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Leon Dekar y el Jardín del Cielo: Leon Dekar, #1
Leon Dekar y el Jardín del Cielo: Leon Dekar, #1
Leon Dekar y el Jardín del Cielo: Leon Dekar, #1
Libro electrónico394 páginas5 horas

Leon Dekar y el Jardín del Cielo: Leon Dekar, #1

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Información de este libro electrónico

Un sueño lleva a un joven a una aventura llena de fantasía, misterio e intriga.

El hermano de Leon, Valcrist, desapareció hace años. Así que cuando Leon comienza a soñar con su hermano perdido, sabe que ese sueño es importante... pero, ¿descubrirá de que se trata todo antes de que sea demasiado tarde?

Con su novia y un pequeño grupo de amigos, Leon irá en busqueda de la verdad. Encontrarán criaturas fantásticas, atravesarán hermosos paisajes y lucharan batallas heroicas.

Mientras tanto, el sueño de Leon continua alarmando que algo está por suceder. En su viaje tendrá que luchar contra sus miedos, encontrar el héroe dentro suyo y convertirse en lo que está destinado a ser. ¿Descubrirá su verdadera fuerza antes de que sea tarde? ¿Podrá salvarse a si mismo y a sus amigos? ¿Encontrará las respuestas a tiempo para salvar a sus amigos, a él y al mundo?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 feb 2021
ISBN9781973267829
Leon Dekar y el Jardín del Cielo: Leon Dekar, #1
Autor

Leonardo Adriel

Leonardo Adriel has always been a fan of deep fantasy. He’s been inspired by video games like The Legend of Zelda, Final Fantasy, the Mana series, Chrono Trigger, Metroid, Soulsborne, and others and he believes all this influence lends an unusual, but beautiful, touch to his work. He hopes to use the same combination of beautiful imagery, music, and art along with his stories to create an audiovisual product like none that have existed before. He was born in Argentina and hopes to inspire others to create with his powerful words.   You can find recent news and more by visiting his website: www.leonardoadriel.com/

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    Vista previa del libro

    Leon Dekar y el Jardín del Cielo - Leonardo Adriel

    Leon Dekar

    Y el Jardín del Cielo

    Primera edición: Agosto 2018

    Corrección y edición: Analía Ruth Gon

    Ilustración: Andrés Agostini

    Para saber más del autor: www.leonardoadriel.com

    Copyright © 2014 -2018 por Leonardo Adriel Pizzio

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstame públicos.

    ISBN: 9781973267829

    Para mi mamá y su amor que tanto extraño,

    y esta vez más que nunca,

    para mi hermano, Gabriel

    Que por siempre descanse, en el Mágico Reino de Zeal

    Índice

    Capítulo 1: ¿Alguna vez viste el océano?

    Capítulo 2: Una voz llamando desde la oscuridad

    Capítulo 3: Sueño de la orilla que bordea otro mundo

    Capítulo 4: El viento canta sobre una travesía

    Capítulo 5: Campos azules

    Capítulo 6: Solo en el mundo

    Capítulo 7: Tema de Sobremundo

    Capítulo 8: El bosque fantasma

    Capítulo 9: Color óxido

    Capítulo 10: Malignos cuentos y obligaciones

    Capítulo 11: Ritmo inmoral

    Capítulo 12: Presagio

    Capítulo 13: Circuitos del tiempo

    Capítulo 14: El destinado retorno

    El cielo era de un azul inmaculado y los prados resplandecían con un brillo esmeralda.

    El joven individuo miraba estoicamente a la profunda vastedad de los campos infinitos, mientras el viento pasaba gentilmente a su lado.

    Todo parecía perfecto, aunque algo faltaba en este espectacular escenario. Este solo permanecía allí, nostálgico de días aún por venir, sujetando el pendiente que colgaba firme, pero delicadamente de su cuello.

    —Sé sabio entre todas las cosas... porque la vida es como se es percibida — recordaba en palabras quebradas por el tiempo, sin quitar la vista del cerúleo firmamento.

    El tiempo fluyó sin importancia, hasta que en la lejanía, el gran azul estaba por ser conquistado por una virtuosa melodía que tronó desde todos lados, invocando a todos y cada una de las magníficas criaturas que la leyenda predecía.

    —Dekar — confirmaba sin titubeos, maravillado ante las danzantes figuras que despertaban una dulce y suave fragancia en el pasto en su andar, así estremeciendo todos sus sentidos.

    Bestias magníficas surcaban los cielos de este día; ágiles como aves, suaves como piel de algodón, gigantescos como estrellas y majestuosos como Dios.

    Mientras la música crecía con la atmósfera, estos seres mágicos pintaban el mundo con todos los colores imaginables; una armonía perfecta que ningún artista podría siquiera llegar a soñar.

    Pero de la misma forma como vinieron, abandonaron esta tierra sin fin. Se marcharon con agilidad y belleza, desvaneciéndose en su propia sinfonía. Su formación dejaba hoyos en el firmamento que crecían a medida que las criaturas desaparecían, no obstante, trazando una pintura incluso más tremenda como regalo de partida.

    Una isla, un inconquistable pedazo de tierra, flotaba olvidada sobre la esfera celestial. Desconociendo de tiempo o de muerte, erraba eterna sobre un cielo inalcanzable.

    Pero lo imposible no detenía al joven espíritu o a su indomable voluntad, para juntar todas sus fuerzas y tratar de alcanzarla. Este corrió más rápido que el viento y el tiempo mismo sin desistir un instante en su paso, y no obstante, sin importar cuanto esfuerzo reuniera, el épico reino yacía inalcanzable, solo deslizándose hacia el infinito.

    Pero este jamás desistió por más inútil o avasallante que fuera y esto era verdaderamente admirable, mas nunca lograría alcanzar a esa isla flotante, a esa ilusión de paraíso.

    ... Él no estaba listo, no todavía...

    Capítulo 1: ¿Alguna vez viste el océano?

    —B uen día, Leon.

    La madre no necesitó más para despertar a su pequeño.

    Era un día normal en Berlan. Leon escuchaba las olas rompiendo sobre las costas del pueblo, mientras su mamá le daba la bienvenida a la luz del Sol, con un sutil tirón de las persianas al lado de su cama.

    —Está soleado hoy — continuó la mamá — Hace un rato vino Lanna preguntando por ti. Le dije que seguías durmiendo.

    Leon intentó (y falló) esconderse de la cegadora luz de esa mañana, ocultándose bajo sus delgadas sábanas. Le esperaba un día soleado y húmedo, el niño ya lo podía sentir en la picazón de su nariz.

    —Parecía urgente — siguió, ahora levantando y doblando ropa — Cuando le pregunté qué necesitaba, se puso nerviosa, abrimos la puerta, dijo hasta luego y se fue corriendo... ¡La verdad es que no sé cuál es el problema de esa chica con tu papá y conmigo...!

    Mientras su mamá seguía hablando, él se calzó las pantuflas perpendiculares a su cama, con los ojos todavía incomodados por la luz.

    —Pero bueno, papi ya te hizo el desayuno. Mejor bajemos, mi vida — propuso, mientras abría y sostenía la puerta de la habitación a la corta y rizada alfombra canela[1] que se extendía por el pequeño corredor que conectaba todas las habitaciones de este piso, con las únicas escaleras de la casa en el medio de esta.

    Bajó, todavía adormecido. Hoy sería un día húmedo, se lo reafirmaron los ruidosos crujidos de una de las tablas de la escalera, que el padre había prometido arreglar y él ha ayudarlo (ya varias veces).

    Abajo estaba el salón que la familia denominaba como cocina, sala de estar o entrada principal, dependiendo de la situación. A su derecha lo aguardaba una humeante bandeja de sobras sobre la mesa de la cocina. Por una puerta, entre la escalera y el refrigerador, entró el padre, que justo terminaba de atender el pequeño jardín de su casa.

    —¡Ahí está mi pequeño león! — Sus guantes y su camisa estaban inmundos de tierra, pero logró abrazar y besar a su hijo en la mejilla con las manos flotando sobre él.

    —¿Cómo te trata esta mañana? Supongo que tu mamá ya te contó lo de Lani, ¿no?

    —Sí. Ya le dije lo de su pequeña damisela en apuros — contestó ella, mientras tomaba los trastes para fregar.

    —Jaja, ¿entonces es verdad? — rio y luego suspiró regocijado — Supongo que eres un suertudo entonces... digo, para que una chica tan bonita te busque para ayudarla... — y suspiró nuevamente, esta vez con cierto cansancio — En fin, ¿cómo está el desayuno, campeón?

    El desayuno sabía fantástico como siempre. El sabor era modesto, pero fuerte, como cualquier comida casera que se respete debería ser.

    Toda la familia se sentó en la mesa para tener una escueta charla mientras Leon comía, compartiendo su buena porción de risas y silencios del día.

    ... Hasta que el plato de Leon se vació. Los padres observaron con una cierta congoja como su hijo subía corriendo las escaleras con sus piyamas y luego regresaba con su ropa ligera de verano, ahora encontrándolos en la parte más trivial de sus mañanas, intercambiando chismes del pueblo, mientras seguían cada cual en su rutina del hogar.

    Leon los besó en la mejilla con cierto apuro, abrió la puerta del hogar y se marchó.

    EL SOL RESPLANDECIENTE sobre el cielo celadón[2] otorgaba una tonalidad vibrante, el gran mar de fondo traía una familiar y melosa harmonía, y cada paso y murmullo de la enérgica gente de este pueblo, acarreaba el ritmo de lo que sería una alegre y vigorosa mañana.

    Desde la salida de la casa de Leon, la ondulada y gris azulina calle de adoquines iba de izquierda a derecha, para luego escalar hacia arriba y hacia abajo. El pueblo de Berlan estaba recostado sobre una colina; las pintorescas casas de roca y yeso primero aparecían en la tierra elevada hacia el Este, para luego descender abruptamente hasta la costa.

    Eras pocas las personas que caminaban esa mañana, no cualquiera se atrevía a disfrutar de sus días libres bajo el rostizante Sol. Solo Imus, el peludo y siempre aullador perro del vecino, saludaba hoy al niño, y de vez en cuando se volteaba para ladrarle ferozmente al aire.

    Leon fue a la esquina para frotarle el lomo al perro, este le lamió la mano con la misma gentileza. Después, miró calle arriba, quizás Lanna lo esperaba en su casa... pero volteó para enfrentar al calmo mar, quizás estaba con sus amigos.

    Antes de decidirse, se detuvo a observar la pequeña, abatida y sucia pendiente al lado de su casa, que caía sobre el techo de otro vecino. Desde allí se formaba un curioso trayecto que permitía ir saltando de techo en techo hasta llegar al escondite donde sus amigos suelen reunirse.

    Leon examinaba seguido esta pendiente, recordando a todos los que alguna vez vio recorrer la denominada escalera al océano ... el primer salto era invitante, era casi dejarse caer, pero el segundo tenía más o menos la distancia de una calle, ese era el que siempre lo hacía dudar.

    Pero después de un rato, decidió seguir los ladridos del perro, que ahora desaparecía calle abajo. Se justificó pensando que hoy no tenía a nadie que lo vea y crea que lo hizo... además de que no quería enfrentarse a las quejas de los vecinos solo.

    El camino al muelle era corto, pero él lo recorrió tranquilo, disfrutando, como siempre del reconfortante movimiento de la marea cerúlea[3] descansando bajo el verde firmamento.

    Al llegar hasta donde la tierra termina y el primer tablón del puerto comienza, Imus salió disparado hacia el pie del muelle para ladrarle a las olas, quizás tratando de evitar que mojen mucho la tierra.

    A la derecha del niño (donde los ánimos del mar se tornaban más intimidantes) se extendían los tablones del puerto que albergaba marineros y pescadores, que cargaban y descargaban cargamentos entre desgastados gruñidos. El destino de Leon yacía en la angosta playa a su inmediata izquierda, donde un destruido bote a remo y una pelota abandonada marcaban una pequeña apertura en el risco.

    LEON SIEMPRE ENTRABA en esta pequeña y sucia gruta con cuidado, como si algo, además de sus amigos, pudiesen acechar adentro.

    —¡Ey, Leon! — saludó Miller, el primero en distinguir el contorno oscuro que tapaba la única entrada de luz en esa cueva.

    Leon encontró a sus amigos conversando, jugando a las cartas alrededor de la gran caja de cargamentos que actuaba de mesa, o desparramados entre los múltiples objetos dragados del mar que ahora decoraban el sitio (y apestaban a humedad). El niño saludó a sus queridos amigos aquí presentes: Evan, Cast, Rina, Sorono, Drico y Fria; nadie más

    —¿Estás buscando a Lani? — preguntó Sorono, en lo que Cast continuó:

    —Tu nooovia se fue a acompañar a Escad a la plaza hace un rato. Seguro se cruzaron y no se vieron, jaja.

    —Ella dijo que te estaba esperando, pero espera acá con nosotros, Le, que seguro estarán volviendo — siguió Sorono — Y, chey, ¿escuchaste lo que dicen del navío perdido?

    —¡Aagh! ¡Chey, yo quería decirle a Leon! — gruñó Cast — Justo estábamos hablando de eso... todavía no han podido hallar nada.

    —El barco no dejó ni un rastro — añadió Drico desde atrás.

    —Nada. Escuché que alguien lo robó porque estaba repleto de tesoros — dijo Cast.

    —¿Y? De esa manera hubiese sido más fácil encontrarlo. Seguro se hundió.

    —Mi mamá dijo que se convirtió en un barco fantasma.

    —¡Están locos! ¡Es imposible que se hunda! Con toda la tecnología y la experiencia de los rescatistas que enviaron de Leicel, no puede ser que naufrague y que nadie haya encontrado los restos todavía.

    —Sí, la gente de la capital tuvo que haberlo encontrado si se hundió.

    —Además, ¿qué pasó con toda la gente a bordo?

    —Claro, fue un secuestro... que seguro planearon desde el principio.

    —¡Vamos! No empieces con esas ideas locas de vuelta, Casti.

    —Agh, ¿por qué no te callas la boca, tarado?

    Leon perdió el interés en la discusión ni bien comenzó, pero cuando se dio cuenta de que estaban demasiado entusiasmados gritando sus opiniones, para escucharlo decir que se iba a buscar a Lanna, se marchó de la gruta en silencio, sin que nadie se diera cuenta.

    A POCOS METROS DE REINGRESAR en las mohosas calles, asomaba una de las cuatro diagonales de loza gris de esta plaza.

    Sentados en una banqueta cerca de la monótona fuente central, estaban Lanna y Escad, meciendo los pies y comiendo helado.

    La chica comentaba algo entre risas mientras apuntaba a los flequillos rubio platinado de Escad, que cubría sus ojos; y mientras este se lo revoloteaba con la bandita sucia que cubría su dedo índice, el niño se aproximó.

    —¡Leon! — anunció Escad, ni bien lo vio de reojo.

    —¡Lele! — le siguió la muchachita, que saltó jubilosa del banquillo hacia Leon, abrazándolo y, brevemente, besándolo en los labios... Y sin importar cuantas veces la escena se repitiera, Escad siempre se sentía incómodo y fuera de lugar.

    —¡Te estuve buscando por todos lados! — dijo la chica — ¿Recordabas que teníamos que comprar las cosas para la escuela? Tenemos que comprar todo antes de que los demás empiecen a acordarse, y no quede nada.

    —Yo ya tengo lo mío – comentó Escad, mientras se aproximaba apaciguo a saludar a su camarada con un amigable beso en la mejilla.

    —Pero tú... eres tú, Ess — continuó Lanna — Nosotros no nos acordamos de comprar antes y seguro que los demás menos todavía.

    —Bue, la verdad es que no compré nada, la mayoría eran de mi hermano.

    —¡Escad! — gritó Lanna, y todo se callaron por un instante —  ... ¿Nos vas a acompañar o no?

    —S-seguro... ¿Van a lo de Mirlo?

    —No. No me gusta Mirlo. Todo es muy... delgado y feo ahí. Mami me dijo que podía ir a... ¿Conoces La Oficina del Arte? ¿El lugar que está cerca de mi casa? — el rubio asintió — Bueno, mami me dio permiso para que compre de las cosas buenas para los dos... va a ser más barato, a la larga.

    —Ah, eeehh, perfecto entonces...

    Lanna no parecía haberlo notado, pero Leon se daba cuenta de la sonrisa forzada de Escad. Se sentía un poco avergonzado, ya que Escad seguro se estaba imaginando todas las cosas lujosas que Lanna le regalaría; pero así era esto, por algo se decía que mientras más alto uno está en la colina, más alto uno está en Berlan (frase normalmente seguida por un ‘si sabes a lo que me refiero’).

    —Pero, chey, Leo – reanudó el rubio — ¿Escucharon lo del barco perdido? Hubo otra investigación y todavía no encuentran nada. ­­­

    Y así, con ese tópico aleatorio y poco importante, los tres chicos caminaron por las calles iniciando una de sus tantas interminables conversaciones bajo el sol de la madrugada.

    —PERO LANI, NO SE PUDO haber ido a ningún lado sin ser visto. A un bote no pueden crecerle alas y volar, o de repente navegar bajo el agua. Mi tío me aseguró que se tuvo que haber desvanecido allí.

    —¿Desvanecido? ¿Que desapareció? – respondía la chica, mientras caminaba abrazada y con la cabeza hundida en el hombro de Leon.

    —Sí. Ayer vino mi tío Mak y me dijo que la única explicación lógica es que un... angakuo haya terminado cerca de la costa, por los vientos fríos de la tormenta que se aproxima y-y que este se haya tragado el barco entero.

    —Guau, ¿en serio?... ¿Este era el tío que es científico? ¿No?

    —Ajá, ese mismo ¡Es genial y sabe mucho de todo! La otra noche me contó de cuando trabajaba en la ciudad de Mistral y me explicó lo que estábamos discutiendo el otro día ¿recuerdas? Me aseguró que allí el cielo es azul.

    —Naaaaah ¿en seeeerio?

    —Ajám. No todos los cielos son verde azulado como aquí ¡Es más! Me dijo que este cielo es bastante raro, en realidad.

    —Guau, ¿y te dijo por qué es eso?

    —No... Esa parte de la explicación no la entendí muy bien. Algo acerca de las regiones y colores térmicos, pero... realmente no entendí qué quiso decir en ese momento.

    Puf. Bueno, no sé si tiene algo que ver con el tema, pero el otro día leí algo acerca de historia científica y... espera ¿la historia es una ciencia?

    —Eeeeh, no sé.

    —Mmh. Igualmente, leí acerca de... bueno, ¿ves cómo este pueblo siempre es tan tranquilo y... en todos lados es tranquilo? Bueno, antes no era así. La gente moría porque peleaba entre sí, todo el tiempo.

    —¿En serio?

    —Sí. Fue así como hace un millón de años, no sé, pero mi papi me dijo que no fue hace tanto. Osea, sarasa, pero quizás todas esas muertes tuvieron algo que ver con el cielo, o sea, la gente se peleaba porque quería dividir pedazos de tierra para cada quien, y luego se peleaba para tener la parte del otro, ¿entiendes?, quizás también hayan dividido el cielo ¿No te parece?

    —Sí... creo que una vez escuché aaalgo así.

    —¿Tu tío nunca te dijo nada de eso?

    —No. Él solo sabe de ciencia-ciencia, dice que las demás ciencias son todas una... una palabra que mi mamá no me deja repetir.

    —Jeje, cielos.

    Y siguieron conversando y hablando. Nunca se olvidaron de que debían comprar útiles escolares, pero antes que eso, tenían que comprar otro helado. Después de todo, sonaba injusto que Lanna y Escad ya hayan comido uno y Leon no, más sí tenían que pasar el resto de la tarde comprando cosas aburridas para la escuela.

    —SABES QUE PREFIERO leer libros de aventuras, porque si por alguna razón dejo de leerlo antes del final, puedo concluir la historia del héroe justo donde lo dejé. Si en ese momento estaba bien, no tenía ningún problema, termina feliz; pero si estaba buscando algo para salvar a alguien, o justo estaba en peligro, el héroe falla si tiene que fallar, pero la historia termina ahí.

    —¿Quieres decir que muere?

    —Y... Sí, Ess... — decía la niña, asegurándose de no derramar su helado mientras caminaban hacia cualquier lado, excepto hacia donde tenían que ir — Pero sarasa, qué se yo. Igual prefiero leer un poco más para dejarlo vivir, ¿no?

    —Pero, de todos modos, Lani ¿Eso no lo hace más triste?

    —¡Sí, exacto! pero también lo hace más lindo, porque es correcto. El héroe sigue su aventura porque uno lee como sigue, pero si uno deja de leerlo ¿Qué? ¿Qué sucede? ¿Se paraliza todo ahí? ¡No!

    —¿Entonces te llenas de culpa para motivarte a seguir leyendo?

    —¡No!... Bueno, no tanto. Pero es mejor darle un final que dejarlo colgado. Es decir, si lo haces fallar cuando está por lograr algo, puedes sentir la tristeza que sentiría por no haber podido lograr lo que tanto quería. La aventura termina medio triste, pero por lo menos puedes imaginar la... la... la determinación y el sacrificio que hizo el héroe para llegar tan lejos. O sea, te conecta más con el personaje y con la historia, la hace como... más personal y le da más valor, ¿entiendes?... Incluso si muere...

    —Sí, entiendo... Nunca lo había pensado así, pero... ¡suena genial! ¿p-puedo hacerlo yo también?

    —Sí... supongo... a mí me salió natural, no sé porque no lo se sale natural a todos los demás.

    Leon los acompañaba callado, casi desapercibido, pero su risa siempre se acoplaba a la de sus amigos cuando el momento invitaba. Sin embargo, quizás los otros no lo habían notado, pero él nunca dejó de espiar como el sol fue navegando el firmamento desde que comenzaron a discutir sobre barcos perdidos, hasta civilizaciones perdidas y de leyendas, hasta por qué se pierden y olvidan las cosas, hasta como hace la gente para perder y olvidar cosas gigantes como un barco o una civilización, hasta porque la gente pierde cosas cotidianas, hasta por qué siempre se le pierden las medias y calzados a Escad, hasta su teoría de que necesitaría que cada par de medias tengan números o colores para diferenciarlas, hasta que cuando era chico, sus padres le decían que eran las travesuras de unas ardillas de orejas largas, hasta la duda de Lanna de si no se estaba refiriendo a conejos, hasta cual era la diferencia entre conejos y ardillas además de las orejas, hasta que libros escolares de biología creían apuntar la diferencia entre ambos, hasta admitir (luego de un corto debate muy desinformado) que los únicos libros que realmente leían eran de ficción y la subsiguiente pregunta de que libros de ficción creían poder contar las diferencias entre conejos y ardillas, hasta que tanto tienen esos libros de metáfora y realidad, y finalmente, hasta la manera correcta de leer libros.

    Y aunque la tarde caía y ya el mismo ambiente sugería un descanso, Leon no deseaba concluir el día en lo de La Oficina del Arte, porque (aunque ni siquiera él terminaba de entender por qué) este se sentía como un día perfecto.

    Era una de esas veladas veraniegas tan calmas, pausadas y distendidas, y sin embargo tan habituales y cotidianamente repetidas en esta época de la vida.... De esas que las memorias terminan fusionándolas todas juntas durante el paso del tiempo, y los pequeños detalles, que son lo que hacen al día perfecto, se desvanecen cuando la melancolía más los necesita... Aunque hoy, ese era un problema para el futuro.

    —Chey, pero piensa esto, — volvió Escad — Si en vez de terminar todo ahí, ¿por qué no inventas cómo continúa la historia?

    —¿Qué quieres decir?

    —Claro ¿recuerdas la historia de El Candelabro de la Torre?

    ¿Síiii...?

    —Bueno, una vez me puse a pensar que... ¿Recuerdas cuando Elan, el caballero sagrado del miedo, estaba en lo de su tío? ¿Qué comía una porción de queso?

    —Eeeh, sí, digamos que sí...

    —Bueno, siempre pienso que quizás si no se la comía, todo, absolutamente todo, pudo haber cambiado. Toda su aventura, incluso pudo no haber vencido al Rey Atos al final.

    —¿Eh? ¿Qué? ¿Cómo que no lo pudo haber vencido? ¿Solo por un... quesito?

    —Sí. Una vez lo pensé. Es posible que si cambias la parte en que no come el queso, desde ahí cambia todo, incluso el final.

    —¡Espera! Puedo entender que me digas que hubiese fallado si no agarraba, eh... esa espada sagrada, o si... doblaba en la dirección incorrecta en su castillo a una trampa, sarasa. ¡Ahí! quizás, puedo creer que no lo hubiese vencido, pero ¿el queso, Ess? ¿En serio?

    —Pienso en el queso porque se me ocurrió el ejemplo más tonto en el momento, pero sí, quizás no hubiese obtenido la espada, o incluso nunca hubiese sabido donde estaba. Una vez leí, y mi tío me dijo también algo parecido, que si cambias una cosa en la historia, por más pequeña y tonta que parezca, cambias toda la historia. Quizás, si inventas otra historia en donde la dejaste, cambia de una forma, pero si después lees el libro un poquito más y dejas de vuelta, puedes cambiar de una forma totalmente diferente. Como dijiste, las aventuras se mueven por las decisiones de los protagonistas y porque nosotros decidimos seguir leyendo.

    —Puede ser... ¿Y eso pasaría si no agarra el queso, entonces? ¿Perdería todo?

    —No sé. Dije que podía ser. Podía ser diferente. No dije cómo...

    — ...

    —Igualmente, me gustaría saber cómo. Digo. Sería lindo que alguien escriba una historia que cambia todo después de ese detalle.

    —¿Por no comer el queso? ... Ja, seguro. Si dices que sería diferente, sería genial saber.... Jajajaja, imagínate si de repente los alienígenas invaden, solo por, jaja, por tomar el queso.

    —... Eh... Sí... qué se yo, Lani...

    —¡Chey! Recién dijiste que todo era posible, ¿no?

    —Dije posible... no probable.

    Y ante la risa de Leon, Lanna golpeó fuerte el hombro de un Escad que le preguntaba qué había hecho para merecerlo.

    CUANDO LOS FAROLES de gas de la calle se prendieron, ninguna conversación logró seguir demorando la cuenta regresiva que marcaba la noche estrellada.

    Corrieron como locos hasta el refinado negocio. No tardaría mucho en cerrar, pero por suerte justo andaban vagando cerca.

    Los tres entraron de una forma tan agitada que no pudieron evitar estrellarse contra las piernas de una señorita que iba de salida y caer desparramados en el suelo.

    —¡Los Lennis! — exclamó la joven, al reconocer a los niños que rebotaron contra ella.

    —¡Nelbo! — saludó el trio al unísono, luego se saltaron emocionados para abrazarla todos juntos a la altura del estómago.

    Ahora sonrojada, se acuclilló para abrazarlos a todos y luego levantarlos para apretujarlos jocosamente.

    —Ja, Nelbi — sonrió Lanna cuando los soltó y pudo respirar — ¿También estás comprando las cosas para la escuela?

    —Jajaja. Naaah. Cuando llegas a mi edad no compras naaada, llegas a la escuela con un bolígrafo y algunos pedazos de papel en el bolsillo, nada más ¡Pero no, tontuela! estoy aquí para comprar tus cosas.

    —¿Eh?

    —Y sí. Digamos que alguien se enteró que todavía no habían comprado nada en el negocio de al lado, se preocupó, y, por lo tanto, se vio obligada a llamar a su adorable vecinita, en otras palabras, yo, para que compre todo por ustedes.

    —¿M-mami? — inquirió la niña, instintivamente mordisqueándose el pulgar derecho.

    —Jajajaja. Digamos que me contó un pequeño... ja, mamá-vientito, jaja.

    —Pero mami dijo que p-podía comprar cosas para Leon también.

    —Sí. También las compré para este mocoso — y sacudió la cabeza de Leon, mientras sacaba una bolsa negra desde adentro de su propio bolso maravilla — Creo que esto es lo que hubieses comprado, ¿no?

    Los tres abrieron este contenedor y revolvieron la mercancía.

    —Todavía pueden cambiarlo, si quieren.  Técnicamente, aún no salió de la tienda.

    —No, Nelbi, ¡está perfecto! es todo lo que necesitamos — agradeció la niña y la abrazó nuevamente. La adolescente, contentísima, la levantó como si fuese un peluche y la colocó encima de sus hombros.

    —Estoy feliz de que estén satisfechos. Ahora, Lennis... Sir Escardo — dijo e inclinó su cabeza galante y jocosamente (aún con Lanna encima) a lo que el rubio hizo el mismo gesto por ella, pero con una mano en el corazón.

    —Creo que ya estamos cerca de su hora del... noni-noni, ¿no, chicos?

    Los niños solo perdieron su mirada sin devolver una respuesta. Ninguno de los tres quería volver, pero tampoco querían discutirle a Nelbo, en parte porque tenía razón, pero principalmente porque era la persona más fuerte e intimidante que conocían.

    Saludaron a la distancia al dueño del negocio, Nelbo abrió la puerta y se inclinó lo suficiente para que Lanna no se dé la cabeza contra el marco superior de la puerta y marcharse. Los chicos

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