

    I.S.B.N.: 978-956-12-3543-4

    I.S.B.N. digital: 978-956-12-3606-6

    Desarrollo de contenido:

    Andrea Viu S. y Rodrigo Díaz C.

    Edición, diagramación y coordinación editorial: Editorial Zig-Zag

    Diseño portadas y portadillas:

    Strong Chile

    Fotografías:

    Red de Alimentos

    Algunos pasajes y diálogos fueron construidos o adaptados con fines literarios.

    El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Tabla de Contenido

    Prefacio

    Prólogo

    1. El ansia

    Cita a ciegas

    La gran muralla

    2. Ciudadano Ingham

    Odisea 2003

    Odisea 2004

    Odisea 2005

    Odisea 2006

    Odisea 2007

    Odisea 2008

    Odisea 2009

    3. Negocios riesgosos

    ¡Acción!

    Mad Men

    Vestida para matar

    Miss Sloan

    El contador

    Los donantes

    Gente como uno

    Leones por corderos

    Cambio de hábito

    4. Cadena de favores

    La nouvelle vague

    Y el Óscar es para…

    El color del dinero

    La red social

    La otra red social

    La fiesta inolvidable

    La mano de Lagos

    Punto de quiebre

    5. El largo brazo de la red

    6. Misión imposible

    Parte 1: Ad Astra

    Parte 2: Recursos Humanos

    Parte 3: El vuelo del fénix

    Parte 4: El código enigma

    Parte 5: La red

    Parte 6: Repercusión

    7. El mecanismo

    Poder Privado

    Poder Ejecutivo

    Poder Legislativo

    Final feliz

    El brindis

    La dura realidad

    Impacto profundo

    Lo que vendrá

    8. El año que vivimos en peligro

    Operación Trueno

    Contagio

    Los (no) olvidados

    Resultado final

    9. Post data

    Anexos

    Hidden Figures

    De Biobío con amor

    Nuestros socios 2020

    Cartas y editoriales publicadas en El Mercurio

    Selección de fotos

    Capital humano

    Equipo ejecutivo Red 2020

    Consejo asesor 2010-2020

    Campañas Agencia Strong

    Índice Onomástico

    Prefacio

    Han pasado diecisiete años desde que en 2003 surgió la idea de crear el primer banco de alimentos en Chile tras ver la experiencia de lo realizado por el Banco de Alimentos de Buenos Aires. En ese momento me embarqué en un camino que pensé era sencillo y terminó siendo una odisea, como cruzar el desierto.

    Fueron muchos años de contactar y golpear puertas para explicar la necesidad e importancia de concretar una iniciativa como esta. No fue fácil, sobre todo tratar de entender lo inentendible, porque ver a miles de personas sufriendo hambre y malnutrición mientras se destruían y desperdiciaban miles de toneladas de alimentos, no tenía ningún sentido.

    Pero el problema era mayor, porque esta práctica estaba entreverada en la reglamentación tributaria. Por eso fueron años y años de conversaciones y tratativas para dar el primer paso: lograr que el Servicio de Impuestos Internos acogiera la idea de que los alimentos por destruir se entregaran a organizaciones sociales sin fines de lucro, sin que eso fuese considerado gasto rechazado. Este importante paso demoró casi siete años.

    Recién entonces pudimos crear la Red de Alimentos, una corporación sin fines de lucro, con un horizonte claro: ser la alternativa sostenible a la destrucción de bienes que pueden ser usados o consumidos por personas que los necesitan. En eso hemos trabajado los últimos diez años con mucho esfuerzo y dedicación, desarrollando un modelo sostenible de triple impacto: social, medioambiental y económico.

    Hoy me llena de orgullo mirar lo logrado en esta década: hemos rescatado más de cuarenta millones de kilos de alimentos y más de cuatro millones de unidades de artículos de higiene personal, de aseo y pañales, beneficiando a cientos de miles de personas. Asimismo, contribuimos a la lucha contra el cambio climático evitando la emisión de más de 90.000 toneladas de CO2.

    Nada de esto sería posible sin la convicción, el apoyo y el compromiso de centenares de personas y empresas que han hecho su aporte para construir esta gran red de solidaridad. Por eso, con este libro queremos hacer memoria y recordar el camino recorrido desde el primer día.

    Quiero agradecer a todos quienes me han acompañado en esta odisea. A quienes confiaron en este proyecto desde el comienzo, a los que se fueron sumando en el camino, a los que ayudaron de forma desinteresada, sin esperar nada a cambio, a los que nos dieron una palabra de aliento en los momentos más difíciles, a los que nos impulsaron a crecer y a tantos otros que han sido partícipes de esta maravillosa historia.

    Gracias también a todos quienes aportan a que la Red siga funcionando día a día y enfrentando los nuevos desafíos: gracias a los trabajadores por su dedicada labor diaria; gracias a las 245 empresas socias y contribuyentes por su valioso aporte y por creer en nuestra causa; gracias a las organizaciones sociales por permitirnos llegar de forma directa a miles de personas desde Arica a Punta Arenas; gracias a las autoridades –de diversos colores e ideologías– que han ayudado a impulsar políticas públicas y regulaciones para combatir el desperdicio de alimentos y productos de primera necesidad; y gracias a todas las personas que, de forma anónima, aportan su granito de arena a nuestra institución.

    A todos, simplemente ¡gracias!

    Carlos Ingham

    Fundador y presidente Red de Alimentos

    Santiago, septiembre de 2020

    Prólogo

    En la historia de la humanidad, hombres y mujeres han realizado grandes obras que han trascendido hasta el día de hoy. Sin embargo, para que este legado lo recordemos en la actualidad, tuvieron que pasar numerosas etapas antes de que pudieran concretar y ver los frutos de sus iniciativas. Lo primero fue encontrar una causa que los hiciera soñar y que de ella surgiera una idea a desarrollar. Muchas de estas causas nacieron del dolor ante un sufrimiento que parecía difícil de superar.

    Esta etapa inicial a veces queda en un simple sueño y no se logra dar el primer paso para embarcarse en un nuevo proyecto. Los capaces de sortear esta primera valla son pocos y después deben enfrentarse a diversos obstáculos: negativas, cierre de puertas, falta de apoyo, frustraciones, entre otros factores. Eso hace que finalmente muchos desistan de sus sueños en el camino. A su vez, también hay personas que persisten y, generalmente, lo hacen junto a otras que comparten el mismo ideal y están dispuestas a sumarse al desafío. Caen y se desaniman, pero se vuelven a levantar con más fuerza para seguir intentándolo y así lograr su cometido. Esto se realiza de manera colectiva, y cada integrante del grupo asume las tareas que corresponden a sus capacidades particulares. Así es como se forjan los legados y este libro es el fiel reflejo de ello.

    Hace diecisiete años surgió la idea de crear el primer banco de alimentos en Chile. Esta iniciativa se fundamenta en una causa potente: rescatar alimentos para distribuirlos entre los más vulnerables del país. Más específicamente aún, la idea era contribuir al combate contra el hambre y la malnutrición que afectaba –y sigue afectando– a miles de personas día a día. Por más que hoy parezca un proyecto muy loable, trascendente y de gran impacto social, en su momento parecía imposible de concretar por diversos motivos. Fue un largo camino con muchos obstáculos, pero también con importantes aliados que le fueron dando cuerpo y realidad. Algunos no lo veían plausible por el sistema y el marco regulatorio, mientras que otros mostraban su incredulidad frente a la causa: ¿Hay hambre en Chile?, preguntaban. Sin embargo, la perseverancia y el contacto con la realidad de la pobreza más extrema no dejaron de motivar y movilizar a quienes se involucraron en este sueño.

    Para 2003, Chile llevaba trece años desde que había recuperado la democracia. La década del noventa había sido el decenio más exitoso de la historia del país. Esto lo demuestran todos los indicadores económicos, como el aumento del ingreso per cápita y la disminución de la pobreza. Así fue como nos autodenominamos los jaguares de América Latina. La vanidad es siempre una mala consejera, ya que impide ver la realidad en su integridad y solo se centra en fragmentos de ella.

    Este apodo surgió de la elite empresarial que veía con gran optimismo el boom económico y lo comparaba con el de los cuatro tigres asiáticos –Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur–, los que se encontraban en una etapa de gran crecimiento e industrialización. Embriagados por el éxito de las macrocifras y los promedios, las prioridades eran otras y así surgían este tipo de comparaciones que nos ilusionaban en transformarnos en un país desarrollado, algo inédito en la historia sudamericana.

    Efectivamente, habíamos pasado de tener un 38,6% de personas que vivían en situación de pobreza en 1990 a un 18,7% en 2003. Fue un tremendo avance que logramos entre todos como país y que fuimos mejorando año tras año. Pero cerca de un quinto de la población aún vivía bajo el umbral de la pobreza. Y quienes se encuentran en esta situación no solamente tienen un pequeño monto de dinero para vivir –o sobrevivir–, sino que también están expuestos al hambre, la malnutrición, a un acceso limitado a servicios básicos y a la falta de una vivienda digna, entre otros flagelos.

    Ese quinto de la población no era un simple número, no era una mera estadística. Eran miles de personas, sus familias y sus comunidades, que sufrían y estaban a la espera de que este país pujante, este jaguar de América Latina, les diera una oportunidad para salir de la pobreza. Algunos lo lograron, pero muchos otros siguen aguardando. De la misma forma, hoy, persisten quienes creen que en Chile no hay hambre.

    Por eso fue tan importante la perseverancia y el compromiso para concretar el sueño de crear el primer banco de alimentos en nuestro país. Un modelo que existe desde los años sesenta en Estados Unidos y que se fue extendiendo por todo el mundo, pero que en Chile recién comenzó a funcionar en 2010. Ha pasado una década y las siguientes páginas son el testimonio del gran trabajo y avance realizado por la Red de Alimentos.

    El hambre y la malnutrición son problemas de los cuales tenemos que seguir haciéndonos cargo de forma sistemática. El contexto de la pandemia sirvió para visibilizar con mayor fuerza la realidad de las ollas comunes y comedores sociales, que empezaron a proliferar con la crisis sanitaria y económica que azota al país. No obstante, su existencia venía desde mucho tiempo atrás. Por lo mismo, la labor que cumple esta corporación es fundamental. Y no solo por la causa que la sostiene, sino también por su capacidad de tender amplias redes entre las comunidades, sus organizaciones sociales y las empresas privadas.

    En este sentido, Chile hoy posee un importante músculo que ha desarrollado con los años. Se trata de la sociedad civil organizada en su conjunto, cada vez más activa y participativa, que ha tomado diversos espacios para aportar y contribuir a un mejor país. Una sociedad civil que saca a relucir toda la solidaridad en los momentos más complejos, cuando Chile se ve azotado por catástrofes naturales como terremotos, aluviones o inundaciones, pero que también sigue trabajando en tiempos de relativa normalidad.

    Complementario a eso, hay que valorar los avances que ha tenido la empresa privada en desarrollar una mayor conciencia y responsabilidad social. Muchas organizaciones han entendido que su capital financiero tiene que estar vinculado con el capital social que genera a través de la confianza y las acciones concretas. Y para eso hay que involucrarse con las comunidades y los territorios, escuchando, dialogando y colaborando, según las necesidades que surgen de una población determinada y no con planes impuestos a la fuerza.

    La Red de Alimentos ha logrado posicionar durante esta década el hambre como un tema que no podemos olvidar en diversas empresas y fundaciones, para llegar a organizaciones que atienden a cientos de miles de beneficiarios, de Arica a Magallanes. En este sentido, la Red no solo ha presentado una causa, sino que también ha logrado establecer una cadena de ayuda sólida. Con trabajo, profesionalismo, transparencia, dedicación y mucho amor, se ha ganado la confianza de las comunidades más excluidas y de sus organizaciones; del sector público y del privado. De esta manera, y tras diez años, la Red de Alimentos tiene un papel preponderante.

    Hoy, cuando en Chile estamos discutiendo construir un nuevo pacto social que marcará el futuro de las próximas generaciones, es de suma importancia impulsar y fortalecer en nuestro tejido social organizaciones como la Red de Alimentos, que impacta de forma positiva, colaborativa y solidaria al país. Esta hermosa nación la construimos entre todas y todos, y la Red de Alimentos es un ejemplo de lo bien que nos hace trabajar por el bien común y concretar un sueño que sí es posible de alcanzar: que cada persona que nazca en Chile pueda recibir el alimento necesario para un desarrollo pleno y feliz.

    Benito Baranda

    Santiago, septiembre de 2020

    Cita a ciegas

    Corría abril de 2003 y Carlos Ingham, conocido por todos como Calú, acababa de llegar de Argentina, donde gracias a la casual invitación de un amigo a una cena de beneficencia, descubrió un nuevo giro donde aplicar su experiencia laboral y de vida. El evento conmemoraba el segundo aniversario del Banco de Alimentos de Buenos Aires y las más de 1.200 personas congregadas en el recinto ferial de La Rural evidenciaban que el proyecto ya era todo un éxito. En esa cena Calú conoció a Steve Camilli¹, uno de los fundadores de la Red Argentina de Bancos de Alimentos.

    –Steve, estoy muy impresionado con este proyecto, ¿te puedo llamar después para que me cuentes cómo lo hicieron acá? Quiero hacer esto mismo en Chile –le dijo Calú.

    Para colmo de coincidencias y motivaciones, en esa época el director ejecutivo de este banco de alimentos era Alan Manoukian², quien había sido compañero de colegio de Calú.

    Después de esta cena, el entusiasmo se apoderó de él de inmediato. Esto lo armo en Chile en dos patadas, conozco a todo el mundo…, pensó. La lógica económica del problema le pareció evidente: por un lado, hay personas que pasan hambre a diario y, por el otro, hay tanto alimento que se desperdicia. Solo hay que juntar las dos puntas.

    Un par de semanas más tarde, Carlos se reunió en Santiago con Horacio Parga, uno de los fundadores del Banco de Alimentos de Córdoba (Argentina). Lo había invitado para que lo acompañara a una reunión en la cual había convocado a algunos de los ejecutivos más importantes de la industria alimenticia chilena y en la que también había incluido –vía telefónica– a Steve Camilli desde Buenos Aires.

    –Calú, ya están todos. Te están esperando –le dijo su secretaria.

    –¡Excelente, Jeanette! Llama a Steve y pasa la llamada a la sala de reuniones para ponerlo por el altavoz.

    –Altiro.

    Carlos se levantó del sofá en el que estaba conversando con Parga y juntos se dirigieron a la sala de reuniones de JP Morgan.

    –¡Holá, holá! ¿Qué hacén? ¿Cómo andán? –Calú se acercó a sus invitados y los saludó uno por uno con cariñosos abrazos, estrechones de mano y palmetazos en la espalda.

    La conversación se inició con temas triviales y así continuó por un rato. En eso entró su secretaria.

    –Calú, Steve Camilli al teléfono. ¿Paso la llamada al altavoz?

    –Muchas gracias, Jeanette. No, lo hago yo mismo, no te preocupes –le dijo Calú, quien se puso de pie, se acercó al altavoz, presionó un botón y se prendió la luz roja–. Holá, Steve, ¿cómo andás? Che, te agradezco mucho que te hayás hecho el tiempo para conectarte con nosotros. Sé que vos estás muy ocupado por estos días.

    –Hola, Carlos –le respondió Steve–, todo okey por acá. No problema, un gusto por mí colaborar en lo que podiera.

    –Ok, Steve, gracias. Te cuento que estamos reunidos aquí con varios de los ejecutivos más importantes de la industria de alimentos en Chile, para presentarles el proyecto e incentivarlos a participar. Así que voy a partir.

    –Okey –se escuchó del otro lado.

    –Queridos amigos, les he pedido que vengan hoy porque quiero invitarlos a ser partícipes de un proyecto que no existe en Chile, pero sí en muchas otras partes del mundo. Es un concepto muy bonito que, estoy seguro, les conmoverá y hará tanto sentido como a mí, ya que consiste en aprovechar recursos que actualmente se están desperdiciando, para hacerlos llegar a algunas de las personas más necesitadas del país.

    –¿Y de qué se trata? –preguntó uno, interpretando las caras de perplejidad de los demás.

    –Se trata de que los alimentos que a ustedes les sobran, esos que se pierden o botan por merma, falla o cualquier otra razón, pero que están buenos y son perfectamente comestibles, los donen al Banco de Alimentos que queremos formar, igual a los que existen en Argentina, México, Europa, Estados Unidos y en tantos sitios más, para hacerlos llegar a un montón de instituciones que albergan a ancianos, niños y gente necesitada que los pueden aprovechar.

    –Pero, Calú, ¡eso no se puede hacer! –le lanzó sin anestesia uno de los ejecutivos.

    –Carlos, no podemos regalar los alimentos en vez de destruirlos, porque eso es gasto rechazado –aclaró otro que era abogado.

    –Y, además, no podríamos recuperar el IVA de esos alimentos –agregó un ingeniero comercial.

    –Olvídate, Calú, acá eso es imposible –añadió un tercero–. La idea es muy bonita. De hecho, sé que nuestra empresa colabora con

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1