El niño que miraba las estrellas
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Si creciste con Los Cinco y te emocionaste con Los Goonies disfrutarás con tus hijos de esta gran aventura.
Noah es un joven que regresa al lugar donde pasó el mejor verano de su vida para recordar la fabulosa aventura que vivió allí, junto a sus amigos y un puñado de personajes fascinantes, algunos humanos y otros no tanto. Gracias a la ayuda de un divertido duende, emprenden un viaje donde deberán encontrar un tesoro pirata y desvelar el secreto de una isla misteriosa. Una inquietante estrella en el cielo será el detonante de esta increíble historia llena de fantasía y buen humor. Una luna dispuesta a no perderse nada iluminará el escenario de un pequeño sueño infantil: ser el protagonista de una aventura inolvidable.
Alicia Marco Berga
Alicia Marco Berga nace en Valencia en un caluroso verano de mediados de los años sesenta. En aquellos largos períodos estivales escuchaba de una peculiar abuelita trotamundos unos preciosos cuentos que nadie había oído jamás. Bajo la sombra de enormes árboles, la imaginación de la autora descubre lugares y viajes infinitos y desea oír esos cuentos una y otra vez. Pero esa voz un día desaparece y ese deseo de vivir otras vidas le lleva a convertirse en una apasionada lectora. Licenciada en Filología por la Universidad de Valencia, realiza un taller de escritura de cuentos infantiles dirigido por Carmen Posadas. Autora de los cuentos «Un sueño en la cumbre», el navideño «Un viajero en el tiempo» y «Último tren a Bangalore», entre otros. Es aficionada a la música y al cine y miembro de la Fundación pro Real Academia Española.
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El niño que miraba las estrellas - Alicia Marco Berga
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.
El niño que miraba las estrellas
Primera edición: junio 2018
ISBN: 9788417234423
ISBN eBook: 9788417382674
© del texto:
Alicia Marco Berga
© de esta edición:
, 2018
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
La casa de la playa
Una mañana tranquila de verano, en un lugar donde solo se oía el piar de un pajarito madrugador que saltaba contento de rama en rama y el sonido de una impertinente cigarra que anunciaba un día de mucho calor, se oyó el runrún del motor de un coche que se acercaba a poca velocidad pero con gran estrépito. El pajarillo se asomó por las ramas y vio que un pequeño autobús paraba en un calvero del bosque.
Pero, ¿quién querría volver allí? Un joven de unos veinte años descendió del viejo y desvencijado vehículo que, en unos segundos, cerró las puertas y se alejó formando una gran polvareda. Noah miró a su alrededor y comenzó a andar por un estrecho sendero que le era muy familiar. Mientras sus pisadas hacían crujir las hojas que habían cubierto el camino alcanzó, a grandes zancadas, la verja de una misteriosa casa. ¡Por fin la había encontrado!, oculta entre las sombras de enormes árboles y bañada por el agua transparente de una pequeña playa.
Noah estiró la cabeza por encima del seto del jardín. Todo estaba tranquilo y solitario, igual que la primera vez que llegó allí, hacía ya muchos años. Entonces, aún no sabía cuántas aventuras iba a vivir en aquel lugar que parecía aburrido y sin vida.
Se acordó del disgusto que se llevó su familia al ver la casa que tío John y tía Mary les habían dejado para pasar el verano: tenía las puertas de madera medio rotas, las ventanas bajadas y un jardín lleno de maleza que daba la impresión de que nadie había vivido allí desde hacía mucho tiempo.
Pronto supieron que era una casa con vida propia. Al principio, estaba triste y silenciosa, por eso entraron de puntillas y con sigilo. A cada paso que daban solo se oía el rechinar de la madera del suelo y el suave vaivén de una puerta balanceada por la ligera brisa que entraba por una de las rendijas de la ventana.
Pero sin saber bien cómo ocurrió, la casa, con la llegada de sus nuevos ocupantes, Noah, sus padres y un astuto perro, llamado Tim, fue cambiando de humor a lo largo de los días, convirtiéndose en un lugar alegre y desenfadado. Los ruidos poco a poco fueron llenando el silencio que tantos años había reinado en ese pequeño edificio de dos plantas. La tetera que empezaba a pitar a primera hora de la mañana, como un tren que avisa que va a ponerse en marcha, daba vida de repente a todo aquello que hasta hacía bien poco había estado muerto.
En pocos días y, con la ayuda de todos incluido Tim, que el pobre iba de un lado a otro con el pincel en el hocico, la pintaron de color azul claro, lavaron la vajilla y arreglaron los techos y ventanas. Ahora la luz del sol se filtraba por entre las ramas frondosas de los árboles que la rodeaban, y todo volvía a hacer sentir la alegría de otros tiempos, cuando había sido habitada.
Noah había vuelto a aquella casa de la playa para cumplir algo que había prometido a sus amigos: que algún día escribiría esta historia. Pero antes debía acordarse de todo lo que había pasado de principio a fin. Por eso, Noah entró en el jardín donde la naturaleza había acampado a sus anchas y, dando saltos entre matas y maleza, llegó al porche y se sentó en una vieja mecedora.
Cerró los ojos y respiró el aroma del bosque, un olor misterioso que emanaba de los pinos y de las plantas silvestres. Entonces empezó a recordar uno de sus mejores veranos, donde algunos años atrás, cuando todavía era un niño, había empezado todo...
Todo cobra vida
Noah tendría ocho años cuando tío John, el hermano de su padre, les había sugerido pasar las vacaciones en aquel lugar tan apartado del mundo; así que, mientras él y tía Mary estarían volando rumbo a Asia en busca de aventuras exóticas, Noah se iba a aburrir de lo lindo en un paraje donde no había nadie y casi ni existía en los mapas de antiguos exploradores y piratas. Además, para empeorar la situación, enviaba a sus dos hijas que tenían casi la misma edad que Noah pero con las que no compartía muchas aficiones. Desde luego, ¡estaba furioso!
Noah no entendía muy bien cómo su padre, al que llamaban Luis, y su tío John podían ser hermanos. Su padre era un hombre apacible al que, en vacaciones, sólo le gustaba leer y fumar en pipa. Decía que las mejores aventuras eran las que vivía en los libros. En cambio su tío Juan, a quien al casarse con una joven inglesa ésta le había cambiado el nombre por John, no paraba quieto. Había recorrido medio mundo. Todo lo que éste le contaba al llegar de sus viajes se transformaba en algo maravilloso a los oídos de Noah.
Estaba muy enfadado, hubiera dado cualquier cosa por ir con él. Después de cenar subió a su cuarto, que estaba en la primera planta, y salió a una pequeña terraza que daba al mar. Oía el ruido de las olas que rompían en la playa y sintió una suave brisa que le movía el pelo hacia atrás. En aquel instante pensó que todo tenía que cambiar. Y misteriosamente, así fue.
Aquella primera noche, asomado a la ventana, pudo ver miles de estrellas que iluminaban el cielo. Cerrando un